“Esos son los signos que vienen desde abajo y parecen anunciar una tempestad que se avecina.
Y, los otros vienen de lo alto, a los cuales hay que prestar igual atención.
Los primeros se dan cuando los poderosos, que son los más allegados al soberano,
demuestran su desobediencia a las órdenes, ya que solo les interesa su propio interés y
actúan sigilosamente para provocar una sedición”
Michel Foucault, Seguridad, territorio y población
El más reciente escándalo provocado por el affaire Benedetti-Sarabia -que desembocó en salida intespectiva de la exjefe de gabinete, Laura Sarabia, y del exembajador de Armando Benedetti– configuró en una “tormenta perfecta” que amenaza con convertirse en una conspiración contra el presidente Petro.
En menos de dos meses el presidente disolvió la coalición de gobierno que le había permitido tramitar con éxito importantes iniciativas como la reforma tributaria, la ley de Paz Total y el Plan Nacional de Desarrollo. Provocó una crisis ministerial que desembocó en la salida de importantes figuras que hacian parte de su gabinete y del “Acuerdo Nacional por el Cambio”, con el cual gobernó durante los primeros seis (6) meses de su mandato.
La tradicional “luna de miel” que caracteriza los primeros meses de gobierno se esfumo y las encuestas registran una caida significativa en la favorabilidad del presidente. Esté fin de semana, los principales diarios del país han publicado duros editoriales criticando el lenguaje utilizado por el presidente en las marchas convocadas para respaldar las reformas del Gobierno de Petro. Lo acusan de confundir y “sembrar más polarización” en un momento que el país reclama ponderación y sensatez.
Incluso, la “mala hora” del gobierno llevó al expresidente Cesar Gaviria -uno de sus más renuentes aliados- a declarar que “no estamos dispuestos a poner en riesgo el gobierno elegido democráticamente”. En una tácita alusión a la conspiración que han venido fraguando los grupos de extrema derecha para sacarlo de la presidencia.
De otro lado, el presidente ha venido recibiendo el respaldo y la solidaridad de la comunidad internacional. Tanto el presidente Biden como algunos gobiernos europeos y de América Latina han expresado su respaldo al gobierno de Colombia. Recientemente se conoció una carta suscrita por centenares intelectuales y personalidades democráticas condenando el “golpe blando” del cuál está siendo objeto este gobierno.
Pero ha sido la inmensa movilización popular de respaldo al gobierno, que se manifestó en las calles de más de 300 ciudades del país, lo que ha permitido frenar la conspiración antidemocrática de la ultraderecha colombiana.
Sin embargo, el gobierno del presidente Petro está lejos de lograr amainar la “tormenta” y recuperar la iniciativa política para conducir al país por la senda de las transformaciones democráticas que encarna el actual Plan Nacional de Desarrollo “Colombia Potencia Mundial de la Vida”.
Son tres los cinturones que el presidente Petro se debe ajustar para lograrlo. El primero es el cinturón de la gobernabilidad; la cuál se entiende como la capacidad para convocar y lograr acuerdos políticos sobre los temas fundamentales de país. Este es un aspecto que el presidente Petro no solo lo tiene claro, sino que ya lo había logrado -aúnque de manera parcial e imperfecta- en los primeros meses de su gobierno.
Gobernar es “trazar” -en el buen sentido del término- con los diferentes sectores sociales, políticos e institucionales para pasar su programa de reformas. Para ello, Petro tiene que generar espacios de diálogo, franco y democrático, que le permitan armar los consensos requeridos para tramitar y poner en marcha sus reformas.
Los colombianos y colombianas, que votamos o no por el cambio, estamos esperando y respaldamos las gestiones que el presidente haga para lograr ese “gran acuerdo nacional”. Las posibilidades que los sectores de la ultraderecha sigan intentando frenar las reformas, es algo con lo cuál hay que contar. El arte de gobernar consiste precisamente en hacerse cargo de ello. El reto no consiste en “suprimirlos” o desconocerlos, porque representan intereses muy poderosos, sino en reconocer que son una minoría y, consecuentemente, saber como aislarlos y/o frenar esos intentos.
