La conjugación de estos poderes en una actividad sincronizada dio a casi todos los expresidentes de Colombia un poder supremo que los hizo invencibles e intocables. En medio de las más grandes tensiones sociales, el acuerdo casi unánime entre las élites producía una aparente estabilidad política que no alteraba sus gobiernos por más expuestos que estuvieran a pruebas evidentes sobre tráfico, sobornos, robos, asesinatos y escándalos producidos por todo tipo de ilegalidad.
Petro se ha propuesto en su gobierno pactar una coalición con fuerzas políticas más o menos progresistas para llevar a cabo su programa de gobierno. Esta, sin embargo, se ha debilitado porque algunas reformas comprometen intereses de grupos económicos privilegiados. Con lo cual ha entrado en suspenso la construcción de un estado social y democrático de derecho: sin justicia social no hay libertad, ha dicho Petro. No obstante, para los ideólogos neoliberales la libertad es solo un subproducto de los excedentes económicos. La desigualdad los tiene sin cuidado.
Como es natural, el gobierno del presidente Petro no cuenta con la simpatía ideológica de los medios de comunicación mayoritariamente de derecha, quienes se unen presurosos al coro unánime que entona el establecimiento para proclamar su destrucción.
Con Gustavo Petro tenemos hoy la presidencia, pero no el poder, el poder lo tienen aquellos que han lanzado desde hace un par de meses una guerra declarada sin cuartel. Atacan con una fuerza insólita disfrazada de periodismo judicial para acusar y enjuiciar al presidente. Van por el ejecutivo, su propósito es cortar la cabeza de gobierno. Para ello han dejado a un lado la confrontación política directa y han optado por el acoso judicial mediático para llevar a cabo una persecución jurídica. Todo cuanto el presidente haga, diga o manifieste se convierte en sospecha y es objeto de pesquisa; su discurso, pocas veces confrontado, es trivializado y se ridiculizan sus ideas.
Cuando la justicia es selectiva ella misma es injusta, pues rompe con el principio universal del derecho al perseguir tan solo una utilidad política: neutralizar cada uno de los objetivos que se ha trazado este gobierno. Buscan asfixiarlo, agotarlo, dejarlo sin aliento, desgastarlo hasta volverlo inoperante, de suerte que en vez de gobernar se dedique a defenderse.
La ultraderecha habló de defenestrar al presidente al tiempo que trató de intimidarlo con concentraciones de militares reservistas en la Plaza de Bolívar. Después de este fracaso, ya no se propondrán la temeraria empresa de tumbar al presidente con un golpe de Estado, intentarán más bien llevar a cabo una conspiración oculta, suave y encubierta para acorralarlo y reducirlo a la máxima debilidad política. Se apela pues al recurso de la ley (law) como arma para emprender una auténtica guerra (warfare) política y mediática.
La verdad es el soporte del verdadero periodismo. Si la prensa no cumple con las normas básicas del ejercicio honesto de su oficio, sus espectadores y lectores tendrán solo una información sesgada de los hechos que investiga, y la verdad permanecerá oculta tras el manto de los intereses. Cuando se descubrió que la información era un negocio, la verdad dejó de ser algo importante, escribió Ryszard Kapuściński.
Fabrican el escándalo y utilizan un lenguaje ampuloso de naturaleza bélica como el que usa Vicky Dávila para dar a conocer sus “noticias-bomba”, “explosivas” “estremecedoras” e “impactantes”. La derecha organizada está empeñada en impedir que este gobierno avance y cumpla su programa. Con la complicidad de aparatos del Estado y de influyentes medios como Caracol, RCN y Semana, los gobiernos que se aliaron con paramilitares y narcotraficantes fueron presentados como políticos honestos y bienintencionados; ahora, estos mismos medios quieren hacer pasar por narcotraficante a un gobierno popular. La ideología, dice Marx, es una imagen invertida del mundo, y esta representación que pone de cabezas todo crea un relato que desquicia la verdad. La extrema derecha comparte las consignas del partido de fascistas que George Orwell describe en su novela. Quieren convencernos de que LA GUERRA ES LA PAZ y LA LIBERTAD ES LA ESCLAVITUD. Eso sí, LA IGNORANCIA ES SU FUERZA.
