El anuncio de que subirá al 60% los aranceles a todos los productos chinos o con compontes chinos es la parte más visible de esa instrumentalización. La otra parte, más indirecta, es igualmente letal. Trump plantea subir aranceles un tramo comprendido a todos los productos importados, pero deja abierta la posibilidad de que exceptuará de dichos aranceles a los países que para Washington revista un interés político especial. No ha dicho cuáles serían esos países, pero cabe suponer que tiene en la cabeza a India, dado que ya son recurrentes las voces del establishment americano que piensan que India debería ser la nueva China, en cuanto nuevo destino de las cuantiosas inversiones norteamericanas que, desde la década de los años 90 del siglo pasado, tanto hicieron por convertir a China en la superpotencia que es hoy. Si así fuera los productos hindúes entrarían sin aranceles a Estados Unidos, mientras que los chinos lo harían encarecidos por el 60% de impuestos aduaneros. Cierto, la posibilidad de negociar los nuevos aranceles también quedaría abierta con la Unión Europea, aunque tomando en cuenta eso sí que, desde su anterior presidencia, Trump no ha dudado en señalar a Alemania como un temible competidor que “hace trampas”. Ya no es tan temible, gracias sobre todo a las consecuencias del duro paquete de sanciones a Rusia, pero es probable que todo dependa de la aceptación o no por parte de los alemanes del plan de paz de Trump para Ucrania: cese al fuego, control ruso de las regiones ruso parlantes y estacionamiento permanente de tropas alemanas, británicas, francesas y polacas en el lado ucraniano del actual frente de batalla. Otros que podrían sentir el peso de los aranceles propuestos serían aquellos países europeos que se nieguen a imponer nuevos o mayores aranceles a los productos chinos para evitar que China hiciera lo propio con sus exportaciones. China es hoy mismo el principal socio comercial de la Unión Europea.
Otra incógnita es México. Su espectacular crecimiento económico es resultado de los tratados de libre comercio suscritos con Estados Unidos y Canadá, que han permitido durante las dos últimas décadas las multimillonarias inversiones norteamericanas. De hecho, México es hoy el primer socio comercial de los Estados Unidos, por lo que es muy probable que las importaciones mexicanas también se libren de los aranceles que pretende imponer Trump. Pero no así los productos producidos por empresas chinas, dado el hecho de que el gravamen del 60% está pensado para afectar tanto a los productos producidos en China, como aquellos que incorporen productos de origen chino, que sería el caso de las empresas de dicho país que operan en México. Y no hay que descartar que los aranceles que nos ocupan se conviertan en un medio de presión sobre el gobierno de Claudia Sheinbaum, con el que ya Washington tiene un contencioso abierto por la reforma constitucional que permite en México la elección popular de jueces y magistrados. El poder judicial, esa poderosa arma del lawfare.
El régimen tributario propuesto por Trump también hace blanco en los BRICS+, ese logro mayúsculo de la política exterior y la diplomacia de China y de Rusia. En primer lugar, porque dicho régimen se uniría al conjunto de medidas políticas y diplomáticas encaminadas a convertir a India (socio fundador de los BRICS +) en el nuevo paraíso de inversiones norteamericanas en Asia. Este cambio podría suponer la fractura de los BRICS+ o incluso su desintegración. En segundo lugar, porque la estrategia de paulatina desdolarización de la economía mundial, adoptada por Rusia y China, seria contrarrestada por la propuesta de Trump de prohibir e incluso sancionar a aquellos países que abandonen el dólar como moneda de reserva internacional.
Habrá que esperar los resultados de las elecciones presidenciales del próximo 5 de noviembre para saber si Trump tiene o no la posibilidad de aplicar su plan económico. Pero desde ya puede decirse que es poco o nada realista, porque supone una capacidad de los Estados Unidos de imponer su ley al mundo que ya no posee. En 1945 representaba el 51% de la economía mundial, hoy solo el 15,6%. El mundo, para bien o para mal, cada día que pasa escapa a su control.
Carlos Jiménez
Foto tomada de: Los Ángeles Times
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