En los últimos 16 años el Producto Interno Bruto (PIB) en Colombia tuvo un crecimiento promedio anual del 4.2%, 4.4% promedio anual en el período Uribe y 3.8% en el período Santos; a los dos les tocó enfrentar crisis mundiales, la una financiera y la otra del petróleo. Esto que se corresponde con los resultados históricos del siglo XX, así, en definitiva, la hipótesis de la poca volatilidad del crecimiento del PIB se mantiene aún en los diferentes gobiernos. Lo cierto es que han cambiado los gobiernos, pero no el proyecto de la élite. Son ilusos los que creen en una disputa entre los partidos tradicionales y sus distintas fracciones, la prueba de ello fue en las pasadas elecciones cuando todos terminaron unidos al presidente electo Duque, manteniendo el espíritu del frente nacional; unión en contra del llamado populismo.
Este crecimiento en el período ha estado explicado fundamentalmente por el sector financiero. Durante el Gobierno de Uribe este sector aportó el 20.4% del aumento del PIB, y en los gobiernos de Santos el 24.5%; esto quiere decir que la economía colombiana se ha venido soportando en un sector que posee las características esenciales para la concentración, esto es, poco generador de empleo y una actividad que se soporta en los principales grupos económicos del país, donde solo dos grupos (Antioqueño y Sarmiento) poseen un poco más de la mitad de los activos en el sector. En los dos gobiernos el comportamiento fue similar y es difícil concebir que esto vaya a ser diferente en los próximos cuatro años.
El sector de servicios sociales, comunales y personales, donde la principal actividad (55.6% del total sectorial) es la de Administración pública y defensa; seguridad social de afiliación obligatoria; educación de no mercado aportó en todo el período el 13.9%, siendo en el período de Uribe el 12.8% y en el de Santos el 14.8%.
Los sectores minero energéticos, de gas y de agua, que fueron énfasis en los dos períodos aportaron el 8.3% del crecimiento: 8.7% en el período Uribe y 8.0% en el tiempo de Santos. De otra parte, el sector agropecuario le aportó al crecimiento el 3.7%, siendo las contribuciones en los gobiernos de Uribe y Santos el 3.2% y el 4.0% respectivamente. La industria manufacturera aportó el 8.2% marcando una diferencia entre los gobiernos ya que, en el período de Uribe, ésta fue el 11.2% al PIB y en estos últimos años solo agregó el 5.8% al crecimiento del PIB.
La construcción ha venido aportando en promedio el 10.4% al PIB, teniendo igual comportamiento en ambos períodos presidenciales. El comercio sigue siendo importante también, aporta al PIB en el período el 13.1%, teniendo en las dos presidencias un comportamiento del 12.4% y del 13.6% para Uribe y Santos respectivamente.
Visto de esta manera es sencillo concluir varias cosas: primero el crecimiento económico del país se ha sostenido, aun a pesar de las crisis, aspecto que ha sido relevante, aunque el crecimiento no es suficiente para atender necesidades de empleo, por ejemplo. Los sectores en los que se ha soportado este comportamiento estable han sido los mismos entre los dos gobiernos e incluso han continuado con el fenómeno de los pocos aportes de sectores como el rural y la industria manufacturera. Y tiene que ser así porque a pesar de la oposición “contundente y perversa” del Uribismo (Centro Democrático), los dos gobiernos han tenido parámetros y cifras similares de crecimiento económico. Esto demuestra lo hábil del expresidente Uribe para manipular datos e información y lo mal comunicador que es Juan Manuel Santos que no fue capaz de informar al país sus logros de una manera adecuada.
Ahora, el arte de la economía es hacer que el valor de la producción se distribuya de manera eficiente y adecuada, para plantearlo de esta manera y no involucrar el tema de la justicia. Ya el comportamiento sectorial da una pista de concentración, como se dijo, pero veamos lo que existe en términos de desigualdad y pobreza.
