Un tsunami populista y ultraderechista agita las costas europeas. De norte a sur, pasando por este y oeste, las fuerzas de extrema derecha están cada vez más presentes en los parlamentos y en los gobiernos europeos.
Los cordones democráticos, sacrosantos e indiscutibles hace tan solo unos años, están cayendo como un castillo de naipes. Y los discursos, los pactos o la presencia de formaciones ultra están viviendo una época de normalización y blanqueamiento en Europa.
Hace unos días, se produjo un hito en Alemania, el país en el que hablar, negociar o debatir con la extrema derecha de Alternativa por Alemania (AfD) nunca había sido una opción. AfD ganó las primeras elecciones de su historia culminando la victoria en Sonneberg, un condado del estado de Turingia. «Vendrán más. Estamos recuperando nuestro país», celebró el partido.
Lo que ocurrió en esta pequeña localidad es el reflejo de una realidad que se extiende a nivel nacional. El partido es ya el segundo más popular. En unas hipotéticas elecciones, el 20% de los alemanes lo votarían superando incluso a los Socialdemócratas que lidera Olaf Scholz.
AfD ha pasado en seis años de no tener representación parlamentaria a ser el segundo partido con mejores pronósticos de voto. Impulsados por la ola anti-inmigración que azuzó la extrema derecha europea, en 2017 llegó por primera vez en su historia al Bundestag. Ahora ya se plantea presentar un candidato a canciller para las elecciones de 2025.
Hablar con la extrema derecha significó hace tan solo tres años la caída y muerte política de Annegret Kramp-Karrenbauer, llamada a ser la sucesora de Angela Merkel. Los conservadores de la CDU votaron junto a la extrema derecha para facilitar el gobierno del estado de Turingia. Era la primera vez que el cordón democrático con las fuerzas fascistas peligraba. Y todo ello provocó un terremoto nacional que concluyó con la retirada del acuerdo y con la dimisión de Kramp-Karrenbauer.
El ascenso de la extrema derecha —cimentado en un discurso del odio a los refugiados y homosexuales y a los retrocesos en políticas de igualdad y climáticas— supone una de las mayores amenazas para la democracia, según confirmó un informa de la agencia de inteligencia nacional alemana hace unas semanas.
La vuelta de los nazis al Parlamento griego
Las elecciones de la semana pasada en Grecia confirmaron esta tendencia que se extiende por buena parte de Europa. El conservador Kyriakos Mitsotakis —que prometió durante la campaña ampliar el muro anti-inmigración— revalidó su mandato con holgada mayoría. Los comicios helenos confirmaron la desaparición de la izquierda y el auge de la extrema derecha. Una década después del ascenso de Amanecer Dorado, los diputados neonazis han regresado a las butacas del Parlamento.
Junto a Espartanos, la formación apoyada por un miembro de Amanecer Dorado que está en la cárcel por el asesinato de un rapero antifascista, otros dos partidos de extrema derecha consiguieron representación parlamentaria.
El norte, que se había proyectado como un reducto de tolerancia y progresismo, tampoco ha sido ajeno al huracán ultra. Los populistas del Partido de los Finlandeses ocupan siete de los 19 ministerios del Gobierno, algunos de mucho peso como el de Justicia. El programa rubricado junto a los conservadores de Petteri Orpo pasa por reducir el gasto público, reducir la acogida de migrantes y poner fin a la lucha contra el cambio climático.
En la vecina Suecia, Demócratas Suecos se convirtieron en las elecciones generales del año pasado en el partido más votado. En Eslovaquia, el líder de Nuestra Eslovaquia, Marian Kotleba, ha sido recientemente condenado por usar símbolos nazis. Orgulloso de que se refieran a él como führer, carga constantemente contra los gitanos, los judíos y los homosexuales.
En Francia, el otro pulmón y motor económico de Europa, Marine Le Pen ha pasado de 8 a 89 escaños en la Asamblea Nacional. El sistema presidencialista galo siempre ha sido muro para la llegada de la extrema derecha a El Elíseo, pero es un escenario nada descartable en el futuro.
El ascenso de Meloni
La gran confirmación de la consolidación y normalización de la extrema derecha llegó con el triunfo de Giorgia Meloni, que proyectó a Italia como el primer país fundador de la UE liderado por un Ejecutivo de extrema derecha. En Bruselas, los triunfos de estos líderes están cada vez más normalizados. Muy lejos queda la reacción en cascada de la Comisión Europea y de los Estados miembros rompiendo relaciones diplomáticas con Austria por la presencia del partido euroescéptico y extremista de FPÖ a comienzos de este milenio.
Ahora, desde Von der Leyen hasta Pedro Sánchez se hacen fotografías con Meloni, que en pocos meses ha reducido los derechos de las parejas homosexuales, declarado el estado de alarma para contener la inmigración o declarado una guerra a las ONG que ayudan y rescatan a refugiados.
Con esta radiografía, todos los ojos miran ya a España. Las elecciones del 23 de julio pueden suponer la caída del último bastión de la izquierda europea. Con la sombra de un acuerdo nacional que reedite lo ocurrido en Castilla y León, País Valencià o Extremadura con Vox y el PP, España es ya el laboratorio sobre posibles pactos de la derecha y extrema derecha para las elecciones europeas del próximo junio.
Contra el clima y la migración
La gran incógnita es cuáles han sido los elementos que han provocado este auge apoteósico. Tradicionalmente, las fuerzas populistas se han nutrido de escenarios de crisis, incertidumbre y malestar socioeconómico. La bautizada como crisis de refugiados de 2015 fue el gran revulsivo de las fuerzas ultras en Europa.
Ese año llegó el Partido Ley y Justicia (PiS), aliado de Vox en la Eurocámara, al poder en Polonia. Pero por aquel entonces, Víktor Orbán, el padre y artífice de la democracia iliberal, ya se había erigido como el líder del populismo europeo en el que se mirarían posteriormente todas estas fuerzas.
Fuera de las fronteras comunitarias, la corriente más extremista también se consolidó con el israelí Netanyahu, el brasileño Bolsonaro o el estadounidense Trump.
Con sus diferencias y particularidades, el denominador común de todos ellos pasa por el negacionismo del cambio climático, de la violencia de género, de los derechos LGTBI+ o el impulso de una guerra cultural contra el diferente y basado en los idearios de patria y familia.
El «America First» trumpista se está reflejando hoy en la política del mundo rural. No es casualidad que Vox haya exigido las consejerías de Agricultura en Castilla y León, el País Valencià o Extremadura. La extrema derecha está viendo cómo el repliegue hacia el campo es una máquina de votos.
La propia Polonia vetó la entrada de grano ucraniano por la presión de sus agricultores. Y el partido de los campesinos marcó una victoria inédita hace unos meses en Países Bajos. Todo ello permite de paso contestar la agenda climática a través de la expansión de regadíos o la retirada de políticas ecologistas, como se produjo en Doñana.
El efecto contagio ha llegado hasta el propio Partido Popular Europeo. La formación que lidera Manfred Weber se opone en la Eurocámara a la ley de restauración de la naturaleza, uno de los baluartes de la agenda verde europea.
María G. Zornoza
Fuente: https://www.other-news.info/noticias/desde-alemania-a-grecia-la-ola-ultraderechista-se-extiende-en-europa-y-ya-mira-a-espana/
Foto tomada de: France 24
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