con la creencia en un Dios todo poderoso y bondadoso?”
(Max Brod. 1942).
Mi vida con el novelista checo de origen judío Franz Kafka, ha sido bastante curiosa: me entregue de manera pasional a la lectura de Carta al Padre, porque ahí me veía retratado en la situación dominante que sostenía con mi madre. La adoré, me adoró, sin embargo, para justificar mi huida del hogar, me atreví a escribir una Carta a mi Madre y, así hice catarsis y protesta. En una de mis fugas del entorno, fui teatrero y logré adaptar y dirigir una versión de La Metamorfosis, con la cual mi grupo de teatro ganó un orgulloso premio provinciano. Pasaron los años y sus vicisitudes y fue precisamente en un hospital psiquiátrico donde tuve el tiempo necesario para dedicarme a la lectura silenciosa de sus Diarios (KAFKA, Franz. 1953. Diarios: 1910-1923. EMECE. Buenos Aires). Conocí parte de la intimidad del autor del Proceso, el Castillo y América, a través de Canetti (El Otro Proceso de Kafka: las cartas de Kafka a Felice. Nórdica. 1968), pues él cuenta el sufrimiento del amor, la impotencia emocional, la indecisión, los miedos y la frialdad de una relación, en un ensayo lúcido y, valga decir que de Canetti me ha gustado más la ensayística que la narrativa; tanto, que ya de Auto de Fe, no recuerdo sino la incineración de la biblioteca.
Max Brod escribió cerca de noventa novelas, ensayos, artículos, cuentos y obras musicales. Es un grande de la literatura alemana y de la cultura judía, aunque hoy poco se publique y se lea; pero sobre todo es el salvador de la obra y la memoria de Kafka, al traicionar el mandato de este, pues nunca quemó sus escritos como se lo pidió en una nota final. Este, en su obra Paganismo, cristianismo y judaísmo escribió:
“No nos habíamos preocupado lo suficiente por las fuerzas de la realidad … los
demonios nos habían alcanzado desprevenidos”.
Y, de otro lado, el crítico estadounidense Harold Bloom, en su extenso y magnífico tratado El Canon Occidental; que viene desde la Torá hasta nuestros días, afirma: “Kafka es a la literatura judía lo que Dante al catolicismo y John Milton al protestantismo: el arquetipo del escritor”. Sin embargo, a él lo persiguió la indecisión, la ocultación, la oscuridad y
su escritura “es un tipo de plegaria” ante las atrocidades del individuo y del mundo. Denunció los efectos deshumanizadores de las burocracias anónimas, develó el irracional poder estatal, el grado insignificante de los individuos, los hombres como objeto y cosa.
Pero todo esto viene a cuento, porque me ha llegado por azar un magnífico texto de historia, crónica y ensayística (BALINT, Benjamín. 2020. El último proceso de Kafka: el juicio de un legado literario. Ariel. Barcelona), con el cual vuelvo a los procesos personales e intelectuales del misterioso escritor, que es el más grande de Checoslovaquia y uno de los mejores novelistas alemanes, judíos y de la humanidad entera. Y la modesta reseña de este libro, la hago en parte, para referirme de soslayo a los problemas culturales de la cruenta guerra entre Isael y Hamás en la ya destruida Gaza.
El texto hace un análisis de la histórica pelea en los estrados judiciales de Israel (dese 1974 hasta 2016), para determinar la propiedad y el último reposo de los legados literarios de Kafka y su amigo íntimo, cuidador, editor y heredero inicial de su obra, el también gran escritor Max Brod. El pugilato fue por un cúmulo de manuscritos, cartas, dibujos, borradores, originales, novelas, cuentos, ensayos, artículos, aforismos y obras musicales. La puja se dio entre los representantes legales de El Archivo de Literatura Alemana de Marbach, quienes alegaban que eran autores alemanes; la Biblioteca Nacional de Israel, que argüía eran judíos y Eva Hoffe, heredera de Esther Hoffe secretaria y amiga íntima de Brod, que a la sazón era el primer poseedor de los materiales de Kafka. La culminación del juicio favoreció a Israel, justificando que tales documentos, aunque no habían sido escritos en lengua hebrea, pertenecían a la cultura judía y, era de interés nacional su máxima preservación, y así quedarían abiertos a los investigadores internacionales de la literatura. Por parte de Franz no hubo quien reclamara, pues sus familiares más cercanos, fueron exterminados entre 1941 y 1944. Es decir, entraron a ser patrimonio de la cultura hebrea y judía. Hay que anotar, que el escritor checo, frente a los alegatos y su oscura minuciosidad, fue premonitorio, en lo que se puede colegir alegóricamente de la lectura de su novela El Proceso. Pero Eva que sufrió todos los avatares jurídicos de este legado, llegó a decir:
“Ni siquiera Kafka podría haber escrito un cuento tan kafkiano”.
