“Ese bolero es mío
Desde el comienzo al final
No importa quien lo haya hecho
Es mi historia y es real
Ese bolero es mío
Porque su letra soy yo”
(“Ese bolero es mío”. Mario de Jesús. 1924-2008)
Para Mario, mi bolerista insigne.
PALABRAS CLAVES: Música, bolero, amor, luna, locura, Latinoamérica, baile.
PRESENTACIÓN
“Amar es empapar el pensamiento/en la fragancia del edén perdido/
Amar, amar es llevar herido/Con un dardo celeste el corazón.
(Amémonos. Manuel María Flores y Carlos Montbrun Ocampo)
En este ensayo no pretendo hacer una historia del bolero; además, si no es la intención, la bibliografía al respecto es prolífica, y en la investigación que se realiza para ello se restringe a pesquisas aleatorias para justificar unos gustos personales y unas argumentaciones apropiadas a la perspectiva del escrito. Tampoco tiene un hilo cronológico coherente; algunas fechas se citan en la medida que sean estrictamente necesarias, para aclarar ciertos asuntos. Igualmente, no se trata de una discografía completa; ni más faltara en un mundo tan vasto como la música romántica iberoamericana; pero algo de ello se haya, cuando así lo requieren las alusiones escogidas.
Muy libremente se acude a una cierta hermenéutica para tratar de interpretar algunos títulos de canciones y versos escogidos, acorde con los subtítulos que delimitan la estructura de este escrito. Se trata de interpretar el significado de algunas palabras y enunciaciones, de buscarle sus intenciones humanas y sus relaciones con algunos pensamientos filosóficos y poéticos; para solaz de mi persona como escucha y amante del bolero.
Nos atrevemos a decir que en esta especulación personal existe algo de intención semiológica; para auscultar la producción de sentido que le alberga al bolero. Es bueno preguntarnos qué sentido tienen sus títulos y sus versos, a la luz de mis clasificaciones personales. Qué presume el bolero, qué es lo que adivina; cuáles son sus pálpitos, sus señales, sus voces, sus códigos. Qué significan sus gemidos, sus gritos y sus susurros. Mejor dicho, qué hay detrás de su tarara ra ra?.
Entre la perspectiva elemental de cierta hermenéutica y cierta semiología, se va construyendo un corpus de comprensión y un campo de mínimo saber; solo para degustar más profundamente el bolero y, conocer por la vía de la escucha, algunas aportaciones a la cultura musical iberoamericana; ya que el bolero, en su producción e interpretación, ha trascendido el marco latinoamericano. Y, en esto, su profunda relación con la poética de lengua española ha sido clave. Una y otra, la lírica y la música se han autoalimentado, para bien del espíritu del ser, allende de la península y para prestigio del hombre nativo e híbrido, que ha actuado bellamente en la historia de la cultura contemporánea.
Cuando pretendemos hablar del ser en general y de sus propiedades trascendentales y, esto se lo acomodamos al discurso del amor y por ende al del bolero, estamos tratando de hacer muy libremente una cierta ontología. Las elucubraciones acerca del ser amado, de la búsqueda del amor, de sus relaciones con la eternidad y la trascendencia, son propias de las letras y las intenciones expresas o sugeridas de los boleros. La ontología también contiene los siguientes elementos que se le pueden aplicar al análisis del bolero: la contradicción fundamental entre amor y desamor, la pretendida identidad amorosa del ser (ya sea hombre o mujer), el famoso tercer excluido; precisamente cuando se refiere a la infidelidad o la competencia y, la llamada razón suficiente; que en este caso es el corazón, no la razón y; por él se vive, se ama y se muere. O, dicho de otra manera, él le da razón a la existencia. Y esta es toda una filosofía muy propia del bolero.
Aristóteles habló de la metafísica como “ciencia primera”, Kant habló de ella como “la necesidad inevitable” y Schopenhauer denominó al ser humano como “animal metafísico”. En general hablamos aquí de la pregunta profunda por la condición del ser; incluso, más allá de la experiencia y de lo fáctico. El hombre es amoroso, necesita amar y ser amado, toma el amor como vía para la trascendencia, se constituye así mismo amando. El bolero, en su aparente elementalidad y sencillez, toca demasiado estos temas; tiene múltiples versiones de las mismas preocupaciones constitutivas del ser y su existencia fenoménica. Por todo lo anterior, en las reflexiones que continúan, en las categorizaciones, en las descripciones y en los ejemplos que se citan, nos permitimos decir que este ensayo es una pretensión de cierta ONTOLOGÍA METAFISICA DEL BOLERO.
CONTEXTOS Y HERMANDADES
“Soy prisionero del ritmo del mar/
De un deseo infinito de amar/
Y de tu corazón”
(Prisionero del mar. Luis Alcaraz)
“Esa negrura que ronda por tu ser/
Talvez sea un gran querer lejano”
(Negrura. Luis Guicho Cisneros)
Hemos sido receptores activos del amor caballeresco, de los aires y formas cortesanas, de lo andaluz, de lo flamenco, de los trovadores y por supuesto de la habanera, el bolero español y nos hemos quedado con la guitarra. Hemos sido influidos por todo El Siglo de Oro, la Generación del 98, la Generación del 27. Aquí se han leído con alborozo las Rimas y Canciones de Gustavo Adolfo Bécquer, hasta los versos y canciones de Manuel Serrat y Joaquín Sabina, pasando por todo nuestro adorado Lorca, el exquisito Pedro Salinas, el sencillo y atormentado Miguel Hernández, el caminante de las olas Antonio Machado, Alberti, Diego y tantos otros que nos han dado ánforas llenas de amor y pasión para la elaboración de nuestros más bellos boleros.
En Latinoamérica, para no hablar del mundo, siempre han estado adheridas la poesía y la barbarie, la música y la muerte y, en muchos casos, siempre han sobrevivido el tango, la ranchera, la salsa, el rock y el bolero, ante las ausencias personales y colectivas. Por eso, el gran Manuel Mejía Vallejo, el mismo de Aire de Tango, nos canta así:
“Le gustaba su música, cantaba sus canciones, hasta que lo encarcelaron. Por muchos días la guitarra calló, pero a ciertas horas oíamos seis cuerdas sin que nadie las pulsara, como ensayando un aire de ausencia” (MEJIA Vallejo, Manuel y MUTIS, Álvaro. 2013. Una canción. En: La Intacta materia de los días. Alfaguara. Bogotá. Pág. 24). Y Borges nos remata: “Un símbolo, una rosa, te desgarra y te puede matar una guitarra” (poema “1964”).
Así, el bolero en España retumba en las voces de Sarita Montiel, Rocío Dúrcal, Ana Belén, Pasión Vega, Luz Casals, Concha Buika, Rosalía y Diego El Cigala, por nombrar solo algunas estrellas de la pléyade hispana. Y todos ellos le deben demasiado al cubano Don Antonio Machín, que lo llevó a España y Francia, con frutos imperecederos.
Ingresaron a nuestra sangre y se quedaron en nuestra piel las vibraciones de los negros, parte de su vocabulario, su cadencia y su arrebato. Toda la música cubana y antillana da bellas muestras de toda esta magia, que asiste la destreza de los pies, el vaivén de las caderas y los hombros, para quedarse enternecida en el corazón de Latinoamérica. Toña La Negra, Bola de Nieve y Benny Moré, son apenas algunas de nuestras insignias de color, que nos han arrullado las noches, en la playa, en el bar o en cualquier aposento, donde halla pasión o donde estemos recordando con verdadera obsesión.
Desde estos lares hemos tributado tambores, aires, silbidos de la selva, colorido y magia de las montañas, historias increíbles, mucho amor, mucho amor por la tierra, el cosmos y el ser humano cobrizo, pintado, salvaje y musical. Por eso se le ha dado al bolero una exquisita percusión para acompañar las cuerdas europeas. Nuestros tambores se han dado un banquete musical, en un mano a mano con el piano, sin precedentes en la Opera y en la Camareta. Por eso, con esta invasión musical, Ramón Ilián Bacca habla de “Maracas en la Opera”, Héctor Favio Martínez nos trae “El Tumbao de Beethoven”, Luis Rafael Sánchez nos deleita con “La Guaracha del Macho Camacho” y Humberto Valverde nos remata con “Bomba Camará”.
De estas aguas, montañas y poblados impredecibles; mejor dicho, desde esta “Vereda Tropical” se ha aportado todo el modernismo poético, hecho bolero; pues para mí, este género es toda una derivación de esa cantera lírica. Por eso han irrumpido con sus maravillosos versos José Martí, Rubén Darío y Amado Nervo, entre muchos otros cantores del alma y el paisaje americano. Esta tributación ha llegado metamorfoseada en Agustín Lara, Los Panchos, Roberto Cantoral, Álvaro Carrillo, Pedro Flores, Rafael Hernández, Cesar Portillo de la Luz y Armando Manzanero, pasando por Julio Jaramillo y Olimpo Cárdenas. Y, para que “no me estés haciendo falta”, cabe citar con orgullo nuestro Jaime Rudecindo Echavarría.
Definitivamente este es “Un mundo raro”, híbrido, mestizo y por supuesto multicultural; expresado en el bolero cubano, antillano, puertorriqueño, mexicano, venezolano, panameño, colombiano, argentino, brasilero, chileno, ecuatoriano, peruano, español y los escritos, compuestos y cantados desde Norteamérica. En esta “Convergencia” confluyen Nat King Cole, Miltiño, Consuelito Velásquez cantada por los Beatles, Granada y Noche Criolla hasta los Angelitos Negros. De allí saldrán unas mezclas que particularmente me emocionan: Los boleros en salsa y los tangos en bolero.
En la música conocida como salsa, magnifica expresión de la identidad latinoamericana confluyen las culturas indígena, negra, española y las generadas en los E.E.U.U. Aquí, por efectos de delimitación temática, solo me refiero a una fusión.
Nadie osaba imaginarse que una sombra nada más acariciara en vano; algo tan fugaz y contradictorio; hasta que llega justamente una luciérnaga para iluminar el hastío. Esto es lo que veo, siento y escucho en la voz de Héctor Lavoe. Entre tanto anhelo una Longina seductora, orlada de belleza y de boca nacarada como una flor primaveral. Por eso digo que Hay que vivir el momento, así como me lo recomienda Manteca y, que, para mayor delicadeza, debo acariciarte con Dedo de Guante, a la manera de Miltinho o arriesgarme y darte En un Beso la Vida y así esperar El último Acto, mientras llega el Amigo Sol, a despertarme de esta Fantasía Tropical. Claro que Cheo Feliciano me aterriza, recordándome que ese es Mi Triste Problema, justamente Cuando Me Digas Que Sí, como ya me lo habían advertido Richie Ray y Bobby Cruz. Perdonen esta Confidencia, pero es que tengo el Corazón Herido y en consecuencia me embriaga la Nostalgia. Sálvame de este Deseo Salvaje en esta Mala Noche o déjame en esta Cama Vacía con los Nervios de Acero. De todas maneras, Que Te Vaya Bien, pues tu eres la Dueña y Señora, así con tu Verdad Amarga me cauces un Desengaño. Aun así, yo tuve el Privilegio en La Noche Más Linda, de haber gozado un Amor Fugaz, llegar al Idilio y quedar Sin Palabras.
