Eso está muy bien, pero se hace necesario que esa convocatoria se plasme y concrete en Colombia. Que la acción colectiva de nuestro pueblo, sirva de ejemplo y aliciente para otros pueblos y naciones del mundo. El problema consiste en que los poderosos no van a “cambiar” y no van a hacer nada que beneficie al pueblo. Hay que obligarlos y, para ello, se requiere construir una efectiva fuerza social y política que los fuerce a actuar frente a los graves problemas que vive la humanidad. Y, a la vez, empezar a construir un nuevo modo de producción que supere al capitalismo depredador que es la causa de todos los males que vivimos.
La paradoja que tenemos al frente es que mientras nuestro presidente le habla duro a la oligarquía financiera global, en Colombia comparte el gobierno y quiere hacer “el cambio”, aliado con sectores de la burguesía burocrática (partidos tradicionales), que son agentes y servidores se esa oligarquía. Esa estrategia genera no solo desconfianza entre amplios sectores del pueblo, sino que, además, va mermando el entusiasmo entre sus propias fuerzas, como lo hemos podido comprobar en las últimas convocatorias a la movilización social en apoyo a las llamadas “reformas sociales”.
Así como el presidente Petro se cansó de hablarles a los grandes poderes capitalistas del mundo y convoca a la humanidad en su conjunto a organizarse y movilizarse para salvar la tierra de la hecatombe ambiental o nuclear, ha llegado el momento de romper con esa estrategia que tiene un aire de politiquería, y avanzar en la conquista de otros sectores sociales y económicos que no hacen parte del actual proceso, o que se “han ido bajando del proyecto”, precisamente porque notan esas incoherencias que se reflejan en muchas de las actuaciones del gobierno.
La asamblea popular de apoyo a las “reformas sociales”
En la asamblea de organizaciones sociales realizada y en parte convocada por el gobierno progresista el pasado final de semana en la Universidad Nacional (14 y 15 de septiembre), asistieron numerosos delegados del movimiento social colombiano, en sus diversas expresiones organizativas. Centrales obreras y sindicatos, organizaciones sociales de indígenas, campesinos y afros, grupos ambientalistas, mujeres y luchadoras de género, jóvenes, artistas, sectores informales, etc. Gentes animadas y convencidas.
No fue visible la presencia de otro tipo de organizaciones que hacen parte de movimientos sociales que en los últimos años han sido muy importantes en las luchas que se empezaron a desplegar desde 2008, al final de la “hegemonía uribista” y gobiernos siguientes. Por un lado, los pequeños y medianos productores agrarios (cafeteros, arroceros, paneleros, lecheros, paperos, fruticultores, etc.), y por el otro, lo que llamo el “profesional precariado” (técnicos, tecnólogos y profesionales citadinos).
Los primeros, iniciaron sus luchas en la década de los años 90s, liderados por los cafeteros que fueron duramente golpeados por la política neoliberal y la terminación del Pacto Internacional del Café. Los segundos, se expresaron masivamente en algunas ciudades en agosto de 2013, especialmente en Bogotá, en solidaridad con los productores de papa, cebolla y leche, de Boyacá y Nariño, que habían sido menospreciados y ofendidos por el presidente Santos cuando dijo: “No existe el tal paro nacional agrario”.
El profesional precariado de las ciudades se volvió a expresar multitudinariamente en octubre de 2019, en defensa de la política de paz de Santos y, nuevamente, en solidaridad con la población rural de nuestro país, que empezaba a sentir la política antipopular de Iván Duque. Fue el antecedente más importante del estallido social de 2021. Ellos realizaron masivas movilizaciones durante más de un mes, y aunque no tenían una organización formal que los representara, lograron imponer nuevas dinámicas de protesta social encabezados por “artistas alternativos”.
Políticamente el profesional precariado empezó a manifestarse en la campaña presidencial de Antanas Mockus (2010). Cientos de miles de jóvenes ‒de una manera espontánea‒ desarrollaron una serie de actividades como expresión de una “nueva política”, en donde la lucha contra la corrupción aparecía como una de sus banderas más importantes. Además, introdujeron nuevas formas de comunicación simbólica y artística, que implicaba romper con las prácticas politiqueras y clientelistas de la “vieja política”. No obstante, la llamada “Alianza Verde” y sus principales dirigentes no fueron capaces de canalizar ese espíritu debido a su profundo carácter neoliberal.
Estos sectores sociales también participaron en el estallido social de 2021 pero fueron “opacados” por las llamadas “primeras líneas” en algunas ciudades. La primera línea surgió de manera espontánea para defenderse de los atropellos policiales, pero, a la larga, fue instrumentalizada por el mismo gobierno de Duque y por algunos grupos armados ilegales, que todavía tienen en su cabeza los “sueños insurreccionales” del pasado, y creían a “fe ciega” que estábamos ad portas de una revolución social y política. Allí se produjo una fisura entre el grueso de los profesionales precariados y el “progresismo petrista” que idealizó a esos jóvenes “radicalizados” hasta el fanatismo. Hay que pensar cómo reconstruir esa relación.
Ya en octubre de 2019, los dirigentes del movimiento de los jóvenes citadinos (en su mayoría profesionales precariados), especialmente en Bogotá, habían mostrado una gran madurez frente a ese tipo de expresiones “vanguardistas” y “beligerantes”. Cuando se programó la movilización de cierre de ese año (2019), la Guardia Indígena que se había desplazado a la capital se ofreció para proteger a la gente movilizada. Los jóvenes artistas que estaban al frente del movimiento ‒con mucho tacto y respeto‒ desecharon ese tipo de “protección” y les solicitaron a los indígenas que marcharan con el grueso de los protestantes. Les dijeron: “La masividad de la protesta y su espíritu alegre, festivo y pacífico, es la principal defensa”.
