Irán: la Promesa Verdadera
Desde el 7 de octubre el país persa ha concentrado sus esfuerzos en recuperar su influencia y cohesionar a las fuerzas del Eje de la Resistencia. Su principal objetivo era restringir la capacidad de Israel de llevar a cabo su campaña en la Franja de Gaza, imponiendo un alto coste en términos de recursos, preparación y alerta. De esa forma los aliados iraníes desplegaron una serie de ataques que impedían a Israel dedicar todos sus recursos a eliminar la resistencia palestina. Para el Eje de la Resistencia esta guerra tiene implicaciones estratégicas de primer orden, pues perder el punto de apoyo que supone Gaza en términos de profundidad –al mantener una daga en el cuello de su enemigo– daría a Tel Aviv libertad de acción suficiente para poder tomar una postura más ofensiva.
Como alianza cuyo propósito es resistir la renovada penetración de Estados Unidos en Oriente Medio desde el inicio de la Guerra contra el Terror de 2001, la causa palestina ocupa una posición especial; pues permite reunir simpatías en todo el mundo árabo-islámico amplificando la influencia del credo de la resistencia islámica iraní. De esta manera Irán ha ido modulando su apoyo a Hamás manteniendo como prioridad que no está en su interés entrar abiertamente en una guerra y, por ello, utilizando, en la medida de lo posible, fuerzas delegadas para responder. Siendo así el papel de la República Islámica de Irán el de coordinar y dar apoyo a las distintas milicias del Eje de la Resistencia.
Una vez Irán consiguió mantener el marco de la guerra en el flanco palestino, sus intereses pasaban por mejorar su posición internacional a la vez que ir desgastando la de Israel ante la opinión pública mundial. Teherán podía así seguir acumulando fuerzas, reforzando su despliegue a lo largo del Creciente Fértil y construyendo nuevas capacidades. Cada día de la campaña israelí en Gaza, con la hambruna como arma de guerra, los repetidos ataques a hospitales y campos de refugiados, la posición diplomática de Irán mejoraba a medida que el Estado hebreo veía menguada su influencia, erosionando los Acuerdos de Abraham.
Estaba, por tanto, en el entero interés de la República Islámica prolongar esta situación, aunque fuese a costa del sufrimiento del pueblo palestino. En la medida en que las fuerzas israelíes fueran incapaces de destruir a la resistencia palestina y la atención internacional estuviera concentrada en una solución de alto al fuego, el momento soplaba en favor de Irán. Hamás, aunque dañado, podía sobrevivir políticamente y ya había alcanzado su objetivo: romper el cerco israelí sobre Gaza. Por lo que una tregua también era beneficiosa dentro de este cálculo; el Eje de la Resistencia habría roto el proceso de normalización diplomática entre Israel y los Estados árabes, Palestina se afirmaba como imprescindible para cualquier acuerdo definitivo y Hamás se situaba como un partido imprescindible para la unidad nacional palestina.
El ataque israelí al consulado iraní, el 1 de abril, rompió con esta lógica. La República Islámica fue empujada a un dilema entre responder –arriesgándose a una guerra regional– y dejar pasar una línea roja –que daría a Israel libertad efectiva para continuar su campaña, tanto contra el Eje de la Resistencia como con una operación en Rafah–. Aunque Irán se mostraba dispuesta a renunciar a su respuesta a cambio de un alto al fuego en Gaza, pues lo consideraban suficiente recompensa política. Sin embargo, esto no fue posible.
La respuesta de Teherán fue directa, pero limitada, con la que también se asegura mantener la unidad interna. De hecho, la diplomacia iraní llegó a avisar a Washington –y otros países de la región– de que sus ataques serían “limitados y en defensa propia”. El objetivo principal del mismo era manda un mensaje claro y una demostración de capacidades. Con dos semanas de anticipación, el ataque –con alrededor de 170 drones, 120 misiles balísticos y 30 misiles de crucero– no pudo tener un efecto devastador, pues permitió a Estados Unidos desplegar un gran número de activos y hacer preparativos coordinados con Israel, Reino Unido y Jordania –mientras otros países dieron apoyo técnico con radares, como Francia–. El comandante del CENTCOM incluso viajó a Israel y Jordania. Sin todo este apoyo y preparación los daños habrían sido mucho más elevados. Uno de los objetivos que consiguió golpear Irán fue la base aérea de Nevatim, en el desierto del Néguev –desde donde presuntamente las fuerzas israelíes lanzaron el ataque contra el consulado de Damasco–.
