El último golpe de estado ha sido en Gabón esta semana, pero la avalancha de asonadas militares en África en lo que va de siglo, y que se ha acelerado en los últimos años, ha impactado también en la República Centroafricana, Guinea Bisau, Madagascar, Mauritania, Mali, Chad, Guinea Conakry, Burkina Faso, Sudán, Níger y Zimbabue. Y en algunos de estos países varias veces.
Una cadena de malestar que recorre todo el continente africano, con el Sahel y África Occidental como epicentros de esa inestabilidad, precisamente allí donde se origina el mayor volumen de emigración ilegal hacia Europa.
Cinco de las rebeliones –Mali, Guinea Conakry, Burkina Faso, Níger y ahora Gabón- han tenido lugar en los últimos dos años, diez golpes con éxito desde 2019. Sus efectos siempre habían sido despreciados y desde que estalló la guerra de Ucrania se perdió aun más el interés en estas revueltas, sin calibrar el peligro real que la desestabilización africana supone para el resto del planeta y especialmente para Europa.
Sin embargo, el golpe de estado en Níger, el pasado 26 de julio, y los rumores sobre el papel que pudo haber tenido Rusia en esta insurrección que defenestró al presidente Mohamed Bazoum, recuperó el foco de atención europeo. De pronto, el juego de fichas de dominó que había ido derribando gobiernos por todo el continente africano era evidente e inquietante.
Los déspotas aliados de Europa
Caían gobiernos que en su mayor parte tenían más de autoritarios que de democráticos y que eran «amigos» de Europa, pseudodemocracias sustituidas por dictaduras militares con un rasgo común: las revueltas evidenciaban el fracaso de los programas de gobernabilidad y cooperación lanzados en la región desde Europa.
La estrategia europea simplemente venía a perpetuar la injerencia de los antiguos países colonizadores, para controlar el trasiego de recursos mineros claves mediante el apoyo a gobiernos despóticos y saqueadores de los propias riquezas y con el único objetivo de mantenerse en el poder.
Ese es el caso de Gabón, donde el golpe de estado contra el hasta ahora presidente Ali Bongo, ha sacado a la luz el descontento de más de medio siglo de dinastía política autoritaria.
Décadas de despotismo son, así, contestadas por la fuerza militar y las promesas de democratización son ensombrecidas por más despotismo, especialmente cuando las multinacionales que operan en estos países, no solo occidentales, también chinas, respaldan a la facción vencedora con suculentos sobornos a cambio de los correspondientes permisos para acceder a los recursos naturales.
Jaque a la presencia francesa
En parte de esos países donde se han producido los golpes de estado, la influencia postcolonial francesa ha sido cuestionada, con expulsión de embajadores o con amenazas directas a la presencia militar gala, llegada en 2014 para luchar contra el terrorismo yihadista, pero con una acusada tendencia a priorizar la defensa de los intereses empresariales y estatales franceses.
Por eso, países como Mali o Burkina Faso han optado abiertamente por dejar la lucha antiterrorista en manos de los rusos y desechar la ayuda francesa, tras más de sesenta años de presencia militar e injerencias de París desde la descolonización.
El propio presidente francés, Emmanuel Macron, advirtió hace unos días en un encuentro de diplomáticos galos sobre el «riesgo de debilitamiento de Occidente y en concreto de Europa» que puede derivarse de esta cascada de golpes militares en África. Europa mira en estos momentos hacia el este, cuando su auténtico talón de Aquiles puede estar en el sur.
Y parabienes a los rusos
En un buen número de estos países donde se ha extendido la epidemia golpista, especialmente en el Sahel, el peso de Rusia se ha convertido en pieza clave de los cambios, con los mercenarios rusos combatiendo con éxito a los grupos islamistas y con Moscú siempre dispuesto a utilizar el escenario menos esperado para presionar a Occidente.
El fracaso a la hora de derrotar al yihadismo en el norte y oeste de África por parte de los contingentes militares enviados desde Europa, especialmente desde Francia, ha llevado a muchos de los gobiernos africanos a poner sobre la mesa los ricos recursos minerales de sus países para pagar ejércitos de mercenarios, sobre todo si son originarios de países sin presencia colonial en África, como Rusia.
La propaganda del Kremlin se ha encargado también de recordar que la Unión Soviética ayudó mucho en los procesos de independencia y descolonización con armas, logística, ideología y educación de los líderes rebeldes en las universidades de la extinta URSS.
