La oportunidad de reaprendizaje cultural se convierte en inaplazable e irremplazable ante la noticia del comienzo de un nuevo fenómeno de La Niña, sobre lo cual tenemos el 60% de probabilidad, cuando aún se está desarrollando el fenómeno de El Niño que está creando todas estas emergencias de fuego de vegetación en la mayoría de municipios del país. Es que venimos de un fenómeno de la Niña 2021-2023 que no alcanzó a terminar cuando se identificó el comienzo de este fenómeno de El Niño y ahora, en medio del desarrollo de este Niño, se nos anuncia que comienza otra Niña. El calentamiento climático en curso puede estar activando esa mayor frecuencia, asociado a la perdida de la biodiversidad y a la contaminación existentes en el planeta. Por ello, esta “continuidad” de los fenómenos de variabilidad climática configura la Crisis Ambiental, como acertadamente lo ha expresado la ex viceministra Sandra Vilardy en reciente artículo en El Espectador. (EL Duelo Climático, 30 enero). Todo ello en el marco del post covid19, en el 2020. Cada día más estaremos enfrentando situaciones más críticas más frecuentes en la medida en la cual hemos postergado el freno a las emisiones de gases de efecto invernadero, la degradación de la biodiversidad y la contaminación por nuevas sustancias y desechos líquidos y sólidos que sobrecargan los ecosistemas.
La Crisis debe ser la oportunidad de cambiar. Necesitamos reaprender más rápido a convivir, o mejor a estar dentro de la naturaleza que nos rodea y que se tornará más compleja en el siglo 21 a medida que el cambio climático, la pérdida de la biodiversidad y la contaminación ambiental deterioran aún más el planeta. Es necesario que revisemos varios aspectos que nos permiten entender mejor el problema. En primer lugar, la razón de dichos incendios. Si bien los incendios de praderas como las de la Orinoquia son normales y naturales en el sentido que en épocas de “verano”, las altas temperaturas y la falta de agua originan dichos incendios de forma espontánea, también entra en consideración de manera creciente y comprobable la generación por mano humana. Tanto el descuido involuntario, o mejor inconsciente e irresponsable, como las manos criminales cobran mayor dimensión. La falta de cultura de cuidado de la naturaleza y del bien común, característica triste de nuestra sociedad, que bota a diestra y siniestra latas, empaques y vidrios, constituye una amenaza tanto para el ecosistema como para los humanos; la intención de hacer daño tanto a la sociedad como a algún actor en particular, también entra en la ecuación. La salud mental de la sociedad debe ser analizada con mayor profundidad, pues existen señales importantes de alarma en ese sentido. La sociedad de los Estados Unidos se levanta cada mañana expectante acerca de posibles tragedias en colegios y establecimientos de gran afluencia pública; en Colombia, nos levantamos cada día esperando no oír de casos de violencia intra-familiar en la cual las mujeres y los niños son las principales víctimas. La naturaleza y los animales domésticos son otras victimas que no tienen tanta publicidad y seguimiento y debemos resaltarlos.
En segundo lugar, vimos en la televisión acciones heroicas de los Bomberos y la invitación y solicitud de voluntarios para conjurar el fuego en las montañas en la cuales también participaron soldados jóvenes sin el equipamiento y entrenamiento necesario como lo demostró la falta de mascarillas; nuestro ejército tiene una vocación de apoyo a dichas emergencias, pero necesitamos entrenarlo y dotarlo con todas las herramientas y entrenamiento en prevención del riesgo y salud ocupacional. Hay ejércitos como el de Estados Unidos, en los cuales hay oportunidad de entrenamiento en campos diferentes de la crisis climática y ambiental. Situaciones de inundación, covid, etc. Agradecemos como colombianos la actitud y acción de los militares y de numerosos voluntarios que han ofrecido su contribución, pero es necesario como primera condición que cualifiquemos y minimicemos el riesgo de dichas personas.
En tercer lugar, necesitamos repensar las acciones después de dominar los incendios cercanos a los asentamientos urbanos o a sitios en los que puedan afectarse familias y comunidades humanas, teniendo en cuenta también las demás especies animales y organismos vivos. La Universidad Nacional elaboró el Mapa de Vegetación Natural, que evidencia que se ha perdido el 75% de la vegetación andina y el 27% en la Orinoquia; en la actualidad 28 de los 32 departamentos tiene alerta roja, que se puede acentuar en febrero; sin embargo su uso , que es fundamental para la restauración de bosques nativos y páramos, aún está pendiente, lo cual disminuiría errores y daños en los ecosistemas; según el profesor Orlando Rangel, uno de los líderes de su elaboración, que afirma por ejemplo, que “en la parte boscosa de los cerros orientales ( de Bogotá), debemos plantar especies leñosas como el árbol del canelo ( Drymis), el encenillo (Weinmania) o los gagues (Clusia, Vallea) y en los páramos el frailejón mayor (espeletia grandiflora) y no otras especies de otros páramos”. Es obvio que siembras de pinos, eucaliptos cipreses, que no son nativos y contienen aceites que son combustibles rápidos, pero también es necesario saber que los incendios “hacen parte de los cambios y fluctuaciones propias de la naturaleza, con temporadas del año en donde se sufren con una mayor intensidad, pero en los casos de la actual crisis (entre diciembre y marzo, temporada de sequía) la totalidad de los incendios son producto de la acción humana”. Nuestra visión está bastante regida por la concepción eurocéntrica y requerimos comprender que nuestra situación es la de la zona intertropical entre los trópicos de cáncer y capricornio con una sociedad extremadamente desigual y una topografía y geografía muy diversas.
