El gobierno actual ha venido posponiendo una serie de reformas necesarias. Algunas han avanzado y otras no. Las razones son múltiples, tanto como la compleja trama de intereses que convergen en cada una de las reformas planteadas. Eso ni es bueno ni es malo, es una realidad abierta a toda democracia. Es un pulso que se da entre las distintas fuerzas políticas, intereses económicos, intereses ciudadanos, no siempre representados por las fuerzas políticas y tantas veces desconocidos por los intereses económicos. El debate abierto sobre las reformas fortalece la democracia si el horizonte de esa discusión democrática es el Bien Común, es decir, si ese bien común se antepone a los intereses individuales, empresariales o partidistas. De otra manera, el diálogo sobre las reformas necesarias se convierte en una confrontación inútil.
¿Quién define cuáles son las reformas necesarias? La dinámica política parece indicar que, es en la relación ciudadanía, gobierno, de donde deben emerger las reformas necesarias. En las democracias, en general, las reformas son propuestas y tramitadas por el gobierno elegido. Diría para precisar que, para eso es elegido, para cambiar aquellas cosas que afectan a la mayoría y que no está en armonía con el Bien Común.
En una democracia, el gobierno es elegido por la ciudadanía para representar sus intereses y necesidades. Aunque las decisiones gubernamentales pueden ser tomadas por los políticos electos, es fundamental que estas decisiones se basen en las opiniones y demandas de la ciudadanía. Habrá reformas en el gobierno del cambio. Eso deseamos muchos. Pero no solo de las reformas vive el gobierno. También de la acción de transformación expuesta en el Plan de Desarrollo y de las inversiones eco sociales que están contempladas en el plan. Si las acciones no se dirigen a producir los cambios, la inversión se habrá perdido. Será lo mismo de los gobiernos de la inmovilidad. La fuerza de la inercia por encima de la potencia del cambio.
Dos asuntos de sumo interés colectivo están sobre la mesa; la transición energética y el tránsito de una sociedad profundamente patriarcal a una sociedad de la igualdad.
Pero después de un año de gobierno del cambio, la pregunta que es urgente responder, podría ser planteada así: ¿Es posible liderar o conducir un cambio de las dimensiones propuestas sin transformar el modelo de Estado vigente? Respondería que NO puesto que, el primer obstáculo y quizás el más importante para lograr los cambios es el tipo o modelo de Estado existente.
Es en ese sentido que se hace necesario abrir un diálogo nacional, no solo de expertos, sobre el modelo de Estado vigente: Un Estado unitario en donde han fracasado todas y cada una de las propuestas de descentralización y en el que se han expedido leyes de ordenamiento y herramientas técnicas que no producen la transformación de las relaciones centro periferia y más bien reproducen las taras del centralismo en las regiones, departamento o municipios.
¿Cómo podemos cambiar el actual modelo o tipo de Estado, caracterizado por la debilidad institucional, el centralismo anacrónico, la asfixiante corrupción territorial, el proceso de cooptación por parte de las elites políticas y también el poder que sobre el mismo Estado han adquirido las distintas mafias?
La captura por parte de elites legales e ilegales y el anacrónico modelo de Estado vigente constituyen una muralla infranqueable para un gobierno que esté por fuera de la elite política tradicional y de las mafias encapsuladas en el Estado.
En este sentido, mucho más allá que ensayos sobre la descentralización, se debe producir una inmensa revolución que rompa la muralla, desmonte las mafias, elimine la cooptación del Estado.
Es necesario abrir un diálogo político, ciudadano, empresarial, académico, tecno jurídico, que muestre con claridad la situación caótica del modelo vigente y muestre asimismo los escenarios posibles, distintos a la tradicional regionalización o descentralización fracasada. No hacerlo puede significar cerrar los ojos a lo que podría entenderse cómo la raíz última y profunda de un posible fracaso.
Transitar de un Estado unitario, asfixiante, anacrónico, como el que tenemos a un Estado moderno de las autonomías territoriales, o a un Estado federal en donde la libertad y la autonomía sean los cimientos para construir una sociedad basada en el Bien Común es una urgencia que no debería ser postergada.
¿Se puede en las circunstancias actuales y en el corto plazo de tres años producir esa transformación? ¿Cuál sería el proceso más inteligente para impulsar y lograr este propósito? ¿Cómo evitar que la pereza institucional y los intereses políticos y económicos le pongan obstáculos insalvables? ¿Cuáles podrían ser los primeros pasos para que el proceso no sea archivado de forma prematura? ¿Podría iniciarse la reflexión colectiva con la consideración del agua como catalizador de ese ordenamiento?
El primer peldaño de la escalera a la autonomía, sería una intensa tarea pedagógica que facilite la comprensión del problema. Esta tarea vinculante de la ciudadanía debe tener el sentido territorial, ecológico, cultural y político de la diversidad territorial. También el sentido de “región” o “territorialidades” con identidades arraigadas y gobernanzas compartidas. La vinculación ciudadana es no solo necesaria, sino que da legitimidad al proceso.
El último peldaño sería el tener unos estatutos diferenciados de las distintas autonomías. Hay experiencias que se pueden mirar con atención y libertad.
Guillermo Solarte Lindo, Corporación Latinoamericana Misión Rural, Pacifistas sin Fronteras
Foto tomada de: DNP
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