Saberlo con precisión es difícil, pues pudimos escoger bandera antes de que lo hiciera el canal que nos informa, o después de inundarnos con su retocada propaganda partidista. Quién sabe. Responderse esa cuestión es incómodo, pues sitúa a la conciencia ante el problema de aceptar que sobre los grandes asuntos no decidimos por nuestra cuenta, que otros lo han hecho por nosotros. Es una idea chocante, porque supone admitir que nuestras elecciones no son originales, que están hechas a imagen y semejanza de los medios de comunicación masiva que nos penetran cotidiana, familiarmente, sin necesidad de violentar la cerradura.
No debe censurarse a los medios de comunicación por tomar partido en una guerra; lo reprochable es que nos lleven a ella fingiendo neutralidad.
Es lo que la guerra entre Rusia y la OTAN en suelo de Ucrania, y el genocidio que comete Israel en Gaza, han puesto de nuevo al descubierto. Porque, de pronto, y sin tener ningún motivo real para reaccionar sectariamente, nos encontramos tensos, alertas y belicosos, mentalmente dispuestos a ponernos en la fila de los que, por deber, aguardan a ser llamados a empuñar las armas; con la segura claridad de que no moriremos en ella.
Las guerras, al simplificar el mundo de las opiniones al dilema de: “quien no está conmigo está contra mí”, sacó de su madriguera a la desinformación con plena libertad para actuar disfrazada de pacifista. Es la zarigüeya disfrazada de conejito blanco que ha salido a disparar. Tras esa imagen se esconden las cadenas internacionales de prensa y televisión, las agencias noticiosas y conglomerados de medios propiedad de corporaciones globales.
Hoy, las autopistas privadas internacionales de información están en guerra, sin declararla oficialmente ante la audiencia que dominan. Una maniobra perversa, pues, creyendo en la imparcialidad que aparentan, el espectador inocente ha tomado el mismo partido de los medios que frecuenta. La gran masa desconoce que se alistaron con la OTAN bajo la bandera de Ucrania y a la sombra de la estrella de David, por comunidad de intereses económicos e ideológicos: son sionistas, supremacistas, y anticomunistas irreductibles.
Es el derecho de la derecha política de apoyar a los ejércitos que le plazca, con los instrumentos de comunicación que ha pagado con su dinero. Y, como es natural, declararon enemigos a los medios propiedad del enemigo, o a los que simpatizan con ellos. En la guerra de verdad no cabe consideración con los renuentes o los indecisos. La CNN, BBC, EFE, AP, Reuters, DW, y FOX (parte del imperio del ultraconservador Rupert Murdoch), le declararon la guerra a los canales rusos, y a los medios alternativos en la Unión Europea, alegando la necesidad de controlar la difusión de noticias falsas; mientras inundan sus audiencias de mensajes elaborados para ocultar el engaño. Porque, si bien algunas conciencias informadas reconocen la propaganda, a la mayoría le resulta invisible y continúa consumiéndola, inconsciente de las alteraciones que produce, de estar marchando a la misma guerra contra odiados enemigos que jamás les han hecho daño.
Pocos meses después de la entrada de los ejércitos rusos en Ucrania, las autoridades europeas prohibieron en todos los Estados las trasmisiones del canal Russia Today (RT), con la excusa de impedir la desinformación. El Tribunal General de la Unión Europea, al rechazar en marzo de 2023 un recurso contra la prohibición, sostuvo que la decisión del bloque estaba justificada en “la extrema urgencia por la guerra” y no ponía en peligro la libertad de prensa. Claramente, el fallo admite que la Unión Europea está en guerra con Rusia en Ucrania, algo que ha negado sistemáticamente Josep Borrell en nombre de la UE, y Jens Stoltenberg secretario general de la OTAN, la alianza militar a la que pertenece Europa.
Sin embargo, contrariando las negaciones de los dos altos funcionarios y las de algunos jefes de Estado, el pronunciamiento judicial asume que la guerra se libra en suelo de la UE, según puede deducirse de lo dicho sobre el tema de la libertad de prensa. Si la guerra se libra “en el exterior” de la UE, ¿por qué amordazar la prensa disidente con la postura oficial del bloque?
Probablemente, el tribunal entiende que Ucrania es Europa – lo cual es cierto, como buena parte de Rusia –, así no esté integrada a la UE. En ese caso, el fallo pareciera dar la razón a la Federación Rusa en su denuncia de que la UE, en cuanto OTAN, en secreto está involucrada con tropas en el conflicto bélico. De otra manera no puede entenderse que la libertad de prensa se suspenda en el bloque de naciones que se atribuye el derecho de exigir a los demás su respeto absoluto, salvo “en tiempos de guerra”, desde luego; por ser un sacrificio comprensible estando en juego la supervivencia de una nación ante el ataque de un enemigo. Un ataque todavía no visto contra la UE después de 24 meses de guerra, así la Federación le dé otro nombre a la invasión de las interminables llanuras ucranianas.