El segundo cinturón que Petro debe ajustarse es el de la gobernanza. El buen gobierno consiste en saber como reconocer y tramitar los obstáculos y las diferencias; para lo cual es necesario interactuar utilizando las reglas del juego democrático existentes, con apego a las normas y el respecto por la separación de poderes institucionales.
Por obvias razones, los políticos colombianos creen que tienen derecho y actuan sin ningún tipo de restricción o límite ético más allá del de sus propias ambiciones -tal cómo quedó patéticamente demostrado en el escandalo Benedetti-Sarabia-.
La mayor opacidad en el juego político en Colombia se ha configurado por los malos “arreglos” institucionales, que dejaron la elección de los organismos de control y la misma magistratura en manos de la clase política; la cuál ha hecho gala de las execrables “jugaditas” para garantizar el “yo te elijo y tu no me juzgas”.
Y, tal vez el desbarajuste institucional más deprorable lo constituye un fiscal que obedece solo a su vanidad y a su desaforado apetito conspirador, convertirtiendose en el “Richelieu” de la oposición al inagurar en Colombia la “guerra de las chuzadas”.
El tercer cinturón que el presidente deba auto ajustarse es concentrar esfuerzos en mejorar su capacidad de gobierno. Las deficiencias en este aspecto son evidentes, comenzando por la creencia que, parece dominar las decisiones de este gobierno, basta con la experiencia política. Lo cuál constituye una condición necesaria pero no suficiente. La capacidad política y la capacidad de gobierno no son sinonimos y, a veces, pueden llegar a ser contradictorios.
Es innegable que Petro cuenta a su favor con el carisma suficiente y la capacidad para asumir retos y orientar la acción política hacia los fines estratégicos del país. Sin embargo, en el desempeño del día a día, el gobierno y, particularmente, el manejo del gabinete ha demostrado graves equivocaciones. Tal vez, la más protuberante es no saber rodearse bien y no contar con buenos y confiables “mariscales de campo” que le ayuden a operar asertivamente los asuntos de gobierno. En el más recientes acontecimiento lo vimos como un “líder sin estado mayor”.
La escogencia de la jefatura de Gabinete fue una decisión incomprensible y desacertada. ¿Por qué confiarle, a una jóven y neófita profesional -que por más o menos brillante que sea- le quedó grande la tremenda responsabilidad de Estado?
Tal vez sea el producto de un sistema político de baja responsabilidad, donde las reglas del juego no han sido diseñadas para “pedir y dar cuentas”, evitando la improvisación, el clientelismo y la ineficiencia para enfrentar los grandes problemas de la gobernanza.
Tal vez Petro confió más en la eficacia electoral y el desempeño personal de Sarabia que en su capacidad de gobierno; con lo cual la intensidad y los riesgos de los problemas acumulados desembocaron en un gran estallido y una crisis de gobernabilidad que tiene al gobierno entre las cuerdas.
Para reencausar la debacle institucional, el presidente tiene que hacer un alto en su intemperancia verbal y llamar a la cordura y a la autocrítica. Para comenzar, Petro debe mejorar su estrategia comunicativa e invitar a los medios, respetando su independencia, a morigerar el lenguaje y a fortalecer la información responsable. Seria un pacto comunicativo que todo el país le agradecerá.
En segundo lugar, el presidente debe abrir las exclusas para diálogo nacional con los diferentes sectores sociales y políticos sobre las reformas y las transformaciones que el país necesita y que fueron la razón de su elección como gobierno del Cambio.
En tercer lugar, el presidente requiere con urgencia establecer un robusto sistema de soporte tecno-político a las decisiones de gobierno, que le permita hacer seguimiento, en tiempo real, y “pedir y rendir cuentas” públicas de los avances de los planes y metas de gobierno.
Finalmente y más importante aún, es que el presidente escuche todas las voces, incluidas las disfonícas, con amabilidad y respeto; lo cuál fortalecerá la libertad de opinión y la información veraz y objetiva. El país requiere con urgencia superar la polarización y el clima conspirativo que tanto daño le está haciendo a la democracia y a la paz y convivencia entre los colombianos.
Luis Alfredo Muñoz Wilches
Foto tomada de: Infobae
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