Mirando el pasado reciente, ni Clinton ni Obama pudieron entregar un capitalismo promisorio para el hemisferio occidental: ni en su país, ni en América Latina, ni con Europa a través de la OTAN, que es parte de la industria militar y aeroespacial de Estados Unidos, su mayor ventaja competitiva, porque de ahí derivan innovaciones para otros sectores de alta tecnología: salud, movilidad, electrónica, software, materiales, y la Inteligencia Artificial.
Cientos de bases militares en el mundo se entienden como una apuesta de su política industrial estratégica en su intento por controlar la economía y la geopolítica mundial. En Colombia tiene varias que Álvaro Uribe le dio a cambio de que le dejaran hacer la guerra interna. Es la razón por la cual no ha sido juzgado en Colombia ni en la Haya. Negoció soberanía por guerra, y el TLC por desindustrialización, por lo cual la balanza comercial con Estados Unidos es desde 2006 persistentemente negativa para Colombia. A más desindustrialización, más subdesarrollo, más narcotráfico, informalidad, analfabetismo funcional, corrupción e ilegalidad, porque las fuentes de generación de empleo calificado y la multiplicación de empresas de alto valor agregado, quedan neutralizadas. Entonces, la equidad, la autonomía, la interdependencia, están bloqueadas por una política de mercado abierto a las importaciones y restringido en las exportaciones.
Esta realidad se complicará aún más con el gobierno de las corporaciones, que son las que realmente tomaron posesión de la presidencia de los Estados Unidos. Se puede afirmar que hoy la potencia tiene un gobierno corporativo de ultra derecha, como dejó en claro Musk con sus expresiones fascistas.
Ahora bien, América Latina sufrirá las consecuencias de ser patio trasero. Las decisiones sobre el Golfo de México y el Canal de Panamá vendrán acompañadas de acciones de distinto tipo, según las circunstancias.
Estados Unidos tiene territorio continental en la zona del Golfo de México, y esa parte es lo que se llamará Golfo de las Américas, y a la larga todo será el Golfo de las Américas. En cualquier situación internacional: geopolítica y geoestratégica que incluya ese territorio, para Estados Unidos será su Golfo. No tiene ninguna necesidad de meterse en un debate internacional si ya es parte de su territorio, y poco le importa lo que diga la presidenta de México que mostró como el decreto firmado en la Casa Blanca se refiere únicamente a las aguas de los estados gringos en el Golfo, que pueden alcanzar el 40% de toda el área. Es un golpe geopolítico y geoestratégico consignado en la constitución. Si la comunidad internacional reacciona en contra, Trump dirá que es lo mismo que hizo Putin en Ucrania. Sin embargo, los países de la OTAN han sancionado a Rusia, pero nadie sancionará a Estados Unidos.
Con Panamá no solo logrará condiciones favorables para los barcos con bandera norteamericana, sino que también fortalecerá la presencia del Comando Sur porque no lo entregará a China que ya tiene el puerto de Chancay en Perú, el cual será un punto de entrada y de salida de un corredor ferroviario para cruzar del Pacífico al Atlántico con lo cual se evita en gran parte el paso por el Canal de Panamá. Putin y Trump negociarán la paz de Ucrania para quitarle ruido al asunto del Golfo de México y del Canal. Además, Trump debe revisar muy bien el fracaso del genocidio en Gaza, porque tiene por delante el negocio de la reconstrucción.
De este reordenamiento geopolítico y geoestratégico de Estados Unidos en América Latina, no escapa Colombia. Marco Rubio se propone ganar las elecciones de 2026 a como dé lugar. Colombia renovará su fuerza aérea con viejos F-16, y no comprará los Gripen, cazas suecos que son una mejor oferta económica y de transferencia de tecnología.