Ahora, el lugar de los comisarios enviados por Moscú en los años sesenta, lo ocupan en África contratistas militares rusos, con poca ideología de por medio, pero con los mismos intereses que en el pasado movieron al Kremlin a apoyar los movimientos independentistas africanos: buscar contrapesos al hegemonismo occidental donde sea. Claro que, si de paso, se entra en el negocio de las minas de diamantes, oro, manganeso o uranio, pues magnífico.
Los Wagner en África
El Grupo Wagner que tanta relevancia ha tenido en la guerra de Ucrania, tras su participación con éxito en la guerra de Siria, empezó a trabajar en la década pasada en un continente donde no había ley escrita para el empleo de mercenarios o se les recordaba como una fuerza temible en las guerras de descolonización.
Así, poco a poco y respaldado en la sombra por Moscú, el entonces dueño del Grupo Wagner, Yevgueni Prigozhin, tejió una urdimbre de relaciones peligrosas, pero muy útiles para el Kremlin.
El distanciamiento con el presidente Vladímir Putin, tras el motín de los Wagner en Rusia en junio pasado, puso en el filo de la navaja la cooperación entre Moscú y la compañía de paramilitares en África. Finalmente, la muerte de Prigozhin en un extraño incidente aéreo ha dejado en manos del Kremlin el control de Wagner.
Había demasiado en juego para que las veleidades políticas de un oligarca como Prigozhin amenazaran la estrategia rusa en África y el creciente aplauso que Moscú estaba recogiendo en este continente, paralelo al rechazo que recolectaba Francia.
El pivote estratégico de Níger
El golpe de estado de Gabón añade gasolina al polvorín africano, pero es Níger, país en el que Rusia también tiene mucho interés, como reconoció el propio Prigozhin antes de morir, donde la tensión es mayor. Francia no quiere ceder posiciones ni retirar sus 1.500 soldados allí estacionados o que sus empresas dejen de participar en la explotación de los hidrocarburos y minerales, entre ellos el uranio.
Níger es el séptimo productor del mundo de este mineral estratégico y ocupa la cuarta posición global en cuanto al tamaño de sus yacimientos. La principal mina de uranio la explota la empresa gala Orano, con participación del Estado francés.
El uranio extraído de las minas de Níger significa el 10 por ciento del empleado en las centrales nucleares francesas para producir electricidad. Níger es la joya de la corona en el Sahel pero su renta per capita en 2022 fue de 525 euros, una de las más bajas del planeta.
París no puede perder sus intereses en Níger, por eso encabeza la estrategia europea que respalda cualquier acción de la Comunidad Económica de Estados de África Occidental (CEDEAO) para recuperar «el orden constitucional» en ese país.
Los vecinos Mali y Burkina Faso, donde los Wagner se mueven a sus anchas, ya han advertido de que cualquier intervención armada de la CEDEAO en Níger llevará a una respuesta bélica de sus juntas militares. Antifrancesas, claro.
Apoyo de la UE y habla Zelenski
Tan complicada situación fue abordada esta semana en Toledo, en la reunión informal que mantuvieron los ministros de Defensa y Exteriores europeos en la ciudad española. Aunque los ministros europeos se inclinaron a favor de una solución diplomática de la crisis desatada en Níger, no descartaron otras posibilidades.
El titular de Exteriores español, José Manuel Albares, recogió la preocupación en torno a lo ocurrido en Níger, penúltimo eslabón de la creciente inestabilidad en África. Según Albares, el golpe de estado en Níger es «una amenaza» para los ciudadanos de este país, pero también para la propia Europa, dada la vecindad de África Occidental y el Sahel.
Sobre la situación en África y el rol de Rusia en todos estos acontecimientos ha hablado también Volodímir Zelenski. El presidente ucraniano ha responsabilizado directamente a Moscú de mover desde la sombra esa inestabilidad africana para sus espurios fines.
«Incluso cuando están tratando de crear caos en África, no están demostrando ser fuertes, sino distrayendo al mundo. El terror no significa fuerza», ha explicado Zelenski ante el Foro Ambrosetti, en una intervención telemática.
Hace unas semanas, el ministro de Exteriores ucraniano, Dmytro Kuleva, manifestó el interés de su país por el continente africano, aunque aseguró que su estrategia no era «reemplazar a Rusia, sino librar a África del control ruso».
Curiosamente, antes de ser invadida, los traficantes de armas de Ucrania ya estaban sustituyendo a los europeos en la venta de armamento a países africanos. Si mañana acabara la guerra, buena parte de las armas europeas suministradas a Ucrania durante la contienda podrían retomar ese camino.
Juan Antonio Sanz
Fuente: https://www.other-news.info/noticias/la-tormenta-golpista-desestabiliza-africa-y-su-marejada-amenaza-a-europa/
Foto tomada de: El Periódico
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