De esta inmensa y profunda disertación jurídica, literaria, filosófica y religiosa, deseo destacar algunos apartes, para relacionarlos directa o indirectamente con la nefasta situación histórica que el mundo observa con interés o indiferencia; pero que solo se ve desde el amarillismo y la venganza. En ese litigio Alemania no insistió mucho, porque “aún hay una consciencia de culpabilidad debida a la guerra y al Holocausto”. Al respecto opino, que, en parte, hoy sucede lo mismo con Occidente, para favorecer a Israel en sus exageraciones y negarse a vetar los crímenes de lesa humanidad que allí se están cometiendo. Hay que recordar que “el sionismo se escribió en alemán” y que ha habido “una retórica belicosa” como ejemplo de “gesto de guerra cultural”. La “embriagadora mezcla de sionismo y socialismo” atrajo a muchos intelectuales”; pero olvidándose lo que el mismo Brod escribió:
“Ese Estado judío que queríamos preparar “allí” en Palestina, debía fundarse sobre la justicia y el amor altruista entre los individuos e incluía, como norma, ofrecer amistad y ayuda a nuestros vecinos cercanos, los árabes”. Y llegó a denunciar tempranamente que sionismo era “un florecimiento tardío del imperialismo europeo occidental”. Pero a Brod “lo perseguía una profunda necesidad de ser comprendido en Israel”.
Pero un personaje de Kafka ya había sentenciado: “El pueblo de los ratones, siempre ha sabido salvarse a sí mismo, aún a costa de sacrificios que estremecen de espanto al historiador”. Pues frente al malvado nacionalismo alemán se ha creado el atroz nacionalismo judío; tanto que en palabras de Brod “el nacionalismo judío no debe crear otra nación chovinista. Su único propósito es devolverle la salud al genio judío, comprensivo, reconciliador e inclusivo, que hoy en día ha degenerado”. Pues el sionismo se ha convertido en “neopaganismo” y ha “bestializado la política”. Pero en principio este se entendió como “un medio de renovación espiritual”. Kafka ya le había escrito a Felice acerca de “la oscura complejidad del judaísmo, que contiene tantos misterios impenetrables”. Y en un escrito titulado “Chacales y árabes”, se puede hacer la sinonimia entre Israel y Hamás.
Todo esto, a pesar de que “Kafka extirpa meticulosamente de sus personajes toda identidad étnica discernible, todo conocimiento de sus orígenes y tradiciones, y a menudo incluso los apellidos”. El poeta Auden dijo: “Los problemas de sus héroes son los problemas del hombre contemporáneo” y su modelo “de hombre corriente” es el “ideal de la humanidad”. Más bien se le atribuye un “judaísmo humanista”. Y Gershom Scholem lo ve como un “maestro de la exégesis judía”, obsesionado por la Ley, en la que el maestro desaparece, como en La Cábala, “ocultando su cara”. De esto está llena toda su literatura cifrada. Por eso Margaret Susman afirma: “El silencio de Dios y sus consecuencias son el objeto último del arte de Kafka”, pues según El Libro de Job, ese arte “expresa el encuentro judío con la ocultación divina y el sufrimiento incomprensible”.
El reconocimiento tardío de que Kafka no pertenece a nadie; pues según dijo Joseph Brodsky al recibir el Premio Nobel “El arte nunca lo poseen: ni los mecenas ni los propios artistas”. Y ante los pugilatos por las identidades y las pertenencias, es preciso acotar que “la afirmación artística y la afirmación nacional son bastante distintas”; pero la historia de la cultura conoce muchas utilizaciones como la de Wagner, Nietzsche y Kafka. Ya que el arte siempre será revulsión, ironía e indiferencia frente a lo estatal, lo finito y los juicios terrenales y la esperanza de los celestiales.
