El regreso de Trump a la Casa Blanca refuerza la dicotomía “nosotros” frente a “ellos” y alimenta un clima de polarización que se extiende tanto a la política interna de Estados Unidos como al escenario internacional. La utilización de redes sociales y medios de comunicación afines para difundir mensajes contundentes, acompañada de un discurso que simplifica la realidad a fórmulas populistas, ha encendido la chispa de movimientos ultraderechistas que se sienten avalados por un líder de gran influencia global. En este contexto, se observa una revalorización de posturas racistas y excluyentes, así como un retroceso en la defensa de los derechos humanos, la igualdad de género y la diversidad cultural.
El auge del nacionalismo y la retórica populista
Las políticas antimigrantes, reactivadas con mayor ímpetu en esta segunda administración, actúan como columna vertebral de la consolidación nacionalista. El nuevo secretario de Estado, Marco Rubio, ha promovido una línea dura que, en la práctica, intensifica el cierre de fronteras y endurece los controles para quienes desean ingresar o permanecer en Estados Unidos, en especial ciudadanos latinoamericanos. Paralelamente, se mantiene un discurso que responsabiliza a la inmigración de diferentes problemáticas internas, reforzando estereotipos negativos y alimentando la división social.
En lo económico, la insistencia de Trump en renegociar tratados internacionales y privilegiar a las industrias nacionales responde a un cálculo político que busca capitalizar el descontento de amplios sectores de la sociedad, afectados por la globalización y la automatización laboral. Este enfoque nacionalista, no obstante, debilita las instancias multilaterales y pone en entredicho la colaboración internacional en temas urgentes, como la crisis climática o la gestión de emergencias sanitarias. El discurso contra las élites globalistas, representadas a menudo como “enemigos internos” aliados del extranjero, se ha intensificado, ofreciendo una narrativa fácil de asimilar para quienes ven en la globalización la causa de sus dificultades económicas y sociales.
El impacto de esta retórica se hace evidente también en lo simbólico. Diversas manifestaciones racistas, así como expresiones misóginas, han ganado un espacio que hace apenas unos años se consideraba políticamente incorrecto. Grupos que sostenían posturas supremacistas o ultraconservadoras se sienten legitimados, mientras las conquistas feministas y los derechos de las minorías enfrentan nuevos obstáculos para no hablar del desmonte de políticas ambientales tendientes a disminuir el calentamiento del planeta. La instalación de un clima de polarización, sustentado en la división y la desconfianza, tiende a fracturar el diálogo democrático y a desacreditar a quienes defienden la cooperación internacional y el respeto a la diversidad.
Repercusiones internacionales: Europa y Latinoamérica
El ejemplo de Estados Unidos ejerce un efecto dominó en otras regiones. En Europa, Abya Yala, destaca el crecimiento de partidos de extrema derecha que ven en Trump un referente para sus propias agendas nacionalistas. El caso más notorio es Alternativa para Alemania (AfD), que en 2024 se consagró como la segunda fuerza política de ese país. Inspirada en buena medida en la retórica antimigrante y euroescéptica, la AfD aprovecha la ola global de rechazo a lo “exterior” para robustecer su base electoral, haciendo énfasis en el repliegue hacia los intereses nacionales y la preservación de una identidad cultural cerrada.
La relación con América Latina se ha vuelto más compleja a raíz de la visión intervencionista del gobierno de Trump, especialmente en los ámbitos migratorio y de combate al narcotráfico. La desconfianza aumenta entre los gobiernos de izquierda de la región, que ven en Rubio a un interlocutor poco dispuesto al diálogo y proclive a imponer la agenda imperialista de Washington. Además, Estados Unidos busca ejercer un papel determinante en conflictos internacionales como la guerra en Ucrania, intentando imponer acuerdos con un claro perfil intervencionista y neocolonial. Esta posición, más cerca del unilateralismo que del multilateralismo, tensiona las dinámicas diplomáticas y acentúa el riesgo de choque con otros bloques de poder.
En este contexto, sobresale la figura de Elon Musk, designado al frente del recientemente creado “Departamento de Eficiencia Gubernamental”. Musk, quien donó sumas millonarias a la campaña de Trump, ha recibido contratos estatales ventajosos y ahora promueve una visión empresarial de la administración pública, centrada en la reducción de costos y la maximización de la rentabilidad. Sin embargo, su influencia trasciende las fronteras de Estados Unidos: no solo ha respaldado públicamente a la AfD alemana, sino que también aprovecha su posición para afianzar intereses corporativos en diversas regiones del mundo.
Los ecos de este escenario se hacen sentir con fuerza en la política latinoamericana. Diversas figuras políticas han adoptado el estilo confrontacional y el discurso polarizante para aglutinar bases sociales insatisfechas. Un caso emblemático es Argentina, donde el presidente Javier Milei tomó una postura calificada por muchos de “indigna” ante la visita de Musk, en señal de total sumisión al empresario y, por ende, a los intereses de la administración Trump. Esta escena ilustra la tendencia de ciertos gobiernos y actores regionales que, en lugar de defender una posición soberana, se alinean con un liderazgo foráneo percibido como fuerte, aun cuando ello pueda contravenir los intereses de sus propias poblaciones.
Conclusiones: amenazas a la democracia y resistencia coordinada
El discurso y las acciones promovidas por el segundo mandato de Trump han abierto una senda de polarización y nacionalismo que se proyecta a escala mundial. Políticas anti-inmigrantes, aislacionismo económico y descalificaciones constantes a los organismos internacionales configuran un modelo que muchos ven como la antesala de un auge neofascista. Esta tendencia se alimenta de la frustración ciudadana frente a la desigualdad y a la falta de representación política, factores que, combinados, facilitan la adopción de narrativas simplistas y radicales.
Al mismo tiempo, el clima de nacionalismo exacerbado y proteccionismo sirve de catalizador para grupos nacionalistas y misóginos, que normalizan expresiones de odio y violencia en distintos niveles de la sociedad. La tensión repercute en proyectos de integración regional, como la Unión Europea, y dificulta el abordaje de problemas que requieren soluciones multilaterales, desde la crisis climática hasta los conflictos armados vigentes. El proceso de escalada, además, podría socavar las bases democráticas allí donde la división y el populismo empiezan a prevalecer sobre el diálogo y la deliberación razonada.
Ante esta situación, la sociedad civil, la prensa y sectores políticos moderados forman un frente de resistencia que, si bien no carece de fisuras, intenta frenar el avance de las tendencias más autoritarias. La clave para contrarrestar este fenómeno radica en comprender y atender sus raíces: la desigual distribución de recursos, la desconexión entre las élites políticas y las demandas ciudadanas, y la percepción de amenazas externas que se exacerban a través de discursos populistas. Sin una respuesta coordinada y una vigilancia activa, la consolidación del trumpismo en su segundo mandato podría marcar un punto de no retorno en el fortalecimiento de la ultraderecha internacional. Sin embargo, con una acción firme y consciente, aún es posible replantear los valores de la democracia liberal, la cooperación global y el respeto a la diversidad, en un esfuerzo compartido que vaya más allá de las fronteras nacionales.
Jaime Gómez Alcaraz, analista de política internacional
Foto tomada de: France 24
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