Por su parte, el candidato de Michel Temer, del Movimiento Democrático Brasilero, sólo obtuvo el 2%; Marina Silva, de la Red Ecologista, obtuvo un 1%, con 1.000.000 de votos, (en las elecciones de 2014, estuvo a punto de pasar a la segunda vuelta).
En la parte anecdótica, el hijo de Joao Goulart, de su mismo nombre, obtuvo sólo 30.000 votos, el 0.1%; el último candidato de los trece, el democratacristiano Eymael, también obtuvo el 0.1%.
La pésima votación del Partido Socialdemócrata y del Movimiento Democrático Brasilero demuestra que toda la votación de derecha se volcó a favor de Bolsonaro con el único propósito de aplastar al PT en la primera vuelta; en este sentido, predominó el voto negativo sobre el positivo, (el 40% rechaza al PT y el 41% a Bolsonaro).
Es un lugar común el afirmar que el traspaso de los votos de la primera a la segunda vuelta no es mecánico, pues esta última es completamente distinta que la primera.
El país-continente está dividido: el nordeste, vota por el Partido de los Trabajadores, y el Sur y Sudeste, por la derecha. La clave está en Minas Gerais y Río de Janeiro y Sao Pablo que, en las elecciones del domingo 7 de octubre, fue favorable a derecha, incluso, quedó eliminada la candidata a senadora Dilma Rousseff.
Esta elección demuestra que captar bien el clivaje es fundamental para triunfar; la derecha entendió que la decisión estaba entre la seguridad e inseguridad ciudadana, (en Brasil el crimen organizado se ha apropiado de la sociedad); por otra parte, la izquierda erró el dilema planteándolo entre temas de moral sobre los problemas de la lucha de clases, y no entendió que al pueblo le preocupa más comer y tener luz que las libertades sexuales y reproductivas, llevando a los canutos a votar por la derecha.
El candidato Fernando Haddad es el polo opuesto de Lula: el primero es frío y académico y, el segundo, carismático y popular; además, era imposible el traspaso de votos a sólo un mes de campaña, (Lula y el PT cometieron un grave error en demorar la designación de Haddad).
Esta vez las encuestas no se equivocaron, sólo se quedaron cortas respecto de la votación de Bolsonaro, y no previeron que la derecha tradicional votaría por poner fin al Partido de los Trabajadores. Es evidente que cuando se polariza una elección, el centro desaparece. La izquierda no entendió nunca que Bolsonaro hubiera podido ganar en la primera vuelta, (en los primeros escrutinios ya se colocaba en un 49%).
La izquierda desunida siempre va a perder, y esta vez fue incapaz de presentar una sola candidatura en torno a Fernando Haddad y Ciro Gomes, ambos ex ministros de Lula da Silva, en que Gomes representa al partido tradicional de izquierda, el PST. El Partido de los Trabajadores depende exclusivamente de Lula, por consiguiente, encontrar un “delfín es prácticamente imposible, máxime si lo hace a última hora.
Estos imperdonables errores son también el ADN de la izquierda latinoamericana del siglo XXI: en primer lugar, el personalismo, el mesianismo y el liderazgo autoritario; en segundo lugar, carencia de proyecto de país; en tercer lugar, obrerismo y clasismo extremo, incapacidad de generar amplias alianzas de clase y la lejanía de los líderes de los partidos políticos con la ciudadanía; en cuarto lugar, incomprensión del concreto concreto y el concreto pensado, es decir, de la realidad misma; en quinto lugar, creer que el clivaje está arraigado en temas valóricos y no de clase, (por ejemplo, en Chile, la declaración del Frente Amplio como solamente feminista); en sexto lugar, mirar al pasado sin entender la realidad presente. (El gran historiador Marc Bloch, en su Apología de la historia, prefería visitar una municipalidad nueva a un monumento arqueológico).
En la segunda vuelta, para la cual restan apenas tres semanas para corregir los errores y juntar la mayoría del 41% que rechaza a Bolsonaro de seguro. Pero sobre todo, recolectar el indiscutible apoyo a Lula da Silva en el Nordeste del país. Aun así, no basta la declaración de adhesión de Ciro Gomes, sino también su involucramiento decidido en la campaña de segunda vuelta. El clivaje no sólo se refiere al fascismo vs. Democracia, sino en la construcción de un proyecto país que integre a todos los ciudadanos, una especie de proyecto nacional y popular, un Estado nuevo con características del siglo XXI. El único capaz de realizar esta hazaña fue Inácio Lula da Silva, pero en condiciones económicas extremamente favorables. Hoy nos encontramos en las antípodas de esta situación de alto precio de las materias primas.
La estatización de las empresas brasileras, principalmente la de petróleo, fue la clave de la construcción de la República de Brasil, incluso la dictadura militar, a diferencia de otros países de América Latina, tuvo ribetes nacionalistas. Bolsonaro ha tenido la franqueza de decir que no sabe nada de economía y que le entregará esta área a un ministro de Estado neoliberal, aplicando la doctrina de los Chicagos Boys chilena.