El tango y el bolero son mis hermanos de la noche, el bailongo y la pasión; es más, casi son gemelos; pues el primer bolero impreso fue Tristezas compuesto por Leonardo Acosta en 1883 y, ya es común entre los historiadores de la música porteña, afirmar que el tango nació a finales de 1800; aunque el primer tango registrado como tal es Mi Noche Triste (1917) de Pascual Contursi, popularizado por Carlos Gardel. Ellos son de la parentela del dolor, la nostalgia y la tristeza, así se bailen con mucha emoción en la fiesta, en el club y en el cabaret. Están en el linaje del desplazamiento; unos desde el África y otros desde Europa. Pero como este no es un ensayo sobre el tango, aquí solo deseo resaltar algunos que bellamente han derivado en boleros. Precisamente por eso mismo “cien años pienso en ti” y llevo “cien años unido a tu existencia”, como reza el bolero aquel cantado por Pedro Infante. Pero, además, para enfatizar su contemporaneidad, hay que señalar que Carlos Gardel nace en 1890 y Agustín Lara nace en 1897.
El tango y el bolero también son músicas ciudadanas y productos de nuestra típica modernidad. Por eso hablan de pueblos y ciudades, de plazas, calles, puertas y ventanas. Con ellos, se puede afirmar, que se da el inicio de la expresividad latinoamericana moderna. Pues la manifestación indígena ya estaba en otros aires, en otras prosas y en otras poesías. Pero en el candombe, la salsa, en ciertas milongas y en el bolero se siente la raíz negra y anticolonial. Continuando con la simultaneidad cronológica y de procesos históricos y socio-culturales, es preciso recordar que la emigración europea hacia la Argentina se produce entre finales del Siglo XIX y principios del Siglo XX, la Revolución de Independencia Cubana del Imperio Español se da entre 1895 y 1898 y la Revolución Mejicana sucede entre 1910 y 1917. En estas circunstancias se crean tres géneros de música muy especiales para la cultura latinoamericana: el tango, el bolero y la ranchera.
Ahora sí. Nunca he podido decidir cuál es la mejor versión de Garúa, pero aquí apunto la del Puma, en la traslación referida. Igual me sucede cada noche con Niebla del Riachuelo y, por hoy, me quedo con José Luis Morenó. Más bien me voy Por La Vuelta de Felipe Pirela y me quedo en las Sombras de Javier Solís. Sigo por el Caminito, porque Quiero Verte una Vez Más. Por eso En Esta Tarde Gris digo Adiós Pampa Mia. Pero el mejor atrevimiento es el de los dos jefes de la música del continente; es decir, escuchar a San Daniel cantando a Gardel: Volver, Por una Cabeza, Mi Buenos Aires Querido, Ladrillo, Golondrinas, El Día que me Quieras y Cuesta Abajo. He ahí “La importancia de llamarse Daniel Santos: fabulación” (SANCHEZ, Luis Rafael. 1989. Universidad de Puerto Rico). Y la verdadera fusión entre estos dos aires se da en la canción titulada Bolero, que es un tango de Reinaldo Yiso y Santos Lipeskur: “ella cantaba y tocaba boleros, y el, quería tangos”.
El mejor bolero que hayan hecho unos tangueros pertenecientes a “la aristocracia arrabalera” indudablemente se lo debemos a Virgilio y Homero Expósito; que entre otras cosas tienen nombre de cantores clásicos de la antigüedad griega. Entre Altemar Dutra y Antonio Machín, prefiero que sea Bola de Nieve quien me diga que veo “fantasmas en la luna de trasluz” y que oigo “el canto perfumado del azul” y, que se despache diciendo, entre sus inmensos dientes y sus negros labios: “yo que he luchado contra toda la maldad, seré en tu vida lo mejor de la neblina del ayer” (Vete de mí).
EL YO LIRICO DEL BOLERO
“Un bolero sincero, alegre y travieso
Un bolero que te rompa el corazón
…
Un bolero para amarrar tu cintura.
Un bolero para alcanzar la locura”
(“Un bolero”. Emilio José)
Normalmente se habla del Homo Sapiens para distinguir el animal del ser pensante, de Homo Económicus para establecer la diferencia entre el animal y el hombre como ser trabajador y productor, del Homo Ludens para señalar la necesidad y la caracterización del juego y el ocio en el ser humano; del ser que habla para radicalizar la diferencia en el lenguaje, que hace al hombre un ser que articula y habla frente a los otros sonidos de los animales; del ser que interpreta para darle valor a su condición hermenéutica y semiológica y el ser humano como sentipensante, en la medida que siente y piensa a la vez y esa es su condición, más allá de todo positivismo y racionalismo. En este panorama tan rico y complejo del ser, abierto a múltiples posibilidades y arrojado hacia el infinito (Heidegger), no se nos puede olvidar la mejor característica que aquí nos interesa: Existe un “Homo Musicus” desde hace 40.000 años, justo cuando el hombre pudo imitar los sonidos de la naturaleza; primero como colectivo y después como individuo; primero con su cerebro, sus sentidos y su voz y posteriormente ayudado con instrumentos básicos de percusión y sonido. Y así nació la Mousiké, como el arte de los sonidos.
Aquí nos permitimos la licencia de dar un salto histórico e invitar dos escritores importantes para la música latinoamericana; en lo que vamos a ir delineando acerca de la configuración y características del Yo Lírico. Pero es en “la Edad Media que la canción se une al verso para cantar, como el bolero, penas de amor y olvido”, según la sentencia de Guillermo Cabrera Infante en su breve texto titulado La Música Extremada (Espasa Calpe S.A. 1996). Y según Carlos Monsiváis en su escrito Escenas de Pudor y Liviandad (Penguin Random House. 1988), en vez de Rómulo y Rémo, hubo una “Roma Tropical”, que fue descubierta por Benny Moré y Daniel Santos.
En ese Yo Lírico, que está dentro de la condición natural y cultural del bolero, existe “un florido amparo simbólico”, para utilizar la expresión de la psicoanalista y escritora Laura Palacios, al analizar “el genuino lenguaje del amor en Hispanoamérica”. Allí todo es deseo, imaginario o real y, lo que se persigue es la huella del andar amoroso. Ella cita a Jaques Lacan (Seminario La Transferencia) al referirse a “la fórmula de la producción del acontecimiento amoroso, donde lo que caracteriza al amante, al sujeto del deseo, es su falta” y en esa búsqueda inadecuada es donde surge el amor y, diríamos nosotros, es ahí donde se crea el bolero. Ese pugilato permanente y eterno entre los amantes y su búsqueda infinita de algo que dice llamarse amor, lleno de celos, suposiciones y fantasmas, se caracteriza porque “su corazón es un campo de batalla, Eros y Tánatos han entrado en guerra. Es en este terreno donde la producción bolerística echa su raíz más profunda, y esa raíz se eleva al cénit” (PALACIOS, Laura. El Bolero como discurso del amor. En: Rev. Página 12. Rosario, 19.07.2012). Así califica el bolero como “esa holística del amor desgraciado”, donde de todas maneras anida el alma, “ese último huésped flotante”. Algo tan difuso, pero a lo que se le escribe y se le canta en el bolero; pues “solo podía llamarse alma lo que permite a un ser soportar lo intolerable de su mundo”, según Lacan. Lo que es totalmente relacionable que la bella expresión de Kundera, al titular su novela “La insoportable Levedad del Ser”. Por eso son muy dicientes estos versos del tema El Bolero de Milo J. y Yami Sfdie: “Tengo un fantasma que to´ el día me persigue / y que me muestra tu sonrisa donde mire / no encuentro la manera de ser libre … Ay, sácame esta maldición … Justo ahí vuelve a atacarme / ese recuerdo de tu sabor”.
Este Yo Lírico está antecedido del Yo Romántico, propio del romanticismo alemán, inglés y francés y emparentado con el Yo Filosófico o el Yo Fichteano. Es la constitución del yo que piensa, desea, siente, cela, ama, clama, se rebela, padece y pide un estatuto en el mundo conflictivo y fantasmagórico, solicita un puesto en el universo. Allí existe “una reacción de los sentimientos contra la razón y contra el empirismo que exalta el misterio y lo sobrenatural y que busca un escape en el sueño, la fantasía, lo mórbido y lo exótico”. Precisamente en América se leyó demasiado Las Penas del Joven Werther de Goethe, con la cual muchos adolescentes sufrieron de amor y por lo cual han sido calificados como “Werthers latinoamericanis” (LINERO Montes, Fernando. 2008. El bolero en sus propias palabras. Icono. Bogotá). Los Himnos a la Noche de Novalis donde entrelaza el amor, la muerte y el misterio. Toda la poesía de Hölderlin cargada de genio y locura (CIFUENTES, Francisco. Historia, ciencia y filosofía en Andrea Wolff. En: Rev. Sur. Bogotá. 2023). Los ingleses Coleridge, Byron, Keats y Wordsworth aclimatados aquí por Borges en sus clases de literatura inglesa en la Universidad de Buenos Aires (cfr. Borges Profesor) y los franceses Chateaubriand, Musset y Théophile Gautier. Al respecto valga citar el tango Margarita Gautier de Miguel Caló y la alusión a su hermano, en la canción Lamento borincano, interpretada por Javier Solís y tantos otros: “Borinquen, que el gran Gautier llamó la perla de los mares”. Y en general, por esta línea caben todos los boleros donde el yo es protagónico: yo te amo, yo te adoro, yo te deseo, yo te beso, yo te abrazo, yo te recuerdo, yo te sueño, yo moriré por ti, yo te olvido, yo me desespero, yo me enloquezco, yo me emborracho, yo me voy, yo me muero, porque yo he de llorar y un largo etcétera.
Pero ese Yo Lírico no va solo, se constituye frente al Otro, a pesar del otro, frente a la distancia del otro, soñando y deseando al otro, amando al otro, vengándose del otro, mintiéndole al otro, exigiéndole la verdad al otro, traicionando al otro, pidiéndole fidelidad al otro, acostándose con el otro. Al respecto Guillermo Cabrera Infante expresa que el bolero es la ilustración poética del conflicto: “la célula básica del melodrama entre un hombre y una mujer, desarrollándose en algunos casos la dialéctica del predominio del uno sobre el otro. Es lo que Wilhelm Friedrich Hegel desarrollo como fenomenología de la mente.”
Es desde La Introducción General a la Fenomenología Pura de Edmund Husserl que se habla de la búsqueda de la esencia de las cosas, a través de la experiencia y sus distintas manifestaciones, para aspirar a la verdad objetiva del conocimiento del fenómeno; al conocer como el mundo se hace presente en la subjetividad. Precisamente por eso se le llama Fenomenología Trascendental. Esta está emparentada con el romanticismo alemán, con la visión existencialista del ser, la búsqueda y la aparición de la Otredad y, hoy día, con las tareas intelectuales de la deconstrucción en el sentido derridiano.
