Antes de emprender un balance muy rápido de la gestión de los dos primeros años del gobierno debe tenerse presente la existencia de una oposición obcecada, empeñada en hacer fracasar el intento del primer mandato de la izquierda en Colombia, a veces patética, sumida en la pobreza intelectual como se evidenció en sus intervenciones de respuesta al discurso del presidente el 20 de julio,
Petro asumió la presidencia con un vasto proyecto de cambio y un discurso conciliador. Contra todos lo pronósticos, logró en el Congreso una poderosa coalición legislativa con los partidos tradicionales lo que le permitió sacar adelante una ambiciosa reforma tributaria. Con el pasar de las semanas el discurso se radicalizó, la coalición se desintegró, las reformas que propuso el Ejecutivo encontraron una resistencia enconada y el Gobierno ha perdido poder. Hoy Petro no tiene garantizados los votos necesarios para hacer aprobar los proyectos de ley que el Gobierno radicará en los días venideros y la suerte de estos depende de la labor que adelante Juan Fernando Cristo, ministro del Interior, hombre liberal moderado y con experiencia como congresista que llegó al Gobierno con la misión de bajar el tono al debate y destrabar las reformas.
Tal como lo ha expresado el senador Ariel Ávila, el gobierno de Petro se ha caracterizado por ser de muchas turbulencias, carente de alianzas estables, con cambios frecuentes entre funcionarios de alto nivel. Sin embargo y a pesar de todo, ha tenido algunos logros importantes como el mantenimiento de la tendencia a reducir la pobreza absoluta, la reducción de la tasa de deforestación o la reducción del hueco del Fondo de Estabilización de los Precios de los Combustibles (Fepc), sin olvidar la aprobación de la reforma al sistema de pensiones, un plan de desarrollo inédito y la reforma tributaria, amén de otras medidas que no han tenido mucho eco como la puesta en orden de la Sociedad de Activos Especiales (SAE).
Los éxitos logrados son inferiores, empero, a los grandes fracasos del Gobierno – que explican el desencanto de la gente- comenzando por el que generó la mayor expectativa, a saber, el proyecto de paz total que se convirtió en leit motiv, hoy profundamente afectado por los altos niveles de inseguridad, así como el tema de la corrupción que le resta credibilidad y legitimidad al régimen. Estos fenómenos, ligados al resultado más que mediocre en materia de crecimiento económico, a la mala ejecución presupuestal, a la inseguridad jurídica, a la creación de cargos públicos innecesarios y al privilegiar la lealtad por encima del conocimiento y la experiencia abren la puerta grande a la incertidumbre, a la desconfianza y a la parálisis social, reforzando la polarización que caracteriza la sociedad colombiana.
La promesa del cambio se mantiene viva en el discurso del presidente, pero, aunque no hay todavía pruebas concluyentes, el escándalo de corrupción desatado por lo acaecido en la Unidad Nacional para la Gestión del Riesgo de Desastres (UNGRD) ha minado la confianza de la ciudadanía en el Gobierno y deteriorado la relación ente el Ejecutivo y el Legislativo. Varias son las tareas pendientes que el Gobierno piensa retomar o adelantar. Además de la reforma a la salud que tanto rechazo a suscitado, o los acuerdos con distintos grupos armados sin suficiente andamiaje jurídico que no auguran nada bueno, hay otras promesas sin aclarar como el de la transición energética a corto plazo, la reindustrialización del país o la tan esperada reforma agraria que avanza a paso de tortuga.
Al gobierno le preocupan la narrativa y el tema de la gobernabilidad, pero no hace énfasis en la gobernanza porque a la dificultad que tiene para convertir las ideas en proyectos, se suma el problema de plasmar los proyectos en planes de trabajo con metas claras, puntos de referencia y objetivos específicos. El resultado es un conjunto de lógicas veleidosas que hacen difícil adelantar una evaluación seria.
En término prácticos, al Gobierno no le queda una legislatura porque de allí en adelante la preocupación se concentrará en las próximas elecciones. El tiempo será el principal obstáculo y ello obligará a priorizar entre las tareas pendientes. En este orden de ideas, la reactivación económica se convierte en un imperativo por cuanto las mejoras en la gobernanza no pueden ser ajenas al desarrollo socioeconómico de modo que se proporcione un entorno seguro para una estabilidad sostenible perceptible por la población y se recupere la confianza perdida.
Rubén Sánchez David
Foto tomada de: France 24
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