La izquierda brasilera se ha transformado en idealista burguesa olvidando que el centro de la historia es la reproducción de la vida material, por esta razón, los sucesores de Lula se han alejado de los pobres del Nordeste; sólo Lula fue capaz, por su biografía, de entender la pobreza en carne propia.08/10/2018
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*Rafael Luis Gumucio Rivas (El Viejo) ha sido Profesor de Historia en la Universidad Católica de Valparaíso, Chile y en la Universidad Bolivariana (entelequia de Chávez), Venezuela. Ha sido Diplomático. Colabora en diferentes Medios aportando artículos sobre temas de actualidad.
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Anexo:
Preludio
Opinión de Santiago O’Donnell– Página12, Argentina
Videla no llegó al poder de la noche a la mañana ni empezó a desaparecer gente por casualidad. Fue el emergente de años de violencias, atropellos y autoritarismos, de un sinfín de actos y omisiones, grandes y pequeñas. De fraudes, despojos, bombardeos, saqueos, golpes, asesinatos, abusos de poder, e injusticias varias no sancionadas en el país, la ciudad, en el barrio, la fábrica, la oficina, la casa y el dormitorio, que ocurrieron durante décadas, años, meses, un día o un segundo.
Bolsonaro tampoco llegó a un paso de tomar el poder en Brasil de casualidad ni de la noche a la mañana. Es, en lo inmediato, el resultante de un golpe institucional. Un golpe a Dilma, sí, a Lula y el PT, también, pero sobre todo a la democracia brasileña. Golpe que triunfó por algunos escualos nostálgicos de poder olieron sangre, porque la mayoría silenciosa consintió, y porque demasiado pocos demasiado débiles se resistieron.
El golpe a Dilma tampoco llegó por casualidad, ni fueron sus errores políticos y económicos los principales causales. La implosión de un sistema político partidario-empresarial-judicial-mediático podrido de corrupción abrió la puerta de par en par. Pero la tragedia empezó a gestarse mucho antes. Sólo una larga historia de racismo, de clasismo, de misoginia, de homofobia, explica el desplazamiento del Partido de los Trabajadores, ese que en 12 años sacó a 30 millones de brasileños de la pobreza, y la proscripción de su líder Lula. Una historia, como la Argentina, quizás más, plagada de violencias, injusticias, miedos y autoritarismos pequeños y grandes, del patrón de hacienda en el nordeste a su campesino descendiente de esclavo, del minero en Amazonia al aborigen ancestral, del capataz en el Minas Gerais al “boia fría” recién llegado, del dueño de fábrica en San Pablo al peón explotado, del nuevo rico en Río de Janeiro a su vecino afavelado, del yuppie financista al sin tierra, del burócrata al sin techo, del policía al travesti, del marido golpeador a la madre castigada, del pequeño comerciante al que no tiene para comprarle, de los que lincharon al migrante venezolano el mes pasado y los que no hicieron nada para impedirlo. Odios, abusos, humillaciones que demasiados ignoran o toleran, por conveniencia, miedo o comodidad.
Y casi al final del cuento aparece un presidente de facto y probadamente corrupto como Michel Temer, que de tan repudiado ni puede salir a la calle, que congela los presupuestos de salud y educación para financiar una masiva intervención militar en el estado vidriera de Río de Janeiro, para que los uniformados se vayan haciendo la idea de lo que se siente tener rienda suelta para trenzarse con narcos y paramilitares, sin arreglar nada, ni siquiera esclarecer la ejecución de Marielle Franco, mientras y los enfermos, analfabetos, maestros y enfermeros aprenden a sentir nuevamente el desamparo del estado.
Ahora llega Bolsonaro y con él, el infierno asoma a la vuelta de la esquina. Cuarenta y seis puntos contra veintinueve es mucha ventaja. Algunos se ilusionarán pensando en lo que pasó en Francia en el 2002 cuando Le Pen padre entró a ballottage, cuando también asomaba el infierno y toda Francia se unió para darle una paliza en la segunda vuelta. Ojalá. Pero aquella vez el neofascista francés se coló en la final por sorpresa, entró segundo atrás de Chirac y la ola mundial de extrema derecha liderada por Trump era más ciencia ficción que ciencia política. En cambio hoy en Brasil, lejos de unirse contra Bolsonaro y sus huestes, los evangélicos lo aplauden, la izquierda dura llama a votar en blanco y la centroderecha vacila y calla. ¿Qué estará pensando hoy Fernando Henrique Cardoso, arquitecto de la democracia moderna brasileña, quien tras apoyar explícitamente al golpe, ahora murmura entre sus íntimos, demasiado tarde y con demasiada discreción, que lo mejor sería que el ballottage lo gane Haddad?
No será un milagro afrancesado el que saque a Brasil de la barbarie. La democracia perdida se recupera con luchas pequeñas y grandes, protesta y canción, resistencia y solidaridad, gestos individuales y gestas colectivas, hoy y siempre.
Rafael Luis Gumucio Rivas
Fuente: http://www.other-news.info/noticias/2018/10/jair-bolsonaro-la-derecha-evangelica-y-militar-a-un-paso-del-poder/
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