Una de sus peores consecuencias fue la subida de los precios del crudo, que motivó la conocida «crisis del petróleo», germen de la posterior «crisis de los años setenta». No obstante, no fue el verdadero detonante de la crisis ni tuvo la trascendencia que se le dio después.
Los hechos
La «crisis del petróleo» llegó precedida por una compleja crisis estructural iniciada en la década de los sesenta que se debió a tres factores entrelazados.
En primer lugar, una crisis de producción inducida por una demanda ya saturada.
En segundo lugar, el ataque de que fue objeto el modelo económico keynesiano4 por parte del sistema liberal: al disminuir los beneficios y aumentar los impuestos, vio nuevas oportunidades de negocios a escala global y financiera.
En tercer lugar, la deslegitimación del sistema socioeconómico implantado tras la Segunda Guerra Mundial. Mientras hubo empleo —aunque mayoritariamente masculino—, posibilidad de consumir y un sistema público de educación, salud y pensiones, hubo paz social. Pero, cuando se saturó la demanda y disminuyó la producción, aparecieron el paro, la pobreza, la crisis fiscal y una menor protección y servicios públicos. El sistema se vino abajo y aumentaron las protestas y las reivindicaciones.
Los tres factores enumerados desencadenaron abundantes conflictos políticos y sociales a nivel global. Iniciados en los sesenta, se generalizaron en los setenta y provocaron revoluciones, movimientos de liberación nacional, reforzamiento del bloque comunista, y huelgas y demandas laborales en el bloque occidental. Mientras tanto, la rentabilidad y la solvencia empresarial se desmoronaron.
La respuesta de los gobiernos progresistas
iba más allá del capitalismo: socializar más los medios de producción, aumentar los salarios sociales e indirectos (salud, educación y pensiones), fortalecer el estado de bienestar, ampliar la participación de los trabajadores en la gerencia de las empresas, aplicar políticas fiscales para que tributasen más a las grandes rentas y patrimonios e incrementar la masa salarial para que la redistribución de la renta favoreciera cada vez más a las clases trabajadoras.
La respuesta de los grandes líderes empresariales y financieros
fue reclamar la recuperación del beneficio privado y aumentar su fuerza en la negociación social. Querían modificar la base productiva y tecnológica del sistema, cambiar la orientación de la política económica y generar nuevos valores para crear un clima social a su favor.
La confrontación —que duró varios años y se tradujo en una inflación galopante— se resolvió a favor de los segundos mediante golpes de Estado, encarcelamientos y asesinatos de miles de sindicalistas, políticos de izquierdas y personas normales que trataban de defender derechos políticos y sociales consolidados. Se trató de la conocida «revolución conservadora», encabezada por Margaret Thatcher, Ronald Reagan, Pinochet y Juan Pablo II.
El ataque a la clase trabajadora
Al subir el precio del petróleo, se incrementaron los precios industriales y los de bienes y servicios de consumo. La demanda de subidas salariales por los sindicatos provocó una espiral precios-salarios-precios que alimentó aún más la inflación. Los nuevos Gobiernos se pusieron al servicio de los poderes económicos y, en vez de potenciar el crecimiento económico, el pleno empleo y la distribución equitativa de los ingresos, subieron los tipos de interés y frenaron la subida de salarios para controlar la circulación del dinero y la inflación.
La brutal subida de los tipos de interés contuvo los salarios, pero se enfrentó con dureza a los sindicatos y las leyes que favorecían la negociación colectiva y el equilibrio de fuerzas sociales. Asimismo, se ralentizaron de forma traumática la actividad económica y el desempleo masivo, lo que desmovilizó a las clases trabajadores y su poder de negociación mientras aumentaba el poder represor de la empresa.
Consecuencias de la represión laboral
Tras someter al trabajador, se elaboraron leyes que dieron total libertad al capital privado para reconvertir industrias y relocalizarlas en sitios donde se produjese más barato.
Además, se suprimieron impuestos a los más ricos y se puso el control económico en manos de autoridades «independientes», que procedían de la banca privada y volvían a ella cuando dejaban la banca central.
La crisis del petróleo se dirimió a favor de los más ricos al ponerse en marcha una estrategia que resolvió sus problemas estructurales y cambió el sistema. Fue una oportunidad perdida para la gran mayoría…
La inflación fue la excusa para poner en marcha las políticas neoliberales que beneficiaban a las finanzas y a la gran propiedad del capital.
