No solo nos atormentan los vivos, sino también los muertos.
Marx
El pasado lunes 4 de diciembre tuvo lugar la Divulgación de resultados de la dirección de construcción de memoria histórica. Con esto se resalta la importancia de la participación de las comunidades y las regiones en la construcción de los informes que contribuyan al esclarecimiento de los hechos de violencia padecidos en Colombia.
Asimismo, del 5 al 10 de diciembre se realizaron actividades pedagógicas y culturales dentro de la Semana por la Memoria, en donde además de conversatorios, hubo foros y cartografías, serigrafías y documentales, música e intercambios de experiencias sobre iniciativas de memoria histórica para rememorar a las víctimas del conflicto armado. La intención de todo esto no es solo reconstruir los hechos e indagar por la verdad histórica de lo que sucedió, pues amén de las identidades y las victimizaciones, se resaltan procesos de resistencia y construcción de paz de las personas y comunidades que han sido golpeadas.
El Centro Nacional de Memoria Histórica (CNMH) es el encargado de construir y preservar la memoria del horror de tantos años de barbarie. Su función es importante porque contribuye con el cumplimiento del deber de recordar y esclarecer los múltiples delitos y un sinnúmero de violaciones ocurridas durante el Conflicto Armado colombiano. Después de un largo periodo de censura, silenciamiento y tergiversación, la orientación de dicho centro ha tenido un giro sustancial bajo la dirección de María Gaitán, quien fue designada por el presidente Gustavo Petro para asumir el cargo en octubre del año pasado.
Después del fallido nombramiento que Iván Duque hizo del mediocre profesor Vicente Torrijos expulsado de la Universidad del Rosario por mentir sobre su título de doctorado, la dirección estuvo a cargo del señor Darío Acevedo, por cuya siniestra dirección el CNMH comenzó a padecer de Alzheimer y poco a poco fue olvidando la función por la que fue creado. Acevedo, fanático uribista e historiador de profesión, se dedicó a despotricar contra la JEP y quiso crear un nuevo guion sobre la guerra en el país. En el año 2018 escribió en Twitter que “Farc, Colombia Humana y mamertismo […] son dueños del Centro de Memoria Histórica, la JEP y la comisión de la verdad”. El triste desempeño de esa administración (2019-2022) terminó el año pasado un día antes de que Gustavo Petro asumiera el cargo de presidente. Acevedo se propuso como fin fundamental de su función desprestigiar el valor histórico de una serie de investigaciones acerca del conflicto, e imponer su visión negacionista sobre el mismo. Es irónico que un historiador que desconoce la realidad de un largo conflicto haya sido el director de una institución que nació justamente de su reconocimiento.
El negacionismo se resiste a reconocer una realidad que resulta incómoda, y lo hace en contra de cualquier demostración empírica o evidencia fáctica. En política, este término se asocia principalmente con el Holocausto nazi. En entrevista con la BBC, la historiadora estadounidense Deborah Lipstadt aseveró que los negacionistas “afirman que los nazis no asesinaron a seis millones de judíos, que la noción de que hubo cámaras de gas para matar masivamente es un mito, y que cualquier muerte de judíos ocurrida bajo el dominio nazi fue resultado de la guerra” (2023).
Negacionistas hay de todo tipo y pueden encontrarse en cualquier país que haya sufrido guerra, persecución o dictadura, o cometido violaciones, crímenes o genocidio: José Antonio Kast, en Chile; Javier Miléi, en Argentina, María Elvira Roca, en España. Ernst Nolte, quien murió en 2016 a los 93 años, fue un historiador alemán que publicó un ensayo titulado El pasado que no quiere pasar, en donde defendió que el Holocausto fue una reacción al totalitarismo stalinista, al tiempo que increpaba a quienes, según él, tergiversaban la historia de Alemania, especialmente el periodo nazi, para desacreditarla. Algunos historiadores críticos reaccionaron a su tesis, entre ellos Habermas, quien rechazó como un intento de borrar las huellas del nazismo la tesis de que el genocidio fue tan solo una reacción de las autoridades alemanas.
En la misma línea tenemos en Colombia a nuestra negacionista estrella María Fernanda Cabal. Quien, entre otras cosas, ha afirmado que los 6.402 falsos positivos son un relato inventado por la izquierda: “Eso enferma a la izquierda, porque necesitan (sic) crear una narrativa que destruya el honor de la Fuerza Pública, por eso se inventan 6.402 falsos positivos”. De este modo, las muertes ilegítimamente presentadas como bajas en combate por agentes de Estado son reducidas por Cabal a un imaginario fabricado por relatos mitológicos. El plan macabro que padecieron miles de jóvenes humildes que engañados con promesas de trabajo fueron trasportados hasta zonas apartadas para, una vez vestidos con prendas militares, ser asesinados a sangre fría por soldados y paramilitares para presentarlos como guerrilleros caídos en combate, ahora trata de ocultarse mediante un discurso promovido por miembros exaltados y descabalados de extrema derecha que intentan enterrar para siempre la memoria en un socavón del tiempo para que nunca salga la verdad de la guerra, el exterminio, el asesinato selectivo y las muertes inescrupulosas de civiles.