Y con el mismo razonamiento del Tribunal General de la Unión Europea han actuado las plataformas en la Internet desde fuera de ella – como si el mundo occidental hubiese declarado la guerra a Rusia –. Censuran y estorban pequeños portales artesanales e independientes que emiten en distintos países. V&A, los esposos mexicanos que trasmiten desde Canadá, trabajan con temor y han denunciado que Youtube con sus algoritmos los sabotea: no notifican la emisión. Liu Sivaya, rusa residente en España, ha sufrido censura efectiva. Y los canales libres que cubren la guerra de Ucrania y la destrucción de Gaza bajo la denominación de Geo Política, comentan que Youtube les impone limitaciones crecientes al contenido. Entretanto la Voz de América (VOA) agencia noticiosa estatal de los Estados Unidos, desde 1942 trasmite incólume en más de 35 idiomas, justificando el intervencionismo armado de esa nación en todo el mundo en defensa de “el mundo libre”.
Los medios libran las guerras con su arsenal propio de propaganda, y trasmitiendo veladamente las invenciones torticeras de las agencias estatales de inteligencia de los países que luchan contra sus enemigos. Una propaganda que hacen llover sobre nuestras cabezas y nos arrastran al combate con ella. De los primeros días posteriores a la sangrienta incursión de Hamas en Israel, retengo la imagen del todopoderoso señor Elon Musk, recibiendo explicaciones de Netanyahu sobre el asalto a un kibut: ambos están de pie sobre una cuna perfectamente ordenada y sin sangre, en la que se ven varias relucientes ojivas de fusil sobre el tendido de dulceabrigo de un niño ausente. Un niño muerto, quisieron hacer creer; y debieron convencer a muchos, pues aprender a ver requiere una inteligencia informada y alerta contra los artificios.
Bajo el bombardeo diario alteraron nuestra conciencia de tal modo, que detestamos el nombre de Putin y su figura (nos recuerdan que fue agente de la KGB); desconfiamos de los musulmanes porque cualquiera puede ser un despiadado terrorista; distinguimos los dos colores de la bandera de Zelensky; su cara y la de Netanyahu se ha vuelto de nuestro agrado; y en Biden y Trump encontramos la imagen de dos ancianos dicharacheros, casi al alcance de nuestro abrazo. El esfuerzo de la propaganda diluyó sus culpas, y volteamos la cara buscando a los productores de armas, como si fuesen los únicos responsables de los grandes males.
Pasamos por alto que las empresas de armas son protegidas por los gobiernos, y que los gobiernos apoyan las guerras porque esa industria es un motor poderoso de la economía de sus naciones. Por ese motivo, Boris Johnson y Antony Blinken hicieron que Zelensky se retractara del acuerdo de paz casi firmado con Putin, a tres escasos meses de iniciada la guerra. Es la misma razón por la que Pedro Sánchez, un socialista, apoya con tanto entusiasmo esa guerra, junto al Reino Unido, Alemania y Francia.
El trabajo sistemático y agresivo de la gran prensa nos ha convertido en minusválidos. No podemos reconocer a los causantes de los desastres de la guerra, no logramos situarlos en su lugar justo. Ni siquiera advertimos que somos el tacho de la basura de sus mensajes, y el martillo multiplicador con el que la industria de las comunicaciones golpea exitosamente a los que se propone destruir. Han convertido a las grandes audiencias en un eco.
Quienes tenemos ideas distintas sobre la función pública de informar, criticamos la maquinaria totalitaria de las comunicaciones que simula informar con afán profesional, para mantener el control de las reacciones de la sociedad. Entendemos, claro está, que ese ejercicio forma parte esencial de la puja de las tendencias ideológicas entre quienes discuten en el mismo terreno.
Otra cosa es que una empresa de comunicaciones tenga intereses económicos directos en el negocio de hacer la guerra, es decir, fabricar y vender armas de destrucción masiva. Una situación que, según lo reveló el programa español De Base, se estaría presentando con el Grupo Prisa Media, propietario de El País madrileño, Cadena SER, y otras cadenas de comunicación en Europa, Estados unidos y América Latina. Pablo Iglesias denunció allí, que Prisa Media estaría vinculado con la industria armamentística a través de uno de sus socios mayoristas. Y la página web La Información lo confirma. La gestora de capital Amber Capital, socio mayoritario de Prisa Media, posee el 4,18% de las acciones de SAPA, una empresa vasca del sector de Defensa. El mismo fondo de inversiones fundado por el armenio Oughourlian, como socio de SAPA es dueño del 4,1% en INDRA, una sociedad española dedicada a la consultoría en seguridad y defensa. En ambos casos la participación es inferior al 5%, para esquivar la autorización estatal exigida por la legislación española a las sociedades no residentes para invertir en industria de Defensa Nacional (producción de armas, explosivos o material de guerra), que finalmente concede el Consejo de Ministros.
Es cierto: el Grupo Prisa Media, propietario de diarios, emisoras de televisión y radio, y de la editorial Santillana, Caracol y La W, con influencia mediática en el hemisferio occidental, también vende armas a los ejércitos, y tendría lógico interés en promover guerras. Por desgracia, algunos de sus recientes titulares lo confirman. ¡La madre que lo parió!
Álvaro Hernández V
Foto tomada de: ABC
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