Muy libremente apoyados ahí, podemos hablar de una cierta Fenomenología del Amor, desde donde se puedan ver y analizar la vida, los grandes temas de la condición humana; cómo van apareciendo, cómo se van manifestando. Tratar los fenómenos románticos y musicales (y el bolero ahí) como experiencias del ser: de la noche, de la habitación, de la calle, del suburbio, de la playa, del salón, de la ventana, la cama y el cabaret. Descripción de las mujeres y los hombre vestidos y desnudos, durmiendo, relacionándose íntimamente, abrazándose y besándose, desde el machismo y el feminismo, desde la androginia. Así se puede catalogar a una Fenomenología del Espíritu Amoroso; estando atentos a lo absoluto, a lo real, a lo imaginado, a lo sentido, a lo palpado, a lo soñado, a lo irreal y a lo imposible; solo captados por la música, la poesía y en este caso por el bolero.
Más allá de la fenomenología de la mente, de la fenomenología del espíritu, de la fenomenología del amor y de la fenomenología de las caricias (Emanuel Lévinas), ya se puede hablar de una Fenomenología del bolero, como tal (CASTILLO Zapata, Rafael. 1990. Monte Ávila Editores. Caracas). Esta consiste en la experiencia afectiva y reflexiva del cuerpo, manifestada en las figuras prototípicas a través de las cuales se vive, se concibe y se experimenta el amor y se pueden escuchar en un abundante catálogo de boleros. Este ensayo se puede ver como un desarrollo de la filosofía francesa, en el pensamiento latinoamericano, a partir de la cátedra inaugural de Roland Barthes en el Colegio de Francia, titulada Fragmentos de un Pequeño Discurso Amoroso. Allí confluyen los sentimientos, las letras y las músicas del ser latinoamericano, analizadas incluso desde el psicoanálisis.
La visión y el sueño son fantasmagóricas, fenoménicas si se quiere y, a pesar, de lo aparentemente irreales, es el bolero el que nos trae su retrato y su figura, en los siguientes términos: “Como una dulce visión apareciste en mí / y fuiste una ensoñación” (Divina Mujer. Jorge del Moral). Pero, sin embargo, a pesar de tales evidencias, el amado se queja profundamente y canta así: “Y qué más da / la vida es sólo una mentira” (Miénteme. Armando Chamaco Rodríguez)
Nos preguntamos, cómo es posible asir las siguientes experiencias y sensaciones de la vida y el amor, donde se funden el principio, el final, el tormento y el amor; pues tal vez sólo pueda ser en tres versos de esta canción: “Volver a empezar a atormentarnos, / a querernos para odiarnos, / sin principio ni final” (Encadenados. Carlos Arturo Briz)
El padecimiento amoroso reclama una interpretación, que no haya paz e incluso ya no vierte lágrimas; pero que existe y por tal se siente; pues así lo han expresado las guitarras y los cantores a nombre de los enamorados en una noche de luna llena frente a las ventanas: “Nadie comprende lo que sufro yo…/ tanto, que ya no puedo sollozar.” (Perfidia. Alberto Domínguez)
Y la devoción, la renuncia y el goce del ser, manifestados en el bolero, desde el punto de vista hegeliano y psicoanalítico, analizando el amor-pasión en el texto-bolero, a partir de una visión heurística, pero muy latinoamericana, valga citar el profundo artículo del filósofo Héctor Hernández (“Jaramillo canta en hegeliano”. En: Rev. Praxis 61. 2008).
ENTRE LO SAGRADO Y LO PROFANO.
“Siempre fuiste la razón de mi existir/Adorarte para mí fue religión”
(Historia de un amor. Carlos Albarán)
“Es para ti, mujer, /toda mi vida;/Te quiero, aunque te llamen pervertida”
(Pervertida. Agustín Lara)
Santo Tomás en la Summa Teológica y los otros Padres de la Iglesia, han derrochado tinta para tratar de explicar a Dios, para adorarle, elucidar sobre sus manifestaciones y, con otros santos y poetas, han producido la mejor oración y la más delicada poesía mística. Desde San Juan de la Cruz, hasta Sor Juana Inés de la Cruz, pasando por nuestra Sor Francisca Josefa del Castillo. Todo esto cabe dentro de la teología, la metafísica, la prosa divina y la lírica mística. Es decir, un torrente de literatura para adorar a Dios. Desde esta misma matriz teorética han surgido la Teología de la Liberación con Leonardo Boff y la Filosofía de la Liberación con Enrique Dussel. Pero en todo lo anterior, abruptamente resumiendo existe un constructo teórico y literario para relacionar las categorías de Dios, Divinidad, Amor al Prójimo y Amor Así Mismo; pero también las de pecado, culpa, castigo, el bien y el mal; hasta llegar a la fe, la esperanza, la redención y la salvación. Desde esta selva de manifestaciones filosóficas y literarias surge, entre otras producciones artísticas, la llamada Música Barroca y la Música Gregoriana.
Todos los elementos anteriores los vamos a hallar en el bolero; porque somos hijos de España, de la Contrarreforma y, a la sazón fuimos adoctrinados en estos menesteres. Por ello, de la mano de Dios y del Amor, podemos categorizar y hablar de Teología, Teopoesía (MIRANDA, Gabriela. Teopoesía: dek dogma a la posibilidad de la curva. https://es.scribd.com>document) y Teomúsica. En esto se da un logos, que se hace verbo, poesía, letras y se vuelve canción y música. A través del bolero se adora y se habla, se producen silencios significantes. Solo que el bolero viene de ahí, pero es salvaje, pasional y erótico y por eso es transgresor por antonomasia. En el existe una simbiosis que nos ensimisma y nos lleva hasta la locura. Y aquí es donde se puede hablar de una “ideología melodramática” en los siguientes términos: “El bolero – como en cierto sentido el melodrama – es de hecho una combinación compleja de sexo más aura” (RODRIGUEZ, Juan Carlos. 2015. Entre el bolero y el tango o cuando los cuerpos hablan. AILI. España). Pero ya desde la reflexión, esto se puede completar con la siguiente frase: “El bolero es un pensamiento erótico que se sueña así mismo”. (ZABALA, Inés Maria.1990. De héroes y heroínas en lo imaginario social: el discurso amoroso del bolero. En: Rev. Casa de las Américas. No. 179. La Habana)
Desde esta perspectiva podemos escuchar a Julio Jaramillo cuando nos dice que Nuestro Juramento consiste en “amarnos hasta la muerte y después de muertos amarnos más”. O a Felipe Pirela al cantar Entre Tu Amor y Mi Amor “debe existir la verdad “porque hay “una promesa ante Dios” y por eso ruega “sálvame la vida con solo amarme más”. Por eso es preciso que un insigne transgresor como Don Agustín Lara, nos hable de Señora Tentación, y después queramos comulgar cuando Diego El Cigala cante así: “voy a mojarme la boca con agua vendita, para lavar los besos que una vez me diera tu boca maldita”.
El círculo del pecado y la tentación de Satanás pueden cerrarse, justo cuando se presenta un pugilato entre el hombre y Lucifer; como se da en muchas piezas clásicas, en la música llanera de El Caporal y el Espanto y en el vallenato a través del duelo de acordeón de Francisco El Hombre. Pero deseo aterrizar en un bolero colombiano que me ha hecho bailar a oscuras en los sacrosantos salones llamados de “mala muerte”. Se trata nada más y nada menos que de Diablo cantado por Tito Cortés: “Diablo, que tú me quieres matarrr”, “Diablo, que tú no puedes conmigo, ja ja jaaa…). Y no necesitó rezar, sino cantar con ironía, cinismo y comicidad mientras apretaba una cintura con toda sensualidad. Sólo así se puede decir que Triunfamos, como lo atestigua El Trio Martino: “por la gracia de Dios”, “por mandato divino” y “que el cielo te de explicación”.
Entre los ritos y los fetiches que invoca esta música, se presenta una apelación poética y musical a Dios por la vía del bolero. Se trata de querer un Dios y/o una Virgen; pero que se puedan abrazar, besar, acostar, comer y coitar. Así, orar es cantarle boleros al amor, a la mujer, al hombre y a la vida.
Ese Yo Lírico transgresor, que dice públicamente “Soy lo Prohibido”, se puede escuchar en cualquier voz; ya sea en la de Luis Miguel, Natalia Laforcade, María Marta Serra Lima, Patricia González, Enrique Ramil, Manuel Serrat, Los Macorinos o Diego El Cigala. Y muchos otros que hablan a nombre de los amantes más atrevidos. Pero a este escenario de las letras quiero citar a Olga Guillot, para que con su sentimiento fuerte me hable de la piel, del placer, el amor, del beso, del pecado y la dignidad:
“Soy ese erizo de tu piel que ya no puedes desprender…soy esa fiebre de tu ser que te domina sin querer…soy esa noche de placer, la que se entrega sin papel…soy el pecado que te dio nueva ilusión en el amor…soy ese beso que se da sin que se pueda comentar…soy ese amor que negarás para salvar tu dignidad” (Francisco Dino López Ramos y Roberto Cantoral García). Sin embargo, de semejante declaración; entra la duda y, en consecuencia, los amantes intentan renunciar a su perversa pasión y declaran, tal vez ante una copa de licor: “Porqué luchar/si lo nuestro es prohibido, / es reñido por leyes y moral” (Amor prohibido. Luis Felipe Castro).
Ante las incógnitas puramente humanas del amor, cuando ya no basta devorar la carne en una noche de placer, no queda otro recurso, que acudir al testimonio divino, en la voz de Sadel: “Mujer, si puedes tu con Dios hablar, /pregúntale si yo alguna vez/ te he dejado de adorar” (Perfidia. A. Domínguez). Es más, se acude a la dupla de la cultura occidental católica, para tratar de aclarar las mentiras propias de lo que se dice es amor: “Poniendo la Virgen/ y a Dios por testigo/ me hiciste creerte/ todas tus mentiras” (Tú me hiciste querer. Santiago Chago Alvarado). O “Dime que sí … como se nombra a Dios”
Claro que es la maravillosa Matilde Diaz y la Orquesta de Rafael de Paz, que me llevan a la adolescencia virginal, para justificar la búsqueda del amor: “Te busco por la distancia/ con una angustia de llanto/ amor de mi adolescencia, /virgencita de mi encanto” (Te busco. Armando Cañavera y Lucho Bermúdez). Pero cuando salimos de ese paraíso, del edén perdido y, quedamos sin amor, sin Dios y sin ley, pedimos paz a gritos de bolero: “Ahora que te arrepientes, /dejas mi vida deshecha/sin Dios y sin Ley” (Déjame en paz. Luciano Miral)
Todo el bolero se enfrasca en la dicotomía del bien y del mal, que nos viene de la cultura católica, queriendo resolver el sufrimiento, por la vía de una pena que se tiene que pagar: “Si triunfa el bien sobre el mal/y la razón se impone al fin, /sé que sufrirás/porque tu hiciste sufrir mi corazón/y es una deuda que tienes que pagar/como se pagan las deudas del amor” (Deuda. Luis Marquetti)
Así el bolero acude al exorcismo, pero se mantiene entre la religiosidad y el hedonismo, entre la brujería y la sacralidad. Por eso declara que tiene “Poquita fe” o que tiene “la fe perdida” o simplemente que “mi fe es hoja seca que mató el dolor”. Pero al amado no le queda otra esperanza y, por eso canta así: “Espérame en el cielo corazón/si es que te vas primero/espérame que pronto yo me iré/ahí donde tú estés” (Espérame en el cielo. Francisco López), para llegar al albergue infinito del amor; que, si bien no tiene sitio definido, es una especie de entelequia querida y anhelada por todos.
