Cuan equivocados estaban todos aquellos que creían que los Gilinsky, soportados en sus aliados árabes, habían emprendido una operación de venganza contra el Grupo Empresarial Antioqueño (GEA) con el objetivo no solo de arrebatarles a Bancolombia sino de acabarlos. Tan ilusos como el alcalde Quintero (bueno éste pesca en río revuelto) que ha creído que minando al GEA y polarizando la ciudad él se fortalece. No, esto no es un juego banal de poderes ni de egos. Como decía Carville: “es la economía, estúpido” y en esta prevalece siempre el mediano y largo plazo, aunque es cierto que también hay maneras, formas, éticas, pero por ahora no entraremos en ello. El corto plazo es para los negociantes, y los Gilinsky han demostrado que son más estratégicos a lo que aparentan.
Los paisas armaron un interesante entramado empresarial que terminaron nucleando en tres grandes negocios: Alimentos, Finanzas e infraestructuras y energías. A diferencia de otros grupos empresariales regionales y contrario a la narrativa del alcalde Quintero, han contribuido a mantener las empresas públicas como patrimonio municipal y departamental. Esta forma de organización accionaria y empresarial surgió precisamente como protección al embate que en la década de 1970 se realizó sobre las más significativas empresas antioqueñas. Pero la sagacidad de los Gilinsky fue precisamente romper esa hegemonía empresarial con un objetivo muy claro: Nutresa, la empresa de alimentos de mayor sostenibilidad global (Índice de Sostenibilidad de Dow Jones) y para eso atacaron en bloque, ya que era la única manera de fracturar el enroque empresarial.
Nutresa que en el primer trimestre de 2023 tuvo ingresos por 4.9 billones de pesos, posee 47 plantas de producción en 17 países y tiene mercados en 82 países, después de haber realizado una estrategia de internacionalización que la llevó a convertirse en una Translatina (Piedrahíta y Reina (2016) Bitácora de una translatina. La estrategia de Nutresa, Paidós). Pero no se trata de una operación aislada, de hecho, el potente capital detrás de toda la operación es Árabe: International Holding Company (IHC), Royal Group y el First Abu Dhabi Bank (FAB), emporios dirigidos por Zayed bin Sultan Al Nahyan, hijo del fundador de los Emiratos, y que desde hace más de una década vienen incursionando en los mercados de alimentos procesados e incluso en el sector agropecuario.
De acuerdo con Oxfam, 10 conglomerados de alimentos controlan los mercados mundiales con ventas diarias superiores a US$1.100 millones. Cientos de marcas pero son solo unos cuantos grupos empresariales europeos o norteamericanos: Nestlé, PepsiCo, Unilever, Mondelez, Coca-Cola, Mars, Danone, Associated British Foods (ABF), Kellogg‘s y General Mills. Así que los árabes comienzan a jugar en las grandes ligas de los alimentos, mientras el petróleo se desvanece como todo lo sólido en el aíre; los alimentos se convierten en el nuevo espacio de control y poderío. ¿Esta sí que es la verdadera transición?
Así, cuando el mundo creía que las guerras se darían por el agua, en realidad vienen siendo los alimentos los que están moviendo la economía mundial y con ella las pretensiones de las potencias emergentes como los Emiratos Árabes o la misma China de ser protagonistas no solo en los mercados mundiales, sino como una forma de garantizar su soberanía alimentaria; es decir, no hacer depender a sus sociedades de los alimentos foráneos sino apropiarlos aun cuando ello implique controlar esos mercados en otras latitudes. Rusia amparado en los conflictos territoriales optó por la guerra a Ucrania, pretendiendo hacer moñona con alimentos, agroinsumos y energía, un gran botín para que el resto del mundo, en apoyo al pueblo ucraniano, se lo permitan. Los chinos y los árabes han optado por la “guerra de los mercados”, es menos riesgosa y seguro más efectiva, y con sus enormes capitales apropiarse de lo que les interesa.
