A las puertas de cumplir cien días, una medida establecida para definir en tiempos de severa crisis, hasta dónde las cabezas del poder ejecutivo lograban domarla, y enfilar baterías en la dirección correcta, conviene hacer un balance de en qué va el programa triunfador, y qué expectativas tenemos a la vista.
Un economista y editorialista de El Tiempo, Pedro Medellín prende de las alarmas, para atreverse a afirmar que “el país entró en una crisis de confianza”. Solo que se le olvida precisar de qué país habla. Como si la presencia política de Jorge E. Gaitán, en tiempos del Pacto Histórico se hubiera desvanecido.
Acudiendo a aquel dirigente, tan apreciado por el presidente Gustavo Petro, el país del que habla Medellín Torres es el que Gaitán categorizó en sus catilinarias célebres de los viernes es, ni más ni menos que, “el país político”, vocero y defensor a ultranza de las oligarquías.
Pero, todo parece indicar que el otro país, “el país nacional”, transita otro rumbo. El editorialista dice que “los agentes económicos han perdido la confianza en el gobierno y están viendo que, ante el silencio de los jueces y el juego politiquero de los congresistas, la pérdida de confianza es en todas las instituciones.”
Al extender su retórica, Pedro, profesor de ingeniería de la Nacional, no solamente quiere referirse a la sociedad política, al que Gramsci llamó estado de gobierno, antes que Foucault, muchos años después, popularizara tal expresión, en uno de sus cursos en el Collège de France, la Gubernamentalidad. Él quiere también meter en la colada a la sociedad civil, que hace parte del llamado por Gramsci, “Estado integral” o ampliado compuesto por las superestructuras complejas.
Al tratar de la sociedad civil, y volverse vocero de los que llama “agentes económicos”, por supuesto, toca con los cacaos de Colombia, y sus consejeros y secretarios acuciosos en las diferentes estructuras de la intergremial, desde la cual ha pontificado Bruce Mac Master, y con el propio jefe liberal de la apertura económica neoliberal, César Gaviria. Se olvida, cómo no, que está también presente el trabajo, y no solo el capital, y que aquel, material e inmaterial se ha movilizado, y se moviliza exigiendo un cambio efectivo.
Mi interlocutor insistía en la interlocución propuesta, en pasar revista a las reformas sociales, y el almendrón económico de estas, es decir, la reforma tributaria, cuyo adalid tanto intelectual como técnico, es el ministro de hacienda, José Antonio Ocampo, que pudo haber sido profesor, u orientador de los tópicos referidos a políticas públicas de la égida neoliberal, del columnista Pedro Medellín Torres. Una hegemonía que es afectada por el triunfo de gobiernos que encarnan la ola neo-progresista, después de la primera que ha sido objeto de rectificaciones y adecuaciones.
Porque, para hablar de cartas sobre la mesa, y ya no con jugadores de póker, sino de “tute”, esto es, con la voz y anhelos de los millones de subalternos en rebeldía, tanto en Colombia como el cono sur, el cambio “no consiste en pasar de una economía de mercado a una economía popular,” la cual condena, al señalar que el Presidente “va a tener que asumir el costo político y electoral”, primero.
Es decir, le anticipa al Pacto Histórico una derrota en las elecciones regionales, de octubre de 2023, donde se probará qué tan profundo es el cambio, la transformación del sentido común en la multitud subalterna colombiana como para continuar el nuevo rumbo que emprendió Petro y Márquez, al derrotar a la oligarquía gobernante, y a su as de burlas, Rodolfo Hernández, en materia de comando del poder ejecutivo, de una parte; y de otra, al lograr elegir 20 senadores, revisando los “conteos defectuosos” de la autoridad electoral.
Con esa mayoría precaria en el Congreso, y una segunda bancada en la Cámara, en todo caso indicativas de la presencia de un tercer partido en ciernes, más allá del bipartidismo decimonónico con todos sus reencauches, logró impulsar lo que denominó un Frente Amplio, cuyos agrietamientos se han puesto a la vista. Estos señalan la urgencia de construir un verdadero partido del trabajo, de las minorías étnicas, de los pequeños y medianos empresarios, de las mujeres y los jóvenes, una real pluralidad que tiene que defender y nutrirse de las reformas sociales que ya se tramitan.
