La quiebra de la globalización, del multilateralismo y del club atlántico es más probable bajo el ‘America, first’ de Trump que con el barniz de realpolitik de Joe Biden que heredará Harris.
Los socios y aliados de EEUU contienen la respiración, al menos, hasta noviembre, a la espera de comprobar el resultado de la convocatoria electoral que resolverá el dilema de quién ocupará el Despacho Oval a partir de 2025.
En caso de que retorne Donald Trump, saben que el conflicto está servido y que actuarán en un escenario geoestratégico desordenado, con un liderazgo más hostil e imprevisible y bajo una administración, la republicana, más aislacionista, proteccionista y nacionalista.
No es que la alternativa demócrata de Joe Biden, que seguirá a pies juntillas Kamala Harris, según coinciden en señalar los observadores internacionales, sea precisamente la panacea.
La política exterior de EEUU en los últimos cuatro años deja sobradas huellas de que el soft-power, después de una pandemia global, con dos contiendas bélicas inciertas en Europa y Oriente Próximo y un ciclo de negocios post-Covid sometido a tensiones inflacionistas, créditos excesivamente caros y una multiplicidad de ejercicios de resiliencia económica y productiva no es el mejor sismógrafo para anticiparse a la peligrosa deriva tectónica actual.
Pero, al menos, su diplomacia ha articulado consensos con el bloque occidental y ha maniobrado con cierta agilidad para moldear intereses comunes –en especial, con India en Asia, o en el G-20, con el gravamen mínimo del 15% sobre los beneficios de las empresas–, pese a la estela errática que ha dejado la estrategia internacional en su primer mandato.
En este contexto, la acción exterior de EEUU en el próximo lustro con una renovada Guerra Fría en medio deja una encrucijada de caminos diametralmente opuesta.
Por un lado, el falso aislacionismo de Trump, que encierre a EEUU en su crisis de identidad y de crispación doméstica, pero que sea capaz de demoler, en el exterior, instituciones como la OTAN o la OMC.
Por otro lado, una reconversión del entramado multilateral de calado y daños colaterales inciertos que sumerja a la globalización en un baño de realpolitik, por la que parece que apostará Harris como sucesora de Biden.
Sea quien sea el futuro inquilino del Despacho Oval, debería “recomponer los puentes bipartidistas”
Leslie Vinjamuri, investigadora en Chatham House, asegura en Foreign Policy que, en contra de la idea instalada en el subconsciente colectivo americano de que las discrepancias diplomáticas entre ambos son insignificantes porque Biden “ha continuado vetando el comercio chino y ha instaurado escudos protectores” sobre hogares, empresas e industrias en una especie de “versión revisada del America, first de Trump”, sus diferencias son “abismales”.
Sea quien sea el futuro inquilino del Despacho Oval –matiza Vinjamuri–, debería “recomponer los puentes bipartidistas” y perfilar desde ellos “las prioridades y reajustes geopolíticos” precisos para gobernar el orden mundial.
“Solo si gana Harris EEUU podría diseñar, junto a sus socios, un nuevo mapa multilateral”
Se trata de un desafío que Vinjamuri tilda de “improbable” y que, en consecuencia, abre otra legislatura presidencialista en la que “solo si gana Harris, EEUU podría diseñar, junto a sus socios, un nuevo mapa multilateral” que modernice instituciones como la ONU, el FMI y el Banco Mundial, o la OMC e, incluso la OTAN –a las que Trump ha demonizado o amenazado con su acta de defunción–.
Con una victoria de Harris, EEUU podría también “acordar recetas económicas que eleven la competitividad” y preparen a sus sociedades a los cambios que impulsa la Inteligencia Artificial (IA) y la transición energética.
Las elecciones de 2024 serán diplomáticamente cruciales y Europa y el G-7 recibirán los impactos más contundentes en caso de una victoria republicana, anticipa Vinjamuri.
