Cierto: Trump dispone de medios y recursos muchísimo más potentes de los que disponemos nosotros para emprender esa tarea. Cuenta con el monopolio del dólar como moneda de reserva mundial y cuenta con la omnipresente red internacional de medios y de ONG, que ejercen lo que el politólogo Joseph Nye llama “el poder blando”. El poder de remodelar la conciencia social a escala planetaria en función de los intereses de Estados Unidos. Pensamos y queremos lo que quiere que pensemos y deseemos los medios al servicio de Washington. Y cuenta también con el poder de amenazar y acobardar representado por su armamento nuclear y por 800 bases militares en todo el planeta, incluidas las 7 que tiene en territorio nacional.
Pero con todo y lo intimidante que resulta la mera enumeración de los recursos con los que cuenta Trump para emprender la tarea de reindustrializar su país, el cumplimiento de la misma no le va a resultar fácil. Y para demostrarlo empecemos con la política de utilizar los impuestos aduaneros como instrumento para lograrla. Es cierto que Estados Unidos sigue siendo el primer mercado de consumo del mundo, pero no lo es menos que si Trump llega aplicar finalmente los aranceles que ha propuesto, la economía estadounidense se vería en gravísimas dificultades en el corto y en el mediano plazo. Por lo menos.
El efecto inmediato de esta subida de impuesto sería el aumento de la inflación que actualmente afecta seriamente a la clase trabajadora. No hay que olvidar que si Trump ganó las elecciones presidenciales fue, entre otras cosas, por su promesa de bajar los precios una vez se hubiera hecho de cargo de la Casa Blanca. En la historia política de los Estados Unidos – aunque no solo en ella, obviamente – abundan los episodios en los que los candidatos a la presidencia una vez electos han traicionado las promesas hechas a las mayorías populares. Y el Estado americano tiene un variado arsenal de herramientas y medios para desarticular y reprimir las movilizaciones populares de protesta. De hecho, Trump ya se ha curado en salud con su amenaza de expulsar a todos los inmigrantes ilegales. Amenaza de difícil cumplimiento en realidad, dado gran número y su importancia en el funcionamiento de la economía del país. Amenaza que sin embargo resulta muy útil como medio de intimidar al conjunto de la clase trabajadora inmigrante, que suma al menos 23 millones de personas. Muchas de ellas se lo pensaran dos veces antes de sumarse a eventuales huelgas y manifestaciones de protesta, temerosos no solo de perder el trabajo sino de que la policía las aprese y las expulse del país.
No es este sin embargo el único problema. La subida de los impuestos a las importaciones, aumenta el precio de los productos importados y reduce el consumo de los mismos, afectando inevitablemente los intereses de los empresarios norteamericanos dueños de las industrias deslocalizadas en China, México y Canadá, que verían así reducidos sus beneficios. Cierto: dichos empresarios podrían cerrar allí esas fábricas y trasladarlas a suelo norteamericano, donde se beneficiarían de las subvenciones, las compras federales y las reducciones de impuestos prometidas por Trump. Pero como una fábrica no se construye de un día para otro ni renueva en una semana la cadena de proveedores y compradores, dicho desplazamiento someterá a la economía estadounidense a un período de estrés de una duración hoy difícil de calcular.
Aunque no solo a ella: el conjunto de la economía mundial se vería sometido a un estrés tanto o más agudo. Los países que se desindustrialicen en beneficio de la reindustrialización norteamericana sufrirían importantes daños en su economía, que muy probablemente romperán los equilibrios políticos y sociales existentes, dando paso a disturbios, protestas masivas e incluso a insurrecciones. México seria en este escenario, una de las mayores víctimas, y China, la que menos se vería afectada, dada la solidez de su modelo económico y político y la capacidad demostrada por el mismo para encajar golpes tan contundentes como el que supondría la drástica reducción de sus exportaciones a los Estados Unidos de América. Alemania y Japón – cuyo poderío industrial de posguerra llegó a amenazar al estadounidense antes de que lo hiciera el de China – también se verían seriamente afectadas. Y expuestas, por lo tanto, a conflictos internos sociales y políticos de difícil gestión y consecuencias imprevisibles.
Es posible que los estrategas geopolíticos atrincherados en Washington, aconsejen a Trump abandonar el camino emprendido con las amenazas de subida de aranceles a las importaciones procedentes de la UE y por las subidas de los mismos que ya impuso a las importaciones de acero y aluminio. Le advertirían del efecto catastrófico que dichas medidas coercitivas tendrían en el eje político Berlín-Washington- Tokio, uno de los pilares del orden mundial de la postguerra. Han cambiado tanto las relaciones de fuerza a escala planetaria – por la emergencia de China y la formación de los BRICS – que es ilusorio pensar que Estados Unidos le pueda imponer ahora a Alemania y Japón unos acuerdos como los Acuerdos del Plaza de 1985, que tanto constriñeron las posibilidades de expansión de sus respectivas bases industriales. Acuerdos suscritos igualmente por Francia y Gran Bretaña, a pesar de que igualmente les resultaban lesivos. No creo que las 120 bases militares de Estados Unidos en Japón y las 119 en Alemania sean suficientes para conjurar las consecuencias políticas adversas, que traería los daños económicos y sociales que produciría la imposición generalizada de altos aranceles a las importaciones procedentes de Japón y Alemania.
Me dejo para una próxima ocasión, el análisis del impacto negativo que tendría en el sistema financiero internacional, dominado por el dólar, la política proteccionista de Trump. Dudo que pueda sobrevivir a dicho impacto.
Carlos Jiménez
Foto tomada de: Swissinfo
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