El presidente Putin ha interpretado esta oleada de autorizaciones no solo como una escalada, sino como una prueba inequívoca de que la guerra en Ucrania ha entrado en una fase en la que la OTAN se disponen a atacar abiertamente el territorio ruso. Cierto, ya lo habían hecho, aunque con la habitual mediación de Ucrania, atacando con drones cinco refinerías rusas, bombardeando regiones fronterizas y atacando con misiles británicos Storm Shadows el puente de Kerch, que une a la península de Ucrania con el Cáucaso. Todos estos ataques fueron, sin embargo, del tipo de “arrojar la piedra y esconder la mano”, por lo que permitieron atribuir en exclusiva la responsabilidad de los mismos a los ucranianos, evitando así que la opinión pública fuese consciente de cuan grande y decisiva era la implicación de la OTAN en la guerra ucraniana.
El hecho de que ahora se haga pública la autorización a atacar territorio ruso tiene una enorme importancia política. Significa que los gobiernos de los países de la OTAN han decidido a asumir sin tapujos ante sus respectivas opiniones públicas que de hecho están en guerra con Rusia y que dispuestos a adelantarla hasta las últimas consecuencias. Porque como no se cansa de repetir Macron: “No podemos permitir que Putin gane”. Y si lo han hecho precisamente en vísperas de las elecciones al parlamento europeo (previstas para el próximo domingo 9 de junio) es porque pretenden que los ciudadanos europeos refrenden el llamado a atacar abiertamente a Rusia, votando mayoritariamente por los partidos políticos que integran o apoyan dichos gobiernos. Creo que lo quieren es convertir dichas elecciones en un plebiscito a favor de la guerra que, en caso de ganarlo, les permitirá implementar de inmediato los planes ya elaborados de reconvertir las economías europeas en economías de guerra e imponer de paso el control draconiano de la vida política que acompaña inevitablemente a las guerras.
El secretismo con que ha tratado la administración Biden su autorización al uso de las armas norteamericanas, así como la ambigüedad de sus declaraciones publicas al respecto, es señal de que Biden no está del todo convencidos de que hacer pública con toda claridad dichas autorizaciones no tenga consecuencias devastadoras en su pretensión de ser reelegido en noviembre. Trump sigue repitiendo el mantra de que él pondría fin a la guerra en 24 horas y, aunque dicho mantra termine siendo la crónica de una promesa incumplida, lo cierto es que sigue atrayendo a una parte considerable del electorado que podría arruinar definitivamente la reelección de Biden. (Las 34 condenas judiciales de Trump han tenido el efecto inesperado de aumentar su popularidad).
Por último, pero no por último menos importante, hay que echar un vistazo a lo que implican las autorizaciones que nos ocupan desde el punto de vista militar. Las mismas permiten ataques en profundidad al territorio ruso con misiles de largo alcance proporcionados por Estados Unidos, el Reino Unido, Francia y Alemania. Su sofisticación técnica exige que sean operados por personal altamente calificado provenientes de esos cuatro países. A este desafío se suma el representado por el medio centenar de cazas F-16 que tanto Bélgica, Holanda y Polonia se han comprometido enviar a Ucrania próximamente. Estos son aviones con capacidad de disparar misiles con ojivas nucleares, por lo que el presidente Putin ha advertido que si finalmente se entregan los va a considerar una amenaza nuclear a la que está dispuesto a responder en los mismos términos.
No hay duda: la guerra en Ucrania ha escalado y lo ha hecho hasta el punto de que cada vez es más posible su transformación en guerra nuclear. La más devastadora que jamás haya conocido la humanidad, que difícilmente podrá sobrevivir a ella.
Carlos Jiménez
Foto tomada de: Euronews.com
Deja un comentario