EL BOLERO Y LA LOCURA
“Hay besos que producen desvarío/ de amorosa pasión ardiente y loca/
Tú los conoces bien, /son besos míos, /inventados por mi para tu boca”
(Besos salvajes. E. Fontanal y Rufino Blanco Fombona)
“… en besos, no en razones”. (Quevedo).
Todas las aporías persiguen y/o constituyen el fenómeno poético y musical denominado bolero (Te odio y te quiero): amor y odio, certeza y duda, cielo e infierno, tierra y estrellas, negro y blanco, noche y día, consciencia e inconsciencia, razón y locura. Estas categorías y muchas más están esparcidas por toda su poética y toda su musicalidad. De ahí nos interesa resaltar la famosa pareja de contrarios entre el corazón y la razón; para advertir como se compaginan y a la vez se enemistan. Esto ya está en el refranero popular, en varias versiones, que aluden lejanamente a la famosa sentencia del pensador sensible Blas Pascal, en sus Pensamientos (1669) y, que reza así: “El corazón tiene razones que la razón ignora”. Precisamente es a ese énfasis que el romanticismo del bolero les da a los sentimientos y figurativamente al corazón, en detrimento de los mandatos de la razón; lo que ha llevado comúnmente a decir “se está locamente enamorado”, “la locura del amor”, esa mujer o ese hombre lo tienen loco, por ella o por él perdió el juicio. Y los padres o los amigos intentan parar esta situación del delirio amoroso, diciendo “aterrice mijo”, “piénselo dos veces” y un sinnúmero de frases comunes y tradicionales, que nunca han tenido efecto reformatorio, para decirle a los amantes que se descarriaron. Pero esto lo resume muy bien Roland Barthes cuando afirma tajantemente que “el amor es igual a la locura, porque significa la pérdida del yo”. Se trata nada más y nada menos de ese desplazamiento de nuestro yo hacia la otra persona y viceversa, hasta llegar a una plena dominación o a una rara fusión, plagada de placeres y controversias. Si nuestro yo se pierde, experimentamos la llamada desazón del ser, la angustia, el destierro interior, el olvido de nosotros mismo; una entrega total que nos desplaza de nuestro territorio de vida, sentimientos y pensamientos; ahí es cuando se afirma: “esa mujer si le movió el piso” o “ese hombre te dejó en el aire”. La pérdida del yo o la obnubilación del ser, se busca ciegamente y cuando se ama se cae en sus garras misteriosas. Hoy en día investigaciones positivistas sobre el cerebro y su forma de actuar frente al otro, pueden dar explicaciones; así mismo lo pueden hacer la psicología, el psicoanálisis y todas las terapias conductuales y de sensibilidad y afectividad, que pretenden volver a encauzar a la persona, después de experimentar una depresión o una fuga amorosa. El bolero es el que, en la cama, en la alcoba, en la cantina o en el salón, nos dará cierta explicación, un raro solaz, una vivencia similar a la que se vive y no se entiende. Ahí es donde consideramos que hay que darle la razón muchas veces al corazón o tratar de escudriñar en medio de esa selva humana y de esa maraña que poetiza y canta el bolero.
Otro francés grande, autor de los Manifiestos Surrealistas, escribe con locura, sobre la locura del amor; pues en este sentimiento, pensamiento y vivencia existe demasiada dimensión surrealista. Todo no está claro, ni en su expresión, ni en su experimentación. Siempre habrá un halo de misterio y, por eso, antes que el discernimiento filosófico, son la lírica y la música, quienes mejor lo identifican. Y ahí está precisamente el bolero para expresar la llamada locura del amor. André Bretón habla de los poderes del azar que se burlan de la verosimilitud y, en lo cual hay una búsqueda a través de la literatura automática, que lo lleva a signos premonitorios, lo guían con un alucinante magnetismo, por huellas anticipadas, hasta que llega la mujer, como transparente misterio y “el amor como único puente natural y sobre natural construido sobre la vida”. Ahí es donde el acto amoroso disipa todas las contradicciones que enturbian el conocimiento humano, que está lleno de vigilia, sueño, conciencia, inconciencia, misterio y verdad (BRETÓN, André. 1967. El amor loco. Joaquín Mortiz. México).
Existen muchas piezas musicales que expresan estas situaciones. Ante la despedida fatal del amor, lo incógnito venidero aparece como locura: “Hoy mi playa se viste de amargura/porque tu barca tiene que partir/a cruzar otros mares de locura” (La Barca. Roberto Cantoral)
En las tierras tropicales, cargadas de prácticas y expresiones culturales indígenas y africanas, es muy común relacionar el amor con la brujería, precisamente una de las vías que conducen a la locura del amor: “Si fuera vil gitano te dijera/tres frases que contengan brujerías/que vayas por el mundo muerta en vida y vivas mil años de hechicería” (Odio gitano. Cristóbal San Juan).
La figura poética del beso nos expresa el frenesí y, a su práctica se le adjudica la dimensión de la locura: “Bésame tu a mí/bésame igual que mi boca te besó;/dame el frenesí que mi locura te dio”. (Frenesí. Alberto Domínguez)
La pieza tradicionalmente escuchada en la magnífica interpretación de María Elena Sandoval es toda una descripción de la situación caótica, cuando después de una intensa vivencia amorosa, viene el acabose: “Fue un instante de locura/como si el mundo se estrellara/un cataclismo para los dos” (Cataclismo.)
Pero es el brillante y sublime Barbarito Diez quien nos habla de “loco antojo” y “ansia loca” en Las perlas de tu boca. (Edmundo González y Eliseo Granet)
2o. DOS EXTREMOS DEL BOLERO
“Cuando el palacio de la noche/enciende su hermosura/
Pulsaremos los espejos/
Hasta que nuestros rostros canten como ídolos”
(Alejandra Pizarnik)
La magnifica y popular composición conocida como El bolero de Ravel (1928), tiene cierta inspiración y elementos de la danza española, lo que lo emparenta con los orígenes de nuestro bolero latinoamericano. Su estructura contiene una repetición hipnótica de un único tema melódico, y también de muchos boleros, evidenciándose en la repetición de palabras, versos y aires. Va gradualmente intensificado los elementos, hasta que la simplicidad se torna en una grandeza musical. Pero la letra está también muy ligada a la naturaleza del lenguaje del bolero. Veamos: “En la distancia, vi un bolero triste para tocar tu dolor … lo encontré al descubierto … ella se ha ido de mi en mi bolero”. Ahí están los temas comunes de la distancia, el dolor, la fuga, el amor y aquello particularmente especial, en lo cual es en la canción donde se sustancia el sujeto. Él no está, pero está la canción. La amada se ha ido, pero quedó el bolero. La percusión, que también es de la identidad bolerística, es quien va animado todos los otros instrumentos, en un ascenso fenomenal.
Nos atrevemos a proponer que el otro extremo de la cultura musical bol erística, está en el también conocidísimo Bolero Falaz (1995) del grupo rockero colombiano Aterciopelados. Es muy urbano, es más, representa a toda una generación y a las nuevas ciudadanías juveniles, es la historia de desengaño, pero también de un país en profunda crisis, tiene imagen kitsch, es muy audiovisual y está hibridado con el pop: “Malo si si, malo si no” … “que si vengo que si voy… y te cagaste de risa”.
El bolero también se cataloga como cursi, llorón, lastimero, frívolo, tragicómico. Indiscutiblemente de todo hallaremos allí; pero no somos vergonzantes al esconder esta otra dimensión, que también ha sido pegajosa y encantadora; precisamente porque el mismo amor y la vida misma, contienen de todo esto. Al lado de lo serio, sensual, lírico, hermosamente delirante y locamente coherente, se encuentran versos, frases, aires que denotan cierta superficialidad en la escritura, en la música y en el sentimiento; todos captados por el bolero. En parte se puede afirmar, que lo cursi y el arte kitsch, tienen su relación pictórica, su expresión de una cotidianidad tardía y tradicionalista, que están presentes en la conciencia y en el gusto popular. Allí encuentran un sitial de admiración y distinción ciertos paisajes, el perrito, el gato, la ventanita aquella, el corazón de Jesús, la Virgen María y algunos artefactos ya inútiles que se elevan en el altar del arte popular. El hombre, la mujer y la familia sencilla tienen esta estética como su señuelo. Y esta hibridada con otras expresiones y vivencias, propias del ser humano, en cientos momentos y épocas. El bolero es híbrido en su naturaleza y, esto abarca el sentimiento humano, afecta el gusto y, en muchos aspectos lo define; por eso no deja de tener un clasicismo; precisamente con arreglos musicales y montajes orquestales de mucha calidad. Dejemos que sea el mismo Agustín Lara quien mejor nos aclare la situación:
“Soy ridículamente cursi y me encanta serlo. Porque la mía es una sinceridad que otros rehúyen (…) ridículamente. Cualquiera que es romántico tiene un fino sentido de lo cursi y no desecharlo es una posición de inteligencia (Agustín Lara. Citado por Linero)
Para tentar amorosa y sexualmente a alguien, también se puede acudir a esta dimensión: “Quiero decirte mi trivial canción” (Señora tentación. Agustín Lara). Y en el tradicional epistolario del amor, se presenta la misma situación; a lo que de ninguna manera escapa la actual comunicación amorosa en las redes, llenas de errores, contracciones, fugacidades y boberías. Por eso se retoma la siguiente expresión: “Son tus cartas mi esperanza; / mis temores, mi alegría, /y aunque sean tus tonterías, /escríbeme, escríbeme” (Escríbeme. Guillermo Castillo Bustamante)
Es “por ese embrujo zalamero”, que es el bolero, según los versos del indio Labroni, quien escribía el bolero en décimas, que también nos encanta tanto. Hay mucho lloriqueo, ruegos, repeticiones, alaridos, frivolidad, cursilería; hasta decir en público y en demasía “por qué no he de llorar, si es lo que más quería”
NUESTRA EDUCACION SENTIMENTAL
“Me enseñaste a querer/por eso te quise/
Me enseñaste a olvidar/ y por eso te olvido/
Me enseñaste a llorar/ y por eso he llorado por ti”
(Niégalo. María del Rosario Ortega)
La “Educación Sentimental” (1869) de Gustav Flaubert, el mismo de “La Tentación de San Antonio”; (que además es pintura de Dalí, El Bosco y Brueghel, y opera de Luis Jaime Cortés) y de la conocidísima “Madame Bovary”, influenció demasiado a Vargas Llosa, el mismo de “El Elogio de la Madrasta” 1988, “Los Cuadernos de Don Rigoberto” 1997 y “Travesuras de la niña mala” (2006); es una obra amorosa y romántica; cuyo título ha devenido en el calificativo por excelencia para hablar de la educación del hombre latinoamericano, por la vía de la música, la letra y el baile del bolero. Esta novela es antológica, como diario amoroso y el producto casi religioso del amor hacia una mujer. Pero tiene una actitud pesimista, habla del amor imposible y del desencuentro. Se trata de las relaciones entre Frederic y Arnoux y está llena de narraciones reales y ficciones amorosas. Por su temática, nos recuerdo la historia del bolero “Señora Bonita”, “porque usted me castiga”, “usted tiene dueño” y “digo mil veces que Dios la bendiga”. Todas las novelas citadas atrás tienen un trasfondo amoroso, romántico, ilusorio e incluso erótico y, por eso las deseo emparentar con el mundo del bolero.