Aprovecho este bellísimo libro, para cometer la siguiente digresión personal. Dentro de mi formación intelectual he sido muy influenciado por los autores alemanes de origen judío y, por supuesto, por austríacos, checos y húngaros, que me han dado claridad para ver la vida y la historia de otra manera distinta, cada uno desde su perspectiva literaria y filosófica. Con ellos me he metamorfoseado a lo largo de la vida personal y, aún acudo a ellos para seguir bebiendo en sus canteras de iluminación espiritual y, no solo académica. Pues a la cultura centro europea y al Imperio Austrohúngaro, hay mucho que aprenderle, porque sus luces aún iluminan la cultura universal. Esto de ninguna manera es un conservadurismo, es una justicia histórica, no desde la política, sino desde la cultura como tal. La lista es larga, compleja y muchas veces contradictoria; pues afortunadamente a estas alturas de la vida no soy ortodoxo. Empiezo por confesar que paulatinamente me he ido separando de Jesús y de Marx, justamente en la medida en que vivo y siento más esta tierra, con todas sus ventajas y falencias naturales, sociales y políticas. Del hombre que se debate entre Israel y Palestina, me queda la figura histórica de un gran líder espiritual, político y social y, del fundador o inspirador de una cultura, que, por encima de mis herejías y contradicciones, aún persiste y aún lo haga sobre el mandato del amor y no del castigo, y menos del terror. Del analista más científico del modelo capitalista, no dejaré la lucha por la justicia y, en parte, la perspectiva filosófica e histórica que abrió en términos renovados frente al idealismo y las derechas. Freud me ha enseñado a sospechar de mí mismo y de toda la cultura, dándome a entender que no solamente me debo a mi voluntad y a mi razón; pues muchas de mis visiones y actuaciones están presas de mi inconsciente. Parte de mi inspiración para mi rebeldía juvenil fue gracias a las obras de Marcuse. Aunque poco entiendo de física y matemática, lo que logro comprender del universo se lo debo a Einstein y sus herederos.
Del “marrano de la razón” (Spinoza) admiro la arquitectura de sus formulaciones filosóficas y éticas, y la concepción de la ética ciudadana y laica. Wittgenstein me ha ayudado a entender más claramente los presupuestos discursivos. Canetti me dio a conocer Marrakech y las condiciones detalladas de las relaciones entre la masa y el poder, antes que el mismo Foucault y Deleuze. Conocí algo del Círculo de Praga cuando me atreví a incursionar en la lingüística. Recuerdo con mucha admiración algunas biografías de Zweig y, él me dio a conocer la Viena cultural de su tiempo. Por Benjamín sigo viendo aterrorizado el ángel de la historia que no se detiene ni en Ucrania ni en Gaza. Me he arrimado un tanto a Scholem para conocer sobre la cábala y su biografía de Benjamín. Anna Arendt me ilustró filosóficamente acerca de la banalidad del mal y los orígenes del totalitarismo. De Steiner gozo desde Babel hasta Los Logocratas, porque sigue siendo una conciencia lúcida y crítica de la cultura occidental. Volví a leer historia desde sus orígenes hasta la actualidad, de la mano de los tres tomos de Yuval Noah Harari, que no dudo en recomendar.
Con Adorno y Horkheimer inicié mi conocimiento de la Escuela de Frankfurt, aunque ya soy distante de ella. Vi y monté el teatro de Brecht en mis años mozos. De Thomas Mann sigo atrapado, pues recientemente leí a su esposa y a su hija. Por Musíl conocí las preocupaciones del hombre europeo frente a su fin de siglo, tema que renové con la deliciosa y profunda narrativa de Sandor Márai. He disfrutado mucho de las historias de Woody Allen y un poco de las novelas de Philip Roth. A Paul Jonhson le debo la Historia de los Judíos y los intríngulis personales de la historia de algunos intelectuales que me han interesado mucho. Y nunca he leído las Memorias de Anna Frank, porque no deseo hundirme más en el Holocausto.
Con lo anterior quiero decir que de tanta sabiduría solo he tomado migajas, que me han dado mucho placer, pero que a la vez me hieren, ya que “todo acto de cultura es un acto de barbarie” como sabiamente lo calificara Walter Benjamín. Incluso, el gran Einstein, ante los destrozos de la bomba atómica diría que “se avergonzaba de la
especie”. Mis dudas sobre el marxismo y sus herederos de occidente y oriente también residen en que es un mesianismo atroz. Y en esto coinciden cristianos, nazistas, comunistas, sionistas y musulmanes. Hemos torturado al hombre hasta la saciedad, en su lucha por el paraíso, ya sea en el cielo o en la tierra. Me consuela que en la literatura de Kafka se da una “poética de la no-llegada” como la califica la filósofa norteamericana Judith Butler y, que el arte en general es premonitorio, es redención, es rebeldía y es esperanza, aunque nunca llegue precisamente a un fin; por eso es el mejor solaz del camino.
Tanto a Israel como a Hamás, es necesario acordarles el aforismo No. 15 de Franz Kafka: “Como un camino en otoño: tan pronto como se barre, vuelve a cubrirse de hojas secas”. Los musulmanes nunca acabarán con los judíos expandidos por todo el mundo y, los israelís tampoco terminarán con Hamás y Hezbollah; pues cada niño huérfano o mutilado será un futuro terrorista.
Francisco A. Cifuentes S.
Foto tomada de: Ethic
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