Y una actitud parecida desarrollaron la mayoría de los pequeños y medianos productores agrarios y gentes de poblados pequeños de departamentos como Cundinamarca, Boyacá, Santander, Tolima, Huila y otras regiones, durante las primeras semanas del “estallido social”. Realizaban bloqueos intermitentes en alianza con algunos transportadores, pero no bloqueaban totalmente las carreteras porque comprendían que ellos mismos saldrían perjudicados por ese tipo de acciones. Claro, son actitudes que se corresponden con su carácter de clase y con la experiencia acumulada en anteriores luchas. Muchos de ellos se desplazaban masivamente a las ciudades capitales o intermedias, para participar en las protestas convocadas por el comando nacional de Paro, pero no se dejaron conducir a acciones violentas.
La actualidad de esos “otros” movimientos sociales
En la actualidad, esos dos (2) sectores sociales, los pequeños y medianos productores agrarios y, la mayoría de los profesionales precariados no se sienten representados por el presidente Petro. Se han ido alejando tanto del contenido de las reformas sociales que impulsa el gobierno como de las maneras que ha ido asumiendo su gestión. Aunque muchos votaron por el “progresismo”, no están de acuerdo en lo fundamental con las alianzas politiqueras que están en el centro de la estrategia del presidente Petro, y tampoco comparten el “asistencialismo clientelar” que asoma por todos los poros del gobierno y las formas caudillistas de gobernar.
La ausencia de estos sectores sociales ya se nota en las marchas y protestas que el presidente Petro convoca periódicamente. Y eso también se observó en la asamblea de la Universidad Nacional. Ello debe alertar a los dirigentes del Pacto Histórico. Es un llamado de atención muy importante. Ya le pasó al Partido de los Trabajadores y a Dilma Rousseff en Brasil en las protestas contra el mundial de fútbol, y muchos de esos jóvenes luego pasaron a apoyar a Bolsonaro. Le pasó y está pasando a Maduro en Venezuela, y se está viviendo en Ecuador y en Bolivia. Son hechos incontrovertibles y aleccionadores.
Sobre ese tema el analista boliviano Rafael Bautista nos plantea una verdad que nos debe “tocar” a todos y tocar de verdad, sobre las políticas de los gobiernos socialistas y progresistas que basan todo su accionar político y gubernamental en “hacer obras” y ofrecerle subsidios y ayudas a las gentes más vulnerables y marginadas: “Nunca aprendieron que, sin revolución cultural, el ascenso social sólo produce el aburguesamiento del pueblo”.
Y allí es donde entran en escena los sectores sociales sobre los cuales hemos venido insistiendo (pequeños y medianos productores y el profesional precariado). En ellos SE debe fijar el gobierno y el conjunto del movimiento social. Son sectores que no necesitan de “subsidios improductivos” o de ese asistencialismo clientelar. Ellos requieren de la aplicación real de lo que está en el Plan de Desarrollo y que pregonaba Petro al principio de su gobierno. Son sectores que rechazan el exagerado burocratismo que está mostrando el gobierno, no aceptan la politiquería que impera en muchas áreas de la administración y requieren efectivas políticas de industrialización del aparato productivo.
El complot asesino y el golpe de Estado
Por todo lo anterior, para la gente del común no se entiende mucho que el presidente Petro alerte sobre un eventual golpe de Estado o un complot para asesinarlo cuando, en lo fundamental, ha venido gobernando con una parte importante de la clase política tradicional, y muchas de sus prácticas clientelares y politiqueras no han sido enfrentadas seriamente en ninguno de los niveles de la administración pública, ni a nivel central ni en los territorios.
Es posible que algunos sectores de la derecha encabezadas por el “extremo uribista” (la Cabal, Paloma Valencia, David Luna, Miguel Uribe, Vargas Lleras, etc.) quisieran “tumbar” o matar a Petro, pero la realidad es que el grueso de la oligarquía financiera y de la burguesía burocrática, impulsan una estrategia de desgaste y de bloqueo institucional con la mirada puesta en las elecciones de 2026. Saben que intentar cualquier salida extrainstitucional para sacar a Petro del gobierno sólo provocaría una reacción popular de apoyo al presidente progresista, y eso ya lo aprendieron con la torpeza del procurador Ordoñez en el año 2013.
Por ello, esa estrategia “tensionante” de tratar de movilizar al pueblo contra el golpe de Estado y contra un posible complot para asesinar al presidente, no parece ser lo más efectivo. El “viejo Fidel” hablaba y develaba los intentos de asesinato, sólo después de haberlos neutralizado y derrotado. En realidad, la respuesta frente a cualquier tipo de intento golpista o de magnicidio, es romper definitiva y radicalmente con la politiquería e impulsar políticas para apoyar y estimular a los productores, especialmente a los pequeños y medianos. Esa combinación de acciones motivará a amplios sectores de la sociedad a apoyar con decisión, no sólo en las calles, sino en la acción cotidiana y productiva, a un gobierno que propone soluciones viables y posibles.
En Colombia el grueso del pueblo no apoya, por ahora, ninguna fórmula extrainstitucional. No hay condiciones para arriesgarnos a “saltos al vacío”. Todos sabemos que existen poderes “paralelos” (de derecha, de izquierda, y delincuencial) que ‒como lo demostraron en el estallido social‒ pueden permear cualquier tipo de movilización social y llevarnos a situaciones impredecibles e incontrolables.
Es hora de combinar el discurso de Petro en la ONU con la acción práctica de los pequeños y medianos productores y de los profesionales precariados de las ciudades. Solo así avanzaremos de verdad hacia cambios estructurales que tengan “carne y sangre” en la vida cotidiana de nuestros pueblos.
Fernando Dorado
Foto tomada: CNN en Español
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