En Colombia, conservador o liberal, o las vertientes degradadas de estos, y la izquierda con más islas ideológicas que un archipiélago, siempre son propuestas con más o menos neoliberalismo, o con más o menos capitalismo social, o más o menos progresismo de un capitalismo medianamente sostenible, y en cualquier versión, arrasador.
Sin embargo, a escala global se impuso un discurso fatal, pero entendible, porque aún es reciente la caída del muro de Berlín, la posterior desaparición de la URSS, la desregulación, la diseminación exponencial de las nuevas tecnologías y el crecimiento acelerado del comercio global.
No era posible pensar de un día para otro una nueva sociedad. O cambian de fondo pilares estructurales, o todo intento de cambio se convierte en continuismo con rostro más amable y nada más. El libro de Tony Judt “Algo va mal”, publicado en 2010, transcurre muy bien hasta que al final propone: en lo político social demócrata en lo económico el mercado.
Han transcurrido 16 años desde la crisis de las hipotecas de 2008 en los Estados Unidos de Obama el “demócrata”, y día a día se constata más alterada la economía, la paz y la política mundial. Los milagros con alto crecimiento del PIB (6, 7, 8, 10% anual y por varios años), en algo equilibraron la cancha global, al menos en la desconcentración geopolítica y geoestratégica, tanto que nadie en el mundo reconoce la hegemonía de una sola superpotencia de ahí la nueva ola de tensiones que cruza el planeta como si estuviéramos en la antesala de una guerra global por factores geoestratégicos.
Hoy se conversa del poder de occidente y del poder de oriente. Únicamente las naciones de menor desarrollo y mayor dependencia reconocen al hegemón del respectivo patio trasero, en el caso de América Latina, los Estados Unidos y en algo Europa.
Así las cosas, es una crisis e incertidumbre global, donde:
- Israel y Estados Unidos se devoran el Medio Oriente;
- Rusia destruye a Ucrania para que la OTAN no llegué a las puertas de Moscú;
- China, con la cual nadie se mete, sigue raudo en su avance tecnológico, económico y en monumentales infraestructuras en su país y en otros;
- La transformación tecnológica ocurre a toda velocidad para reemplazar los combustibles fósiles y reducir los GEI (gases de efecto invernadero), sin embargo, el mundo se dejó tomar mucha ventaja porque los avances tecnológicos que hoy se constatan como energías alternativas no son aún las versiones más avanzadas, viables, sostenibles y definitivas que sustituirán a las fuentes contaminantes que se consolidaron en el largo siglo del petróleo, del gas y del carbón, por lo cual la temperatura crece en el siglo XXI más rápido porque la tecnología y el mercado se devoran los recursos naturales, y aunque crece la contra respuesta de los defensores del medio ambiente, aún no es dominante, por eso las COP avanzan pero menos rápido que la destrucción de los recursos naturales;
- La IA (inteligencia artificial) se desplaza a toda velocidad, tanto que el algoritmo perfila a las personas en un segundo. Y los hackers también son más rápidos para robar digitalmente o mentir en las redes. La tecnología de control y las normas jurídicas deberán revolucionarse de lo contrario todo será caótico. Solo los más jóvenes están felices: es su sociedad, como la mía fue la del rock, de la música protesta, del fax, de la máquina de escribir eléctrica y de los primeros computadores que eran medio brutos.
- El cambio cultural es imparable y difundido y resiste las críticas de quienes se oponen a las influencias de otras culturas y defienden la permanencia intacta de conglomerados culturales de menor tamaño o que fueron sometidos por la injusticia y arrasadas por culturas más poderosas. Más bien, se trata de construir nuevas identidades, nuevas autonomías, nuevas interdependencias, caso de Colombia y de América Latina, para incorporarse al dialogo global con personalidad y pensamiento propio. Para ello, solo existe un camino: educación, ciencia y tecnología, reindustrialización sostenible, cambio energético y nuevo desarrollo regional sostenible porque muchas de las grandes ciudades de hoy no serán en el futuro a donde llegará la gente del campo y de las pequeñas ciudades a desarrollar sus proyectos de vida.
