Uno de los factores más importantes para establecer y mantener la identidad de una sociedad política es un lenguaje político común.
Sheldon. S. Wolin
Hay una creencia extendida de que son las ideas y los conceptos convertidos en discurso los que sirven de ocasión para efectuar un cambio sobre la realidad efectiva. Esta mistificación idealista fue criticada tiempo ha por Marx para referirse a los filósofos “revolucionarios” que creían suficiente deshacerse de ciertas ideas, pensamientos o palabras para que la realidad correspondiente se derrumbara de inmediato. Cuando esta ingenuidad de la conciencia quiere adoptar un ropaje filosófico invoca a Hegel para justificar la “profundidad” de su creencia.
Jorge Iván González ha partido de una premisa filosófica según la cual el lenguaje es un principio poderoso para trastocar la realidad y cambiarla. En un artículo titulado Balance Parcial del primer año de Petro, Jorge Iván González escribió que “quizás el principal logro de este gobierno ha sido el cambio de lenguaje. En una lógica hegeliana, la forma de conversar es el primer paso para transformar. Y Petro ha modificado de manera sustantiva el lenguaje” (2023). Asimismo, en su última columna publicada hace aproximadamente una semana, volvió a la carga y se centró en la brecha insalvable entre discurso y facticidad, y afirmó: “Por su misma naturaleza, el discurso es transformador”.
En este punto cabe recordar las palabras que Julieta dirigió a Romeo: “¿qué hay en un nombre? Eso que llamamos rosa lo mismo perfumaría con otra designación. Del mismo modo, Romeo, aunque no se llamase Romeo, conservaría, al perder este nombre, las caras perfecciones que tiene” (Shakespeare, 2003). ¿Qué es entonces lo que puede un nombre, cuál es el poder transformador de las palabras?
Jorge Iván no está de acuerdo con Fausto: “en el principio era la acción”, sino más bien con las palabras del apóstol San Juan: “en el principio era el Verbo, […] y el verbo era Dios”. La palabra es, según Jorge Iván, una especie de demiurgo creador de lo real, por lo cual esta aparece como la forma material que la idea adopta. La máxima de Jorge Iván, según escribió en aquel artículo, es que “el cambio de lenguaje obliga a modificar la perspectiva”, y yo pregunto: ¿no es más bien al revés, que el cambio de perspectiva obliga a cambiar el lenguaje? Pues un signo debe estar en capacidad de remitir al pensamiento que representa, al concepto que enuncia, a la idea que manifiesta. Un concepto, una idea, un pensamiento son ellos, justamente, perspectivas. El lenguaje es una perspectiva.
La legitimidad de un poder depende de sus fines, y estos no están determinados por un cambio de lenguaje, pues más bien es el lenguaje el que, al expresar verbalmente el contenido de una nueva perspectiva (ideología), sirve como signo de un poder que actúa en otra dirección. El cambio propuesto por el presidente Petro no modificó la perspectiva porque su gobierno obedezca a un nuevo tipo de lenguaje, al contrario, su nuevo tipo de lenguaje obedece a un cambio político de perspectiva que debe servirse de la acción para alcanzar sus respectivos fines.
Si atendemos incluso a la metafísica de Nietzsche, la perspectiva es ella, en tanto voluntad de poder, una fuerza creadora de nuevas interpretaciones, de nuevas formas y orientaciones, es un principio direccionador que se apropia de las cosas y les impone un nuevo sentido, una nueva finalidad: “algo existente, algo que de algún modo ha llegado a realizarse, es interpretado, una y otra vez, por un poder superior a ello, en dirección a nuevos propósitos; es apropiado de un modo nuevo” (Nietzsche, 1994 p. 88). Los nombres y sus usos son tan solo una consecuencia de esa voluntad que ha actuado ya sobre el mundo material que nombra. El nombre es solo una palabra o un significante que permanecerá vacío mientras no se imprima de una manera tal que el término quede bien acuñado, y pueda asociarse en lo sucesivo con una acción o una cosa.