Multilateralismo con fuertes dolores de cabeza
La política exterior le ha deparado a Biden no pocos quebraderos de cabeza en el último tramo de mandato. De hecho, podría decirse que es, probablemente, el punto más débil de su gestión, en la que sobresale una economía resiliente, sin recesión a la vista, con la inflación casi a raya, pleno empleo y bolsas en récords históricos, y el que podría inclinar la reñida balanza de la que hablan los sondeos a uno u otro lado.
Ucrania, Oriente Próximo y Taiwán han sido los lunares en la hegemonía de EEUU en la última mitad de su presidencia. Los más de 200.000 millones de dólares de ayuda económica y militar a Kiev y la larga lista de sanciones a Rusia lograron frenar la invasión, pero han acabado abriendo grietas en el Congreso americano, donde los republicanos supeditaron su apoyo a la liberación de otros 60.000 millones que planteó Biden a más recursos contra la inmigración.
También se han abierto grietas en la UE y en la OTAN, a las que ha contribuido decididamente la estrategia del Kremlin de dividir Europa, pero también la retórica antieuropeísta de Trump y sus embestidas a los aliados que no gastan el 2% de su PIB en Defensa.
Mientras Rusia no solo elude la recesión, sino que ha llevado el dinamismo de su economía a un estado de ebullición por la intensidad de la maquinaria armamentística, Vladimir Putin consolida su liderazgo hasta, al menos, 2030 y su Ejército parece, por momentos, decantar la contienda bélica a su favor.
Israel fue el otro asunto espinoso de Biden. Sobre todo, por la sangrienta incursión militar de Tel Aviv, sin pasillos humanitarios estables y ataques a hospitales, con decenas de miles de muertos y que EEUU blanquea sin apenas críticas a la desproporcionada respuesta de su primer ministro, Benejamin Netanyahu, a los atentados de Hamás de octubre.
Aunque todo puede empeorar, porque el ataque israelí al consulado iraní en Damasco eleva los riesgos de internacionalización del conflicto y tiene a la Armada americana en estado de máxima alerta, con dos portaviones y más de 2.000 marines desplazados a la zona ante la probable apertura de nuevos frentes contra Israel desde Líbano e Irán con la implicación de Hezbolá y sin que la Casa blanca haya apaciguado los asaltos hutíes a buques mercantes en el Mar Rojo.
Taiwán y la victoria del Partido Democrático Progresista (PDP) de William Lai es su tercera herida sin suturar. En este caso, con Xi Jinping elevando su tono reivindicativo sobre la reunificación y, de paso, alterando el teatro de operaciones de Biden en la región que, lógicamente, asumirá su alternativa como cabeza de cartel demócrata en las elecciones de noviembre.
En concreto, en su tacticismo hacia el gigante asiático del palo –vetos comerciales, tecnológicos e inversores– y la zanahoria –diálogo bilateral fluido para aplicar paños calientes a los conflictos– y hacia su doble Caballo de Troya con el que contrarrestar el músculo chino en Asia.
Por un lado, su alianza Indo-Pacífico –comercial aunque, sobre todo, estratégica, entre potencias de rentas altas y grandes mercados emergentes, con adhesión de India– y, por otro, su escudo de seguridad AUKUS junto a Australia, Reino Unido y Japón y que Pekín califica como satélite de la OTAN.
Harris cree en una relajación de las amenazas y en el compromiso de defender a Taiwán
A diferencia de Trump, que “promovería el decoupling entre ambas superpotencias”, Harris cree en una relajación de las amenazas (de-risk) y en el compromiso de defender a Taiwán, frente a la sugerencia del republicano de abandonar la isla a su suerte militar, alerta James Crabtree, del European Council on Foreign Relations (ECFR), a costa del final de la “ambigüedad de EEUU a la hora de especificar escenarios de intervención”, para irritación de Biden –y por ende, de Harris–.
A esta triada se une la puesta en escena de un BRICS ampliado a nuevas potencias emergentes, con intenciones nada veladas de acabar con la supremacía estadounidense y que, según admite Antony Blinken, exigirá ejercicios de “geometría variable” y aliados fiables en el Sur Global para acometer retos como el cambio climático y remodelaciones de entes multilaterales financieras, comerciales o políticas, como el Consejo de Seguridad de la ONU.
