- La lógica democrática de la modernidad
Bien son conocidas las conceptualizaciones de la modernidad como tensión trialéctica entre lógicas de capitalismo, industrialización y democratización, o modernización-modernismo-modernidad, o modernidad-nihilismo-utopía. Touraine, pese a haberse acercado a las tesis neoconservadoras de la sociedad posindustrial, nunca cayó en la tentativa postmodernista, y fiel al desarrollo de su teoría del Sujeto, como autoproductor y productor de las sociedades modernas, batalló especialmente en las cuatro últimas décadas en defensa de la Modernidad, muy de la mano, aunque en su propio lenguaje, de Habermas.
La pluma de Alain se consolidó en su madurez en el género del ensayo, con la que alcanzó la magistralía de una Agnes Heller o de un Juan José Sebreli, pero con mucha mayor prolijidad y prolificidad, pues se encontraba acompañada por una densa red de colaboradores, léase antiguos discípulos, que en el diálogo de sus investigaciones abundaban en información y afinaban las categorías usadas.
En 1997, en su libro-ensayo ¿Podemos vivir juntos? Iguales y diferentes, supo periodizar la modernidad en Alta, Media y Baja, para separarse del facilismo de tantos posmodernos que pretenden generalizar sus críticas a ésta enfocándose en los inicios de la época, ya fuera en el siglo XVI o en el XVIII, y no asumir el carácter crítico y autocrítico de la época, que la hace precaria, pero a la vez prometedora, y superadora de sus múltiples y sucesivas crisis.
Por lo mismo, aunque nos ubicamos a su izquierda, no podemos dejar de sentirnos enfrentados por su pensamiento. Tengo que confesar que me incomodaron mucho sus reproches (algunos dirán que fueron críticas fundadas) al movimiento sindical y de izquierdas francesas que se opusieron en 1995 al intento de reforma a la seguridad social, que se consolidó de forma autoritaria en abril pasado; que tampoco me convence su defensa a la iniciativa de la empresa privada, que aunque regulada es una lógica que se opone a la democracia afuera y dentro de la empresa. Pero admiro su agnosticismo frente al liberalismo, en el que militaba, pues siendo fiel a su concepto de Sujeto, no podría menos que afirmar que el liberalismo no es la democracia, pues esta hay que construirla de forma permanente, especialmente, después de la caída del muro de Berlín:
La democracia se considera tan natural como la economía de mercado o el pensamiento racional y, por tanto, se supone que debe ser protegida más que desarrollada y organizada.
Esta concepción no puede aceptarse, incluso aunque deba reconocerse su importancia histórica. Es cierto que una sociedad liberal y rica tiene una fuerte capacidad de integración y, sobre todo, puede limitar la intervención voluntarista y por tanto autoritaria del Estado, y que se puede observar que, desde inicios del siglo XIX a finales del XX, el espacio de las libertades se ha ampliado considerablemente en los países centrales que el bienestar, la educación, la separación de los dogmas religiosos o políticos y de la sociedad civil han reemplazado a la democracia censitaria y al elitismo republicano por una democracia de masas, expresión política de una clase media convertida en mayoritaria, que sustituye a la pirámide de las clases, y cuya configuración, normas y forma de organización son muy móviles. (1993: 424)
En fin, yo me quedo con el Touraine que siempre defendió la centralidad del Sujeto, de sus luchas, de la libertad y la igualdad. Tal vez Touraine no tenga el lugar en la teoría social de la estructuración de Giddens, el estructuralismo constructivista de Bourdieu, la sociología histórica de Bagú, el proyecto fuerte de Alexander o la teoría de la acción comunicativa de Habermas y sus derivados en filosofía social y política. Tampoco podemos compararlo con la profundidad de los estudios del sujeto y la subjetivación de un Foucault o de un Zemelman y, para los que le seguimos apostando a los movimientos alrededor del trabajo, extrañamos sus penetrantes estudios de juventud, tan admirados por los más importantes sociólogos del trabajo hasta hoy, como De la Garza o Hyman. Creemos que sin el gran sociólogo francés hubiera sido más difícil construir esas propuestas teóricas, y dar los debates centrales de la democracia y las ciencias sociales de las últimas cinco décadas. Por eso extraño no poder compartir esta lectura con Lucho Sandoval, que hubiera sido un pretexto para varias conversaciones, de las cuales, de seguro, nos quedarían más preguntas y proyectos que insulsas ilusiones.
Referencias
Touraine, A. (1993). Crítica de la modernidad. Madrid: Ed. Temas.
Touraine, A. (1997). ¿Podemos vivir juntos? Iguales y diferentes. México: FCE.
Juan Carlos Celis Ospina, Profesor Asociado del Departamento de Sociología, Universidad Nacional de Colombia
Foto tomada de: 20 Minutos
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