Y en esa lógica, este es el período de negociación del salario mínimo para el año siguiente; la Comisión de Concertación se vuelve relevante y la espera de un acuerdo siempre pende de un hilo. Unos y otros actores en la mesa ponen sus ideas en apariencia soportados por cifras mágicas que no logran cubrir el año completo, de un lado, y, de otro, se vuelven irrelevantes, o incompresibles, como es el caso de la productividad, un valor que poco entienden aun los economistas más avanzados, pero sorprende ver como sirios y troyanos hablan de productividad total, productividad laboral y productividad del capital, convenciendo a las audiencias que saben de qué están hablando.
El Dane reporta que el 9.9% de la población ocupada, es decir 2.2 millones de personas ganan un salario mínimo. Entre 1 y 2 salarios mínimos gana el 39.5%. El 45% aproximadamente se gana menos del salario mínimo. Cifras similares en el mercado laboral se pueden leer para el año 2000. Es decir, 24 años de reformas laborales, donde con la verdad absoluta de que si se baja el costo del trabajo aumenta o se formaliza el empleo (tesis mantenida por la reciente Misión de empleo del gobierno Duque) cuando lo que se ha logrado es precarizar el trabajo sin que por ello se hayan cambiado las condiciones estructurales de los mercados laborales y mucho menos de las y los trabajadores del país.
Mientras tanto, en la Comisión Séptima de la Cámara se retoma la discusión de la reforma laboral y es en ella donde el país debería estar volcado para discutirla, de allí sí que deberían salir los cambios estructurales que se requieren. Pero ya ha empezado a manifestar la oposición, la misma que se opuso con muchas mañas a la reforma de salud a decir, junto con los gremios, que se está labrando el peor de los mundos.
Hay dos Misiones laborales sobre la mesa, una oficial y la otra alternativa, que a propósito fue coordinada por el actual ministro de Hacienda. Los análisis están realizados, aunque la discusión poco se ha querido dar. La misión oficial llamó a la otra para escucharla y solo fue eso. Los empresarios y comerciantes le apuestan a seguir profundizando la reducción de los costos laborales. Otros sectores nucleados en la Misión alternativa han buscado opciones que se reflejan, en parte, en la reforma que hace tránsito. El primer punto de encuentro de la reforma debió haber sido en la mesa de concertación. Pero además los gremios han pedido parar el tránsito de la reforma para poder avanzar em la discusión del salario. Todo será infructuoso. Este es un Estado diseñado para que no haya concertaciones sobre los grandes temas y, peor aún, para que las cosas sigan su curso y los cambios posibles no lo sean. A todo esto, se le llama fortaleza institucional.
Ahora bien, ha sido una constante que todo esto se negocie con un supuesto mayúsculo: se homogeniza la situación laboral de las urbes, las zonas rurales, étnicas y campesinas, incluso se obvian las economías populares, en un país con una informalidad del 55.7%. El trabajo rural, y especialmente el campesino, está por fuera de las lógicas con las que se deciden los aumentos o las pretensiones de una mayor formalidad. Ese salario mínimo puede influir en cerca del 14% de la población ocupada en la ruralidad y la ruralidad dispersa, pero poco, casi nada impacta sobre las economías campesinas que son básicamente unidades productivas familiares de las cuáles sus integrantes derivan su sustento, usualmente se les llama trabajadores cuenta propia, y el trabajo de las mujeres, del cuidado e incluso de la producción para el consumo propio de alimentos, sencillamente no existe, se nombra con otro eufemismo: “las mujeres están en la casa”.
Para las y los campesinos habrá que pensar y concertar nuevas y mejores alternativas. La idea del jornal agropecuario es loable en principio, pero carece de todo el sentido de la realidad para la mayoría del territorio nacional, e inclusive si se analiza por zonas y tipos de cultivos y producciones pecuarias, el asunto se vuelve de mayor complejidad. Esto excede nuestras mentes urbanas. Hay que trabajar los mercados rurales, campesinos y étnicos de manera diferenciada y con los actores en sus territorios. Y esta discusión debe necesariamente pasar por la protección de derechos y la Renta Básica Campesina.
