Trump logró con esa trifulca trasmitir a la tele audiencia domestica mensajes que refuerzan su imagen de presidente que se esfuerza contra viento y marea en cumplir su promesa electoral de conseguir la paz en Ucrania “en 24 horas”. Como también la del líder que ya no está dispuesto a que engañen y estafen supuestos amigos y aliados, que, por lo tanto, considera perfectamente legítimo que insista en pedir compensaciones materiales por la inversión a fondo perdido en esa guerra de 500.000 millones(sic) por el incompetente de Biden. “La ayuda de los europeos fue en forma de préstamos, la nuestra a fondo perdido”, repitió todas las veces que fue necesario para justificar su demanda de un acuerdo con Ucrania que, a cambio de esa ingente suma de dinero, entregue el control de sus recursos minerales, incluidas las estratégicas tierras raras, hoy un virtual monopolio de la república popular China. Consiguió dejar en evidencia el hecho de que Zelenski no quiere negociar el fin de la guerra, cuando este último, en un rapto de exaltación, exclamó: “No voy a negociar ningún acuerdo con Rusia, invasora y asesina”. Y generar, por último, la sensación en su audiencia de que con su intemperancia verbal, Zelenski le había faltado al respeto al mismísimo presidente de los Estados Unidos de América.
Zelenzki trasmitió, por el contrario, el mensaje de un líder intransigente en la defensa de los intereses de su país, que no está dispuesto a firmar ningún acuerdo con Rusia no solo porque sea criminal e invasora, sino porque no cumple ningún acuerdo, como lo demuestra en su incumplimiento de los acuerdos de Minsk. Engrandeció su imagen de líder valiente que se atrevió a decirle a Trump ante las cámaras y en su mismísima cara que su interpretación del conflicto ucraniano es “la misma de Putin”. Trump, por su parte, lo consagró como mártir con la decisión de interrumpir la audiencia y expulsarlo inmediatamente de la Casa Blanca.
Cabe señalar, sin embargo, que su apasionada perorata fue todo menos una reacción espontánea. Su reunión con Trump en la Casa Blanca fue resultado de las presiones tanto del presidente Macron, como de Starmer, el premier británico, quienes antes de la trifulca del viernes se habían reunido con Trump, insistiendo en la necesidad de que le concediera la audiencia pedida por Zelenski, que hasta entonces le había sido negada. Le habrán dicho que era inconveniente adelantar negociaciones con Rusia sin contar con el gobierno de Ucrania. Hay analistas que especulan con la posibilidad de que Starmer le dijera a Trump que Zelenski estaba dispuesto a firmar el acuerdo sobre recursos mineros ucranianos. Argumento absolutamente convincente, dado el hecho de que Gran Bretaña y Ucrania suscribieron hace un par de meses un tratado de cooperación y asistencia mutua “por cien años”, una de cuyas clausulas entrega el control de dichos recursos ucranianos a los ingleses. No a los ingleses en realidad, sino a los fondos de inversión con sede en la City de Londres, que son poseedores de los bonos de la ingente deuda externa ucraniana y que necesitan tales recursos como respaldo de los mismos, en una situación en la que Ucrania se acerca peligrosamente a la insolvencia. Se comprende entonces la negativa de Zelenski a firmar con Trump el acuerdo sobre los mencionados recursos: ningún bien se puede enajenar ¡dos veces! ¡Ah los ministros de su Majestad británica, siempre tan taimados!
Lo que vino después del duelo televisivo en la Casa Blanca estaba perfectamente planificado. Un Zelenski, “humillado y ofendido”, voló de inmediato a Londres, donde lo esperaba, primero una reunión con el rey Carlos III, seguida de una entrevista con Starmer 10 de Downing Street y al día siguiente su asistencia, en Lancaster House, al plenario de la Securing our future Summit, la reunión de los presidentes o primeros ministros de 10 países europeos, más Canadá, más el ministro de asuntos exteriores de Turquía, más Mark Rutte, secretario general de la OTAN, Kaje Kallas, la encargada de asuntos exteriores de la UE, y la despiadada Úrsula von der Layen, la presidenta de la Comisión Europea. Todos convocados por Starmer, quién presidio la mesa directiva, junto con Macron y Zelenski.
Fue, desde luego, una demostración de fuerza destinada a impresionar en primer lugar a la opinión pública europea y para contrariar abiertamente en puntos clave del relato político y mediático, iniciado y defendido por Trump, con el fin de legitimar su decisión de iniciar negociaciones con Rusia. En la cumbre, Putin volvió a ser, como hasta poco más de un mes, un autócrata sanguinario, para quién la conquista de Ucrania es solo el primer paso de la conquista del resto de Europa y con quien solo se puede negociar las condiciones de su rendición una vez que haya sido completamente derrotado en los campos de batalla de Ucrania. Y Zelenski fue resarcido de las ofensas inferidas por Trump con múltiples muestras de apoyo y solidaridad y el tratamiento reservado a los héroes.
