Echeverry, como muchos empresarios capitalistas, está molesto con afirmaciones del presidente Petro que los acusa de ser explotadores. Con la suprema superficialidad que lo caracteriza, nos cuenta que su hijo de 15 años pasó un fin de semana dedicado a vender entre los vecinos un servicio de lavado de ventanas, un emprendimiento de un compañero de curso que compró una máquina y organizó una pequeña empresa. Junto con otros 9 compañeros lograron vender varios servicios y en el caso del hijo de Echeverry le fue tan bien que pudo comprarse una patineta, con el fruto de su trabajo. El padre estaba muy orgulloso, pero el presidente Petro le amargó el suceso.
Según nos dice, cayó “en la cuenta de que debo sacarlo de inmediato de ese sistema inhumano creado por ese compañero malévolo que se quiere enriquecer a costa de explotar a mi joven vástago y el resto de compañeros del colegio.”
¿Qué concluye Echeverry de los planteamientos de Petro? “Contratar es explotar y esclavizar.” Afirma adicionalmente que “caigo en la cuenta de que conozco a alguien que lleva más de 40 años construyendo su empresa y ocupa a cerca de 1.200 empleados. Con la nueva doctrina, ellos le deben guardar rencor a ese empresario y tan pronto puedan, deben ver cómo se pasan al sector público, o convierten la empresa en estatal para que los dejen de explotar.” Y añade, “en buena hora conocemos ese nuevo modelo doctrinario. Lo aclara todo. Ya sé que pensar sobre el trabajo espontáneo de fin de semana de mi hijo, al igual que de cada empresario privado que conozco y de la participación privada en cualquier empresa estatal.”
Petro hace dudar a Echeverry. Hasta ese momento, nos cuenta que consideraba que los capitalistas eran casi unos héroes: “Antes estaba bajo el espejismo de que crear empresa era riesgoso y demandaba un esfuerzo sobrehumano para contratar personal, pagar cada mes sueldos y parafiscales, comprar máquinas, alquilar una bodega o un local, buscar afanosamente clientes todos los días, no dejarse sacar del mercado por los competidores, soportar los cambios repentinos de precios, llevar a pie juntillas la contabilidad, tratar de exportar, aguantar cientos de regulaciones de trabajo, productos, insumos y comercio exterior, obtener crédito bancario y pagarlo a tiempo, con intereses que han subido una bestialidad, hacer temibles y demorados trámites para una licencia del INVIMA o el ANLA, inscribirse en la Cámara de Comercio, pagarle impuestos a la DIAN, con el riesgo de auditorías abrasivas e intimidantes, rendir cuentas ante la junta directiva, negociar con el sindicato, soportar las tasas, estampillas y multas, mirar con espanto cómo fluctúan las tasas de interés y el valor del dólar. Aparte de eso, animar y crear una visión compartida con empleados y trabajadores para ser productivos y sobrevivir juntos en ambientes desafiantes. En fin, tenía enorme respeto por la gente que se somete a semejante viacrucis de ser empresario.”
Después de escuchar a Petro, nos cuenta que ha cambiado de opinión: “Ahora sé que todas esas actividades en las que ocupan afanosamente su tiempo los casi dos millones de empresarios de Colombia son una mera pantalla; formas encubiertas de esclavismo y explotación. Gracias presidente Petro por quitar la máscara de la cara de los explotadores y esclavistas que nos rodean y quieren vendernos leche, pan, bocadillos veleños, lechona, empanadas, jugos y ropa, carreras de taxi y acarreos, viajes en avión y legumbres, gasolina y entradas al cine, entre otros miles de bienes y servicios que usamos a diario.”
Y le recomienda al presidente: “Nacionalícelos a todos, presidente. Maneje usted y su equipo todas las empresas. Podrán nunca ser rentables bajo su tutela, pero al menos no serán inmorales y desalmadas explotadoras y capitalistas. Viva el socialismo. Abajo los explotadores y esclavistas. Con razón el presidente nos invita a marchar el 1º de mayo. Abajo las ventanas limpias.”
