Dentro de las causas para explicar el crecimiento exponencial de la presencia de venezolanos en el territorio colombiano se destacan con exclusividad problemas domésticos político-económicos del “régimen” chavista. Sin embargo, si toda la derecha criolla e internacional, y parte de la izquierda liberal convencional, luchan para propiciar la caída del gobierno de Maduro, no es tanto para “reestablecer la democracia” y “activar su economía”, sino para que en el tablero geopolítico el capital trasnacional pueda asegurarse el control sobre ese Estado y una posición geográfica estratégica en toda la región. El objetivo de la oposición venezolana, inspirada por Uribe, Bolsonaro, Aznar, Miléi y Trump, no es disputarle a Maduro su gobierno para liberar al pueblo, sino desterrar al chavismo y apoderarse de Venezuela. Cuando no pueden defenderse frontalmente los fines lucrativos, se invoca subrepticiamente el noble ideal de libertad.
La desgracia que han debido padecer los miles de venezolanos que terminaron en Colombia porque tuvieron que emigrar, es que llegaron a un país excluyente, pobre y desigual que no tiene cómo asegurarles condiciones mínimas de vida digna similares a las que accedieron los colombianos que, en su momento, empujados por la necesidad, marcharon hacia Venezuela. Miles de Venezolanos que divagan por Colombia han caído en la indigencia, la criminalidad, la precariedad laboral y la explotación. Colombia no es la Venezuela de antaño que gracias a su economía y solvencia absorbía fuerza laboral propia y extranjera. Colombia, país rico en recursos y en ingenio, ha gozado hasta hoy de una bonanza artificial que no procede de capacidad industrial alguna, ni de una economía formal. Colombia pobretona y desfalcada se robó la plata y hoy no tiene ni para sus hijos.
Con qué cara le dicen a Maduro dictador quienes no son capaces de decirle a Netanyahu genocida, y quienes en Colombia consideran que es un genocidio el exterminio a Palestina y una dictadura lo que existe en Venezuela les recuerdo que con respecto a esta última están más apegados a las formas que a los contenidos. Para no ir más lejos, ¿qué es lo que describe la línea histórica cuya marcha traza el camino que va de Andrés Pastrana a Iván Duque? ¿No es acaso la continuidad y al mismo tiempo la profundización de un modelo económico y un régimen de corrupción que ha producido pobreza y desigualdad con la ayuda de un Estado despótico y mafioso? Y a pesar de eso, aquí se habla de democracia liberal porque cada cuatro años se ha confirmado ese modelo a través de elecciones de personas interpuestas que han actuado como apoderados o representantes de los intereses de grupos económicos muy poderosos y violentos. La sucesión de nombres que da la sensación de una alternancia mediante continuas votaciones es una de las tantas hábiles maniobras con que la derecha ha perpetuado un régimen al que llama democracia.
Y, sin embargo, a la derecha no le importa en sí la reelección, lo que le molesta es la posibilidad de que un adversario suyo, llámese Maduro, Lula, Evo, Petro, etc., salga reelegido. Muy por el contrario, Bukele les parece un simpático mozuelo que le declaró la guerra al crimen; Uribe, el hombre de la mano dura y el corazón grande; Santos, un aristócrata sagaz que “traicionó” a su clase, pero “demócrata” al fin y al cabo; Trump, un empresario exitoso y espontáneo que puede administrar bien el Estado. A excepción de Santos, que es un hijo educado de la oligarquía, y Uribe, que a pesar de ser un hombre rústico tiene la prudencia de El Padrino, los demás son la expresión más pura y chabacana de la tendencia autoritaria de la derecha contemporánea. Bukele y Trump, como Miléi, que exhiben una mezcla de vulgaridades “políticamente incorrectas” (desprecio por los derechos humanos y los inmigrantes, comentarios racistas o de mal gusto contra las mujeres, etc.), son celebrados como fenómenos mediáticos por sus provocaciones y sus vulgares salidas en falso con las que dicen abiertamente lo que ellos (y muchas más personas) se supone que “piensan” y no se atreven a decir. Sus partidarios políticos en todo el mundo están de acuerdo con la destrucción de los mecanismos desgastados de la democracia liberal y saben bien canalizar la rabia contra una institucionalidad sin rostro que regula la vida y obliga a realizar una serie de rodeos legales y formales que retrasan la acción inmediata y sus resultados. Este populismo de extrema derecha, bajo su fase libertaria, cuenta con la complacencia de los gobiernos corporativos puestos por el capital global.
Los proyectos socialistas, progresistas y de izquierda en general deben aprender, al menos en un punto, de las democracias burguesas: no entronar a un individuo en continuas presidencias, sino trabajar para consolidar un plan político que pueda prolongarse sin interrupción varios periodos: reelegir una mentalidad, una política, una idea. Esto tiene además una ventaja: al tiempo que se le quita a la derecha un motivo de discordia, se trabaja para preparar una política de cuadros que dé lugar a nuevos líderes políticos capaces de un relevo generacional que ponga en práctica un proyecto político de izquierda revolucionario y democrático con fuerza suficiente para convocar un proceso con amplia participación de las bases populares.