Queda atrás aquella idea de hace unas décadas la cual consistía en la seguridad alimentaria producto de la libertad de los mercados, las míticas y enormes bondades asignadas a la logística internacional. El fracaso de esa idea ingenua de globalización ha sido evidente, aunque en Colombia aún hay grupos de interés que persisten en ello. Y mientras eso pasa, la industria de alimentos del país ya está en manos de empresas trasnacionales, negocios que de acuerdo con la Cámara de la Industria de Alimentos de la ANDI y Raddar, significan solo para el mercado interno $242,5 billones en alimentos que gastaron las familias colombianas en el 2022, que representan el 39,25% de los ingresos familiares.
Como complemento, cada vez más capitales extranjeros llegan a invertir en tierras para producir alimentos que tienen como destino sus propios países, no con el propósito de nutrir los mercados globales sino de garantizar los alimentos para sus sociedades. Hay que aclarar que no es xenofobia o anti-inversión extranjera, se trata de llamar la atención del país sobre un tema que es neurálgico para la vida: la producción, procesamiento y distribución de alimentos. Las grandes potencias están convencidas que eso no se deja a libertades de los mercados, para ver que se va comprando aquí o allá.
Pero también es cierto que las estrategias alimentarias no son marginales. De hecho, las grandes potencias, no solo acompañan a sus transnacionales, sino que protegen a su sector agropecuario garantizando con ello no solo su alimentación sino la calidad de vida de productores y campesinos. No se trata de micro acciones para contrarrestar el hambre, o acciones aisladas de compras esporádicas a productores, la soberanía alimentaria tiene que ser una estrategia de Estado que contemple acciones diferenciadas y que correspondan a políticas integrales de producción, distribución, acceso y nutrición, en donde se incluya al sector privado, pero también a todos los agentes de la cadena de valor y de uso.
Se trata de un cambio en el modelo de desarrollo, de la misma idea de globalización. También lo es en el entendimiento de que son los alimentos la clave para la esencia material de la vida. Los árabes tienen absolutamente claro que no solo es garantizar sus alimentos sino de diversificar sus portafolios ante el marchitamiento del petróleo como su fuente esencial de riqueza. Seguro están pensando en prospectiva, a 20, 30 o 40 años, pero ya preparan su propia transición, convencidos que el uso de la energía será diferente en el futuro próximo, y se adelantan a garantizar su sostenibilidad alimentaria, a garantizar la vida para sus sociedades.
Pensado así dan incluso envidia, mientras nosotros seguimos con tierras aptas, pero con baja producción, importando alimentos, una población con hambre y una apremiante desnutrición en niños y niñas. La transición a la sostenibilidad no es solo dar por terminada la exploración e incentivar la no explotación de hidrocarburos, es un tema holístico que requiere inversiones, estrategias definidas y pedagogías activas, más aún cuando la apuesta explícita del gobierno es por la reindustrialización y la reruralización.
Así que la inversión Árabe en Colombia continuará (también la china, europea y estadounidense, entre otras), no solo en los sectores de alimentos sino en otros más. Lo cierto es que están realizando una apuesta clara de inversión en América Latina y en particular en Colombia. Esto parece que apenas comienza, ojalá que nosotros pasemos de las ideas dispersas a las acciones concretas.
Jaime Alberto Rendón Acevedo, Director Centro de Estudios e Investigaciones Rurales (CEIR), Universidad de La Salle
Foto tomada de: Cambio Colombia
David Beltrán says
Excelente artículo
María Elisa Tovar de Reina says
Excelente artículo. Vale la pena replicarlo en los pueblos productores.
Marilena Márquez Villarreal says
Correcto. La producción de alimentos destinada a la población del país, es clave. El petróleo no es eterno, pero se requiere una transición inteligente que arranque desde ya con un fuerte apoyo y acompañamiento a la agricultura. Gracias por este asertivo artículo.
maribel says
Definitivamente esto solo lo puede ver un visionario.
Gracias Jaime por tus siempre invaluables aportes.
que buena pluma