A algunos podría parecerle que Echeverry dice tonterías. Pero aborda temas fundamentales y los expone desde el punto de vista de la experiencia común de millones de personas, desde la conciencia de limpiadores de ventanas, tenderos y empresarios de distintos tamaños.
El asunto de fondo es si en el modo de producción capitalista se explota a los trabajadores. El tema es si contratar a un trabajador a cambio de un salario es explotación. No es un asunto doctrinario nuevo (si hubiera escuchado a sus profesores marxistas se habría enterado hace 40 años). Este es uno de los temas fundamentales de Marx en El Capital, que Echeverry quiere aquí refutar. Pero antes de Marx ya otros autores habían denunciado la explotación de los trabajadores. Contrario a la tesis de Marx, los economistas que se mueven dentro del campo teórico de la economía marginalista, la economía neoclásica, la economía keynesiana y la economía libertaria, en todas sus vertientes, plantean que no hay explotación, sino simplemente una colaboración armoniosa entre propietarios de factores de producción, cada uno de los cuales recibe la retribución que le corresponde según su aporte. Echeverry aborda por tanto un tema esencial. ¿Hay explotación o no hay explotación en la contratación de los trabajadores a cambio de un salario? No pueden ser verdad las dos cosas. Alguna de las teoría está equivocada. Alguien miente.
Vale la pena tratar de entender a Echeverry y discutirlo.
Echeverry se refiere a casi dos millones de empresarios. Según la Cámara de Comercio son 1,7 millones de empresas en Colombia a comienzos de 2024. Según tamaños 1,593.103 empresas (92%) son microempresas, y 106 mil pequeñas (6%). Menos del 2%, 35.000 empresas, son grandes y medianas. La gran mayoría no contrata trabajadores asalariados. Sería bueno que Echeverry revisara esto para precisar su análisis. En esos millones de empresas en las cuales no se contrata trabajo asalariado no habría explotación capitalista. Según el DANE, en diciembre de 2023 había cerca de 12 millones de asalariados, pero parte de ellos eran trabajadores del Estado y otra parte trabajadoras y trabajadores del servicio doméstico. Los asalariados al servicio de los capitalistas serían más o menos unos 10,6 millones.
Es preciso también tener en cuenta que son pocas las empresas que superan los 1.200 empleados que contrata el amigo de Echeverry. Según el DANE en la industria manufacturera solo hay 106 establecimientos industriales con 800 o más empleados. Muchas empresas que contratan asalariados son muy pequeñas y en muchos casos el patrón tiene que trabajar casi a la par de sus asalariados y realizar muchas actividades; supongo que el amigo emprendedor del hijo de Echeverry limpiaba él directamente las ventanas, aunque podría haber contratado a otro compañero con patineta para que lo hiciera. A propósito, no nos contó en que forma había contratado al hijo, sería bueno saberlo.
Echeverry mete en el mismo saco la empresa de lavado de ventanas de un adolescente, la tienda de barrio, el vendedor de dulces en la calle, el cerrajero, la costurera, la panadería, la empresa de 1.200 empleados de su amigo, Avianca, Bavaria, Cementos Argos, Bancolombia etc. Todos son “empresarios” en lo cual tiene razón, hasta cierto punto, pero olvida que hay diferencias sustanciales, cualitativas y cuantitativas: esto lo omite, prudentemente nuestro experto economista. No menciona que hay empresas capitalistas (que contratan asalariados) y empresas no capitalistas (que no contratan trabajadores asalariados). Y dentro de las capitalistas hay diferencias sustanciales en su tamaño, formas de organización, desarrollo técnico, etc., etc.