El siguiente bolero retrata la inocencia o la frivolidad del tema: “Que te enseñen a querer en otra parte, /que te enseñen el amor de otra manera/Por mi parte terminaron ya tus clases, / Quedas libre de apuntarte en otra escuela, / en otra escuela donde la historia / de mi amor olvides” (Diploma. Julito Rodríguez). Pero es Roca, el poeta de la noche, el que nos introduce en nuestro tema de la siguiente manera:
“La educación sentimental del hombre latinoamericano, su cercanía a una poesía popular que casi siempre le ha llegado por vías del bolero, de su música más que del verso en sí mismo, le ha puesto en el centro de su vida un lirismo bailable” (ROCA, Juan Manuel. En: Magazín Dominical d El Espectador. Bogotá. Citado por Linero).
Mucho antes de la cumbia, el vallenato, la salsa, la balada, la bachata y el reguetón el hombre latinoamericano bailo tango y bolero; se educó en sus ritmos, sus letras y sus melodías; amó con ellos; configurando una cultura del enamoramiento y si se quiere de todo un ethos sentimental. Versos, decires, ritmos, vestidos, besos, cartas, colores, sitios, gestos, ritos, escenarios, historias y mucho más, fueron configurando este campo de vida y de saber, que varios investigadores han dado en denominar como la educación sentimental del hombre latinoamericano.
Iniciando por cierta inocencia, la práctica del beso se relaciona con la religiosidad y el pecado a su vez: “Ya ves que venero/tu imagen divina, /tu párvula boca/que siendo tan niña/me enseñó a pecar”. Y es Don Agustín Lara, quien se casó con su hija adoptiva, a la sazón menor que él, quien nos lo dice en “Piensa en mí”, acompañado de su tradicional piano, su copa y su cigarro. Pero a mí me han encantado desde la adolescencia, las enseñanzas de Las Hermanitas Padilla: “Déjame que te enseñe como se besa/para ser yo el primero que te besó” (Gracias mi amor. Las Hermanitas Padilla). Claro que el gran poeta de la lengua española, como calificó Gabo a Manzanero, va más allá agregándole a esta educación las ilusiones, el tema del tiempo y la felicidad: “Contigo aprendí/ a conocer un mundo lleno de ilusiones, / aprendí que la semana tiene más de siete días, /a hacer mayores mis contadas alegrías/y a ser dichoso, yo contigo lo aprendí” (Contigo aprendí. Armando Manzanero). Sin embargo, todo no es color de rosa, en consecuencia, no podía faltar en la escuela del bolero, su tragedia casi connatural. Por eso el enamorado fustiga a su profesora-amante: “Por eso me pregunto/ al ver que me olvidaste, / porque no me enseñaste/ cómo se vive sin ti”. (Tú me acostumbraste. Frank Domínguez). Es decir, definitivamente “sé que sufrirás porque la vida es la escuela del dolor”.
EL BOLERO O MUSICA DE LUNÁTICOS
“Luna que se quiebra/sobre las tinieblas de mi soledad, / ¿A dónde vas?
(Noche de Ronda. Agustín Lara)
“Y así paso los días y paso las noches/
Pidiéndole a la luna/ el milagro de estar junto a ti”
(Nocturnal. José Sabré Marroquín y José Mojica)
Cuando Héctor Lavoe, en una noche de locura salsómana y romántica, me canta: “Si Dios me quita la luna, no me siento malo, pero si me lleva a ti, me lleva a las estrellas”, es cuando me he detenido a pensar una vez más acerca de este maravilloso misterio, así el hombre ya haya tocado su superficie y la haya arañado para investigarla, sin que ella gima o llore. Pero no es desde la discoteca que se inicia esta adoración; pues los Dioses Lunares siempre han existido, desde que el ser humano, en la oscuridad o la penumbra de la noche la mirara y se inquietara, hasta terminar adorándola en varias mitologías y en distintos idiomas. Solo citemos a Ari, Coyolxauhqui, Mamaquilla, Meztli, Zdana y Chía en las mitologías amerindias. Máni en la nórdica, Avatea en la polinesia, Chandra en el hinduismo, Azuma y Dongjun en la China. Astemis, Selena y Hécate en el mundo griego. Y entre los romanos la diva Triformis. Pero harían falta muchos cuadernos para apuntar todos los poetas y los versos dedicados a la luna. Mejor dicho “luna lunera, cascabelera”, no puedo captarte más. Pues la creencia popular, basada en algún indicio científico, hace creer que, en las noches de luna llena, no solo se alborotan las olas del mar, sino los cerebros de todos los lunáticos y los enamorados; haciendo una cierta sinonimia entre ese resplandor de la luna y la inquietud y el desborde que produce la enfermedad de la locura. Esto lo han captado los novelistas, los poetas, los músicos, los pintores como Van Gogh y lo hemos sentido entre los compañeros de manicomio.
Nuestro satélite admirado, siempre buscado y misterioso por su cara oculta ha insuflado toda la poesía y la música del mundo; mucho antes de que el sordo aquel escribiera “Claro de Luna”. Ella ha sido testigo fiel de “mis noches sin ti”, con ella he dado por lo menos “una noche de ronda” por tu alcoba, por tu casa, por tu barrio o por tu “vereda tropical”. Me has acompañado con los faroles trasnochadores de las callejuelas y, me has vigilado mientras salgo encurdado de la cantina, dando tumbos, en busca de una guitarra para cantar mi lamento, frente a una ventana:
“Como un rayito de luna” … “ya los claros fulgores de la luna … “la luna de plata se arrulla en el mar tropical” … “llanto de luna en la noche sin besos” … “tengo una luna amarrada en las nubes” … “quiero escaparme con la vieja luna” … en la luna “se refleja la quietud de dos almas” … “cuando la luna duerme sobre la arena/sueño con mis ratitos de ensoñación” “soñar en noche de luna/oyendo que el mar/canta, canta”
Sin asistir al “Green Moon” o Festival de la Luna Verde en San Andrés y Santa Catalina, muchas noches me he dejado llevar por la voz de la profesora colombiana Ligia Mayo, para que me la identifique así: “verde es mi color/color de verde luna es mi pasión/profundidad del mar llevo en mi ser/la luz de los luceros es mi amor/la luna es mi rival… de reflejo cruel imaginario” (Verde Luna. Vicente Gómez). Es decir, sobra cualquier justificación literaria, para que pueda ser incluida en las mejores antologías de poesía romántica o modernista.
Como aquellos sabios y poetas del Mediterráneo lo hacían, desde antes de la Odisea, nuestros cantores caribeños, han querido adornar la luna, así como lo hacían con sus negras y sus mulatas: “Los aretes que le faltan a la luna/los tengo guardados para hacerte un collar;/los halle en una mañana entre la bruma/cuando caminaba junto al inmenso mar” (Los aretes de la luna. José Dolores Quiñones), y de paso “le agradezco al cielo, porque ningún poeta los pudo encontrar”. He ahí el pugilato y el triunfo de los boleristas sobre los otros poetas del clasicismo.
Cuando la Luna se esconde, los poetas y cantores se desesperan y por eso cantan así: “Mas allá de tus labios/ del sol y las estrellas/ contigo en la distancia/amada mía, estoy” (Contigo en la distancia. Cesar Portillo de la Luz). Pero es Celia Cruz, la Reina de la Rumba, que también es una de las reinas del bolero, la que dulcemente me dice que no me afane y me remonta a las estrellas y a la luna: “Esperare a que sientas lo mismo que yo, / a que la luna la mires del mismo color, / esperare a que adivines mis versos de amor, / a que en mis brazos encuentres calor” (Esperaré. Armando Manzanero)
Cuando el enamorado, en su locura o “en la visión del delirio”, ya no tiene los pies en la tierra o “le han movido el piso”, es cuando llega María Elena Sandoval a preguntar: “Qué pasará si tú me dejas, / qué pasará si tú me olvidas, / le he preguntado a las estrellas, / a la luna y al mismo sol.” (Cataclismo. Esteban Toronjil). El hombre le pregunta a la luna, la mujer hace lo mismo, los dos la desean; todos quieren ubicarse entre ella, el sol y las estrellas; pero hacen el amor preferencialmente en noches de luna llena, esperan que salga el sol para dar la cara y vuelven a esperar que salga la luna para iniciar nuevamente la travesía de Eros y Afrodita, y escoger entre Ariadna y Baco, entre la pureza y la embriaguez.
Para los que tenemos “alma de bolero” les recuerdo, que antes del purista José Asunción Silva, el alicorado Julio Flores, el enyerbado Barba Jacob; el cultísimo León D´Greiff, que pasó toda su vida fumando pipa, enamorado de la luna y los búhos, tomando aguardiente a la orilla del Cauca; del poeta, bolerista y tanguero Mario Rivero; el delicado romántico Darío Jaramillo Agudelo y del loco insigne Raúl Gómez Jatim; ya en la escuela había aprendido de memoria el largo poema a La Luna de Diego Fallon. Sin embargo, tuve que recalar en Noches de Bocagrande para apreciar la “luna plateada” y “ver el mar bordando luceros en el filo de la playa”, mientras ella estaba “escondida tras las palmas”.
Tal vez para terminar con este misterio, estos celos y esta embriaguez lunática, sea preciso traer a este escenario del bolero a los mismísimos maestros del soneo, Rafael Cortijo e Ismael Rivera, para que nos canten “Fantasía Sideral”: “El Sol se había casado con la Luna/En una Ceremonia Original/ llegaron las estrellas a la boda/en Mágico Carruaje Celestial/la Reina de la Luz vistió de blanco/y todo el universo iluminó/el cielo se tornó de mil colores/y todas las flores hablaron de amor”. Estimados amigos y lectores, para qué más poesía, y ya la tengo en mi Antología Personal del Bolero.
LAS HISTORIAS DE AMOR
“Fue la historia de un amor/como no hay otra igual/
Que le dio luz a mi vida/apagándola después”
(Historia de un amor. Carlos Eleta Almarán)
En la literatura de todos los tiempos y todas las civilizaciones podemos encontrar las historias de amor más clásicas y más disímiles y atípicas. Desde Los Novios de Manzoni hasta María de Isaac, desde Romeo y Julieta hasta El Amor en los Tiempos del Cólera, para la que se hizo en su versión cinematográfica el bello bolero Hay Amores en la tierna voz de Shakira. De Sobremesa del gran poeta José Asunción Silva hasta Los Elegidos del expresidente Alfonso López Michelsen, donde aparecen muchos boleros, recogidos en CD para una edición especial. Colecciones de cuentos como Un Vestido Rojo para Bailar Boleros de Carmen Cecilia Suárez, Desde Cumbres Borrascosas y Orgullo y Prejuicio hasta llegar a Putas Asesinas de Roberto Bolaños; porque para ellas también hay boleros.
