Tendencias y fuerzas
Sí, como es la creencia generalizada, la primera vuelta promueve el voto con el corazón, no con el bolsillo, motivación esta última propia de la segunda vuelta, según el calambur corriente; si en esa primera vuelta se expresan positivamente las lealtades y las identidades ideológicas; entonces sus resultados han revelado en esta ocasión: a) la consolidación de un fuerte bastión de la extrema derecha; b) una enorme erosión del voto socialista; c) una fuga relativamente significativa del electorado de derecha; d) un ascenso espectacular del centro cosmopolita y liberal; y e) una recuperación sorprendente de la izquierda clásica, mezcla de comunistas, socialistas y movimientos reivindicativos, con anclaje sobre todo en las franjas de votantes jóvenes.
Los casi 7 millones de votos de Marine Le Pen pasan a ser la expresión duradera de una Francia de los prejuicios, reaccionaria y refractaria a la integración y a los inmigrantes.
Los votos auspiciosos de Macron y de su recién fundado partido significan la volatilidad del electorado en esta coyuntura, atraído por una figura joven que se presentó como independiente e indoctrinaria (ni de derecha ni de izquierda); y, en consecuencia, como una alternativa a los partidos que han copado el espacio político; sobre todo, durante los últimos 30 años (después del segundo mandato de Mitterrand), en los que el desempleo no ha hecho más que galopar siempre por encima del 10%.
La derecha, que esperaba volver al poder después del tremendo desgaste sufrido por el socialista Hollande, fue castigada debido a los extravíos éticos de su candidato, muy generoso con su familia, solo que a expensas del erario público.
Finalmente, la izquierda más radical, la más cercana a las tradiciones comunistas, y que desde la muerte de George Marchais, o incluso desde antes, experimentaba un declive inatajable, resurgió de entre las cenizas, de un modo y en unas proporciones, más que decorosas, algo que sin duda representa el descontento de los jóvenes y de los trabajadores, por los efectos de la austeridad, a la que se acogieron en el gobierno, tanto Hollande como el mismo Macron, su antiguo ministro de economía.
Lealtades y volatilidad
En el campo de las lealtades partidistas, el único que las mantiene, y sin ninguna aprehensión, es el de la extrema derecha, precisamente el portador de las posturas más deleznables en materia ideológica y cultural. En cambio, el que más las ve perder es el partido socialista, cuyo record de votos, el más bajo de su historia, lo hace descender peligrosamente a los niveles de la marginalización.
Es un insuceso electoral que representa la cara oculta, el revés, de una mutación en los comportamientos electorales: se han esfumado muchas de las lealtades tradicionales. Las damnificadas han sido las dos formaciones políticas, sobre cuyos hombros reposaba el equilibrio del sistema, la izquierda y la derecha moderadas. Por cierto, ambas se habían sucedido en el poder durante los últimos 10 años (Sarkozy primero y luego Hollande), sin que ninguna de ellas pudiese imprimirle un impulso especial a la economía y simultáneamente un alivio a los problemas sociales.
Ahora bien, a la ineficacia común, el “socialismo” añadió el suicidio político por sus desvaríos en materia económica; pues obligado por la crisis terminó olvidando a sus bases sociales por comprometerse con la ortodoxia y con la tenaza de la disciplina fiscal. Perdiendo su identidad, la del estado social, la de la reivindicación de los asalariados, corrió el riesgo de perder a sus electores; a los unos, porque comenzarían a mirar hacia su izquierda, en la “búsqueda del tiempo perdido” es decir, porque podrían encaminarse al reencuentro de las fuentes olvidadas; y a los otros porque podrían dirigirse más bien hacia el “centro”; convencidos estos últimos de que si su partido promovía desde el poder políticas de centro, entonces no sería necesariamente una mala decisión, la de filar tras un genuino político que las abanderara.
Si el gobierno socialista de François Hollande entrañó una crisis de identidad, la pérdida de lealtades que, en consecuencia, comenzó a experimentar su partido, acaba de provocar una volatilización descomunal de sus votos. Que en una ecuación terrible para sus intereses, se han desplazado divididos hacia la alternativa de centro representaba por el ganador Macron y hacia la izquierda antiglobalización, encarnada por Mélenchon.
Altibajos en la política
Así pues, la nota más destacada de la primera vuelta aflora en tres fenómenos que se relacionan entre sí; a saber: 1) el derrumbe de las lealtades partidistas que afectó sensiblemente al partido socialista; 2) la derrota de los dos partidos tradicionales, el Socialista y Los republicanos, este ultimo de derecha; y 3) la volatilización del electorado, una parte del cual se desplazó hacia el centro, insuflándole aliento a la opción de Macron y de su movimiento recién nacido.
La segunda vuelta
En un escenario semejante, lo más probable es que el 7 de mayo, en el lance definitivo, Macron –el exbanquero y exministro del gobierno socialista—consiga una victoria amplia sobre la candidata del Frente Nacional. Contra la cual, por lo demás, cerrará filas la Francia Republicana, de derecha y de izquierda. Eso sí, después de su triunfo sonoro, la nueva estrella en el firmamento político tendrá que lidiar con el reto de unas elecciones parlamentarias, en las que su partido apenas será una minoría, situación precaria para la nueva gobernabilidad. Mientras tanto, el camino de las fuerzas subyacentes continuará en el mundo de las conductas y las percepciones. Su efecto final puede ser el de una recomposición de las fuerzas políticas; sobre todo, en el centro y en la izquierda. Ambos segmentos, el del centro liberal y europeísta, y por otra parte, el de la izquierda anticapitalista, podrían fortalecerse a expensas del partido socialista, ese que fuera refundado en los años 70 y fortalecido bajo el ambiguo tutelaje de François Mitterrand; ahora sometido al mayor de sus desafíos, el de sobrevivir.
Ricardo García Duarte