El curso de las reformas
La joya de la corona de las reformas es la reforma tributaria que determina la hegemonía económica en el proceso de crisis orgánica que por décadas ha padecido Colombia. Y cuyo ápice más notorio, ha sido la violencia producto de la guerra social que se desencadenó por el país político contra los de abajo. Enmascarada primero, a finales de los años cuarenta, como un pleito a muerte entre las adscripciones banderizas de los de abajo. Una fórmula de clase que se reveló en el acuerdo del Frente Nacional, y el cuasi permanente uso del estado de sitio.
El maestro de esta reforma nodal es el profesor de Columbia, y exconductor de la Cepal, Ocampo, quién en el proceso electoral, en su primera vuelta, no estuvo alineado con el presidente, como se sabe. Ha habido polémicas y reclamos que exigen quitar y poner rubros en la “piñata” económica, con la manda que bajó de 25 billones a 20, es lo que dicen, quienes hacen “las cuentas de la lechera”, para el primer año. Con ese billete se van a enjugar los primeros y más urgentes gastos del presupuesto que ya pasó la primera prueba en el Congreso.
El ejercicio económico del nuevo gobierno de Colombia no puede, ni ha podido ignorar el influjo de dos pandemias, la del Covid19, y su mediocre manejo por el expresidente de la reacción, quien ahora se dedica a hacer conferencias por el mundo; y la de una guerra internacional que expresa un escenario de multilateralidad, donde se confrontan Rusia y EUA/UE por interpósita persona jurídico política, Ucrania, bastión estratégico, para controlar las fuentes de gas, petróleo, y alimentos en el granero de cereales, para alimentar a millones de trabajadores, que ha sido y sigue siendo la antigua república socialista gobernada por Stalin y sus sucesores.
A este espacio global multilateral se han resistido los gobernantes de EUA, desde Reagan hasta Biden, valiéndose de la soberanía global, casi, del dólar, impuesta por el poderío militar, por una parte, y del consumo, por la otra, de la gran nación americana, que a hoy, en este año, cumplió dos trimestres sin crecimiento, y que al final de octubre exhibe, por fin, un pequeño despunte positivo.
Sobre la urgencia de cambiar ese modelo parasitario, regido por las cuentas neoliberales se han referidos diversas voces desde el exministro griego Varoufakis hasta la economista Mariana Mazzucato, quien habló con empresarios y el presidente, reclamando la relevancia del llamado Estado emprendedor,[1] que es una suerte de relanzamiento del keynesianismo que fue apabullado por la crisis fiscal del Estado burgués de compromiso, el llamado estado plan que salió de la segunda posguerra, luego del doble desastre atómico padecido por Japón, un crimen de lesa humanidad mantenido hasta hoy en la impunidad.[2]
Se trata, claro está, y en eso está el nuevo gobierno de la Oposición en Colombia, de “Hacer algo diferente”, y esto supone y supuso, hacer también un giro performativo, lo cual supone librar una batalla discursiva, como lo enuncia y desarrolla la propia Mariana en las primeras páginas de la Introducción a su libro:
“Ahora es más necesario que nunca cuestionar el papel del Estado en la economía…Esto se debe a la importante retirada del Estado de la que estamos siendo testigos en la mayor parte del mundo…justificada en términos de reducción de la deuda y –quizá de manera más sistemática- en términos de hacer que la economía sea más <<dinámica>>, <<competitiva>> e innovadora…/Este libro pretende desmontar esta falsa imagen…el Estado ha sido atacado y desmantelado de manera progresiva…” (op. cit., 27)
Por eso, en Colombia, se trata del retorno del Estado como actor, y no como promotor del desmantelamiento de las garantías sociales del trabajo, en defensa de los juegos casino del capital financiero en todos los órdenes. Este giro, singulariza el quehacer de los nuevos gobernantes, y de esa franja hace parte Gustavo Petro, y su equipo ministerial actual.
Sobre el particular, se lanzan dardos contra los ministerios, donde hay jóvenes dirigentes, como las ministras Vélez, de minas y energía, y Muhamad, de ambiente, y Corcho, de salud, quienes saben de la relevancia de cambiar la destinación del presupuesto, y la tributación que hagan posibles el giro social que es urgente para cerrar la profunda brecha generada por más de 31 años de aplazamiento de la acción afirmativa del Estado social de derecho, para promover que la igualdad sea real y efectiva.