Las empresas producen bienes y servicios útiles. Echeverry tiene toda la razón: las empresas capitalistas producen bienes y servicios útiles: leche, pan, bocadillos veleños, lechona, empanadas, jugos y ropa, carreras de taxi y acarreos, viajes en avión y legumbres, gasolina y entradas al cine, entre otros miles de bienes y servicios que consumimos con frecuencia. Es obvio, pero no sobra repetirlo: los capitalistas producen valores de uso, objetos útiles que satisfacen necesidades (en esto están de acuerdo Smith, Ricardo, Marx, Samuelson, etc.). Y además, los producen para venderlos, no para entregarlos sin nada a cambio a quien los necesita, con la finalidad de obtener una ganancia. Las plantaciones esclavistas o las haciendas con mano de obra servil también producían objetos útiles que satisfacen necesidades; la diferencia es que en muchos casos no lo producían con destino a la venta.
Los empresarios realizan múltiples trabajos de organización de la producción, el comercio, las finanzas, el manejo del recurso humano, etc., etc. Realizan un esfuerzo sobrehumano que es un suplicio, un tormento, un calvario y un infierno, según Echeverry. El cuadro que describe con tanto detalle deja cansado al lector; realmente es mucho lo que hacen los empresarios (¿Qué pensará de los capitalistas inactivos que prestan su capital y no trabajan?). Pero, no nos dice Echeverry como es la situación por tipos y tamaños de empresas.
Evidentemente en un negocio pequeño, digamos una librería de barrio, el dueño tiene que hacer de todo, desde barrer hasta tramitar un crédito y lidiar con la DIAN, pasando por el manejo de los trabajadores. Pero ¿ocurre lo mismo en Avianca, Bavaria, Cementos Argos, Bancolombia? Lo dudo mucho. Echeverry cuando defiende a los empresarios se refiere en buena medida a empresas que todavía no son plenamente capitalistas, en las cuales todavía el dueño no logra desprenderse por la escala del negocio de todos esos trabajos. Supongo que en las grandes organizaciones el capitalista tiene todo un equipo de gerentes, subgerentes, directores de área, supervisores, contadores, administradores, etc., que hacen esas tareas por él. Incluso, es posible que en muchos casos los propietarios ya no trabajan directamente en la empresa sino que todo lo realizan por ellos trabajadores asalariados.
Puede ocurrir que de todas formas algunos grandes capitalistas ahorrativos y de vida modesta, como don Luis Carlos Sarmiento quieran seguir trabajando hasta el día de su muerte, porque les gustan mandar y estar al lado de la gallina de los huevos de oro. Pero aun así, no veo al pobre don Luis Carlos haciendo este trabajo sobrehumano en frentes tan disímiles, dado que puede contratar a su servicio al exministro que se le dé la gana. El cuadro de trabajadores tan abnegados, que pacientemente como Cristo se someten a semejante viacrucis aplica a empresas medianas, pero sobre todo pequeñas y micro. Quizá el amigo de la empresa de los 1.200 empleados le podrá contar algo sobre cómo manejan tantos temas. No es bueno examinar el modo de producción capitalista a partir de la experiencia de un adolescente de clase alta que lava ventanas los fines de semana.
Es comprensible que Echeverry les tenga respeto. Probablemente vive y se ha enriquecido prestándoles servicios. En una sociedad esclavista y de servidumbre, con seguridad los esclavistas también tenían que realizar directamente (o por medio de otras personas) una multitud de tareas extenuantes. Comprar los esclavos, marcarlos, dirigirlos para que hagan bien su trabajo, vigilarlos, castigarlos, violar a sus mujeres, recoger el producto, almacenarlo, etc., etc., era necesario. Seguramente Echeverry les tendría mucho respeto a dichos empresarios de la esclavitud.
