“Lo negativo funciona mejor que lo positivo, y así es como el mundo se convierte en una mierda”.
Jaron Lanier
Cinismo e impotencia son las características principales del gobierno de Duque en sus primeros 45 días. Cínico para posar como una nueva derecha “anti-corrupta” mientras nombra en altos cargos a personajes de dudosa conducta (Carrasquilla, ministro de Hacienda y Ordóñez, embajador en la OEA); e impotente, porque lo único que puede hacer es tratar de ganar tiempo ante los problemas que abruman al país y a su mismo gobierno.
La forma como se hizo elegir explica esa situación. Se apropió demagógicamente de algunas propuestas de las fuerzas democráticas (ej., “lucha contra la corrupción”) mientras se rodeaba de las fuerzas retrógradas y politiqueras que siempre han gobernado a Colombia, estimulando y manipulando el miedo a la amenaza “castro-chavista” que supuestamente representa Petro.
Además, no solo heredó los problemas acumulados por el gobierno de Santos –incluyendo su cuestionado “proceso de paz”–, sino también sus formas de engañar con falsas posturas. Así, intenta ocultar sus esencias corruptas con poses demagógicas aprovechando el espíritu “formal” de la reciente Consulta Anticorrupción y cierta ingenuidad de sus promotoras que no van más allá de impulsar limitadas leyes que le sirven a Duque para ganar tiempo.
No obstante, hay que reconocer que su elección fue respaldada por más de diez millones de electores clientelizados, manipulados y asustados. Además, es lo que aceptan tácitamente amplios sectores de abstencionistas que son mayorías ausentes e invisibles compuestas por personas escépticas, desconfiadas y refractarias a cualquier propuesta política porque para ellas es “más de lo mismo”. Hay que preguntarse si esa actitud es atraso e indiferencia como muchos la identifican o hay que intentar nuevas formas de acción política que rompan con nuestra “zona de confort”.
Duque fracasará porque no tiene cómo enfrentar (ni quiere, ni puede) las imposiciones del gran capital financiero; tampoco tiene la fuerza política ni la capacidad para reaccionar ante las “jugadas” (guerra comercial y monetaria) que realizan algunos sectores “nacionalistas” de las grandes potencias encabezadas por Trump, Putín y Xi en los EE.UU., Rusia y China, a las cuales pronto se sumarán nuevas fuerzas en Europa, Japón, y Asia. Serán las economías débiles de la periferia capitalista (como la de Colombia) las que paguen los platos rotos de ese conflicto económico global como ya se observa en Turquía y Argentina.
Duque solo podrá seguir haciendo gestos y amagues frente al narcotráfico y a la violencia sistémica que se alimenta de esa economía criminal; hará toda clase de simulaciones (reforma tributaria y otras) para manejar el déficit fiscal y el déficit de la balanza de pagos (exportaciones/importaciones y flujo de capitales); tendrá que lidiar con la inestabilidad de los precios de las materias primas (petróleo, café, oro, etc.); y deberá reprimir –como todos los gobiernos– la protesta social. De eso no hay ninguna duda. Y no es un problema de personas o de ministros sino un fenómeno de carácter estructural y crónico.
En la inercia de la “banda caminadora”
Un observador ajeno a la vida política nacional podría decir que después de elecciones los candidatos se mantienen por inercia sobre una especie de “banda caminadora”, cada uno creyéndose sus mentiras y/ o promesas, que tienen en común no decirle la verdad a la gente. Esa verdad consiste en que ni la corrupción, ni el cambio de la matriz productiva y energética, ni la paz, ni la justicia social, podrán ser logradas por la sola acción del gobierno y el Estado, independientemente de quién ocupe los principales cargos gubernamentales.
Mientras la población no se organice para cambiar las condiciones que reproducen un modo de producción y de consumo depredador y destruc tor de la vida, y no sea consciente que el actual régimen político (y su Estado) está al servicio de la acumulación de capital, no va a desencadenarse ninguna transformación efectiva. Eso ya lo han demostrado los ejercicios burocráticos (“desde arriba”) de los gobiernos progresistas y de izquierdas de América Latina, ratificando lo esencial de lo ocurrido en Rusia, Europa Oriental, China y otros países.
Otra situación sería si nuestros políticos plantearan con toda claridad a qué llegan a los gobiernos, sin generar expectativas falsas que son imposibles de cumplir desde un aparato de Estado que está absolutamente integrado y subordinado al capitalismo sistémico. Con solo que propusieran metas sencillas y viables, mostrando en la práctica cómo esas metas se hacen realidad con base en una verdadera participación ciudadana y popular, podríamos avanzar con pasos pequeños y certeros, y luego, acelerar el paso con base en una fuerza real y organizada.
Y en ese proceso lo principal es transformar nuestra mentalidad mendicante y asistencialista que es una herencia de las políticas “focalizadas” del neoliberalismo para poblaciones “vulnerables”, que fueron adoptadas por los gobiernos progresistas y de izquierda para sobrevivir a las dinámicas electorales populistas, construyendo –tal vez sin querer– “nuevos clientelismos” y debilitando de paso los procesos de organización popular y de base.
En Colombia pareciera que no vemos lo que ocurre en países vecinos. Nos negamos a evaluar las experiencias ajenas (Venezuela, Brasil, Ecuador, etc.) porque tenemos el complejo de ser parte de un país derechizado por 60 años de violencia que ha devenido en una especie de “Caín de América”, sin reconocer que ese destino es también obra de nosotros mismos.
Es urgente una revisión profunda de nuestros fundamentos ideológicos y políticos. Reproducimos al interior de nuestros proyectos políticos lo que decimos combatir: la anti-democracia, el caudillismo, el clientelismo y los arribismos de nuevo tipo, el afán de poder y el individualismo que es una manifestación de grandes vacíos en nuestra formación personal.
Es indudable que hay pequeños avances y triunfos efímeros (participación en la Consulta Anticorrupción) que, como se puede observar, son asimilados por el establecimiento oligárquico debido a que no existe una estrategia de mediano y largo plazo. Así, le hacemos el juego al cinismo de gente como Duque y nos involucramos en el ambiente de impotencia que respiran las mayorías, no solo de Colombia sino del mundo entero.
Eso explica el auge de las iglesias y falsos profetas, la búsqueda de fórmulas esotéricas y de toda clase de ideologías del Apocalipsis, que son síntomas visibles del fortalecimiento de los “neo” y “proto” fascismos que hacen carrera en Colombia y en todo el mundo.
Nota: Entre los gestos y amagues que hará Duque está la campaña de agresión contra el gobierno de Maduro, que solo es parte de los “fuegos artificiales” de Trump para mantener contentos y bien pagos a los Marcos Rubios y los Almagros, y que seguramente Duque tratará de convertir en un clima de guerra entre Colombia y Venezuela para legitimar todo tipo de políticas regresivas y anti-populares. También le servirá a Maduro para mantenerse en el poder con base en su aparente “lucha anti-imperialista”.
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Fernando Dorado
Foto obtenida de: El Nuevo Diario
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