Al final de la cumbre, y ante la ausencia de una declaración oficial, Starmer realizó su propio balance de la misma. Lo sintetizó en 4 puntos: 1. Mantendremos el flujo de ayuda a Ucrania y seguiremos aumentando la presión económica sobre Rusia. 2. Acordamos que cualquier paz duradera debe garantizar la soberanía y la seguridad de Ucrania. Ucrania debe estar en la mesa de negociaciones. 3. En el evento de un acuerdo de paz seguiremos reforzando las capacidades defensivas de Ucrania para disuadir cualquier futura agresión y garantizar la paz. 4. Iremos más allá y desarrollaremos una “coalición de dispuestos” a defender un acuerdo en Ucrania y garantiza la paz. No todas las naciones se sentirán en condiciones de contribuir. Pero eso no significa que nos quedemos de brazos cruzados. Aquellos que están dispuestos intensificaran la planificación ahora con verdadera urgencia.
El Reino Unido está preparado para respaldar esto con tropas sobre el terreno (“with boots on the ground”) y aviones en el aire, junto con otros países. Europa debe asumir la mayor parte de la carga, para apoyar la paz en nuestro continente. Para tener éxito, este esfuerzo debe contar con un fuerte respaldo de Estados Unidos. Estamos trabajando en este punto, tras mi reunión con el presidente Trump de la semana pasada. (…) Ahora debemos actuar juntos. Finalmente acordamos que los lideres se reunirán muy pronto para mantener el ritmo de estas acciones y seguir avanzando en el plan conjunto”.
Es evidente que los puntos verdaderamente importantes son el 1 y el 4. El 2 y el 3 son declaraciones de principio tan generales que Rusia las podría suscribir sin problemas. El primero significa que, en contra de cualquier deseo de desescalar el conflicto para generar un ambiente propicio a unas negociaciones de paz, se mantendrá la ayuda militar al régimen de Kiev y que se incrementarán las sanciones y las medidas de bloqueo económico y financiero de Rusia. El cuarto punto tiene varias e importantes consecuencias políticas y militares. La primera que la participación europea en la nueva etapa de la guerra en Ucrania va a ser dirigida y canalizada, no por la Unión Europea o la OTAN, sino por los países reunidos en la cumbre de Londres, que ya ha sido bautizado como Europa +, en atención a la participación de Canadá. Con lo que se evita los previsibles vetos de Hungría y Eslovaquia en la UE o las posibles objeciones de Washington en el seno de la OTAN. Los países bálticos excluidos de la cumbre ya protestaron y Macron se marchó de la cumbre precipitadamente, quizás inconforme con el protagonismo de Starmer en este proyecto.
La otra consecuencia importante es que el “plan” esbozado por el primer ministro británico, satisface el plan de paz de paz de Trump en uno de sus puntos más importantes. El envió de tropas europeas a Ucrania, bajo el rotulo de “fuerzas de paz”, inmediatamente después de que se produzca al alto el fuego en la línea del frente y se inicien las negociaciones de paz. Rusia rechaza con fuerza esta propuesta y ha declarado que, si países miembros de la OTAN envían tropas a Ucrania, las considerará objetivos militares y los atacará. De allí la aprobación condicional al envío de tropas británicas y de “otros países” a Ucrania. Solo se hará, afirma Starmer, si cuentan con el respaldo abierto de Washington, respaldo que disuadiría a Rusia de atacarlas. El plan de paz de Trump niega ese respaldo. Tal y como lo dijo con todas las letras Pete Hegseth, su secretario de defensa, en una reunión de la OTAN celebrada en Bruselas hace unas semanas: las tropas de países europeos que se desplieguen en Ucrania, no podrán invocar el artículo 5 del tratado de la alianza trasatlántica, que obliga a todos sus miembros a ayudar militarmente al país atacado.
Ya veremos cómo se deshace este nudo gordiano. Pero en cualquier caso su importancia la relativiza otro de los componentes del plan de Starmer y compañía: la de acrecentar el poderío militar de Europa occidental hasta niveles nunca antes vistos desde la Segunda Guerra Mundial. Úrsula von der Leyen ya ha anunciado medidas de tipo financiero y legal que permitirán incrementar el gasto militar hasta un tope de 800.000 millones de euros. Y dado que solo Francia y Suecia tienen un control completo de las cadenas de producción de armamentos, la mayoría de dicho gasto será de compras de armamento norteamericano. Buena noticia para el complejo militar industrial de ese país, que aceptó la decisión de Trump de retirarse de la primera línea de la guerra de Ucrania, con la condición de que Europa occidental aumentara exponencial las compras de los armamentos que produce.
Posdata. Después de la escritura de este artículo se han producido dos hechos relevantes. El primero, que Zelenski ha declarado públicamente su disposición a firmar el acuerdo sobre minerales exigido por Trump. El segundo, que Trump ha decidido una suspensión temporal de la ayuda militar a Ucrania, con excepción de la actividad electrónica de “carácter defensivo,” realizada en dicho país por equipos norteamericanos. Estos dos hechos demuestran cuan dinámica está siendo esta nueva fase de la guerra en Ucrania.
Carlos Jiménez
Foto tomada de: The New York Times
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