Obviamente lo contrario también sucedió, por las redes y en otros espacios se dejaron sentir reacciones de rechazo, de odio, que probablemente dan cuenta de al menos tres cosas, la primera una posición fuerte contra la iglesia católica; la segunda la reacción normal de la ortodoxia y el poder al interior de la iglesia, ese que Francisco precisamente llama a contrarrestar por no ser esa la iglesia ni el camino de Jesús; la tercera se trata de la intransigencia normal de quienes desde la oscuridad y la cizaña diseñan una sociedad del mal.
Con esto, con su mensaje de esperanza y reconciliación, con la cantidad de frases que utilizó para llamar a las cosas por su nombre, con los llamados a los jóvenes, a las mujeres, a la responsabilidad de las élites, de los políticos y las exigencia a clérigos, a religiosos a dejar sus posiciones cómodas para junto a la gente construir una vida distinta, Francisco, como le gusta que le llamen, hace en últimas un llamado a una economía diferente y más profundo aun, a cambiar las bases sobre las que se soporta el actual modelo de desarrollo.
Primero la gente y con el cuidado de la casa común, de la naturaleza. Este es el fundamento de su pensamiento, concepto que ha estado en los discursos de las teorías del desarrollo y de las posiciones que defienden con más fuerza el cuidado ecológico del planeta. Francisco recoge con esto también buena parte del sentir de los pueblos latinoamericanos que en las últimas décadas se han manifestado en contra de un modelo que los ha relegado a la pobreza y a la exclusión y obviamente se planta en contradicción con posiciones que como las del presidente Trump rechaza la idea del calentamiento Global y los pactos mundiales para la protección del medio ambiente y de los recursos naturales, como el de París.
En Francisco la naturaleza, el cuidado de la casa común, la protección del medio ambiente y de los recursos naturales brota en sus discursos (repito, que son directos, sin utilizar metáforas o parábolas), como garantía de paz y seguridad humana. Critica con vehemencia las pasiones posesivas y el afán humano por someter la naturaleza a su codicia y acumulación.
Consecuente con estas posiciones, Francisco criticó fuertemente el consumismo, incluso al interior de los religiosos, pero igualmente de la sociedad. El consumo y el dinero como baluartes de la falta de humanidad. Sin duda posiciones que incomodan al establecimiento y que marcan su perspectiva frente a temas como la corrupción, las drogas y sobre la propia esencia del sistema como es el consumo desaforado y la utilización sin escrúpulos de los recursos naturales.
Frente a su rechazo directo contra la pobreza y la desigualdad, donde no escatima palabras fuertes y llamados a la responsabilidad de empresarios y políticos, de las élites que se olvidaron del bien común privilegiando sus intereses particulares, Francisco establece una distancia frente al poder para ubicarse al lado de quienes están excluidos por el sistema, incluso con posiciones que trascienden al propio modelo y se adentran en lo más profundo del pensamiento de Cristo para defender a los diferentes, al otro que puede ser distinto física, espiritual e incluso sexualmente.
La preocupación por los y las jóvenes no solo es manifiesta, sino que logra un acercamiento poco visto en un líder religioso. Buena parte de los asistentes a los distintos eventos fue la juventud que sin prevenciones le demostró afecto con sus ideales y con los planteamientos que propone: Una juventud arriesgada, soñadora, que se atreva a nuevas conquistas a sueños probablemente imposibles, es sin duda una propuesta distinta a la nada que el sistema le viene imponiendo a la juventud. El Papa invitó a la juventud a descubrir la Colombia profunda, la misma que ha sido marginada, la que no cuenta en las estadísticas pero que es sin duda en donde está el futuro de esta patria, en el campo, en sus gentes, en su diversidad cultural y biológica.
Francisco plantea una posición crítica sobre la llamada globalización, la reivindica en tanto unión, pero la rechaza al perderse de lo humano, al igualar las culturas y las personas pretendiéndolas desde una sola óptica, anulando la diversidad y la diferencia. Una clara posición del Papa incluso contraria a la tradición eclesiástica. El Papa reconoce la diversidad, no recurre a la universalidad para proteger su verdad; las identidades de los pueblos cobran presencia en sus discursos para reivindicar lo humano en realidades distintas, se acerca a la localidad a lo propio en búsqueda de la esencia de lo humano.
Francisco ha vuelto a poner énfasis en elementos un tanto olvidados y que aun así están presentes en la doctrina social de la iglesia. Reivindicar lo social en un mundo donde la prevalencia por el dinero ha conducido a la acumulación desaforada del capital es sin duda alguna un elemento trascendente de sus postulados. Con esto la justicia se convierte en un tema urgente, así como el empleo decente que permita una vida material digna. Su preocupación se hace latente con el uso de la tecnología, la llamada cuarta revolución que deja sin oportunidades a los y las jóvenes, marginándolos de los mercados laborales.
Existe en Francisco y sus desasosiegos por los otros, por los excluidos, los marginados, los descartados por el sistema, un concepto que cala en lo más hondo de la economía política, se trata de la compasión, entendida ésta como la preocupación por el otro, por su sufrimiento, por su desgracia. Pues bien, Adam Smith planteaba en la Teoría de los sentimientos morales que “por más egoísta que quiera suponerse al hombre, evidentemente hay algunos elementos en su naturaleza que lo hacen interesarse en la suerte de los otros, de tal modo que la felicidad de estos le es necesaria, aunque de ella nada obtenga, a no ser el placer de presenciarla.” ¡Que belleza! Se trata de lo mismo, de la felicidad, del bien común, del otro y su necesario desarrollo, del cómo evitar el sufrimiento de los demás, del poder construir sociedad a partir de la solidaridad y la cooperación, del logro y del derecho a la paz, de la preocupación constante por el bienestar individual y colectivo, por la felicidad humana y del planeta. Y es similar a la preocupación que está en Aristóteles, Marx, Schumpeter, Keynes, Prebisch, Sen, Boff, entre muchos otros, a la idea del Buen Vivir de los pueblos indígenas y en los movimientos sociales de Colombia y de América Latina, que procuran una oportunidad y una reivindicación de sus derechos humanos, de sus derechos económicos.
No se trata pues que ahora todos somos Papa, o mejor, que seamos más papistas que el Papa. Pero si es importante que uno de los personajes más influyentes en la política mundial y un enorme líder religioso de un pueblo católico concentrado en América Latina (49%), ponga de manifiesto lo más abominable del capitalismo, ese que precisamente nos ha tocado a nosotros en estas latitudes y que él, un latinoamericano, tiene la coherencia política y filosófica de plantearlo.
Así que el mensaje está dicho, no puede ser más claro. La paz, debe pasar necesariamente por una nueva concepción de la economía, y esta dista considerablemente de los valores que a la fuerza de la repetición y la imposición se nos han forjado en las últimas décadas. Una nueva economía que reivindique lo humano, la naturaleza, la solidaridad, la justicia y la cooperación, que junto a la compasión busque la libertad y la felicidad. No se dice que será fácil, pero el primer paso está dado.
JAIME ALBERTO RENDÓN ACEVEDO: Director Programa de Economía, Universidad de La Salle
Septiembre 13 de 2017
Deja un comentario