Curiosamente no menciona en su artículo el trabajo que hacen los trabajadores asalariados contratados: no nos cuenta en qué consiste. Aunque es consciente del trabajo de lavado de ventanas del amigo de su hijo, se le pasó mencionar lo que hacen los trabajadores directos que elaboran los productos y servicios útiles que vende el empresario. Pequeño detalle. Valdría la pena que tuviera en cuenta las diferencias en el trabajo del patrón, del trabajo de los empleados, y no limitarse solamente al punto de vista del capitalista. Una cosa es trabajar duramente para enriquecerse, otra trabajar duramente para que se enriquezcan otros. De hecho hay una tarea muy especial que tiene el capitalista: buscar y seleccionar trabajadores y hacer los contratos correspondientes, y luego coordinarlos, supervisarlos, vigilarlos y si es el caso, sancionarlos e incluso despedirlos. Quizá su amigo dueño de la empresa podría contarle algo sobre el trabajo que realizan sus 1.200 empleados. Echeverry menciona dentro de la enorme lista de tareas del empresario la de “animar y crear una visión compartida con empleados y trabajadores”; nos pinta así una visión idílica de armonía entre el capital y el trabajo, que seguramente en la realidad es muy diferente en la mayoría de los casos.
Pero el hecho concreto es que los capitalistas, especialmente los pequeños y medianos, aquellos que no pueden contratar gerentes con MBA de los Andes, tienen que sudarla mucho y sufrir por una gran cantidad de problemas, incluyendo las incertidumbres del mercado, que es el mejor mecanismo que ha encontrado la humanidad para asignar los recursos, pero que genera mucha tensión a los sufridos empresarios: no dejarse sacar el mercado por los competidores es una tarea en muchos casos titánica.
¿Por qué se someten a semejante viacrucis estos abnegados empresarios? ¿Por qué los grandes capitalistas asumen el riesgo y el sacrificio de “crear empresa”? Echeverry no aborda este punto en particular, aunque al hablar del empresario lavador de ventanas reconoce que su intención es enriquecerse. Ahí está la clave. ¿Por qué no lo destaca Echeverry? Los abnegados empresarios no se someten al viacrucis porque quieren prestar un servicio a la sociedad ofreciendo leche, bocadillos veleños, lechonas o aviones. Los abnegados empresarios no se someten al calvario porque quieren prestar un servicio social contratando a otras personas que, por alguna razón desconocida no son ellos mismos empresarios. Los empresarios contratan trabajadores y ofrecen bienes y servicios útiles porque quieren enriquecerse. La pasión del dinero es su gran estímulo. La ganancia es la motivación que hace que estos abnegados personajes realicen día a día un esfuerzo sobre humano y soporten con resignación cristiana el viacrucis. Muchas de las empresas, especialmente las unipersonales, micro y pequeñas, se quiebran en el camino. Pero subsisten otras que generan ganancias, muchas ganancias.
Claro, la estructura empresarial es diversa. No todas ganan lo mismo. Las más grandes, que son un pequeño porcentaje, se quedan con la gran mayoría de las ganancias. La Superintendencia Financiera y la Superintendencia de Sociedades nos informan cada año cuánto ganan (bueno, lo que reportan que ganan) y nos muestran que, por ejemplo, las 1.000 empresas no financieras más grandes ganaron en 2022 cerca de $138 billones, mientras que las 9.000 siguientes ganaron $38 billones. Dentro de las 1.000 más grandes, apenas 50 se quedaron con más de la mitad de las ganancias.
Como resultado del abnegado trabajo Sarmiento Angulo, David Vélez, Santo Domingo, Ardilla Lulle, Gilinski, etc., terminan el año exhaustos pero satisfechos de haber superado el viacrucis y cumplido a cabalidad el deber patriótico de enriquecerse, mientras que sus millones de empleados, que con toda seguridad sudaron más que ellos, siguen más o menos en su misma situación económica. El DANE informa que en 2022 cerca de 10,6 millones de asalariados produjeron un valor agregado de 972 billones, de los cuales 600.000 patronos se quedaron con 517 billones, más de la mitad. Vale la pena el sacrificio. Además esto ocurre todos los años.
