Incluso, en un arrebato de optimismo, llegó a plantear desafiante la posibilidad de que ese sería el mecanismo eficaz con el que las masas doblegarían cualquier voluntad retrógrada que emanara de los poderes establecidos contra la agenda del cambio.
Y, a fe, que el primer año logró convocar algunas manifestaciones, no especialmente grandes, pero sí muy significativas, dados el entusiasmo, la convicción y la cohesión que recorrían como ondas consistentes los eventos masivos del gobierno, sobre todo en la plaza de armas del palacio presidencial.
El problema hoy, es que mucho antes de que su período cumpla la primera mitad, esa apuesta, la de la calle, en la que Gustavo Petro desplegaba con propiedad las energías de su liderazgo, ha comenzado a perderla. No por knock out, desde luego. Se trata más bien, de un punto de inflexión que comienza a definir quizá una tendencia. Es lo que uno puede deducir de la marcha del 21 de abril, convocada por la oposición, como un tour de force de la derecha; convocatoria dotada de una fuerza y un alcance tales que han dejado rezagados el empuje y el tamaño de las anteriores movilizaciones en favor de ese cambio, encarnado en el gobierno, algo que coincide con la radiografía de las encuestas que muestran una opinión desfavorable para la gestión del presidente, en los niveles notoriamente negativos del 60%, dato que resulta muy diciente, en caso de creerle a la encuestadora Invamer.
Particularidades y circunstancias
En Bogotá, ciudad en donde por cierto hacen presencia grandes segmentos de electores independientes, la marcha en las calles de la oposición tuvo un volumen poco usual en una manifestación específicamente citada contra un gobierno, pues probablemente superó el número de 60 mil participantes; además en un bastión que le dio a Petro 2 millones y medio de votos en las presidenciales de 2022, de un total de 11 millones, 200 mil, a nivel nacional.
Por otra parte, la movilización ganó en diversidad, pues atrajo a sectores de reivindicación gremial, suerte de grupos de interés; y sedujo particularmente a figuras situadas en el “centro” del arco ideológico, lejanas de la derecha cerril y reaccionaria.
Estas variaciones cuantitativas y cualitativas en las marchas de la derecha no parecieran ser circunstanciales sino más bien tendenciales. Frente a su manifestación callejera de marzo, la oposición antipetrista casi triplicó el 21 de abril la suma de sus movilizados, una concentración de gentes en la que algunos elementos del “centro” que antes estuvieron de algún modo con Petro, ahora tomaron parte activa en una protesta contra el gobierno de ese mismo presidente.
A la inversa, antes de la concentración de este primero de mayo, grande e importante sin duda, el desfile de la izquierda el mismo mes de abril, fue una marcha menor, apoyada en la sola presencia de los aparatos sindicales.
El proceso incremental de una movilización ciudadana se mide por el influjo que ella ejerza sobre una masa espontánea, ubicada más allá de los aparatos partidistas, institucionales o gremiales.
La verdad, por más que les duela a los espíritus con sensibilidad progresista, es que ese ascenso, esa ampliación en el radio de acción, se nota más en la oposición de derecha, de influencia tradicionalista, que en las convocatorias del gobierno de izquierda. Es una falla, no disimulable por la exitosa marcha del primero de mayo, logro que no debiera ocultar la realidad de esa inclinación favorable a una oposición, llena de pulsiones contrarias al cambio y a la mentalidad abierta; pero así mismo respaldada a menudo, por razones valederas, las que tienen origen en los errores puntuales de la gestión oficial y también en el atascamiento de la agenda estratégica del gobierno, motivo que oscurece el horizonte de la gobernabilidad.
El lastre de la derecha
Por más que crezca la movilización opositora al gobierno, ella arrastra sin embargo con un simplismo grosero, adolece de una ausencia clara de alternativas políticas; por cierto, es portadora de una carga inverosímil de odio, en la que además el grito reemplaza al discurso; tanto que la consigna dominante es la de “fuera Petro”. Con lo cual, el sonido está asociado con la furia, no con la argumentación; una furia poblada de fantasmas e imaginarios burdos, ligados con el pasado “guerrillero” de Gustavo Petro: una búsqueda turbia para anclar su figura en la omnipresente nebulosa de la violencia, lo que provoca el encono, algo a lo que él responde con el discurso fácil de la lucha contra las oligarquías ancestrales, nada de lo cual ayuda a lo que ahora llaman la conversación.
Lo que viene
Lo previsible es que, en adelante, el presidente quedará en una situación frecuentemente defensiva, cuando se trate de movilizaciones, un terreno en el que esperaba ilusoriamente mantenerse a la ofensiva.
Esa desventaja no impide, sin embargo, que recomponga las cosas con inteligencia en el trámite parlamentario de algunas de sus reformas, como la pensional; al tiempo que alimenta su relación con la población de los territorios y regiones; esta última, una especie de plataforma social y cultural para mantener su capacidad de liderazgo en la movilización popular, eso sí, en otra escala.
Ricardo García Duarte
Foto tomada de: El Heraldo
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