Apreciada Laures: Comparto tu tristeza, tu rabia inevitable, esta desazón que desde el domingo nos acompaña y que nuestra racionabilidad y afectividad no atinan a entender. Estábamos al filo de la oportunidad de conquistar la esquiva y deseada paz y de un momento a otro, como arrastrados a un insólito destino, hemos caído en el filo de las incertidumbres, a la sinrazón de volver a la indeseada guerra perdida de siempre.
Estamos en el peor de los mundos, muy cercano al mundo del Bosco, expulsados del reino de la felicidad al sombrío mundo del infierno y el paso obligado de todos por el purgatorio. Cuesta mucho entender esta tragedia y sin razón colectiva en que hemos caído.
Comparto contigo que la estrategia de negociar a puerta cerrada resultó contraproducente. A esta negociación, parodiando a Álvaro Gómez, le falto ponerle pueblo, le falto una estrategia para conquistar a la gente para la paz. El lenguaje que predominó fue el de la politología barroca, solo para entendidos, lleno de verdades a medias que se iban revelando para explicar cada paso dado. Se renunció de manera deliberada a construir un mensaje al alcance de todos, de los más humildes, de los iletrados y poco informados, en aras de cuidar lo acordado. En eso la iglesia católica enseña mucho y las iglesias cristianas no se diga. Ellos producen grandes tratados teológicos, pero también se esfuerzan con gran esmero en que los catecismos, las homilías, las hojitas parroquiales estén lo más cerca posible al entendimiento y al alma de los fieles. De allí su inmenso poder. No se reducen al estrecho mundo de los doctores de ley de Cristo. Su mayor esfuerzo siempre lo han dirigido a capturar y tener cerca la gleba, el pueblito, la feligresía, con un ejército de curitas de parroquia, obispos y cardenales y un lenguaje y mensaje al alcance de absolutamente todos.
La cacareada pedagogía de la paz para explicar los acuerdos de paz, se convirtió en realidad en una atiborrada campaña de publicidad y propaganda con todos los vicios y desconfianzas propias de toda propaganda oficial. A las mentiras negras y la propaganda negra de las huestes uribistas, se opusieron mentiras blancas y piadosas y una suerte de propaganda rosadita, cocacolera, que vendía un país de cucaña, un idílico nuevo Macondo. Cuánta razón asistía a Estanislao Zuleta cuando nos advertía:
“La pobreza y la impotencia de la imaginación nunca se manifiestan de una manera tan clara como cuando se trata de imaginar la felicidad (léase paz). Entonces comenzamos a inventar paraísos, islas afortunadas, países de Cucaña. Una vida sin riesgos, sin lucha, sin búsqueda de superación y sin muerte. Y por lo tanto también sin carencias y sin deseo: un océano de mermelada sagrada, una eternidad de aburrición. Metas afortunadamente inalcanzables, paraísos afortunadamente inexistentes.
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