Los últimos dos años no han sido fáciles para la Región. América Latina, después de la nefasta época de la apertura, del Consenso de Washington y de la apuesta por una mayor internacionalización, que solo fue la eliminación de las barreras arancelarias a las importaciones, se involucró en otra era que la llevó, de la mano de fuertes movimientos sociales, a generar modelos diversos pero que tenían como denominador la reivindicación de la lucha contra la pobreza, la desigualdad y el obligado cierre de las brechas que los modelos de crecimiento le generaron, como problema histórico y resultado de la dialéctica del propio desarrollo: a la América Latina le tocó el papel nefasto de la dependencia y el atraso productivo y social.
A los años de neoliberalismo se le antepusieron gobiernos que fueron capaces de generar dinámicas distintas pero que sucumbieron ante la corrupción, sin necesariamente serlo; es decir, no fueron capaces de contrarrestarla, pretendieron pervivir con ella y se ahogaron en sus propias malas decisiones. Se hicieron reformas que sin duda alguna llevaron a la región a mejores índices de desarrollo, pero desconocieron las bases sociales y pretendieron mantenerse en el poder como si fueran simples dictadores, esta vez legitimados en las urnas y en los cambios constitucionales que produjeron ellos mismos. Hoy la derecha ha recobrado los espacios perdidos: en Brasil, por ejemplo, se han realizado cerca de 700 reformas que dan al traste lo hecho por Lula y por Dilma; la Argentina de Macri ha retornado por los senderos de la represión y las reformas conservadoras ya tiene al país en la calle; en fin, Perú, Chile… todos retornan a las huestes conservadoras. Ahora del fracaso económico, político y social de Venezuela no vale la pena ahondar, gobierno y oposición han llegado a unos límites lamentables y el país se encuentra sumido en una profunda crisis. El Continente vuelve a sacudirse, pero para sembrar una nueva época neoliberal, aún más conservadora que la anterior.
Colombia, sin embargo, no ha vivido tal proceso, como siempre ha ocurrido su coherencia con lo recomendado desde los organismos de poder, por las directrices multilaterales, es más su clara apuesta por los modelos económicos conservadores, lo que mal se conoce como neoliberalismo, la han hecho una nación coherente con un modelo de desarrollo que la ha conducido por los caminos terribles de la guerra, pero más que eso por la desruralización y la desindustrialización, en otras palabras por la pérdida de capacidad estructural para enfrentar nuevas y mejores etapas de crecimiento y desarrollo económico.
Hoy entonces el país se viene preguntando por estas cosas, después de años de negación, la propia ANDI reconoce los destrozos de la estructura productiva, la desindustrialización como característica de las últimas décadas. Ni se diga lo que viene sucediendo en el mundo rural, la Misión Rural estableció un diagnóstico que produjo incluso el encuentro de disímiles actores como los gremios, las FARC y los académicos: la nueva realidad debe ser un propósito del país, y el punto uno de lo acordado con las FARC es una clara muestra de ello.
Pero mientras el país se ha ido involucrado en estos reconocimientos, también es cierto que la agenda neoliberal ha continuado. Las firmas de los tratados de libre comercio han seguido incentivando la apertura a las importaciones y por ende socavando la capacidad de las empresas. El país se ha empecinado en entrar a la OCDE y con ello se ha generado una complicada agenda que poco contribuye a la situación vivida. La venta de los bienes públicos de mayor productividad se sigue produciendo y la corrupción campea enriqueciendo a unos pocos. Los sectores mas tradicionales vienen reaccionando en contra de las reformas rurales y de la titularidad de las tierras, la muerte vuelve a campear y de nuevo son los líderes rurales y quienes reclaman sus derechos los que deben enfrentar el destierro, la persecución o su propia eliminación.
A todo esto se suman las constantes reformas tributarias, la misma, por ejemplo, que este año hizo que el consumo se resintiera en unos 10 billones de pesos y llevara a la economía a unas expectativas poco halagüeñas. O incluso la búsqueda de reformas a la seguridad social, en especial al sistema de pensiones que pretende sacar del camino al sistema público y dejar ahora si en libertad a los fondos privados.
