A partir de creencias, absoluta e ideológicamente infundadas, buena parte del país económico y gremial con el eco mediático de medios relevantes se ha opuesto no solo a las reformas, sino que logrado imponer una narrativa de la crisis y del fiasco económico. De hacer ver que el país va en la dirección de Venezuela y que el presidente es un dictador que en cualquier momento nos va a dar su zarpazo final. “Si no fueran tan dañinos darían risas” y el problema es que tienen eco en buena parte de la población que confía en ellos y ellas. Para escribir este artículo, cómo usualmente hago, empecé a preparar los datos y en general las evidencias empíricas de lo que iba a plantear. Sin embargo, al empezar a confrontar esos datos de 2022 y 2023, empecé a recordar las preguntas, las discusiones, las angustias de mi entorno, de la gente con la que hablo, de los periodistas que amablemente me consultan, y considero que es más relevante traer esto a colación.
Para finalizar el 2022 la inflación estaba al alza, se pronosticaba una caída fuerte del PIB, para algunos analistas podría ser de cero o incluso menos. El desempleo cedía muy poco, el dólar tocaba los $5.000 y con la entrada del nuevo gobierno y la reforma tributaria, se pronosticaba que “la gente de bien” se iría con sus patrimonios y sus inversiones a otros lados. Las expectativas por dónde se mire eran nefastas.
Y pasó algo que también se temía. No hubo acuerdo del salario mínimo, las discusiones eran las mismas de hace ya más de 20 años en la Comisión de Concertación: el salario mínimo solo puede subir la inflación, que es la obligación constitucional, más otro poquito de productividad, y como esta ha sido y se esperaba a la baja es menor que fuera cercano a la inflación y así no generar desempleo y crisis. Obviamente las centrales obreras, pensionados y un sector de los analistas, entre los que me incluyo, planteábamos cosas distintas.
Así que el Gobierno expidió el decreto que aumentaba 16% el salario mínimo, casi tres puntos por encima de la inflación. ¡Qué problema este! Se gritó a los cuatro vientos que este gobierno del cambio nos llevaría al cadalso. No había como explicar que las evidencias empíricas en el mundo y en la región demostraban que el planteamiento de los empresarios en la Comisión no era cierto, que solo era un supuesto de unos hacedores de política que seguían las directrices de un modelo económico agotado.
Y emprendimos el 2023. El ministro de Hacienda había sido ya ministro de Agricultura, director de Planeación Nacional y codirector del Banco de la República. La ministra de Agricultura repetía, Alejandro Gaviria llegaba como ministro de Educación, Lizcano, Roy, Benedetti, el partido Liberal, la U y el Conservador, entre otros, tuvieron participación y ministerios. Incluso con los primeros movimientos del gabinete las participaciones se han mantenido. Las relaciones internacionales se han fortalecido y estamos en un punto muy alto de los buenos entendimientos con el Gobierno norteamericano. Así que los llamados al pánico institucional no venían al caso. Algunos, no tanto como se quisiera, lo han ido entendiendo, y mientras gremios como Fenalco siguen enfurecidos mostrando el peor escenario posible, empresarios regionales y otros de los llamados cacaos, han empezado a acercarse a los llamados al pacto nacional y ya se comienzan a mostrar resultados interesantes: la Guajira con el Grupo Sarmiento, la reunión de Cartagena, el acuerdo Gobierno- Gilinski y el Grupo Empresarial antioqueño, la reunión con los banqueros, dan cuenta de esto, solo para mencionar casos relevantes.
El PIB, entonces, se espera haya sido positivo en el cuarto trimestre cerrando el año con un crecimiento del 1%, aleja el fantasma de la recesión y queda por encima de lo proyectado un año atrás. Para el 2024 la mayoría de las analistas espera un crecimiento cercano al 2%. El desempleo es de un dígito y la inflación, aun con el “golpe” dado para disminuir el déficit del fondo de hidrocarburos, eliminándose el subsidio a la gasolina, lleva nueve meses a la baja. Se demuestra así que el aumento del salario mínimo poco incidió, lo que desvirtúa cualquier mal presagio cuando en este año el Gobierno volvió a aumentar de manera significativa el salario mínimo que, sin duda, es una recuperación a la capacidad adquisitiva de los más pobres.
Los indicadores macro e incluso microeconómicos son al alza, mejores que los presentados un año atrás. Los déficits se han mejorado, se cumple con la regla fiscal y la deuda pública logró reducirse producto no solo por una mejor tasa de cambio sino de pagos anticipados que realizó el Gobierno. La confianza inversionista se mantiene, la adjudicación de 5G representa nuevos competidores y grandes inversiones por los que hoy existen en el mercado de las comunicaciones. Sectores como los de energía, infraestructuras, vivienda también tienen importantes programas de inversión en este 2024. La entrada de mandatarios locales significará en su primer año de gobierno un auge de inversiones que deberá impactar de manera positiva en los territorios.
Jamás el Ministerio de Agricultura había tenido un presupuesto tan alto (9.1 billones de pesos), que implica avanzar en la compra de tierras, sus adjudicaciones y en general en la reforma rural integral. Para las economías populares, las economías étnicas y campesinas, lo que se está haciendo en políticas públicas activas para su beneficio marca un hito que supera lo hecho hasta ahora. Esto con programas fundamentales de apoyo, fortalecimiento y reconocimiento de derechos campesinos como el que ha venido desarrollando el SENA a través del repotenciar su actuar campesino con la estrategia CampeSENA.
El gran reto de la economía colombiana es entonces la inversión: con los escenarios de catástrofe descritos es ingenuo pensar que algunos empresarios mantengan o amplíen sus inversiones y que la gente se disponga para adquirir bienes durables y más precisamente en los mercados inmobiliarios. Acá hay dos hechos a trabajar, el primero las narrativas de crisis deberán trascenderse plenamente y, segundo, que algunas entidades gubernamentales se dispongan a realizar y ejecutar lo debido. A esto se le debe sumar un nuevo mensaje de reducción de tasas de interés por el Banco de la República, que, conociendo su conservadurismo, lo va a seguir haciendo de manera muy moderada a lo largo del año.
El 2024 es un año de calma electoral, sería de esperar que prevaleciera la sensatez política y no se hiciera oposición con la economía o con las reformas por las que la mayoría del país votó favorablemente. Esto sin negar la discusión sobre las mismas y con el propio accionar del gobierno que toda democracia seria debe de tener. Pero cualquier cosa puede esperarse, así que queda jugar: uno, con el ejemplo y realizar, como debe de ser, una gestión pública pulcra y comprometida con el país; y dos, trabajar con los diferentes agentes económicos que lo quieren hacer generando procesos virtuosos, públicos-privados y de la sociedad civil, que le permitan a la gente creer sobre cosas ciertas y no tener expectativas erradas con base en narrativas infundadas. Las expectativas se forjan a partir de realidades y la única manera de contrastar las mentiras es con hechos. El camino aún es largo y posible.
Jaime Alberto Rendón Acevedo, Director CEIR, Centro de Estudios e Investigaciones Rurales
Foto tomada de: Agencia de Periodismo Investigativo
Maribel says
Contundente para nuestras apuestas políticas!
Gracias por ilustrarnos!!