La Promesa Verdadera iraní es una respuesta calibrada, suficiente para evitar una guerra regional –esa es la pretensión, al menos–, pero con las fuerzas necesarias para demostrar su compromiso y capacidad bélica. Los objetivos del ataque fueron bases militares en el desierto del Néguev y al puerto de Eilat, los Altos del Golán ocupados por Israel a Siria y, simbólicamente, la Ciudad Santa de Jerusalén. La respuesta tenía la envergadura para suponer un reto a las defensas israelíes. En este punto hay que tener en cuenta el ángulo económico: se calcula que el coste del ataque iraní fue muy inferior –alrededor del 10%– a la defensa que tuvo que desplegar el Estado hebreo –que habría costado 1.3 mil millones de dólares–. Además, en términos militares Teherán no ha revelado ninguna capacidad nueva, mientras que Israel se ha visto obligado mostrar la disposición que puede tener su defensa antiaérea.
La mayor parte del ataque fue lanzado desde el territorio iraní. Con esto Irán no quería dejar lugar a dudas de que la respuesta era suya. Hubo algún acompañamiento simbólico desde la Resistencia Islámica de Irak, los Houthies de Yemen o Hezbolá desde Líbano, pero el grueso del ataque cinético provino desde suelo iraní. Especialmente Hezbolá tiene armamento suficiente para saturar las defensas israelíes, y esta es una carta que el Eje de la Resistencia se sigue guardando. La República Islámica renunció con esto al elemento sorpresa, pero dejó claro la naturaleza limitada de su ataque, como transmitió a través de su misión diplomática en la ONU: “La acción militar de Irán fue en respuesta a la agresión del régimen sionista contra nuestras instalaciones diplomáticas en Damasco. El asunto puede darse por concluido. Sin embargo, si el régimen israelí comete otro error, la respuesta de Irán será considerablemente más severa”.
De esta forma Teherán planteaba una salida a esta escalada militar, a la vez que mantenía una advertencia: “La próxima bofetada será más dura”. Como resultado, Irán plantea ahora un nuevo paradigma, en palabras de Hossein Salami, comandante en jefe de los Cuerpos de la Guardia Revolucionaria Islámica: “Hemos decidido crear una nueva ecuación [con Israel]. Esta ecuación es que, de ahora en adelante, si Israel ataca intereses, figuras o ciudadanos iraníes en cualquier lugar, tomaremos represalias desde Irán”.
El mayor peligro que corre Irán con esta decisión es desplazar completamente el centro de atención de Gaza y la situación de los palestinos; precisamente lo que da mayor cobertura política –y levanta mayores simpatías– a sus acciones. De forma invertida en Teherán podrían incurrir en el mismo error que Sadam Husein en 1991, quien trató de azuzar la causa palestina atacando Israel. Sin embargo, el resultado fue un mayor acercamiento entre los gobiernos árabes y Tel Aviv. No obstante, la situación es muy distinta, tras seis meses de campaña de exterminio en Gaza la acción iraní destaca sobre el inmovilismo y la aparente indiferencia de los gobernantes árabes, que se dedican a lanzar tímidamente paquetes de ayuda humanitaria desde el aire con el permiso israelí. En estas circunstancias, la decisión de la monarquía jordana de defender al Estado sionista, mientras en las calles crecen las protestas, bien podría hacer estallar una crisis.
Israel, cambio de paradigma estratégico
La respuesta de Irán es para Israel la confirmación de que el pensamiento estratégico que mantenían antes del 7 de octubre ya no tiene sentido; la mentalidad del apartheid y la ocupación permanente que se construyó con los Acuerdos de Oslo. La idea que presidía por entonces era que el conflicto palestino-israelí estaba esencialmente congelado y se había encontrado la fórmula perfecta para mantenerlo en tal estado. Esta política, que pasó a ser el consenso dominante para todo el espectro político israelí tras la Segunda Intifada y el cisma palestino entre Gaza y Cisjordania, era la de una ocupación perpetua de bajo mantenimiento como estado permanente de las cosas para Palestina.
