El punto de partida para cualquier análisis, complejo sin duda, es que el ELN no ha tomado como organización, una decisión clara de dejar atrás el uso de la violencia y prepararse para iniciar el tránisot a la política sin armas, con todas las complejidades y dificultades que esto conlleva; ello ya marca el desarrollo de las conversaciones. Por eso los miembros de la delegación del ELN hablan de conversaciones ‘exploratorias’, mientras que para la delegación del Gobierno son conversaciones para construir acuerdos dirigidos a terminar el conflicto armado; lo anterior tiende un manto de incertidumbre sobre los alcances del ejercicio de diálogo.
Pero más allá de lo anterior, hay la sensación, que ojalá no sea cierta, que el equipo del Gobierno no dispone de una clara ‘hoja de ruta’ para orientar las conversaciones, ni de una estrategia definida para las mismas. Esto se refleja en que no parece haberse logrado consolidar un equipo gubernamental con una mirada homogénea y compartida del proceso, lo que incide en que hayan demasiados canales paralelos de comunicación al interior del equipo del Gobierno; pareciera que cada miembro de la delegación del Gobierno quisiera tener sus propios ‘informantes privilegiados’ y cada uno derivar de esas informaciones una estrategia propia. El resultado que se proyecta, más allá de si es cierto o no, es el de un equipo negociador tratando de buscar caminos, en un entorno en que nada parece estar claro. A esto se suma la inevitable interferencia que significa la presencia de otros actores ‘outsider’, que más allá de sus buenas intenciones que personalmente no coloco en duda, generan ruidos que parecen no ayudar mucho; eso no significa que en todas las conversaciones de este tipo la existencia de estos mecanismos paralelos no sean de utilidad para superar nudos problemáticos, momentos dificiles o airear alternativas, pero siempre y cuando estos mecanismos sean producto de acuerdos entre las partes.
El acuerdo de terminación del conflicto armado con las FARC, inevitablemente establece un referente ineludible a tener en consideración por esta Mesa de Conversaciones, con los aspectos positivos y las limitaciones. Igualmente lo son las dificultades que está viviendo el proceso de implementación de estos Acuerdos y como todo indica que los mismos sólo comprometen plenamente al Ejecutivo, dejan un manto de duda acerca del alcance de los mismos en futuros casos; y claro surgen preguntas inevitables, como si a los otros poderes públicos sólo los compromete de manera ‘indicativa’ y esto no es de menor importancia para las conversaciones de Quito y la estrategia de construcción de Acuerdos allí.
Pese a lo anterior, hay avances importantes, como lo son: 1) la realización de las Audiencias en Colombia y con la presencia permanente de miembros de las Delegaciones, para escuchar propuestas de sectores de la sociedad acerca de cómo sería el diseño de la participación ciudadana –es de esperar que una vez surtido las anteriores consultas, ya exista un principio de acuerdo acerca de cómo va a ser el esquema de participación de la sociedad, que debería ponerse en marcha iniciando el siguiente ciclo de conversaciones-; 2) el cese de fuego bilateral y nacional que ha contribuido, a pesar de los incumplimientos que se han producido, a crear un clima adecuado para el desarrollo del proceso de consulta y que es definitivo que se prorrogue para adelantar el proceso de participación ciudadana, tan caro a este proceso y para que la implementación del acuerdo con las FARC también avance, así como la campaña electoral de 2018, que va a definir mucho del rumbo de las fuerzas políticas en el futuro inmediato. Esto implica que la Misión de Veeduría de la ONU y la Iglesia entregue a las partes un análisis serio de lo sucedido y las sugerencias de correctivos a introducir en el desarrollo del mismo en una segunda fase.
El Presidente Santos, que es quién dirige y orienta la estrategia, debería rápidamente nombre un nuevo jefe del equipo negociador y re-estructurar el mismo, quizá aprendiendo de la experiencia de La Habana, donde hubo una especie de división del trabajo entre un responsable político y un conductor de la estrategia que actuaron de manera coordinada y exitosa. Más allá del nombre del mismo es fundamental que cuente con todo el apoyo del Presidente; igualmente que se precise al interior del equipo del Gobierno la estrategia de negociación que va a seguirse o que se está siguiendo por el equipo del Gobierno y que la contraparte reciba un mensaje unificado de la delegación gubernamental. El problema no es si el equipo va a fungir de ‘mano dura’ o de ‘mano blanda’, sino que esten todos unificados alrededor de una estrategia definida e interiorizada. Por lo tanto, no se trata solamente de hacer un recambio de nombres -importante pero insuficiente-, sino una precisión o rectificación de la estrategia que ha desarrollado el equipo negociador del Gobierno, donde debe estar incluido el ritmo que debe tener la negociación, las metas de mediano plazo y mecanismos para valorar si el desarrollo de las conversaciones avanzan en la dirección prevista o han entrado en una etapa del síndrome de la ‘bicicleta estática’, lo cual debería llevar a las dos delegaciones a tomar rectificaciones de fondo.
No hay duda que existe una oportunidad importante para que el Presidente tome decisiones de fondo -y estoy convencido de que lo puede hacer- que permitan darle un empujón importante a este proceso, para que tome la dinámica que debe lograr y avanzar así en la dirección establecida en el acuerdo firmados entre las partes: “para terminar el conflicto armado y acordar transformaciones en búsqueda de una Colombia en paz y equidad.”.
ALEJO VARGAS VELÁSQUEZ: Profesor Titular Universidad Nacional
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