“El derecho del señor a dar nombres llega tan lejos que deberíamos permitirnos el concebir también el origen del lenguaje como una exteriorización del poder de los que dominan: dicen esto es esto y aquello, imprimen a cada cosa y a cada acontecimiento el sello de un sonido y con esto se lo apropian” (Nietzsche, 1994, p. 32, p. 32).
De este modo, el poder de nombrar se decide en el terreno de la lucha política y en el conflicto de intereses, de ahí que el uso regular de una palabra o expresión para nombrar un campo determinado de lo real sea el efecto de un poder que ha logrado dominar e imponer por cierto tiempo su lenguaje propio. “Dominar, dice Nietzsche, es soportar el contrapeso de la fuerza más débil” (1997, p. 128). Por lo tanto, en el acto mismo de mandar se reconoce que el poder del adversario no ha sido en absoluto vencido, disuelto, ni agregado. El lenguaje del poder más débil aún no puede ser impuesto, pues no cuenta todavía suficientemente con una fuerza capaz de mandar y gobernar. En la actividad política, el carácter común de los significados depende de un gobierno capaz de defenderlos. Thomas Hobbes describió el estado de naturaleza, no solo en términos negativos como la mera usencia de un poder soberano, sino positivamente como un estado de subjetividad y relativismo en cuanto a los nombres y definiciones. “Por tanto, antes de que puedan tener un adecuado lugar las denominaciones de justo e injusto, debe existir un poder coercitivo que compela a los hombres, igualmente, al cumplimiento de sus pactos” (Hobbes, 1990)
Un orden político se compone de un poder, una autoridad, un conjunto de leyes y de instituciones. Todo esto se expresa luego en un sistema de comunicación, a saber, de signos verbales, giros lingüísticos, expresiones discursivas, gestos y ademanes que se comprenden en un ámbito de significación socialmente aceptado.
Hombre, Jorge Iván, en términos políticos, un cambio de lenguaje no obliga a un cambio de perspectiva. Todo cambio de lenguaje en la política es en realidad el signo de un cambio de gobierno; es la transfiguración lingüística de una nueva práctica política basada en fines y principios diferentes. La perdurabilidad o implantación de un determinado estado de cosas depende del vigor de los nombres que lo invocan. Sí, pero tales nombres son, a su vez, las etiquetas de un poder mayor que los emplea. Dicho de otro modo: “Las ideas dominantes en una época son las ideas de la clase dominante” (Marx, 1974, p. 50).
Al hablar en su columna de la geografía de Colombia en el Plan de Desarrollo, Jorge Iván González afirma que “se trata de un nuevo lenguaje que invita a pensar la geografía desde diferentes ópticas”. Pero lo correcto es lo contrario, pues se trata de una nueva óptica que invita a pensar la geografía de un modo diferente, con un lenguaje que, en consecuencia, debe ser distinto.
Desde luego, en el gobierno que preside hoy Gustavo Petro ha cambiado el lenguaje al que durante décadas nos han acostumbrado anteriores gobernantes. Ya no es la jerga de matones y rufianes de esquina la que está instalada en el vocabulario del gobierno. La que hoy habla no es la ley del plomo, bala y hierro. El lenguaje del presidente Petro es el lenguaje de los derechos, pero lo que mortifica a la derecha no es el modo de hablar de este gobierno; su lenguaje sería simplemente irrelevante si no fuera porque sus esfuerzos están orientados realmente a realizar dichos derechos, y es que en una sociedad profundamente desigual la democracia debe consistir en extender los derechos al plano económico y social, pero para ello hay que actuar sobre la organización del poder y transformar las actuales relaciones de propiedad. Lo que está en juego no son simples palabras, sino relaciones efectivas de poder.
La ultraderecha estaría muy contenta si el actual gobierno empleara su discurso como una astucia del lenguaje y la expresión para disfrazar intereses y acciones que no pueden ser nombrados. Esto es, hablar por hablar el lenguaje de los derechos para no transformar nada y dejar todo como está. Pero esa labor no es de este gobierno. Esa tarea la ha asumido el “centro”, con quien la ultraderecha está bien alineada.
David Rico
Foto tomada de: Infobae
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