En la lista interminable de eta temática me merece mención especial “El libro de los amores ridículos” (KUNDERA, Milán (1968) Tusquets), porque habla de distintas relaciones con humor y tinte filosófico, y en el caso del bolero se retratan no solo parejas, sino tríos y otra serie de amores y relaciones encontradas y perdidas, pero recuperadas gracias a la música, cierta reflexión y mucha poesía. El amor, la traición, el sexo, el profesor, las alumnas y lo que hoy día se conoce como el famosos poliamor. Lo ridículo está muy cercano a lo pecaminoso, lo prohibido y lo cursi que también se cantan en el bolero.
Es en el texto de “Los amores difíciles” (CALVINO, Ítalo (1967) Siruela) que se va desgranando la temática del amor desde Fedro y Platón hasta Shakespeare. Aquí encontramos un tema muy recurrente en el bolero, como lo es el amor inacabado y la imposibilidad de la comunicación, de la que tanto se quejan las canciones de amor. Es la melancolía de lo perdido, la epifanía de la felicidad, como se la canta muchas veces acompañado de guitarras trasnochadoras y todo lo que pudo ser y no fue.
Sólo quiero mencionar el bello título de “En busca del tiempo perdido” (PROUST, Marcel (1913 7 1927) Gallimard), para decir que la memoria del bolero está llena de detalles, de paisajes, de situaciones, de personas, de miradas que retratan paso a paso la vida social y amorosa. Pero el tema central de esta referencia está relacionado con que el bolero siempre habla de un tiempo perdido, la vivencia del mismo, su presencia ilusoria, la lucha por la recuperación, la imagen de lo ido y lo perdido, el pasado inasible y el futuro incierto; que solo en la música, en el verso, el en el beso, en el abrazo y en el coito, se pueden sentir, porque el resto son recuerdos, fantasmas, sueños e ilusiones.
Ya en el terreno del bolero moderno, me encanta que Luz Casals me diga: “Es la historia de un amor, como no hay otro igual” (Carlos Eleta Almarán) … “y si ya no puedo verte / porque Dios me hizo quererte / para hacerme sufrir más”. O que alguien me recuerde viejos versos: “Yo sé que soy/una aventura más para ti, /que después de esta noche/te olvidarás de mi” (Una aventura más. Oscar Kinleiner)
Besos Brujos cantados por Libertad Lamarque o Blanca Iris Villafañe, me hablan de una historia de amor trágica y desventura, hasta el punto de que ellas o él suplican: “déjame no quiero que me beses … no prolongues más mi desventura … deja que prosiga mi camino … se lo pido a tu conciencia, no te puedo amar”.
El tiempo de la historia amorosa es muy incierto, por eso nos lo repiten “Quizás Quizás” Ibrahím Ferrer y Omara Portuondo. Mientras Rocío Durcal registra así: “Como han pasado los años, aquí estamos frente a frente, como dos adolescentes, que se miran sin hablar, pero el tiempo no ha podido que pase lo nuestro”. Aquí la adolescencia, el recuelo, el silencio y la mirada de los enamorados desafían el paso del tiempo. Sin embargo, El Cuarteto de Orlando de la Rosa me dice que “no vale la pena morir por amor”; pues el amor es un “vendaval sin rumbo, que se lleva tantas cosas de este mundo … cuando vuelvas tráeme aromas de su huerto … dile que no vivo desde el día en que te vi”; como magistralmente me lo dice el gran Celio González.
A pesar de que la historia de amor se prolongue en una amistad, no se acaba y queda la promesa, según lo atestigua Olimpo Cárdenas: “Ayer era tu amante enternecido, hoy solo soy tu amigo de ocasión … si decides volver un día, he de quererte como antes lo hacía” (Temeridad)
La voz lírica del gran Juan Arvizu me lleva por otras historias de amor; hablándome de las golondrinas, de la paloma, de los tres dilemas, del pecado, de la salud, del dinero y del amor; pero de todas maneras, aunque pase “un año más in ti”, “sé que vendrás”. El tiempo en las historias de amor es atípico, ahistórico; es decir, existen historias de amor atemporales; sus versos hablan del instante, del siglo y de la eternidad. Por eso traigo a colación ese magnífico bolero ranchero moderno “100 años” en las voces juveniles de Carlos Rivera y Maluma. Toda esta declaración, aunque Don Felipe Muñiz y Marc Antony me canten “…que el tiempo va pasando, lentamente y sin piedad. Se lleva los recuerdos, ya no hay tanto para dar” (Dejé de amar).
EL AMOR IMPOSIBLE Y EL AMOR INDECIBLE
“El amor es el pan de la vida,/amor es la copa divina/
Amor es algo sin nombre/que obsesiona al hombre por una mujer”
(Obsesión. Pedro Flores)
Las reflexiones de este apartado están hechas a partir de la lectura reciente de un clásico de la filosofía del amor; que a pesar de que no cita ninguna canción o ninguna música, es totalmente utilizable, en el mejor sentido del término, para acompañar las reflexiones acerca del discurso del amor y con él, el discurso implícito o explicito en las letras, las melodías, las voces y los instrumentos de estas piezas de la cultura iberoamericana, que tanto han identificado el ser de estas calendas, hasta hoy (SZTAJNSZRAJBER, Dario. 2023. El amor es imposible. Ocho tesis filosóficas. Paidós. Bogotá): el amor es imposible porque es inefable, el amor es imposible porque siempre está a destiempo, el amor es imposible porque es incalculable, el amor es imposible porque todo amor es siempre un desamor, el amor es imposible debido a los condicionamientos institucionales del amor y el amor es imposible porque el amor es el otro. Así, la vida y el amor son imposibles y, así lo siento cuando Benny canta: “Oh vida, si pudiera, no te alejes. Yo sé no has comprendido con que sublime intensidad mi bien”.
En esta tónica Alberto Beltrán dice Ignoro tu Existencia, pero te quiero, acentuando la aporía del no ser y el ser, pero relacionados por el amor. Y Chavela y muchos otros dicen que cuando se habla del amor, de ilusiones, de mentiras, se está hablando de Un Mundo Raro, precisamente el indecible e indescifrable del amor. Buika vuelve a reafirmarlo: “somos un sueño imposible que busca la noche, para ocultarse en las sombras del mundo y de todo.”. Es decir, se trata de la permanente imposibilidad y del ocultamiento, de algo, que curiosamente, sin embargo, es, existe, se siente y, precisamente el bolero da cuenta de ello.
La Lupe en Puro Teatro habla de la representación y el simulacro, de la actuación y del ensayo y, todo esto para tratar de identificar una de las manifestaciones del amor. Mientras Blanca Iris Villafañe habla desde otra dimensión para catalogarlo así: besos comprados, besos malvados, besos callejeros; pero en el fondo son los mismos en su eterna e inquieta búsqueda por darle un nombre al amor. Toña La Negra, al respecto apunta que todo fue un juego, porque se trata de un amor perdido, donde ni tu para mí, ni yo para tí, sin embargo, es y está ahí palpitante; solo que son Cenizas. Es precisamente Carmen Delia Dipini quien le canta a la fusión de tu ser y mi ser, en un fuego que los consume y así aspira sensualmente a saborear los anhelos.
No es que el amor sea imposible, sino, que es un imposible; pero es, entonces siempre tenemos el deseo de buscarlo y, ese deseo, ese trance, esa búsqueda es el amor, es la flecha y el impulso mitológico, desde los orígenes míticos de la humanidad, hasta un fin inconcebible; pues siempre se es, se está en ese camino a Ítaca. Por eso se ha creado la épica, el teatro, la poesía y la música del bolero para hablar de lo imposible y poder conectar al ser humano con su sensación ilusoria, así sea en un instante; pero eso es, la vida está llena de instantes.
El amor se vive y se siente, pero es a su vez innombrable e indefinible. Es una paradoja de la que su máxima expresión la constituye el bolero. El Bárbaro del Ritmo Benny Moré, por eso se pregunta asombrado “¿Cómo fue? /no se decirte/cómo fue, /no se explicarme/qué pasó/pero de ti me enamoré” (Cómo Fue. Ernesto Duarte). Y muchos guitarreros y trasnochadores nos hablan de una fusión que nos lleva a la quimera: “Si fundes mi alma con la tuya/aunque llore después/ llorando quimeras” … “se vive una sola vez”. Recalcándose en forma categórica la vivencia única de la vida, así duela y sea ilusoria.
Otra propuesta es mucho más significativa de esta oscuridad del entendimiento y la nombradía. No se ve, no se habla; pero se ve y se escucha a su vez; y esa es la naturaleza mágica del amor, que descubre magistralmente el bolero: “Vi sin que me vieras y hablé sin que me oyeras”.
El amante se declara ignorante, no sabe dónde está el amor; pero suplica en la voz de Los Panchos: “Quien será la que me quiere a mí, ¿quién será, ¿quién será?”. Y a pesar de esta incógnita fundamental, pide pasión, calor y felicidad. Sin embargo, de esta petición tan etérea, agrega más a lo indescifrable: “Yo para querer / no necesito una razón; /me sobra mucho, /pero mucho corazón” (Mucho corazón. Emma Elena Valdemar).
Si el sentimiento es algo inasible, todavía más, es lo anterior a él. La propuesta cognitiva es más atrevida desde el punto de vista filosófico: No hay existencia, no hay conocimiento; pero hay deseo y adivinación. Talvez, se necesita un enfoque lacaniano y derrideano para acceder a esta comprensión: “Sin saber que existías, te deseaba; / antes de conocerte, te adiviné…” (Presentimiento. E. Pacheco y P. Mata)
El ser del que habla el bolero es quimérico por antonomasia; pero siendo una entelequia, duele y quiere; se retrata en una estación real de la naturaleza; pero sólo el viento da cuenta de él. “Somos en nuestra quimera / doliente y querida / dos hojas que el viento / junto en el otoño”. Y ahí es donde llega la “razón poética” de la cual hablara María Zambrano; pues el siguiente verso es pura poesía, pero que nos permite un entendimiento atípico del ser: “Somos un sueño imposible/ que busca la noche” (Somos. Mario Clavel).
La existencia del otro se nombra, pero se califica de mentira e ilusión. Es una contradicción existencial, que logra retratar bellamente el bolero: “Siento que estás junto a mí; / ay, pero es mentira, es ilusión, ay” (Nocturnal. Alfredo Sadel)
El delicado y romántico poeta español Don Pedro Salinas ha llenado mis noches de amor; pero es justamente el tenor Genaro Salinas quien mejor me habla de “Mis noches sin ti”; cuando “Sufro al saber que el destino logró separarnos” y, en medio de esa terrible ausencia deliro así: “tu cabellera sedosa, acaricia mis sueños” y” mi corazón en tinieblas me busca con ansias”. Uniendo así magistralmente las categorías harto huidizas de destino, sueño, tinieblas y ansiedad; para tratar de definir el amor. Mientras Bobby Capo recurre a unas comparaciones bastante imaginativas e imposibles, que solo se pueden dar en el terreno de la poesía y el bolero: “que se quede el infinito sin estrellas, o que pierda el ancho mar su inmensidad” y “si perdiera el arco iris su belleza y las flores su perfume y su color”. Es decir, cuando ya toda esa naturaleza esté despojada de sus mejores atributos puede llegar el amor, vestido de “piel canela”.