Ecopetrol será presionada a explorar más petróleo, y a comprar la empresa de la OXY que extrae petróleo y gas usando la técnica del fracking. Imposible será renegociar el TLC, porque además Trump tiene apoyo de las empresas colombianas, a las cuales no les importa el déficit comercial y la dependencia tecnológica, se contentan con ser tienda de distribución y nada más, por eso la productividad de la economía de Colombia es tan baja, poco diversificada su producción y por debajo de sus potencialidades las exportaciones en el PIB.
Rubio también buscará que Noboa triunfe en Ecuador, que en Perú gane algún Fujimori, poner a Kast en Chile, y hará lo imposible para subir en Brasil un opositor de Lula. Trump y Rubio quieren una América Latina modelo Milei.
Lo que sucederá con la presidencia corporativa de Estados Unidos, no se circunscribe a lo político. Es ante todo la lucha por la supremacía del neoliberalismo en el mundo, intentando lo imposible: cruzarse en el camino de China, de la cual no se escuchará nada hasta que la temperatura baje y se conozca el alcance de las decisiones del recién posesionado, porque es una pelea de él con el mundo, respaldado por poderosos neoliberales de occidente. Hasta ahora únicamente ha mostrado las primeras cartas y habrá que conocer las que faltan. Sin embargo, lo peor para Estados Unidos y para el mundo será apostarle a la salvación del mercado tal cual empezó a emerger hace 55 años, se consolidó hace 35, y empezó su crisis hace 15.
El punto principal del triunfo de Trump y de las corporaciones es salvar, recuperar y sostener un neoliberalismo cada vez más ultra conservador. Para ello, no hay discurso de paz global, de justicia social, de equidad, de sostenibilidad global y de calentamiento global. Para los grandes negacionistas todo está bien, por el contrario, hay que profundizar así sea destruyendo el planeta, y salvar el mercado aumentando la concentración de la riqueza global y por tanto la inequidad global, si al final se irán a vivir a Marte.
De esta manera, más que respuestas, lo que tiene el mundo es una enorme incertidumbre, porque el neoliberalismo es mucho más que una poderosa máquina económica. Es una demoledora máquina ideológica de una sociedad del mercado. En 2025 el problema no es el capitalismo como tal, es el neoliberalismo. Por tanto, el progresismo del mundo debe pensar por ahora en un sueño inmediato: una sociedad capitalista sostenible, mucho menos injusta, con oportunidades para más, que desconcentre el abrumador poder del capital, que reconfigure la geopolítica mundial, se centre en construir democracias sostenibles y participativas, y en nuestro continente empezar un largo periodo que conduzca a superar la dependencia de América Latina en lo fundamental: conocimiento, investigación, innovación, desarrollo de tecnología y defensa de la cultura y de la biodiversidad. Esa es la revolución que debe hacer. Si desaparece el capitalismo ese ya será asunto de otros, cuando el frío y el calor acabarán poco a poco con la tierra.
Sin embargo, parece imposible la utopía de la región unida, porque se perdió la oportunidad de una integración liderada por Brasil, Chile, Colombia y México. Tal vez Venezuela se convirtió en un escollo, tal vez los llamaron de la Casa Blanca, pero lo cierto es que ni la Unasur resurgió ni la Celac se siente. El progresismo no tiene en el frente de la agenda la integración estratégica entre ellos y con el mundo. Cada quien anda por su cuenta.
La ultraderecha aprendió cómo ganar en medio del desorden global, que es de su inspiración. Mientras tanto, el progresismo no ha aprendido a mantenerse y proyectarse, porque hay un problema: en el siglo XXI la izquierda aún no piensa en modo de capitalismo, y tampoco ha podido dibujar una nueva sociedad, algo que por ahora está en la cabeza de algunos pensadores, pero no de políticos, empresarios, magistrados y profesores.
En Colombia, la ultraderecha es el poder, pero no tienen quien les haga la tarea de gobernar, porque su líder se sostiene por la violencia que es capaz de generar, y otros solo saben hacer política capturando recursos públicos: la economía neoliberal de la corrupción y del clientelismo.
Jaime Acosta Puertas
Foto tomada de: RTVE.es
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