Con una ocupación subsidiada y subcontratada, bajo la égida de la Cúpula de Hierro como sistema de defensa “impenetrable”, las coordenadas para Tel Aviv eran las de un conflicto contenido. La lógica de dicho “paradigma de seguridad” era que el gobierno israelí no necesitaba un socio entre los palestinos, que la estabilidad y seguridad del país se podían dar por sentados. Y no sólo los israelíes pensaban así. En todo el mundo, las naciones empezaron a considerar a los palestinos no sólo una causa perdida, sino esencialmente un problema resuelto. Esta fue, después de todo, la base de los Acuerdos de Abraham, en los que países de Oriente Medio decidieron que los beneficios de la normalización con Israel eran más importantes que una causa palestina que habían empezado a ver como una fantasía. La idea fuerza que presidia era que los palestinos ya no eran necesarios para hacer la paz. “La región de Oriente Medio está hoy más tranquila de lo que lo ha estado en dos décadas”, que decía el consejero de seguridad nacional de Estados Unidos, Jake Sullivan.
En términos generales, la Cúpula de Hierro parecía ser una solución total al “problema” palestino para Israel. Con Cisjordania ocupada y Gaza bajo asedio, los únicos costes de la ocupación parecían ser los ataques periódicos con cohetes de Hamás de los que la Cúpula se ocuparía en su mayor parte. Cuando esto ocurriera, Israel los bombardearía hasta que cesaran. Entonces, Hamás esperaría y reconstruiría, volviendo a atacar de forma ineficaz, e Israel bombardeaba de nuevo. Esta práctica se hizo tan habitual, incluso mundana, que los israelíes se referían a ella casualmente como “segar la hierba”. Benjamín Netanyahu, como arquitecto político de dicho sistema, ha concatenado repetidas victorias electorales, llegando a ser el primer ministro más longevo de Israel. Bibi proclamaba orgulloso: “Les engaño, les desestabilizo, me burlo de ellos y luego les golpeo en la cabeza. Es imposible llegar a un acuerdo con ellos… Todo el mundo lo sabe, pero nosotros controlamos la altura de las llamas”.
La Inundación de al-Aqsa derribó este mito y en este sentido fue una victoria inapelable de Hamás. Demostró que, efectivamente, las fuerzas israelíes no controlaban la altura de las llamas; que no todo estaba bajo control, es decir, que la ocupación no puede ser permanente; y que el paradigma estratégico que había presidido el pensamiento de seguridad israelí era erróneo. Esto es importante porque ese era la principal justificación de todo su régimen de ocupación. De esta forma, lo que consiguió Hamás el 7 de octubre fue cambiar el cálculo de seguridad en Israel. Esto es algo que todavía está en gestación y tardaran un tiempo en asentarse estas ideas, pero el resultado cada día es más claro y ello es especialmente evidente en la guerra de Gaza y la escalada militar con Irán.
Durante la guerra de Sucot, el gobierno israelí ha navegado en la desorientación estratégica, careciendo de una salida política o algún tipo de solución a la guerra. Esta falta de estrategia ha llevado a una derrota de los objetivos que se había marcado: no ha rescatado a los rehenes, ni ha destruido a Hamás, ni se podrá restaurar el anterior paradigma de seguridad y disuasión, y encima ha perdido la narrativa de la guerra en el frente de la propaganda. Constreñidos por los ataques del Eje de la Resistencia y en un impasse, ante la posibilidad de una guerra de dos frentes, en Tel Aviv optaron por ampliar el umbral de sus ataques.
Una operación en Rafah suponía un compromiso militar que requería volcar una gran cantidad de fuerzas y perder más apoyos internacionales, sin un aparente resultado satisfactorio. La “victoria total” que proclama Netanyahu no estaba al alcance. Mientras, al mismo tiempo Tel Aviv se veía en la necesidad de mantener una fuerte preparación militar depositada en el norte del país. La campaña de ataques contra Hezbolá y las fuerzas iraníes en Siria era la forma de mantener la iniciativa, desgastado al Eje de la Resistencia e invitando a una respuesta en la que el Estado hebreo contaría con el respaldo de Estados Unidos. El ataque al consulado iraní del 1 de abril fue el resultado de esa orientación, en la que también hay que tomar en consideración la delicada posición política de Netanyahu.