¿Hay coincidencias entre la crisis actual y la de los setenta?
En 1973, hubo una estanflación5 económica que podría darse ahora en algunas grandes economías si persistiese la inflación y los bancos centrales frenasen la actividad al seguir subiendo los tipos de interés. No obstante, predominan las diferencias:
Las subidas de precios son ahora más leves: sobre todo la inflación subyacente6.
El marco general en el que se desarrolla la actividad económica tiene menor capacidad de maniobra y las relaciones económicas son más ingobernables, debido a las privatizaciones, la deslocalización, la plena libertad de movimientos del capital, el sometimiento de las finanzas públicas a los mercados que financian los Gobiernos, la pérdida de vigor de las instituciones públicas y el gran poder de las instituciones privadas.
La deuda es tan elevada y la financiarización tan intensa, que los bancos centrales no pueden subir excesivamente los tipos de interés porque habría una sucesión de crisis a nivel planetario que provocaría la ruina de países enteros y una enorme deuda de la que no se podrían librar ni empresas ni hogares ni Gobiernos.
Distinta correlación de fuerzas en los mercados laborales: los trabajadores no demandan subidas de sueldo a pesar de la pérdida de poder adquisitivo por el debilitamiento de los sindicatos y décadas de paro, subempleo, individualismo e insolidaridad. Como consecuencia del neoliberalismo, hoy se acepta cualquier empleo sin fijarse en el salario.
Degradación sistémica y generalización de la desigualdad: aumentará la tensión social y se acelerará la inflación si no se resuelven problemas como la crisis energética o el bloqueo de suministros.
El mundo financiero lo domina todo y cualquier cambio puede ser fatal: como la banca internacional es poco solvente al habérsele permitido inversiones muy arriesgadas y haberse expuesto a productos financieros muy peligrosos, en caso de shock, los bancos centrales no podrían desarrollar políticas más restrictivas, pues se produciría un caos financiero.
El capitalismo es una droga que nunca consigue calmar su afán
La mayor diferencia entre la crisis de los setenta y la actual es que, en la actualidad, el ingreso y la riqueza están más concentrados que nunca, el capital financiero registra los márgenes más elevados de las últimas décadas, y el beneficio ni está en peligro ni deja de crecer.
La legitimación del neoliberalismo ha permitido políticas antisociales muy aceptadas por amplias capas de la población, aunque sean quienes más las sufren.
En efecto: si las políticas neoliberales no han agotado el capitalismo ni saturado los mercados y han alcanzado sus objetivos —modificar la mentalidad de la gente, realizar cambios institucionales y legales a su favor y generar un modelo económico de mayor concentración de beneficios y capitales en unos pocos— ¿Por qué cambiar?
De hecho, la economía no solo no ha fracasado, sino que ha tenido un éxito contundente: si el capitalismo de los sesenta estaba a punto de morirse de hambre, el de ahora sufre de empacho.
Sin embargo, aunque las enormes ganancias impiden la existencia de incentivos que frenen esta locura, se trata de una política de inmenso riesgo para toda la humanidad. Pero no hay nada que hacer, porque quienes más ganan con la inflación son las grandes empresas y la banca y, como mueven los resortes del cambio social y las palancas de las decisiones políticas, no tienen ni interés ni necesidad de hacer cambios sustanciales.
El enfermo no quiere curarse
La crisis actual es mucho más grave que las anteriores y el riesgo de un fallo sistémico, muy elevado. Pero el «enfermo» no quiere curarse y ofrece una resistencia total a modificar sus condiciones de vida, ya que la acumulación de riqueza y poder son más importantes que sanar.
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1 La información del artículo procede de Más difícil todavía (Juan Torres López).
2 Ese día los judíos celebran su fiesta más sagrada: el Yom Kipur (expiación de los pecados).
3 Organización de Países Exportadores de Petróleo.
4 Basado en el gasto e inversión públicos y en los pactos de rentas que podían financiarse sin dificultades.
5 Estancamiento con inflación.
6 La que no refleja los precios de la energía ni la de los alimentos, que son alcistas.
Pepa Úbeda
Rosa Kochubey says
Como siempre un artículo muy interesante. Argumentado y convincente. Y mi opinión personal que el enfermo ni piensa, ni quiere curarse.