Y como si fuera poco, el país inicia una campaña presidencial antes de lo esperado. Los sectores políticos opositores a lo acordado en la Habana han salido a comportarse como si en realidad fuera contradictores al modelo en su conjunto. Hoy probablemente se vanaglorien de las dificultades, algo como la baja de calificación de Standard & Poor’s de BBB a BBB-, y que los propios mercados han desestimado, incluso las han ahondado, acrecentando el nerviosismo de las familias y las empresas. Han salido entonces a generar un clima macroeconómico enrarecido, con el agravante del eco que se va haciendo desde los diferentes sectores de la sociedad. Una mentira muchas veces dicha, es una verdad que termina por imponerse, y en economía eso se llama expectativas adaptativas.
Mientras tanto los indicadores económicos del país muestran un comportamiento que para nada dista de la que ya es conocido en el país al menos en las tres últimas décadas. Un escaso crecimiento, las ganancias empresariales al alza, y las del sistema financiero en mayor medida, mejoras tenues en materia de disminución de pobreza, una desigualdad que se mantiene, una inversión que, aunque insuficiente, es la segunda en importancia en la región, una inflación controlada, un señales monetarias y cambiarias a la expansión que el sistema financiero utiliza para su propio beneficio, el desempleo que es casi una constante, aunque también lo hace la informalidad. En fin, sin generar alharacas, la economía colombiana en estas épocas de Santos se sigue comportando como lo hizo en tiempos de Uribe, de Pastrana, de Samper y de Gaviria. Ya lo decía el viejo Fabio Echeverri: Mientras a la economía le va bien, al país le va mal.
Mientras tanto los debates electorales se hacen bajo la sombra de figuras presidenciables, aún no se debaten ideas y quienes se han atrevido a postularlas han arado en el desierto, esas se escuchan poco. En especial las posiciones económicas pasan desapercibidas. Los principales candidatos se asemejan en lo fundamental y cuando intentan proponer asuntos diferentes lo hacen desde la generalidad, las estrategias no se plantean, son lugares comunes que los van volviendo intrascendentes.
Hay poco que esperar entonces, solo que haya un acuerdo para que al menos los procesos de paz no se vayan a pique, si eso se gana es ya loable. La economía seguirá su curso, ya se habla de una nueva reforma tributaria, que como suele suceder no tendrá mayores efectos de equidad y justicia tributaria, es decir no será un mecanismo de distribución de la renta sino de la disminución de los impuestos a los más pudientes. También se plantea la necesidad de una reforma pensional que amplíe la edad de pensión, pero no se piensa en quienes nunca tendrán una pensión, que son la mayoría y tampoco se toca a los sectores privilegiados y de pensiones altas, obtenidas incluso bajo esquemas legales pero poco éticos. Dependiendo de quién gane se hará más o menos escándalo sobre aspectos puntuales, pero nada trascendente y que vaya a implicar un cambio de dirección, la misma que caracteriza al país de las últimas décadas, que no pasó por períodos ideológicos distintos, y que es congruente con la nueva fuerza neoliberal, de mayor conservadurismo económico, que se siente ya en todo el continente.
El país seguirá entonces con su característica estabilidad económica, que se mantendrá con movimientos leves a la baja tal y como ahora sucede y que van a seguir hasta la posesión del nuevo gobierno. Cuando las partes se sentaron en la Habana ya habían acordado no poner en debate el modelo económico. ¡Nadie lo quiere hacer! Tampoco los candidatos y quien lo intente probablemente no llegará lejos. Ya todos en este país somos conservadores en la economía, lo llevamos en los genes, hemos naturalizado el mercado y con el esta forma de entender la vida material que nos ha conducido a la estrechez económica y a la desigualdad. Ya nos hemos acostumbrado a vivir así.
Pero basta de ver el vaso medio lleno o medio vacío, por ahora todo deberá ser fiestas, ya vendrán las afujías del 2018, que obviamente empiezan con tener que pagar las cuentas de diciembre, pero esto también es normal. Felicidades.
JAIME ALBERTO RENDÓN ACEVEDO: Programa de Economía Universidad de La Salle
Diciembre 20 de 2017
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