La diversidad de candidatos es condición necesaria, aunque no suficiente, del juego de espejos de la democracia. Las fuerzas de oposición al chavismo desprecian a Maduro. ¿Por qué no presentar un candidato nuevo y leal, con capacidad de acción y liderazgo? La extrema derecha venezolana ha tenido varios rostros, este último, decrépito y cansado, resignado a su condición de marioneta, quería ser impuesto con la manipulación de medios nacionales e internacionales, que había fabricado el guion para denunciar el robo por si no ganaba. Y hoy hablan de fraude quienes impulsaron como “presidente interino” a un mamarracho como Juan Guaidó, un estafador que en su delirio creyó ser la cabeza de un gobierno suyo inexistente, pero solo fue el bufón de una comparsa sin fiesta popular.
No obstante, la figura repetida de Maduro no es en sí el problema. Los representantes políticos de la derecha y sus parlantes ideológicos no han dejado de intentar la salida golpista desde el 11 de abril de 2002, cuando secuestraron a Hugo Chávez para removerlo de su cargo. Durante las elecciones venezolanas del año 2013 “el mundo” también había proclamado que habían sido un robo. Para este año hubo más de mil observadores internacionales que participaron de las elecciones. Para la comunidad oficial internacional, tales veedores son simples cómplices que para nada cumplen con la tarea de observar.
En Venezuela no existe un sistema de partido único como sucede en Cuba. No tiene un partido único institucionalizado, y aunque tampoco es una democracia liberal, la oposición no se encuentra cancelada, pues hay tres gobernadores y más de cien alcaldes de la oposición y una candidata de extrema derecha con opciones reales de ganar y con fuerza suficiente para sentarse con Maduro a negociar. Lástima que este poder que aparece como alternativa sea una opción absolutamente reaccionaria, llena de visos fascistoides liderada por extremistas de derecha. Corina Machado aglutina a un sector fuerte cuyos correligionarios son Uribe Vélez, Andrés Pastrana, Federico Gutiérrez, Iván Duque, Vicky Dávila y todo el derechaje narco-paramilitar dueño del establecimiento colombiano que hoy anda muy triste porque no pudo sellar el pacto de viejos camaradas.
Y el “centro” político, que dice guardar la compostura, la moderación y la mesura (aurea mediocritas) ¡qué desdibujado está! Últimamente anda bastante descompuesto, averiado, descuadernado y no halla sosiego. Su carácter impasible, que en realidad es debilidad de espíritu, se encuentra trastornado y ha girado radicalmente a la derecha, con la buena noticia de que por fin ha abandonado ese viejo vicio de no tomar partido entre las antítesis. ¡Cómo muestran bien sus dientes cuando se quitan la careta para promover a la derecha! ¡Cómo invitan hoy al alzamiento, a la rebelión, al golpe de Estado y la guerra civil en Venezuela! En este punto no es posible seguir serio, ni evitar la grosería para decir verdades duras: aquellos que invocando el centro adoptan solapadamente un tono progresista son los mismos que en Colombia se han opuesto a las luchas populares y al gobierno liberal-social del presidente Petro. El reaccionario a sueldo Ramiro Bejarano, por ejemplo, un leguleyo con sueños constitucionales, que en Colombia fingía ser de centro pero que hoy actúa como un exaltado militante de derecha, ha llamado en su cuenta X a la insurrección en Venezuela. Oigamos su tonalidad patriótica: “Petro no puede guardar silencio frente al robo de Venezuela. Ante este atropello solo queda la insurrección”, dice muy bravito este instigador que posa de jurista.
Un país cuya clase dirigente tiene sobre su conciencia el peso del asesinato y de varios genocidios, que ha optado por el exterminio del contrario para “salvar la democracia” y asegurar su monopolio de las armas, la fuerza, la riqueza, la violencia, el poder político y el dominio del Estado; que tiene manchadas sus manos de sangre y cocaína quiere impartir lecciones de justicia y democracia en la región, y obligar al presidente a que actúe y escriba como ellos. Bien por Petro que no cedió (del todo) a la presión de la política internacional ni a su poderosa maquinaria hipócrita con cuya propaganda pretende informar recurriendo a escándalos prefabricados. Bien porque no salió a reproducir las frases de cajón confeccionadas y acuñadas por un coro de impostores que se creen muy demócratas. Por el contrario, invitó al diálogo y al fin de los bloqueos sin dejar de referirse a la figura espiritual de Hugo Chávez. Esta es una ventaja clave del presidente Petro sobre la convencional izquierda liberal políticamente correcta, acobardada y torpe.
David Rico
Foto tomada de: BBC
Maribel says
Maravillosa exposición!!