Este aumento de las hostilidades debe leerse en el contexto de la guerra de Gaza, como parte de un esfuerzo de Israel por salir de una situación en la que su objetivo declarado de destruir a Hamás está fuera de su alcance. Israel se encontraba cada vez más aislado diplomáticamente a causa de su guerra contra Gaza, e incluso el respaldo estadounidense se ha suavizado. Para Netanyahu personalmente, la escalada y la expansión de la guerra, en la medida en que esto también significa continuarla indefinidamente, es su única esperanza aparente de evitar sus dificultades políticas y legales.
La escalada como forma que pretende Israel de salir del callejón sin salida de Gaza tiene dos elementos. El principal es provocar que Irán devuelva el golpe –algo que ya ha conseguido–, lo que puede permitir a Tel Aviv presentarse como defensor en lugar de agresor y alejar el debate de la destrucción que está causando en Gaza. El otro elemento es aumentar la posibilidad de que Estados Unidos se implique directamente en un conflicto con Irán. Cambiando de esta forma la narrativa de la guerra en Oriente Medio, ya no como una guerra de exterminio contra los palestinos, sino como el eterno conflicto de un “Israel bajo asedio”.
La respuesta de Irán a este desafió sitúa de nuevo, como en el 7 de octubre, al Estado hebreo ante la coyuntura de que las certezas del pasado ya no pueden darse por hechas. Aunque las bajas israelíes y los daños fueron mínimos, el ataque en sí vindica lo que ciertos pensadores militares israelíes han estado planteando durante las últimas décadas. Para estos sectores, el Estado sionista debería abandonar el acomodo de las últimas décadas –de una posición basada en las defensas fijas y la disuasión a través de la denegación de fuego, con robustas defensas antiaéreas como la Cúpula de Hierro– y volver a su más tradicional postura de ofensiva activa. Pero la naturaleza irregular e insurgente de las milicias palestinas o de Hezbolá complica ese cambio, lo que ha llevado al empleo de la Doctrina Dahiya, que se esta viendo aplicada incipientemente sobre Gaza; cuya lógica conduce a la limpieza étnica o al exterminio de la población palestina. Ahora, con el ataque de Irán, las llamadas a construir el Muro de Hierro de Jabotinsky y llevar a cabo un ataque decisivo contra la República Islámica están creciendo entre un sector importante de la sociedad israelí. El concepto de seguridad no puede mantenerse bajo el paradigma de disuasión anterior. La guerra en las sombras entre Irán e Israel parece salir a la luz.
Por tanto, Israel podría optar por seguir el liderazgo estadounidense, aceptar la desescalada que se le ofrece, tratar de construir esa coalición regional junto a otros Estados árabes en contra de Irán y buscar un acuerdo de alto al fuego en Gaza. Es decir, aprovechar el cambio de narrativa para recuperar legitimidad y apoyo. Pero esto significaría aceptar el esquema que propone Washington, que incluye un acuerdo con la Autoridad Palestina para la creación de un Estado palestino, aunque simbólico y totalmente sujeto a la merced del Estado sionista.
Una respuesta militar sobre territorio iraní tiene importantes complicaciones logísticas, pero no está fuera del alcance del ejército israelí. Para Israel el problema está en las dificultades que enfrentaría en un conflicto prolongado con la República Islámica, que podría agotar a Tel Aviv en una guerra de desgaste. Estados Unidos ya ha dejado claro que no apoyará un contrataque israelí, pero si quiere evitar una guerra regional seguramente necesitará algo más que eso. Quizá Joe Biden ha necesitado recordarle a Netanyahu lo que le dijo el presidente Bill Clinton en 1996: “¿Quién coño se cree que es? ¿Quién es la jodida superpotencia aquí?”
Àngel Marrades, Politólogo por la Universidad de Salamanca. Ha escrito numerosos artículos relacionados con la temática de las relaciones internacionales y la geopolítica, especializándose en asuntos como la política de China. También ha publicado los libros Fuego en el horizonte: España en la nueva geopolítica mundial (donde ha escrito el capítulo «Estados Unidos y China: algo más que una guerra comercial») y La nueva era de China.
Fuente: https://www.other-news.info/noticias/la-guerra-entre-iran-e-israel-sale-de-las-sombras/
Foto tomada de: CNN en español
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