Bocalletti nos muestra en 500 páginas fascinantes como la forma en que nos hemos relacionado con el agua ha determinado nuestra evolución social desde las primeras civilizaciones de agricultores sedentarios en las fértiles riberas de los ríos Nilo, Tigres y Éufrates, donde apareció el Homo Sapiens, que marcaron su viaje a lo largo de los milenios y de los continentes. El paso al sedentarismo, a la irrigación, a la agricultura y a la explosión demográfica a la que dieron orígenes esos cambios se dejarían sentir a lo largo de los siglos.
En 1900, un tercio de toda la energía procedía de la fuerza humana. Un siglo más tarde, el trabajo humano representaba solo el 5%, mientras que el uso total de la energía se había multiplicado por 10. Esa transición energética fue una historia hídrica, con un extraordinario poder de los ríos cuya intervención cimentó el principio del estado hidráulico moderno: una entidad poderosa, publica y económica capaz de invertir importantes recursos públicos para modificar el medio ambiente en pro del bien público.[1] Aunque hoy estamos en otra etapa de la historia de la energía, sin la cual la existencia humana no sería posible, los ríos y los mares son definitivos.
El siglo XX se había iniciado en medio de una profunda transformación socioeconómica. Las presiones demográficas, la transición a la electrificación y el creciente papel del sector público habían anunciado la llegada del desarrollo nacional basado en el agua. Una enorme lección para Colombia. Transformar el territorio alrededor del agua, uno de los nodos, sino el principal, del Programa de Gustavo Petro que escogieron los colombianos en junio pasado, que se debe plasmar en el Plan Nacional de Desarrollo en construcción por toda Colombia, es una poderosa e inmensa idea que todo el país debe apuntar como un propósito nacional de desarrollo que implica una relación diferente entre la gente, el Estado y el territorio.
Ese es nuestro Apolo, como Misión transformadora del territorio y de la economía, según aconseja Mariana Mazuccato, En Misión Económica. Una guía Para cambiar el capitalismo, (Taurus 2021). Rescatar la cuenca Magdalena-Cauca y sus afluentes que abarcan el 24% de la superficie del país, donde palpita la nación, donde viven 32.5 millones de colombianos congregados en 724 municipios, entre ellos, las urbes más grandes del país, donde se produce el 70% de la energía hidráulica, se localiza el 70% de la producción agrícola y el 50% de la pesca de agua dulce en declinación, es la Gran Misión de Colombia que fundamentaría el rescate de la economía nacional y propiciaría la Paz Total con la cual los colombianos podríamos volver a pescar de noche.
El desastre que hoy se presenta en vastos lugares de la geografía nacional es producto del insensato abandono de nuestras cuencas hidrográficas y de la severidad del cambio climático, pero sobre todo de la negligencia de las administraciones nacionales en relación con el agua. La mayor estupidez de la obsoleta y arcaica dirigencia política tradicional que perdió la presidencia en las pasadas elecciones fue haber abandonado los ríos tutelares y los trenes. ¡Una estupidez catedralicia! De la que el país no se repone.
Colombia es rica en agua, pero esa riqueza se nos convirtió en una tragedia nacional anunciada que se repite cada año. Somos ricos en agua, pero en un mundo donde este líquido vital es cada vez más escaso desaprovechamos esa oportunidad que nos regala la geología. Aunque hacemos parte de uno de los nueve territorios del mundo con mayores recursos de agua, un tercio de su población urbana está afectado por estrés hídrico.
Según estudios realizados por el Instituto de Hidrología, Meteorología y Estudios Ambientales, 391 municipios ya están expuestos al riesgo de escasez de agua, y la tendencia a largo plazo indica que muchos más correrán la misma suerte. El cambio climático está incrementando las anomalías pluviales, y se prevé que las temperaturas medias aumentarán en hasta 2,14 grados hacia el final del siglo. El resultado probable será un mayor número de sequías e inundaciones, el aumento de la frecuencia y la intensidad de los fenómenos El Niño y La Niña, y la pérdida rápida y constante de glaciares, que ya han retrocedido un 60% en los últimos 50 años.
Los 266 muertos, las 196.109 familias afectadas, las 5207 viviendas destruidas, los 277 y los 110 puentes vehiculares y peatonales destruidos y aniquilados, los 295 acueductos dañados, la destrucción de sembradíos, lugares y cosechas en 21.826 hectáreas arruinadas por el agua -y el asunto apenas empieza según el IDEAM- balance de la actual hecatombe ambiental, hay que apuntárselo a Duque y sus predecesores, que nunca tuvieron una mirada estratégica sobre nuestros ríos, a los que dejaron languidecer impunemente, amarrados a la locomotora minero-energética que hace su parte en la devastación. El país se deshace al paso de las aguas. El lodo, las montañas de gelatina de un mundo joven se derraman sobre el mundo aupados por una ingeniería muy deficiente y los pobres sufren hasta el infinito las inclemencias del tiempo implacable.
La declaratoria de la emergencia decretada por el Gobierno Nacional ante la magnitud del desastre al que asistimos en una economía raspada por cumplirle a las calificadoras de riesgo debería ser solo el primer paso hacia el gran objetivo de ordenar el país alrededor del sol, el viento y el agua, una mirada visionaria ante los afanes que nos impone el cambio climático acelerado como requisito fundamental para recuperar la industria, la agricultura, que constituyen el cemento de la paz total y de paso otorgarle legitimidad a los gobiernos. Dos propósitos centrales del gobierno del cambio.
Estados Unidos se convirtió en el granero del mundo interviniendo sus ríos, irrigando[2] los campos áridos de California e interviniendo el Valle del Tennessee con una cobertura de siete Estados de la Unión americana, generando electricidad para sustentar su industria y exportar su modelo hidrológico al mundo. Las grandes presas del mundo son hijas de esa visión y del avance portentoso de la ingeniería.
Ojala las elites empresariales y las fuerzas más oscuras del espectro político colombiano que le apuestan al fracaso del gobierno que pretende construir una economía para la vida entendieran la oportunidad y la necesidad de ordenar el territorio alrededor del agua, como una autopista necesaria a la reconstrucción de la economía nacional, como ha sido la experiencia de los países centrales que han utilizado el dominio del agua para alterar el paisaje y sobre todo sentar las bases de su prosperidad, de su industria, de su agricultura.
De obligada lectura, Agua, una biografía, ahora que toda la accidentada geografía colombiana soporta los embates del agua que se mueve, que no respeta divisiones políticas, ni propiedad privada, ante la falta de una política seria de adaptación al cambio climático acelerado que tiene en ascuas a Colombia y al mundo.
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[1] Bocalletti. Pág. 248.
[2] De un total de 18.4 millones de hectáreas aptas para la actividad agropecuaria solo 1.1 millones cuentan con sistemas de riego, es decir solo es el 6%, mientras que México tiene una cobertura del 66%, Chile del 44%, Perú, con 40%, Brasil con 18% y Argentina con el 15%. Esa realidad explica buena parte del atraso del campo colombiano, su escasa productividad. Herencia nefasta que recibe el nuevo gobierno.
Fernando Guerra Rincón
Foto tomada de: Semana.com
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