Un error común es comparar resultados de elecciones nacionales con procesos locales. Son dinámicas absolutamente diferentes, que además dan muestras de cuáles son los proyectos de país y cuáles son las necesidades particulares de las regiones. Desafortunadamente las normativas de planeación son disímiles e incluso difíciles de conciliar en el actual orden institucional. Por ejemplo, recientemente, hace solo unos meses, se aprobó el Plan Nacional de Desarrollo, ahora los mandatarios locales se deben disponer no solo a empalmar con los gobiernos salientes sino a llevar a plan territorial de desarrollo el programa de gobierno con el que fueron elegidos, y con el que deben responderles a sus comunidades municipales o departamentales so pena de ser objeto de derogatoria de mandato; para esto tendrán hasta mayo y presentarlos a sus asambleas o concejos. Es decir, a dos años de terminar el Gobierno Nacional. Irá corriendo el tiempo a la par con el inicio de una nueva campaña presidencial y del congreso.
El reto está entonces en conciliar propósitos, metas, financiamientos y ejecuciones, entre lo municipal y departamental para lo que no hay tiempo (son solo 4 meses para la elaboración de los planes), e intentar retomar aspectos del Plan Nacional a ver hasta dónde se unen los propósitos. Es una carrera hacia caminos no necesariamente virtuosos, menos aún en momentos donde las apuestas parecen ser el demostrar que ahora no deberá importar el gobierno nacional, que es en los locales donde se pone la atención para demostrar que las diferentes opciones propuestas son el camino político y económico que se requiere. El desarrollo local no debería convertirse en las barreras desde donde actúe la oposición.
De ser así es sin duda un camino al fracaso. Un pacto nacional debería pasar por la planificación, por reconocer desde los territorios que el actual es un Plan realizado con una participación sin antecedentes, que no se trata de cartas de navegación sectorial, definidas en escritorios en Bogotá, sino la definición de estrategias claves que nos deben llevar a un mejor país, son cinco ejes de transformación sobre los cuales, con voluntad política y sentido de país, deberían pivotar los planes territoriales: Ordenamiento del territorio, Seguridad Humana y Justicia Social, Derecho Humano a la Alimentación, Internacionalización, transformación productiva para la vida y acción climática, y Convergencia Regional.
Los Ministerios y sus instituciones, con más o menos errores, aciertos y velocidades, se han venido adecuando a estos ejes transformadores. Seguro ahora vendrán algunos ajustes en ministerios con el fin de posibilitar responder a esas nuevas realidades políticas después de las elecciones. El presidente Petro, a diferencia de lo que se narra, ha demostrado ser un político pragmático, su primer gabinete fue de concertación, a lo cual poco respondieron algunos de los ministros y ministras que salieron en esa primera tanda. Este segundo gabinete si bien es más afecto a las ideas del presidente deberá en las próximas semanas responder a los nuevos acuerdos que permitan el adecuado trasegar de las necesarias reformas, pero también tiene el reto de extender los vasos comunicantes a los territorios. Encontrar las fichas adecuadas no será una tarea sencilla, deberán tener capacidad de mediación y tener arraigo en los territorios distintos a Santafé de Bogotá, ojalá eso sí, en la Colombia profunda, étnica y campesina.
Ahora bien, volviendo a los resultados electorales, el mapa de Colombia ha pasado de ser rojo y azul en gobernaciones y alcaldías, a una gama interesante de colores y matices, que cuando se pinten las asambleas, concejos y juntas administradores se podrán no solo reconocer diferencias y énfasis políticos, sino la realidad de un país diverso, lejos de la idea de ser de derecha y el resto.
En estas realidades, el país es más que las cinco grandes ciudades de las que hoy una parte del mundo político se ufana de que quedaron al otro lado del presidente. El 85% del territorio colombiano está catalogado como rural y rural disperso, allí en esa ruralidad habitan no solo poblaciones mestizas, sino Indígenas, Afros, Rrom, Raizales y Campesinas, alrededor de 13 millones de personas que no solo nos garantizan los alimentos, sino que han resistido a distintos embates para invisibilizarlos e incluso eliminarlos. En esos territorios hay innumerables necesidades que tendrán que atenderse: educación, salud, trabajos decentes, pensiones, desarrollo manufacturero y una reforma rural, entre otros factores como las energías limpias, el cuidado de la naturaleza y la profundización de la descentralización. El país entonces es más que las grandes aglomeraciones urbanas que son pocas, recordemos que las zonas marginales, esas zonas de frontera, étnicas y campesinas, ante los descontentos, ayudaron a elegir al actual presidente.
El país ha demostrado que ya es capaz de entender los péndulos de la política, que ya no se asusta con otras ideas y otras formas de concebir la vida, el crecimiento, el desarrollo. Cada vez se aprende más a utilizar el voto como un instrumento de premio o castigo. Incluso el voto en blanco como rechazo de las y los candidatos, donde ya ha empezado a obligar la repetición de nuevos comicios con candidatos diferentes. Qué bueno sería que la abstención también se manifestara y que obligará, por ejemplo, a repetir elecciones; el voto en blanco dice algo de manera directa, la abstención se puede interpretar de muchísimas formas. Para las gobernaciones el voto en blanco fue del 10.18%, en las alcaldías del 4.44%, al Consejo fue del 7.15%, en las asambleas del 12.24% y en la JAL del 10.18%, este es un fenómeno que está al alza. No solo se trata de repetir las elecciones, en Barranquilla el voto en blanco ocupó el segundo puesto, en Medellín el tercero y en Bogotá y Cali el cuarto, esto que pasa un tanto desapercibido debería ser ruta para análisis más profundos.
Así que, si el nuevo país es sensato, deberá encontrar una adecuada mezcla entre transformación productiva, reforma agraria, energías alternativas, cuidado del medio ambiente y de los recursos naturales, reordenación territorial y descentralización. Y esto debe empezar por alimentos, por reducir hasta los mínimos posibles el hambre que a propósito se da en esos grandes centros urbanos, mientras que en las periferias se tienen las muertes por desnutrición aguda. Los pactos no solo deben ser entre las vertientes políticas, o con ilegales, deben ser también entre ese país urbano con la ruralidad, en especial con las diferentes comunidades étnicas y con las economías campesinas, que tan son objeto de protección constitucional.
Esas grandes ciudades también tienen ruralidad e incluso auto reconocimiento étnico y campesino; sufrieron hambre en la pandemia y difícilmente obtuvieron alimentos por culpa de no privilegiar los circuitos cortos para la distribución de alimentos; lo particular es que esto para los nuevos alcaldes “mayores” parece que sigue siendo invisible. Se debe recordar que las paciencias de las poblaciones ya son frágiles, el péndulo se mueve con velocidad y los mandatos duran poco tiempo.
Jaime Alberto Rendón Acevedo, Director Centro de Estudios e Investigaciones Rurales (CEIR)
Universidad de La Salle
Foto tomada de: Caracol Radio
Argel says
Que buen artículo señor profesor en cuanto a lo conceptual, claridad y redacción. Su punto de vista siempre es lucido y objetivo en busca del bienestar de los más desprotegidos, entre ellos los campesinos. Felicidades.
Maribel says
Buenísimo!