Es una lástima que el país formal pierda la oportunidad de realizar concertaciones, así como los cambios estructurales que permitan entender las diferencias en los mercados laborales de las regiones, pero también de los grupos poblaciones, especialmente en las economías populares, étnicas y campesinas.
Pero esto de la insensatez y la poca racionabilidad va creciendo: mientras la inversión extranjera asciende, la inflación disminuye, el empleo aumenta, el turismo nacional e internacional en el país adquiere un vigor sorprendente, entre otras razones para estar optimistas; de manera un tanto ilógica, los mensajes de pesimismo, de hecatombe, de nubarrones, se difunden desde instancias como el Banco de La República, que se ha convertido en el gran centro técnico de la oposición (contrasta incluso con la visión menos ortodoxa de los tanques de pensamiento tradicionales y empresariales), pasando por empresarios nerviosos, oposición sin argumentos pero capaz de generar miedos, hasta la gente común que con toda justificación, al oír tantas señales de pánico, terminan por paralizarse esperando que el tiempo vaya mostrando otros resultados, los mismos que tanto esperan los opositores a otras formas de comprender la economía: que nada pase para que todo siga igual.
Es más que se pueda volver a los tiempos donde se promueven el sudor y las lágrimas, confiando eso sí que volvamos a lo de antes, como lo ha hecho Argentina, la misma que hace 30 años empezó con Domingo Cavallo su inserción a lo que nosotros llamamos la Apertura Económica. Este proceso que de manera errónea llama “libertaria” el nuevo presidente argentino Milei (que además plantea que Cavallo (el hacedor de la gran debacle argentina, de la paridad del peso y el dólar) es el mejor economista que ha tenido su país).
De nuestro fracaso económico y social depende que el péndulo vuelva a moverse, y esa apuesta se está haciendo, aun cuando el país tenga que sufrir. Esto que está lejos de ser un buen proyecto de país, debe revertirse en acuerdos nacionales, sectoriales y territoriales que posibiliten, por fuera de intereses particulares, establecer nuevas sendas de crecimiento y desarrollo, que den garantía a los menos favorecidos, especialmente a las economías campesinas que deben materializar el ser sujetos de derechos y de protección especial, tal y como la plantea la Constitución Nacional.
Jaime Alberto Rendón Acevedo, Director CEIR, Centro de Estudios e Investigaciones Rurales
Foto tomada de: La FM
Albert Sodemann says
Excelente análisis de Jaime Rendón. Como siempre queda la duda como salir del fracaso. De verdad, la política monetaria del Banco de la República confunde una crisis estructural económica y financiera con una crisis coyuntural a corto plazo. Su política de intereses elevados no frena la supuesta inflación “coyuntural”. Habría que analizar a mas fondo si la tan elogiada inversión extranjera no ha venido simplemente para especular con títulos financieros a corto plazo lo que explica el aumento de la taza de cambio del peso colombiano contra el US$. En este caso no contribuye a un crecimiento real del PIB ni al empleo. El campo sigue manejándose con criterios feudales. Mucha tierra dedicada a ganadería extensiva acompañada con una tala de bosques desmesurada ha contribuido a desempleo estructural rural y daños ambientales como perdida de recursos hídricos y fertilidad de suelos. El TLC no tiene sentido y ha contribuido a una desindustrialización en Colombia y favorecimiento del latifundio para exportación de materia prima agraria. La importación de bienes industrializados ha contribuido a déficits en el balance internacional y mas dependencia de alimentos importados. Lamentablemente el pueblo vende sus votos contra dinero cuando elecciones. Hace falta mejor investigación y educación para salir de todo sin viole3ncia.