En el caso específico de Bogotá, además de apuntar a repoblar con especies nativas en el mediano plazo, debemos revisar alternativas a corto plazo a la necesidad de uso de helicópteros y aviones cargados con bolsas de agua, -operaciones tremendamente costosas y riesgosas-, por otras como la posible instalación de tuberías enterradas y equipadas con salidas o “sprinklers” para humedecer el suelo y la vegetación en previsión a su combustión por la sequía, exposición solar y alta temperatura. El sistema se activaría mediante sensores de humedad. Para algunos, “el sendero de las mariposas” en los cerros orientales del Distrito, podría reconsiderarse bajo criterios ecológicos y culturales con todas las precauciones adecuadas, teniendo en cuenta su función de reserva ecológica distrital. Si elevamos la cultura y la seguridad ciudadana con todos los equipos necesarios de electrónica y de protección natural, podríamos instalar varios equipamientos que harían sinergia: conducción de agua para emergencias de incendios forestales y sendero ecológico para observadores de aves y naturaleza. La repoblación con especies propias sería el elemento principal bajo la guía científica de investigadores. Es grato observar en los últimos días una serie de conversatorios sobre el tema de los incendios forestales con la participación de mujeres investigadoras con trabajos específicos sobre esta preocupación.
Pero el esfuerzo debe ser mayor. Los incendios forestales son una alarma temprana de la crisis climática, cuyo siguiente capítulo será el de la inseguridad alimentaria por sequía, por pérdida de humedad de los suelos, como lo expresa el sexto informe del IPCC emitido a mediados del año pasado, en el cual se aprecia el mapa mundial de escenarios de cambio climático en el cual se aprecia que un aumento de 3 a 4 grados centígrados en la temperatura planetaria resultarán en una disminución crítica del agua subterránea de los primeros 50 centímetros o más del suelo disponible para los cultivos alimentarios y para el crecimiento de la vegetación natural. Al respecto, ya hay respuestas avanzadas de adaptación como la que visitamos en La Mojana recientemente dentro del Programa “Mojana Clima y Vida” coordinado por el PNUD: en el caño ventanillas, una asociación de mujeres en alianza con investigadores de primera línea de excelencia de la Universidad de Córdoba, condujeron un ejercicio de selección de 80 especies capaces de ser resilientes ante condiciones extremas de clima tanto en sequía como en inundación, sometiéndolas a pruebas con un instrumento muy moderno, -el piro-porómetro, que mide la fotosíntesis y respiración de las plantas-, bajo condiciones de estrés hídrico por defecto y por exceso. Una vez probadas, las plantaron en sus huertos alrededor de sus casas, en sus parcelas que definen su estabilidad agroalimentaria por fuera del mercado. Adicionalmente, están concluyendo las investigaciones sobre los microorganismos solubilizadores del fósforo y fijadores de nitrógeno naturalmente, para potenciar la producción en estos suelos saturados o semisaturados, dependiendo de la época del año. Los policultivos cobran importancia y sentido como estrategia de seguridad agroalimentaria ante el cambio y la variabilidad climática.
Nos esperan más incendios forestales, “naturales” o generados por la mano humana, así como dificultades alimentarias asociados al cambio y variabilidad climáticos. Sólo la inversión y compromiso con el nuevo conocimiento, con la innovación social, tecnológica e institucional; sólo con el cambio cultural para convivir y habitar la naturaleza sintiendo que somos parte de ella, podremos afrontar la realidad compleja del siglo 21, que nos invita a cambiar de una actitud social competitiva, excluyente socialmente y despectiva de la naturaleza, a una civilización solidaria, empática con todos los organismos vivos, incluido el animal humano, que sepa aplicar toda su inteligencia y sabiduría para sobrevivir y disfrutar bien de este planeta maravilloso y en riesgo.
Carlos Hildebrando Fonseca Z, Gerardo Trejos Ramirez & Andrés Charry Gomez
Foto tomada de: El País Cali
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