La reacción y sus aliados han construido como parte de su estrategia de oposición a este giro material y performativo, no solo el ensayo de las movilizaciones públicas, sino el quehacer de bloqueo y ahora la primera moción de censura, en la cámara contra la joven ministra de Minas y Energía, a quien se pretende descalificar por sus credenciales académicas, y su competencia en los saberes respectivos.
Igualmente, el presidente ha contradicho el actuar del minhacienda, cuando autorizó una nueva subida de las tasas de interés por la Junta del Banco de la República. El editorialista Medellín descalifica “los trinos y discursos presidenciales que cuestionan las decisiones…(porque dizque) hacen visible su desprecio por los sistemas de control legal y administrativo”.
Y el rollo se descara para señalar, sin fundamento, que “el cambio de modelo consiste en quebrar la economía de mercado, ahogando el capital y la iniciativa privada, con un Estado intervencionista que dará curso a una economía popular sobre la que se fundará el nuevo orden.” (ET, 27/10/22, 1.13)
El que Medellín y sus corifeos neoliberales llaman Estado intervencionista, es lo que Mazzucato denomina Estado emprendedor, y será un provechoso ejercicio para el opinador leerlo, y “destripar” los contra-argumentos de su retórica. Claro, entre tanto, el presidente anuncia a los campesinos que han cuidado de la Amazonia, y sus territorios vecinos, que el Estado se compromete a pagarle como cuidadores del ambiente, un pago entre 2 y 3 millones mensuales por un periodo, al menos, que corresponda a su gobierno. En tanto ellos han contribuido a contener las actividades del Estado depredador, que el neoinstitucionalista North utilizaba para condenar a los estados desarrollistas que le fueron contemporáneos. Para así dar puntadas en la dirección correcta, impulsar la revolución democrática, pero conducida por el liderazgo nacido de la sociedad civil, y fracciones separadas y o divorciadas de la conducción oligárquica del sempiterno país político.
De otra parte, está el llamado a la organización de los subalternos campesinos e indígenas, en una operación que se parece a la Asociación Nacional de Usuarios campesinos, la ANUC, en tiempos del presidente Lleras Restrepo. Es el campo en movimiento, y sin armas. Se trata de darle efectivo contenido a los Acuerdos de Paz con las Farc-Ep. De lo cual hace parte el acuerdo con Félix Laufarie, y la acción de la ministra Cecilia López, que viene las canteras del MRL, y su allievo Samper Pizano, y su frustado ensayo del Poder Popular.
Pero, lo más relevante es, sin duda, la reunión con las organizaciones campesinas y el anuncio de una Convención Campesina para el 26 y 27 de noviembre. La organización de los subalternos del campo y la ciudad, la multitud subalterna, plural y singular, es la fuerza que le tuerza el brazo a la reacción que está envalentonada, y que va a sentir pronto la prueba de la otra movilización, la de los de abajo, que caminará calles y plazas el próximo 5 de noviembre, según los anuncios del senador del PH, Gustavo Bolívar. Claro que, al paquete reformista en lo social y económica, le falta un envión fundamental, la reforma intelectual y moral, cuyo propulsor nuclear es la reforma educativa, y la universitaria en particular, de lo que poco y nada se ha dicho hasta hoy.
Pero, en todo caso, sí, no hay duda, es “la hora de las definiciones”, a las puertas de cumplirse los cien días, que se celebrarán con una gran movilización. Entonces, para recordar un lema famoso difundido entre los años 60 y 70, tomado de las Memorias del Subdesarrollo, del cubano Desnoes, “es la hora de los hornos, y no se ha de ver más que la luz.” Y que hizo célebre la película del cineasta Pino Solanas, La Hora de los Hornos que miles de jóvenes y activistas vieron a lo largo y ancho de América Latina.
Se presenta una situación compleja para las reformas que hacen trámite en el Congreso. La tributaria que hará posible las reformas sociales recibió ataques directos de dos de los socios del gobierno del Partido de la U y de Cesar Gaviria, sin esos votos es muy difícil lograr las mayorías pues no se sabe los conservadores que postura asumirán. Los límites que ponen los tradicionales al cambio.
_________________
[1] Es el libro más leído y comentado de la investigadora y polemista.
[2] Conviene revisar ahora, que vuelven a exhibirse juegos atómicos el documental Lluvia Negra, y la novela realista homónima.
Miguel Ángel Herrera Zgaib, Director XVIII Seminario Internacional Gramsci.
Foto tomada de: Diario la Libertad
Deja un comentario