Nuevos tipos de ciudades, de conurbaciones, de subregiones y de regiones interconectadas se crearán para una sociedad sostenible que tenga al agua y la preservación de la biodiversidad como centro de la vida y del futuro, modificando la sociedad de consumo porque el estúpido consumismo de hoy no puede ser el discurso de la política, de la economía, y de la sociedad en las décadas inmediatas, por más intentos que haga el capital global y la tibia política amparada en lánguidas pero funestas ideologías para que todo siga igual, en consecuencia, peor.
El futuro de Colombia y de América Latina va más allá de sembrar árboles, construir autopistas con corredores de energía solar en el separador central, y mejorar los combustibles fósiles para que la muerte llegue más tarde. El mundo de las energías alternativas aún está por inventarse, porque el extractivismo verde no es una alternativa, es la otra cara del extractivismo fósil. Así como Clinton dijo una vez, es la economía, estúpidos, hoy se puede decir, es el agua y la biodiversidad, brutos.
- Una revolución política es la salida. Sin embargo, esa construcción traducida en un sólido texto para un sólido discurso político, y en visiones de desarrollo de muy larga perspectiva, aun no existe. Lo que se asoma son nuevas aproximaciones desde el conocimiento y la investigación, libros, ensayos, redes alternativas e inteligentes, y artículos de opinión. Pero, esas elaboraciones se deben reflejar en propuestas políticas, sobre todo del progresismo o de una reivindicada izquierda producto de una utopía que se asoma pero que aún no florece, y que es por donde puede venir un proceso revolucionario inédito.
Todavía todo gira en torno a la idea de que los cambios se deben hacer dentro de los marcos constitucionales, internacionales y legales vigentes, que precisamente son los que se deben cambiar. Por eso se escucha a progresistas decir ingenuamente “hay que entender como son las cosas” cuando precisamente se trata de cambiar las cosas. Esa contradicción es consecuencia de la ausencia, imperfección, o inacabada construcción de una nueva política con base en un discurso que aún se constata disperso, incompleto, medianamente integrado y cohesionado, porque los contextos nacionales, regionales y globales únicamente se pueden entender y asumir desde complejísimas y originales construcciones multisistémicas e intersistémicas de nuevo tipo, y eso no es fácil porque implica pensar distinto la construcción de pensamiento.
La suma de lo sectorial, de lo parcial o de unidades sueltas, no alcanzan para algo tan complejo que aún la ciencia no alcanza a explicar, porque es la tierra y el calentamiento global en algún piso del universo. Entonces, hay una inédita complejidad en marcha, donde integralmente, mucho o casi todo de lo previamente construido como texto político para conducir el planeta y sus distintas parcelas, poco sirve porque mediamente se explica. Por eso, las fuerzas que pretenden un cambio político como medio para un cambio global, están desprovistas de un mayor respaldo social dado que todavía no están suficientemente cohesionadas las partes de la narrativa para el nuevo discurso político e ideológico que tenga como fin construir democracias participativas, lo único coherente en sociedades tecnológicamente interconectadas en tiempo real y continuo.
Por lo anterior, la política en Colombia solo muestra una esperanza de cambio, puesto que la política tradicional está amarrada a la economía electoral de la corrupción, el clientelismo, la repartición del Estado desde las veredas, Bogotá y la nación. Por eso, el progresismo no ha tenido otro camino que negociar y negociar, y no sabemos qué quedará de tanta negociación, porque solo el discurso, en su mayoría contundente e innovador del presidente Petro, no es suficiente, porque en la práctica de la gestión y de la armonía de los tres poderes, los resultados y las acciones no son suficientes, porque hay oposición y no defensa de las instituciones y no hay construcción de nuevas fases de desarrollo del Estado, por el contrario, lo que se deduce del discurso de la oposición es una ciega defensa de perpetuar el destructivo neoliberalismo, mientras el progresismo, denominación transitoria que me gusta más que de izquierda por ciertos nexos ingratos con el pasado y que sirve de ingrediente para la propaganda de los ultras, todavía continúa conversando para construir un nuevo partido, mientras no sabemos en qué va la elaboración del discurso político y de la plana de precandidatos a la presidencia en 2026.
Jaime Acosta Puertas
Foto tomada de: Agencia EFE
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