He visto cantar lo indescifrable a un Daniel Santos arrodillado y he escuchado la grandiosa voz de Danny Rivera; cuando dicen: “Linda … yo no he visto a Linda … No le he escrito a nadie, no dejó una huella … yo no he visto a Linda, parece mentira”. El amor así es una ilusión, una mentira, no se conoce su escritura y de él solo existe una huella. Es decir, una vez más, el amor es solo un rastro, de él no se conocen sino las huellas, y de esto da cuenta el bolero, en su condición fenoménica.
Modernamente, entre el inglés y el español, una seductora cantante y un mágico pianista, nos dicen en Amado Mío (Pinky) que “estoy en un mundo de ensueño … de dulce deleite” (Doris Fisher y Allan Roberts). Y Miguelito Cuní, Pablo Milanés o mi adorado Pete Conde Rodríguez, llegan a unas definiciones bastante geométricas y poéticas de ese amor imposible, pero real a su vez: Convergencia, línea recta que converge, “aurora de rosas en amanecer”, “nota melosa que gimió el violín”, “principio y fin de la ilusión”, “piedra rodando sobre sí misma” (Bienvenido Julián Gutiérrez y Marcelino Guerra).
Ante tantos y tan bellos boleros “que muestran” lo imposible, lo indecible y lo ineluctable del amor; deseo invitar a este ya largo circunloquio tan sentimental, precisamente a un poeta no distinguido por versificarle al amor de una mujer. Es Borges quien nos habla de los “muros de su cárcel”, de “un sueño atroz”, de “la hermosa máscara”, de talismanes, letras, erudición, mares, espadas, amistad, cosas comunes, amor de madre, “el sabor del sueño”, de la ansiedad, el alivio, la voz, la espera, la memoria, el horror, mitologías, “pequeñas magias inútiles”; para tratar de descifrar ese raro sentimiento que denominamos amor y, que, al sentirlo, él concluye así: “El nombre de una mujer me delata. Me duele una mujer en todo el cuerpo” (El Amenazado).
EL SER, EL AMOR Y LA MUERTE
“Cariño como el nuestro es un castigo/
Que se lleva en el alma hasta la muerte”
(Encadenados. Carlos Arturo Briz)
El filósofo de la voluntad habla de una tríada bastante complicada, en la que la mujer no sale bien librada, ni la razón, depositando el privilegio de la construcción amorosa en la naturaleza. (SCHOPENHAUER, Artur. 1991. “El amor, las mujeres y la muerte”. Porrúa. 1991). El tema es bastante recurrido en el arte y no tanto en la filosofía según el penador alemán. Por el amor se hacen las hazañas del hombre, pero también se cae en la locura: Nos remite al Banquete, pero tiene una concepción reproductivista de la relación sexual y amorosa; incluso por eso y otras expresiones se le califico de machista y misógino; aunque califique el amor como algo para construir un ser humano equilibrado entre madre y padre. Estas tres categorías van a surgir demasiado en el bolero; pero no desde la filosofía, sino desde la poesía; pero de todas maneras allí está subsumida una visión de la vida que caracteriza totalmente al ser.
Vida, tristeza y herida es una tríada constante en la queja del bolero; por eso paulatinamente nos acerca a la muerte, pero siempre suplicándole al amor. Así lo atestigua Cueto con uno de sus mejores dúos: “La tristeza está en mi vida/ como está en mí la vida/ por eso es que mi canto/ es la voz de una herida.” (Más vale tarde que nunca. Margarita Cueto y Juan Arvizu). Pero si la ruptura es inevitable, no queda sino el recurso poético de esperar al amor en el sitio irreal y misterioso donde nos lleva la muerte: “Espérame en el cielo corazón, /si es que te vas primero;/espérame que pronto yo me iré, /ahí donde tú sabes” (Espérame en el cielo. Francisco López.)
Como la muerte es inaprehensible, porque no la vemos; entonces en la desesperación poética y bolerística, se acude al lugar del corazón como un reposo mortal del amor; para seguir con el sentimiento palpitante: “Si ves que me engaño, /porque no te mueres, porque no te mueres en mi corazón ” (Esperanza inútil. Pedro Flores). Pero antes de esa partida, el amado santifica la amada, para irse tranquilo: “contigo me voy mi santa aunque me cueste morir” (Lágrimas Negras. Miguel Matamoros)
Pero el lamento popular, introduce la duda y así pinta el alma: “Las cosas que me hiciste, me sirven de experiencia, tienes el alma negra, no creo en tu querer” (Alma negra. Gabriel Raymond). Precisamente porque la experiencia tortuosa del amor, lo lleva a autoproclamarse Malquerido: “Si yo pudiera borrar tu vida la borraría/ he mantenido cuerpo y alma en un infierno” (Malquerido. Soriano, Goncalvez y Quiroz).
El problema de la duda es bastante común en la poética y la filosofía del bolero; por eso más bien, Don Benito de Jesús, nos habla de “Nuestro juramento”, para cortarle el camino al sentimiento de muerte adherido al fenómeno del amor, claro, como al de la vida misma. Él le recuerda a la amada: “hemos jurado amarnos hasta la muerte / y si los muertos aman / después de muertos / amarnos más”, según la voz de Olimpo Cárdenas o la de Julio Jaramillo. Pero la evidencia del camino hacia la muerte está marcada por la medición del tiempo; por eso Roberto Cantoral colocó en la voz de Lucha Gatica esta advertencia inútil, ante la finitud de la vida y la inminencia de la llegada de la muerte: “reloj no marques las horas / porque voy a enloquecer / reloj deten tu camino / porque mi vida se apaga / ella es la estrella / que alumbra mi ser / yo sin su amor no soy nada “.
LO NEGRO: COMO AMOR Y FATALIDAD
“Puedo escribir los versos más tristes esta noche.
Pensar que no la tengo. Sentir que la he perdido.
Eso es todo. A lo lejos alguien canta. A lo lejos.
Mi alma no se contenta con haberla perdido.”
(Poema 20. Pablo Neruda)
Talvez desde tiempos inmemorables, desde que el hombre es hombre, ha distinguido con admiración y asombro el día y la noche, la luz y la oscuridad; pero es más allá de los fenómenos naturales que el empieza a articular disertaciones acerca de estos fenómenos y, tal vez a la par, inicia sus cantos, sus ritos, sus oraciones, sus poesías y su música, embelesado ante los misterios. De ahí que lo negro y lo blanco siempre constituyen una oposición y una aporía milenarias. Desde el yin y el yan como integración e interacción de la naturaleza, del ser y de la vida. Pero es en la cultura judeocristiana que lo negro tomo formas y contenidos luciferinos, expresados en las mitologías, teologías, literaturas y artes poéticas y musicales. Lo negro siempre se relacionará con la muerte, lo ininteligible, lo fatal; pero también se embrujo y enamoramiento. Todo esto está contenido en el bolero y se haya asociado al romanticismo, a la hechicería, al misterio del amor, a la venganza, a la duda, a la oscuridad de los amantes; pero es la música, más allá de La Danza Macabra, que hace que se baile, se enamore y se diga en boleros de la noche, de la perfidia, de la añoranza o se les pinten a los labios, las cejas o los cabellos de “ese obscuro objeto del deseo” como diría el cineasta surrealista Luis Buñuel.
Incluso, las tendencias amatorias hacia la muerte, al ser amado muerto, hasta hacer el amor con el cuerpo o con sus sombras, con su recuerdo y con su olvido; están expresadas en muchas canciones. Es decir, la necrofilia tampoco se le escapa al bolero. Hace parte de su corruptela, de su contradicción, de su alegoría, de su deseo reprimido o de su aspiración a la inmortalidad. Ahí es cuando la carne, el amor, la muerte y la salvación se unen en una fantasmagoría, de la cual da muestras la música y la poesía; ya que puede escapársele a la teología y a la filosofía; por apartemente incoherentes e inconcebibles. Por eso se puede hablar de cierta tanatología poética y musical, desde una metafísica del bolero.
La lista es larga; pero van algunos ejemplos para mera ilustración: Flores Negras, Fichas Negras, Lágrimas Negras, Negrura, La Negra Noche, Perlas Negras, Negra, Ojazos Negros, Oración Caribe, Boda Negra, Angelitos Negros, Yo vendo unos ojos negros, Embrujo, Cabellera Negra. Hasta que Negrete nos asombra así: “Mujer, por el pecado de tus ojos color de uva/ por el abismo eterno de tu boca”
ELLAS CANTAN BOLERO
“Cantaba, a veces, la hembra; cantaba con una voz delgada como el perezoso llamado de las aves en las ardientes extensiones de la llanura. El Gaviero se quedaba mirándola mientras duraba el murmullo agudo, sinuoso y animal. Cuando los conductores volvían a su camión e iniciaban el descenso de la cordillera, los acompañaba ese canto nutrido de vacía distancia, de fatal desamparo que los dejaba a la vera de una mastalgia inapelable”
(MUTIS, Avaro. 2013. La Nieve del Almirante. Alfaguara. Bogotá).
Guillermo Cabrera Infante conocedor de La Habana, el cine, el tabaco, las musas y el bolero varias veces escribió sobre La Fredy, hasta que la hizo pasar a la historia de la literatura y de la música en su magnífico texto (Ella Cantaba Boleros. Alfaguara. 1996). Se trata de una figura atípica, con una voz especial, casi andrógina, que retumbaba en la noche cubana. Su nombre de pila era Fredesvinda García Garés y de ella solo nos ha quedado una larga duración. Con ella quisiéramos dar una “Noche de Ronda”, por la playa, el cabaret o la alcoba, solamente para iniciarnos en sus sabores y en el de tantas damas del bolero.
Las mujeres del bolero se sublevaron, mucho antes del feminismo como movimiento político y social; ellas lo hicieron en la voz, en el baile, en la coreografía, en la discoteca, en el cabaret. Se desnudaron, gritaron, amaron, despidieron, dijeron la verdad amarga y también mintieron y, para ellas el bolero fue y sigue siendo su gran instrumento, su consigna.
Ese desgarramiento existencial del alma, como una fiera en celo, en el escenario, cuando lo sacan de la alcoba, para que todos lo sientan públicamente y lo aplaudan con emoción delirante. Esa es La Lupe en concierto, justo cuando nos demuestra aquello que dice Foucault acerca de la particular atención que requieren las energías útiles e inútiles, la intensidad de los placeres y las conductas irregulares. O en términos de Judith Butler, de lo que se trata es de la performatividad del deseo, de colocar en la escena pública las manifestaciones eróticas, sensuales, incluyendo las prohibidas y satanizadas. Por eso “el bolero es ese gran corruptor de mayores” como lo califica Carlos Fuentes” y habitualmente lo saca a relucir Cesar Pagano.
