Creo que habla con tanta franqueza porque está convencido de que al Imperio hoy le resulta más eficaz aterrorizar a los adversarios, reales o potenciales, que engatusarlos y despistarlos, como solía hacerse. Ultima ratio regum era la sentencia que grababan en los cañones sus ejércitos los monarcas de la Europa absolutista. Los cañones: la última razón de los reyes. Trump, convencido de que sus ejércitos son todavía los más poderosos del planeta, ha decidido utilizarlos con el mejor argumento para imponerle al mundo su voluntad, expresada de la manera más rotunda posible. Argumento con un corolario destinado intimidar a los considera neutrales, indecisos o reticentes. O estás conmigo o estás en contra de mí.
A esta insultante franqueza pertenece la decisión de calificar de “organizaciones terroristas extranjeras” a los cárteles mexicanos. Esta asociación del tráfico de drogas con el terrorismo es posible que haya sorprendido al mundo. Pero a quienes no puede sorprender a los colombianos, que llevamos décadas escuchando a los voceros políticos y mediáticos de Washington calificar de “narcoterroristas” a los movimientos guerrilleros, a los cuales además se ha acusado de ser agentes de Moscú, Pekín o La Habana según la tendencia o la temporada. Tenemos la suficiente experiencia como para saber que estas manipulaciones semánticas forman parte integral de una estrategia que dura ya medio siglo y que ha empleado la lucha contra el desdichado consumo de estupefacientes como pretexto para encubrir y alcanzar importantes objetivos políticos.
Porque fueron ciertamente motivos políticos los que movieron al presidente Richard Nixon a declarar en los años 70 del siglo pasado la “guerra contra las drogas” que medio siglo después todavía padecemos. Tal y como confesó John Ehrlichman, uno de sus hombres de confianza. Según él, Nixon declaró dicha guerra para estigmatizar, aislar y reprimir a quienes la Casa Blanca consideraba entonces enemigos mortales. A los Hippies por pacifistas y los Black Panther por revolucionarios, ambos opuestos, aunque fuera por distintos motivos, a la guerra que Washington llevaba a cabo por entonces contra el pueblo vietnamita.
Claramente políticos son igualmente los motivos por los que Trump ha declarado a los cárteles mexicanos “organizaciones terroristas extranjeras”. En primer lugar, para estigmatizar al gobierno de Claudia Sheinbaum al que ha acusado desvergonzadamente de “complicidad” con dichas bandas criminales. En segundo lugar, para usarlo como motivo para imponer tarifas aduaneras del 25% a las importaciones mexicanas. En tercer lugar, para obligar a México a recibir a inmigrantes deportados, tanto si son mexicanos como si son de otros países de Centro América. En cuarto lugar, para poner sobre la cabeza del gobierno mexicano la espada de Damocles de una eventual intervención militar en su territorio so pretexto de la inacción o la impotencia de sus fuerzas policiales ante unos cárteles todopoderosos. Por último, pero no por último menos importante, para legitimar ante la opinión pública la tesis de que el aluvión de muertes causadas por el fentanilo tiene como único responsable a las bandas que lo producen en México y lo introducen de contrabando en los Estados Unidos. ¡Y encima con precursores traídos de China! Tesis con las que han forzado, además, al gobierno mexicano a desplazar a la frontera común 10.000 efectivos militares con el fin de bloquear tanto el contrabando de fentanilo como la entrada ilegal de inmigrantes.
Es cierto que las muertes por sobredosis de fentanilo son una verdadera epidemia. Las propias autoridades sanitarias norteamericanas estiman que en 2024 fueron más de 70.000 las víctimas mortales del opiáceo. Pero tal y como Claudia Sheinbaum le recordó oportunamente a Trump, la epidemia de los opiáceos la inició en los propios Estados Unidos, Pardue Pharma, un gigante de la industria farmacéutica, que empleó agresivas técnicas de marketing y el soborno encubierto a miles de médicos para que recetaran fentanilo a diestra y siniestra. Sin contemplaciones. Con el resultado de que millones de pacientes se volvieron adictos al mismo. Cuando las autoridades sanitarias federales por fin intervinieron y pusieron coto a las practicas verdaderamente criminales de Pardue, los adictos quedaron en manos ya no de los médicos corruptos sino de las mafias que se dedicaron a producirlos y venderlos ilegalmente. Mafias que, como ha señalado también Sheinbaum, no son perseguidas por las autoridades policiales norteamericanas con el denuedo y el rigor con el que ellas exigen que las autoridades mexicanas persigan a los “narcoterroristas”.
La verdad de que la guerra contra el narcotráfico no responde a la preocupación de Washington por los adictos sino a sus particulares intereses políticos y militares, lo corrobora el hecho de que siempre encuentran un motivo para relanzarla. Empezaron con la marihuana, siguieron con la cocaína, pasaron por el crack y el éxtasis y ahora están con el fentanilo. Y mañana con lo que se les ocurra. Ignorando deliberadamente que el problema no son las sustancias sicotrópicas sino los adictos. Que son ellos los que necesitan y reclaman en cada nueva coyuntura estimulantes que les ayuden a mantener el ritmo endemoniado del mundo laboral norteamericano y analgésicos que les ayuden a soportar la pesadilla en la que para ellos se ha convertido el sueño americano.
Carlos Jiménez
Foto tomada de: France 24
Deja un comentario