Nos dirá Echeverry que es un premio merecido por su esfuerzo sobrehumano y nos contará que es resultado de la productividad del capital. El hecho concreto es que cada día una parte mínima del total de 1,7 millones de empresas, se queda con la mayoría del valor agregado generado en el país.
¿Qué es la explotación?
Echeverry no aborda el punto. En términos muy generales la explotación consiste en que una clase elabora todo el producto pero no es dueño de él y solo se queda con una parte. En la esclavitud los esclavos elaboran todo el producto, en la servidumbre los siervos. ¿Considera Echeverry que esto es explotación? O ¿piensa que es simplemente una retribución natural a cada uno de los factores que participan en la producción?. En la sociedad capitalista pasa algo similar, pero no es transparente, dado que la explotación se produce mediante la contratación de la fuerza de trabajo por parte de los capitalistas, mediante una relación entre personas “jurídicamente iguales”.
Es claro que hay una diferencia cualitativa sustancial entre los personajes de esta historia: por una parte, los dueños del dinero, de las empresas, de la tierra, las instalaciones, las máquinas, las herramientas, las materias primas, y el dinero para contratar a los trabajadores. Por otra, los trabajadores, dueños solo de su capacidad de trabajo, forzados a venderla para poder conseguir un salario para vivir. A Echeverry, destacado economista y filósofo, no se le ocurre preguntarse por qué razón existe esta desigualdad social tan marcada. Para él, la existencia de capitalistas y asalariados es algo tan natural como que el bocadillo veleño con queso es delicioso.
Los capitalistas contratan a los trabajadores para que con sus máquinas, herramientas y materias primas, produzcan objetos útiles, que satisfagan necesidades, agreguen valor a dichos medios de producción, y le permitan al capitalista venderlos obteniendo una ganancia. El capitalista se queda con la mayor parte del valor agregado y con la plata para poder volver a contratar a los trabajadores, que son quienes elaboran todo el producto. En las grandes empresas, como he señalado, no es necesario el capitalista en el proceso de producción; en las medianas y pequeñas sí, pero incluso en ellas, se queda con la tajada más grande, a pesar del esfuerzo sobrehumano de sus trabajadores. Los capitalistas contratan para poner a su servicio a los trabajadores. Esto es explotar. Es un hecho objetivo. No es un asunto moral. En la forma cómo funciona el capitalismo. Un empresario capitalista puede ser una buena persona respetuosa de las leyes y amable en su trato con los trabajadores pero opera dentro de una estructura y una lógica determinadas. Cuando un trabajador logra convertirse en capitalista, su función es ahora explotar a sus antiguos hermanos.
Y esto se repite año tras año. Una empresa como Bavaria que tiene un patrimonio cercano de 3 billones, obtiene utilidades anuales de 1,7 billones; en dos años recupera todo su patrimonio. Pero sigue produciendo ganancias ad infinitum.
El asunto es que en la sociedad capitalista la producción se hace mediante relaciones de mercado, intercambio de mercancías, dinero y contratos entre los miembros; y esto oculta la relación de explotación, no deja verla tan claramente como en la esclavitud y la servidumbre.
Pensando mal, Echeverry es un simple defensor interesado de los capitalistas. Pensando bien, está convencido de lo que dice, que, curiosamente, es lo mismo que dice casi todo empresario. Echeverry es un vocero oficioso de los capitalistas. Por esto está claramente en contra del socialismo que justamente propone lo que ya está en la Constitución Política, eliminar la desigualdad.
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[1] https://elpais.com/america-colombia/2024-04-28/contratar-es-explotar.html
Alberto Maldonado Copello
Foto tomada de: Pulzo
Luis GonzálezRubio Ibarra says
El apeló al sentimentalismo.bueno el fin de su perorata es dejar a los capitalistas como unos grandes héroes .para eso le pagan.