Cuando ellas dicen, reclaman, denuncian, se anuncian, llaman desde su crueldad y su erotismo, invocan la pasión, se muestran como la otra prohibida, alaban la mentira y el dolor, hablan de besos, de alcoba, de desnudez y de muerte entre los brazos, no queda más que permitir la fiesta y la adoración y la salvación por la vía del pecado consentido. Estos son los temas del erotismo, la concupiscencia, la clandestinidad, la crueldad, la piedad, la ritualización en la relación conyugal, y la santidad en el bolero (En: Revista Iberoamericana de Psicología. Sello Editorial IberAm. Números de 2022 y 2023). O como declara María Teresa Vera: “He pecado contigo”.
Ahora que está cumpliendo Cien Años la Sonora Matancera, valga un modesto homenaje a las mujeres que pasaron por ahí para deleite de todo el mundo, siendo pioneras en el espectáculo y en la política del cuerpo y del deseo por la vía del arte y para el público en general: Gladys Julio, Carmen Delia Dipini, Olga Chores, Celia Cruz, Myrta Silva, Gloria Diaz, Toña La Negra, Kary Infante, Las Hermanas Lago, Marta Jean Claude y Linda Leyda.
Justamente en el fenómeno bolerístico de lo que se denomina feeling o música del sentimiento o del alma (que todas pudieran ser), son muy importantes las voces femeninas: Elena Burke, Omara Portuondo, Rita Montaner, Celeste Mendoza, Olga Guillot, Concha Buika y tantas otras que nos deleitan con su voz suave, profunda, delicada y sensual, casi que diciendo simplemente te quiero. Ellas con el bolero producen una especie de afectación mutua, estableciendo poética y musicalmente la posibilidad de atender el otro o la otra, de poner el cuerpo a disposición de su vivencia, de su voz, de sus movimientos. Y cuando no se habla y no se canta, sobreviene el silencio del bolero y, ese silencio es el límite de la palabra: designa todo aquello que no puede ser dicho (Luis Villorio). O de otro modo: “No hay palabras mías para nombrarlo; sólo a través del silencio lo discierno” (Angeles Eraña).
MISCELÁNEA DE VENTANA, PLAYA Y CABARET
“Oye el eco de mi canto de cristal” (Siboney. Ernesto Lecuona)
“Así como en el fondo de la música, brota una nota,
que mientras vibra, crece y se adelgaza,
Hasta que en otra música enmudece.”
(Silencio. Octavio Paz)
A guisa de información es necesario apuntar que nuestro bolero también viene del llamado bolero español, que es bien distinto y distante de la actual melodía; pero también es heredero de las danzas españolas del siglo XVIII; es decir, se cocinó mucho antes del conocidísimo Bolero de Ravel y de las habaneras. Después de su carta de identidad cubana y mexicana, se hizo mayor al calor de las innovaciones tecnológicas como el teléfono, la radio, la televisión, las películas, las grabaciones propiamente dichas, los radio teatros, los estudios de sonido; e incluso estando en su florecimiento, tiene una batalla bastante interesante entre la afirmación romántica y el dominio dictatorial, que a la postre afectó las sensibilidades; desde los treintas hasta los setentas. En el bolero, en consecuencia, existe una especie de sublimación poética y musical, frente a la tortura, la amenaza de la vida pública y privada, el dominio de la muerte y el terror. En cierta crisis del bolero y el tango, tiene su apogeo la balada, como hija lastimera del bolero; cuyos contenidos, no tan poéticos como el bolero, ni filosóficos como el tango, siguieron sacando la cara por la sensibilidad y el romanticismo iberoamericano.
Algunos definen como “boleros traperos” y “boleros intervenidos” a ciertos desarrollos juveniles y contemporáneos del género tradicional, que va más allá de aquella hija del bolero como lo es la balada. Se refieren a fusiones de rock, pop, salsa cama, ranchera moderna de cantina juvenil, introitos para reguetón y guaracha y otros especímenes. Pero sin ser tan puristas, aunque seamos de la vieja guardia, hay que reconocer que definitivamente se nos escapan de las manos, del sentimiento y del ritmo clásico, un sin número de variaciones, acoples e improvisaciones propios de la postmodernidad musical y sentimental. No merecen mi crítica, simplemente son hijos tardíos pero legítimos del bolero. Han cambiado las sensibilidades, las formas y los contenidos del amor. Este ya se dice en otros lenguajes y, no es la misma vitrola, la pianola o el picop, sino el computador, el celular, los reels, las redes y toda la electrónica instantánea al servicio del sentimiento de la juventud contemporánea, líquida, fugaz, pero también sintiente. Están llenas de otras performatividades, experiencias, ilusiones y no ilusiones, usos del cuerpo y del deseo, las drogas modernas; pero sigue el amor, el poliamor, las amistades eróticas, la visión pública del cuerpo, los diferentes lenguajes urbanos y cosmopolitas, otros ritos y otros fetiches, que ensanchan la experiencia y el sentimiento humano, propios de nuevas subjetividades e intersubjetividades. El amor y la música tienen todo el derecho a renovarse, así me guste la siguiente miscelánea de ventana, playa, edificio, red y cabaret.
Si me paro ante ti, supongo, bella lectora y escucha, oso decirte en la voz del Sonero Mayor Angélica, “Angelica te llaman porque tienes en tus cosas algo angelical” y, la repetición, muy propia del bolero, no ahoga este tipo de sentimiento: “blanca nube que se extiende lentamente, despejado cielo azul … concédeme un instante la ternura, que me da la inspiración”. Pero si te imploro Blanca, es porque El Pete Conde Rodríguez me habla de rumor, olvido, recuerdos, cruel desvarío y me repite que “todo acabó”. Ahí es cuando prefiero que el Decano de los Conjuntos de América, me cante “que es un juego en el que participamos dos … aumentando este egoísmo que está presente en el amor … donde no hay triunfo ni tampoco perdedor”. Menos mal que hoy en día salta Rosalía para resucitar Delirio de grandeza y, me aclara “que el oro pudo más que mi dolor … y que no tuviste compasión de mi agonía”; sin embargo, Me quedo contigo, en medio de coros y vestida de rojo púrpura. Gracias a Nicolas y Los Fumadores, se pide perdón en La Pena (bolero veraz) “por haber dicho esas cosas tan machistas”; pues en el tango, la ranchera y la salsa, al lado de tanto amor y devoción por la mujer, también ha existido el machismo propio de siglos de cultura y civilización centrados en el poderío del macho. Talvez por eso El Bloque Depresivo habla de El Gran Tirano y La Lupe grita alborotada Qué te pedí o así me lo susurré Mariaca Samprún. En estos términos, la mejor disculpa para cantarle al amor y a la mujer, la trae Ricardo Fabrega, en múltiples voces; mandando el mensaje, a través de una isla, pero siempre versificando el amor, las huellas, el silencio, el cielo, las estrellas, los recuerdos, los sueños y las sombras; desde el mismísimo Panamá.
Existe toda una filosofía popular frente a la vida, el tiempo y el espacio del hombre concreto que ama y sufre. Pero ya nos había dicho Don Pedro Calderón de la Barca que “La vida es sueño” y nos lo vuelve a precisar Arsenio Rodríguez acotando que “La vida es un sueño”. Por eso Benny Moré y Don Pedro Vargas, son los dignos mensajeros de la poética del instante: “Hay que vivir el momento feliz / hay que gozar lo que puedas gozar / porque sacando la cuenta en total / la vida es un sueño y todo se va”. Continúa Pedro Junco afirmando la fugacidad del ser y la imposibilidad del pleno amor: “Nosotros, que del amor hicimos / un sol maravilloso / romance tan divino … debemos separarnos / no me preguntes más”. Pero cuando alguien faltonea, ahí es cuando la gloría le llega a Ricardo Fuentes de la mano del Gran Colombo, cantando “De qué presumes” u Orlando Contreras denunciando “Amigo de qué”.
Existe toda una “radiografía de la tusa” que se ve demasiado en el Muro de las Lamentaciones del Festival del Despecho en la ciudad de Pereira (Risaralda, Colombia). Pero también existen creaciones como el Bolero de la luna La Catanga Eléctrica; sin embargo, aquí nos quedamos implorando Si tú me dices ven con Alfredo Gil y Los Panchos.
CODA FINAL: DESPEDIDAS
El tema de la despedida es bastante recurrente en varios boleros; pero casi siempre existe una sensación de no quererse ir la persona o manifestar el intento como una última expresión de amor. Es un no hacer para decir algo o un no decir nada para hacer algo. En esta imprecisión siempre se mueve el sentimiento amoroso del bolero, que esconde o manifiesta el deseo, la ilusión, aunque sea “ilusión azul”, la esperanza y talvez la “esperanza inútil”; la fe, así sea “la fe perdida”. Siempre se va a hablar de la ausencia, de un no ser, de un no estar y, en esa supuesta nadería habita la presencia, se manifiesta la rara y fantasmagórica forma y sentimiento del amor. Precisamente cuando falta palabras y sobra sentimiento, llega la tabla salvadora del bolero a hablar, por lo que el amado no sabe propiamente qué es, allá en ese fondo oscuro e indescriptible que hemos solido llamar alma.
En el tema “Bolero de despedida” de Pantoja y Dartañan, se dice: “Llegaste sin medir tus pasos / tu risa estremeció mi espacio / nada pude hacer por mí … mira tú que te vas / y yo me pierdo”. Refiero a lo que el amor no tiene medida, que una manifestación del amor estremece, y que ante la llegada del amor uno puede quedar inválido y perderse así.
En la canción “Dulce Despedida” de los Embajadores, se dice taxativamente: “Vengo a decirte mi amor que me alejo de ti, y no quiero con esto decirte un adiós”. Sintetizando así la gran contradicción de lo inefable del amor, y que solo osa manifestarse en el bolero. En esta misma línea se dice: “Más no estés triste, sólo es un hasta luego; / en nosotros no existe, ni existirá el adiós”, tal como se afirma en “Amor Eterno” de Roberto Cantoral.
Para estos tiempos aciagos de guerra entre Rusia y Ucrania y entre Israel y Hamas, es preciso traer a colación un tema de amor, amistad y guerra, ya histórico, como lo es Despedida de Don Pedro Flores, en la voz del icónico Daniel Santos, escrita precisamente para la época y la situación de la Segunda Guerra Mundial. Allí confluyen unos elementos que nunca pasaran de moda y por eso es todo un clásico: el amor a la madre, a la adorada, el sentimiento de amistad por los muchachos y la alusión a unas banderas de lucha, tan categóricas como “mi derecho, mi patria y mi fe”; es decir, la ley, el territorio y las creencias; justamente expresiones de la nacionalidad violada tantas veces por potencias e invasores de toda índole.
Y la coda final, desde una perspectiva latinoamericana, no alineada, trascendiendo desde el amor sensual y erótico, al continente como Patria Grande; es necesario darle la palabra nuevamente al Jefe, para que nos cante todo un imperativo categórico: “Yo no quiero que mi patria se doblegue / bajo el yugo del rapaz imperialismo, /más tampoco estoy de acuerdo en que se entregue/ a las cosas por saber del comunismo.” (Mi credo. Daniel Santos y Davilita)
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Francisco A. Cifuentes S, Lic. Sociales. A.M. Historia (Universidad del Quindío), Master en Filosofía Latinoamericana (Universidad Santo Tomás) y melómano de la Universidad de la Vida.
Foto tomada de: Relatos Salseros
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