De acuerdo con la CEPAL, América Latina y el Caribe sigue siendo la región con una mayor desigualdad del globo, Colombia es el segundo país más desigual en la distribución del ingreso en el continente, solo la supera Honduras. Las cifras oficiales (DANE), muestran como el 1 por ciento más rico de la población concentra el 20 por ciento del ingreso. El índice de Gini, que mide la desigualdad (entre 0 y 1, siendo 1 el valor de desigualdad absoluta) ha tenido un comportamiento a la baja desde el año 2002, no obstante, cerró al 2017 en el 0.51, cuando en el 2002 estaba en el 0.58 y en el 2010 en 0.55. Esto muestra que, tras años de crecimiento económico, este difícilmente se convierte en una menor desigualdad. La desigualdad en la tenencia de la tierra ha sido creciente dados los efectos de la guerra que han terminado por ser una reforma rural a la inversa, es decir, la propiedad de la tierra en Colombia tiene un Gini que se calcula entre 0.86 y 0.90. El análisis por departamentos deja a Chocó, Guajira, Huila, Boyacá, Caldas y Nariño por encima del promedio del país.
Frente a la pobreza (sin que se discuta el tema de las metodologías de medición), las políticas públicas han contribuido a reducirla, aunque el carácter de subsidios y de transitoriedad siempre representa un riesgo de que al no tenerlas se vuelva a caer en condiciones de pobreza. Mientras en 2002 el 49.7% de la población era considerada pobre (por ingresos), para 2017 la cifra fue del 26.9%. Esto ha sido relevante, ya que ha implicado sacar de la pobreza al 1.4% de la población cada año. También se ha comenzado a medir la pobreza multidimensional donde el gobierno muestra avances similares. Esto entonces debe ser materia de responsabilidad hacia el futuro, ya el caso de Bogotá con la actual administración que ha desmontado algunos de los subsidios, viene demostrando la fragilidad y vulnerabilidad de las personas que apenas logran traspasar los umbrales de las pobrezas, sus índices han vuelto a crecer.
Paralelo a esto, puede decirse que los mercados de trabajo se mantienen con las mismas características y condiciones estructurales. Al último dato del DANE (mayo de 2018) de la población ocupada en el país (23 ciudades) solo el 51.5% se considera formal, es decir, el 48.5% es informal con los efectos que esto tiene en el ingreso, en la seguridad social y en la calidad de vida. Para el año 2007 (cifras comparables) estos datos eran prácticamente iguales: informales 48% y formales 52%. Es claro entonces que se generan puestos de trabajo, pero la composición frente a la calidad del mismo no cambia, aun a pesar del crecimiento económico.
Como se puede observar, el crecimiento económico no alcanza a trasladarse a las familias, que sin duda han encontrado un trabajo, pero no necesariamente formal, de calidad y con acceso a la seguridad social y en particular a cotizar a una pensión (solo 1 de cada 4 colombianos lo hace); la población se ha beneficiado de políticas públicas para paliar sus condiciones de pobreza e incluso salir de ella, pero la desigualdad sigue siendo un elemento sustancial en nuestra vida como sociedad. Y a pesar que las cifras de desigualdad y pobreza mejoran en la Región nos mantenemos como un país de poca justicia distributiva.
No hay diferencia entonces en las tendencias de la historia reciente, al observar la economía que recibe el presidente Duque, es claro que, en materia de crecimiento económico, e incluso en algunas variables de pobreza y desigualdad, las condiciones estructurales se mantienen y los últimos 16 años solo han sido el ejercicio continuo de un modelo similar de crecimiento y desarrollo, basado en los parámetros ya establecidos. Un neoliberalismo que promete profundizarse a través de reformas como la tributaria, la pensional, la laboral, entre otras, que apuntan incluso deteriorar la precaria estructura de ingresos hoy existente concentrándolos aún más.
Es de esperar que al menos la visión corporativa que empieza a asumir el Gobierno, lo conduzca a pensar en cambios estructurales que permitan pensar en una economía diferente, que genere valor, que fortalezca la industria y el agro, que exporte y que genere empleo decente, para así promover los mercados internos, de lo contrario seguiremos inmersos en una trampa de escaso crecimiento, pobreza y desigualdad.
Jaime Alberto Rendón Acevedo, Universidad de La Salle
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