Al presidente Petro quieren deslegitimarlo y asesinarlo moralmente apelando a la mentira: lo tildan de mal padre, mentiroso, incumplido, perezoso y drogadicto. Pocos como él han denunciado el narcotráfico y la corrupción, pero es sabido que “todo el que aporta su piedra en el dominio de las ideas, todo el que señala un abuso, el que marca con una señal lo malo para que sea suprimido, pasa siempre por ser inmoral”, dice Balzac. Se arroja al rostro del adversario como un escupitajo el reproche de inmoral y así queda rebajado y excluido de “la sociedad de bien”. Y ya también sabemos que, como le ocurrió a Mersault en El extranjero, los señalamientos morales terminan convirtiéndose en un juicio criminal.
“Sócrates fue inmoral, Jesucristo fue inmoral; ambos fueron perseguidos en nombre de sociedades que ellos derribaban o reformaban. Cuando se quiere matar a alguien, se le tacha de inmoralidad. Esta maniobra, familiar a los partidos, constituye la vergüenza de todos los que la emplean” (Balzac, 2015).
Quienes hablan desde el alto trono que ofrece la moralidad se ponen a sí mismos por encima de los grandes hombres. No existe un Alejandro, un Napoleón, ni un Simón Bolívar que resista la dureza de la acusación moral del enjuiciador mediocre. La labor de un estadista consiste, sin embargo, en conquistar el derecho que le otorga su propia autoridad política.
La vida política no está sujeta incondicionalmente a la moral tradicional, y sin embargo, la moralidad no es posible fuera de la sociedad política. El que la política rebase la moral y no se comprenda dentro de sus límites explica el hecho paradójico señalado por Leo Strauss de que “el fundamento de la moral es la inmoralidad” (Strauss, 2009). Así pues, un buen ordenamiento político y social estructurado a partir de un sistema de normas efectivo garantiza más la existencia del orden civil que las prédicas de hipócritas moralizantes quebrantadores de la ley.
En consecuencia, Petro deberá ahondar en los planes de gobierno que se han convenido, y continuar acogiendo los deseos, las frustraciones y las aspiraciones de quienes lo escogimos: “La representación solo toma forma completa si la persona elegida habla con el acento auténtico de quienes lo eligieron” (A. Bevan, 1955). Su gobierno popular debe seguir vinculado con la sociedad excluida que no vive de noticias, ni se alimenta de mentiras y espera ansiosa el cumplimiento de esta posibilidad de cambio. Debe continuar velando por el bien común y cuidándose a sí mismo. Debe, en resumen, ingeniárselas para mantener a salvo su dignidad de hombre de estado
“Y jamás el que entienda de estas cosas le reprochará cualquier acción que emprenda por extraordinaria que sea, para organizar un reino o constituir una república. Sucede que, aunque le acusan los hechos, le excusan los resultados, y cuando estos sean buenos siempre le excusarán, porque se debe reprender al que es violento para estropear, no al que lo es para componer” (Maquiavelo, 2012).
Pero Gustavo Petro, que no es violento, ni corrupto, que no estropea, ni está empecinado en dañar, que, por el contrario, enmienda y trata de conciliar, sabe que a estas alturas su programa de derechos e inclusión social no puede cumplirse sin la gente, que de ella depende su gobierno.
En Cien años de soledad cuenta el narrador que tan pronto se enteró del robo de las elecciones realizado por su suegro Apolinar Moscote, Aureliano (como llama la derecha a Gustavo Petro, que al nombrarlo así creen insultarlo sin sospechar que, por el contrario, están honrándolo) “comprendió las desventajas de la oposición”: “Si yo fuera liberal – dijo- iría a la guerra por esto de las papeletas” (García, 2007).
Pocos años después de que Aureliano hubiera dicho esto, Petro se enlistó en las filas del M-19. Nuestro Aureliano fue a la guerra y volvió para seguir luchando por la democracia social y un Estado moderno liberal.
David Rico Palacio
Foto tomada de: Presidencia de la República
maribel says
Simplemente BRILLANTE!