El negacionista quiere convertir la historia en mito, lo real en legendario, de modo que el sano juicio pierda la cabeza y se desquicie al sentir que su memoria ha terminado confundiendo la materia del recuerdo con imaginaciones fantasiosas y espejismos del pasado. La objetividad histórico-social queda reducida a una subjetividad irreal-imaginaria.
García Márquez, en el proceso de construcción de la realidad ficticia por su genio creador, retrata las tensiones y la complejidad de una historia que no cesa, que no inicia, sino que siempre se renueva como un círculo fatídico dando vueltas en redondo obedeciendo la ley ciega de un designio infortunado. A la realidad real enfrenta García Márquez una imagen prodigiosa que es su expresión convertida en discurso literario. Su obra es el espejo mágico y desolador en el que se refleja como una profecía del pasado el presente que no cambia. El realismo mágico no es la imaginación inverosímil propia de la fantasía, sino la exageración probable, porque su fundamento creativo reposa en un principio de realidad que se entrecruza con la narración de una historia común.
Después de la masacre ordenada por el general Carlos Cortés sobre los trabajadores bananeros, José Arcadio Segundo, testigo de la matazón, impresionado y aturdido hasta el silencio, pronunció con voz mecánica y absorta: “–Debían ser como tres mil – Murmuró. –¿Qué? –Los muertos – aclaró él–. Debían ser todos lo que estaban en la estación. La mujer lo midió con una mirada de lástima. Aquí no ha habido muertos”, dijo” (García, 2007, p. 350). Esta frase sentenciosa y lapidaria inspiró el título del libro de María McFarlan, “una historia de asesinato y negación en Colombia”.
Y fue tanta la insistencia con la que quisieron ocultar el hecho, que todo el pueblo acabó por convencerse de que en Macondo no había pasado nada, pues nadie creía la versión de la masacre ni la del tren de doscientos vagones cargado de muertos que viajaba hacia el mar. Sus autoridades despreciaban la verdad afirmando que en Macondo no había pasado nada y que ese era un pueblo feliz. “Y así consumaron el exterminio de los jefes sindicales”.
“La verdad oficial, mil veces repetida y machada en todo el país por cuanto medio de divulgación encontró el gobierno a su alcance, terminó por imponerse: no hubo muertos, los trabajadores satisfechos habían vuelto con sus familias, y la compañía bananera suspendía actividades mientras pasaba la lluvia” (García, 2007, p. 351).
Posteriormente, en los expedientes judiciales y en los textos de la escuela primaria quedó establecido que la compañía bananera no solamente no tenía, ni había tenido, ni tendría jamás trabajadores, sino que la compañía bananera no había existido nunca (García, 2007, p. 442). En entrevista con W Radio en el año 2017, María Fernanda Cabal afirmó que “la masacre de las bananeras es otro de los mitos históricos que trae siempre la narrativa comunista”. Agregó que García Márquez creó el mito de los tres mil trabajadores asesinados cuando en realidad fueron más los soldados asesinados por esa confrontación en la que el sindicato fue penetrado por la Internacional Comunista. Esta voluntad falsificadora propia del negacionismo quiere invertir deliberadamente el orden de las cosas, trastocar la naturaleza de los hechos y borrar de tajo la historia a través de la mentira.
En Colombia, La historia era asignatura incluida en el plan de estudios de las instituciones educativas del país. Sin embargo, en 1984, durante el mandado conservador del presidente Belisario Betancur, ella perdió su autonomía y en 1994 desapareció definitivamente del plan de estudios de la formación básica, y quedó contenida en la materia de ciencias sociales. 1984 parece ser tan solo una coincidencia irónica de la historia de Colombia con el libro de George Orwell. “Y si todos los demás aceptaban la mentira que impuso el partido, si todos los testimonios decían lo mismo, entonces la mentira pasaba a la historia y se convertía en verdad” (Orwell, 2000, p.44). El Ministerio de la Verdad era el ministerio de las mentiras y se ocupaba de las noticias, el ocio, la educación y las artes, al tiempo que suministraba periódicos, películas, música, teatro y libros. “En la mentira total, el propio lenguaje se retuerce y se adapta a la mentira. Las distinciones conceptuales claras se tornan imposibles (Han, B-C. 2023).
La extrema derecha negacionista colombiana ha hecho suyos los lemas del partido de la novela orwelliana: La guerra es la paz. La libertad es la esclavitud. La ignorancia es la fuerza. La mentira es la verdad.
Quiere destruir la posibilidad de construir socialmente la memoria, tan crucial para alcanzar algún grado de verdad y la justicia. Su destrucción o alteración perpetúa la guerra y promueve la ignorancia política en un país sumido en el olvido, pero ebrio de odio por un pasado que aún ignora.
David Rico
Foto tomada de: Radio Nacional de Colombia
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