La visión de Blinken refuerza la tesis de que, con Harris, la Casa Blanca consagrará la defensa del multilateralismo, reforzará el diálogo con el Sur Global para restablecer el deteriorado liderazgo americano en sus tres límites territoriales de influencia geoestratégica –Ucrania, Gaza y Taiwán– en Europa, Oriente Próximo y Asia, y fortalecerá los lazos atlantistas.
Además de utilizar a Europa y el G-7 como socios fiables con los que superar las acusaciones de “hipocresía” que se vierten sobre Washington en asuntos como la gestión de la deuda global o sus ataques a las soberanías nacionales palestina o afgana, resalta Crabtree.
El rupturismo ‘trumpista’ ataca de nuevo
“La caída del multilateralismo no es algo inevitable”, insiste Vinjamuri, en línea con un reciente informe del Institute for the Study of Diplomacy de la Universidad de Georgetown que reclama a EEUU una “comprensión más acertada” del orden mundial, que tenga en cuenta las “dinámicas emergentes”, incluya a países no alineados y acepte el pulso geopolítico con China y Rusia por ganar apoyos en Asia, África y América Latina.
Sin embargo, Trump puede precipitar su muerte. De hecho –advierte Graham Allison, director del Centro Kennedy de Relaciones Internacionales– ya ha reseteado sus esbozos geopolíticos.
Con él en el Despacho Oval las metas intermedias de 20230 para combatir el cambio climático desaparecerán, en Berlín volverá a instalarse el consejo de Angela Merkel de que desea “destruir Europa y lo que somos” y EEUU saldrá de la Alianza Indo-Pacífica por llevar la firma de Biden, lo mismo que hizo con el Trans-Pacific Parnertship de Barack Obama.
Además de lapidar la OMC o cualquier otro reducto donde China pueda justificar su fortaleza comercial. La diplomacia de Trump será “más inconsistente, impulsiva y errática”, enfatiza John Bolton, su ex asesor de Seguridad Nacional.
Según la taxonomía que ha realizado el ECFR, el republicano instaurará una línea supremacista para acorazar su hegemonía global, aislacionista para defender el ‘America, first’ y preferencial para relajar los lazos con Europa y la OTAN y enfocar los esfuerzos exteriores en Asia y su pelea directa con China.
Un triple guiño a Ronald Reagan, a su electorado más nacionalista y a quienes, dentro del Grand Old Party (GOP) piensan que deben priorizarse esfuerzos contra los enemigos más peligroso, lo que ha llevado a Robin Niblett, autor de The New Cold War a alertar al G-7, que aún alberga el 54% del PIB global y maneja el 55% de los gastos militares, a prepararse para un clima trumpista que diluirá su unidad de acción.
Con una OTAN en convulsión, la amenaza rusa en aumento y sin esperanzas de que Trump fomente su ampliación a Corea del Sur, Australia o incluso India –como desea Biden– o construya las infraestructuras con Arabia Saudí, Emiratos Árabes Unidos (EAU) o India para interconectar energías y transportes con Europa, Michael Kimmage, del Center for Strategic and International Studies (CSIS) traslada este temor a la UE.
Un segundo mandato de Trump quebrantaría la pasarela transatlántica y dejaría al Viejo Continente sin resguardo de EEUU en materia de seguridad ni apoyo militar a Ucrania.
Diego Herranz
Fuente: https://www.publico.es/internacional/sera-diplomacia-eeuu-multilateral-erratica-harris-aislada-e-imprevisible-trump.html#md=modulo-portada-bloque:2col-t4;mm=mobile-medium
Foto tomada de: https://www.publico.es/internacional/sera-diplomacia-eeuu-multilateral-erratica-harris-aislada-e-imprevisible-trump.html#md=modulo-portada-bloque:2col-t4;mm=mobile-medium
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