Pensando en ello me he formulado algunos interrogantes que brevemente intento responder en este escrito, a fin de reflexionar más a fondo sobre el sentido del nacionalismo en la actualidad, después de que ‒en el mundo‒, la gran mayoría de las experiencias nacionalistas, con la excepción de algunas potencias regionales como China, India e Irán, han sido derrotadas o han terminado en grandes fracasos (caso de los países del Norte de África, Oriente Medio y América Latina).
Esas preguntas son: ¿Por qué el pueblo colombiano ‒supuestamente‒ no es tan nacionalista (y/o antiimperialista) como lo pueden ser el pueblo cubano, mexicano y venezolano? ¿Cuál es la razón? O, como dicen algunos, ¿el pueblo colombiano es “por naturaleza” cipayo y cobarde? O, ¿hay razones que explican y nos ayudan a comprender el asunto? Y, además, frente al enorme poder que tienen hoy los grandes conglomerados capitalistas transnacionales, ¿la estrategia tradicional de lucha nacionalista de países dependientes tiene algún futuro?
En realidad, el pueblo colombiano está en formación como una “entidad socio-política”. Como es tan diverso en lo social, étnico y cultural, todavía no tiene una identidad más allá de algunos símbolos (la bandera, el himno nacional, la selección de fútbol, y uno que otro “imaginario”) que responden a la necesidad de reconocimiento. Pero, podemos afirmar que por la forma como las élites oligárquicas han dominado desde siempre, se ha impuesto un “espíritu cortesano” que se mantiene por largos períodos hasta que estallan rebeliones esporádicas y parciales que han sido derrotadas con la ayuda de los imperios interesados (España, Inglaterra y EE.UU.).
Por otro lado, la diversidad de pueblos indígenas que existían en este territorio a la llegada de los invasores ibéricos, que estaban en diferentes estadios de desarrollo; unos nómadas, otros sedentarios (unos pocos como los muiscas), y otros entre nómadas y sedentarios (la mayoría de los que han conservado cierto sentido de “comunidad” y tradición como los wayuu, los arahuacos, misak, nasas, pastos, quillacingas, emberá, y otros); y la gran variedad de ambientes y accidentes geográficos y naturales que los aislaban (cordilleras separadas por valles, y otras situaciones como los enormes bosques y selvas), hizo que los colonizadores europeos y sus herederos criollos no lograran construir una verdadera Nación, como sí ocurrió en México.
Pero, además, la forma como los españoles ubicaron a las poblaciones negras traídas de África, agudizó y enriqueció esa diversidad, e igual ocurrió con los “pueblos yanaconas” traídos del norte del Perú y de Ecuador en el proceso colonizador que vino desde el sur. Los otros 2 procesos colonizadores provinieron desde el norte a través del río Magdalena (Gonzalo Jiménez de Quesada) y desde la hoy Venezuela por Nicolás de Federman (enviado por alemanes).
Pero lo más importante, toda esa situación generó muchos conflictos entre los diversos pueblos, pero también entre las elites colonizadoras, que conformaron centros de poder equidistantes: Bogotá, Cartagena y Popayán, que respondían a poderes diferentes. Esa debilidad les impidió crear una identidad unificada. Además, esa situación hacía que fueran muy temerosos frente a cualquier expresión popular autónoma. Por ello, siempre acudieron a la violencia y a la traición para evitar rebeliones y “desórdenes”, como ocurrió con la “revolución comunera” (1781), y con todas las “guerras civiles” provocadas y manipuladas que ocurrieron en los siglos XIX y XX.
Esas condiciones iniciales hicieron que la causa de la independencia de España no fuera compartida por amplios sectores sociales que, como los indígenas no confiaban en los encomenderos criollos, y por ello, como sucedió en Cauca y Nariño, y en otras regiones, y prefirieran aliarse con los realistas. Lo mismo hicieron las comunidades negras como en el caso del Valle del Patía, en donde los “macheteros” inicialmente lucharon contra los patriotas.
Es decir, la Nación que surgió en cabeza de los terratenientes de la Nueva Granada, no representó –en ningún momento‒ intereses populares. Y, es más, a la primera generación de luchadores por la independencia, que tenían cierta sensibilidad social como José María Carbonell, Francisco José de Caldas, Policarpa Salavarrieta y otros luchadores auténticos, la oligarquía criolla los traicionó y sacrificó en el interregno entre 1810-1816.
Así, desde un principio, esta “Nación” nació coja, precaria, dividida, “por arriba y por abajo”. Y las élites oligárquicas sabían que, para mantener a estos pueblos sometidos, debían contar con el apoyo de algún imperio (primero los ingleses y después los gringos). Y, por ello se presentó la entrega de Panamá, lo que les confirmó a los pueblos oprimidos que eso de la “Nación” era un cuento. Un cuento que ha sido utilizado para engañar con falsas identidades.
En esos trances surgió la identidad “paisa” (con ancestros catalanes y vascos, y otros), que construyeron una identidad especial y un nacionalismo regional que, aunque tiene aspectos positivos en relación al espíritu emprendedor, capacidad de trabajo y otros, ha sido manipulada para generar un cierto desprecio por “los otros”. Ellos tuvieron planes de crear una “nación paisa” con la región antioqueña a cabeza y Panamá y Costa Rica, y han sido un factor divisionista, racista, patriarcal, conservador y clerical en nuestro país. Es decir, como se demuestra en Cataluña, no todo nacionalismo e independentismo es revolucionario y progresista.
Todo lo anterior nos lleva a concluir que nuestro pueblo no es “por naturaleza” cipayo y cobarde. Ha demostrado en numerosas ocasiones que es capaz de enfrentar todo tipo de poderes internos y externos, pero ‒de alguna manera‒ intuye, casi instintivamente que, si los intereses de los pueblos y de los trabajadores no están por delante de esa lucha, los capitalistas (oligarquía financiera, burguesía burocrática, burguesías emergentes) van a utilizar esa “bandera” para continuar con el engaño.
Lo que estamos viviendo en Venezuela, Ecuador y Bolivia sirve para demostrar que los falsos nacionalismos “sin verdadero espíritu popular y transformador”, nos lleva a enfrentar a los imperios usando los “Estados heredados” (coloniales, capitalistas, burocráticos y extractivistas), sin generar efectivas y consistentes formas de “poder popular”. Ese camino no conduce a ninguna parte. Para no caminar por ese rumbo, se requiere construir “autonomías productivas de nuevo tipo”, en donde la participación popular, lo asociativo y colaborativo, la conciencia ambiental y las nuevas formas de democracia se pongan en juego.
De resto nos quedamos frenados por esos “antiimperialismos retóricos” que solo le sirven a las cúpulas burocráticas y corruptas que se empoderan en los “procesos de cambio” para convertirse en nuevas élites, pintadas de “revolucionarias”, pero que son un estorbo para los verdaderos procesos transformadores. Son lecciones recientes que debemos estudiar y asimilar para no dejarnos descrestar por aquellos que han idealizado ‒también‒ a Simón Bolívar y demás “próceres de la independencia”.
No olvidemos que esos “próceres” traicionaron ‒en su momento‒ a indios y negros; utilizaron a esos pueblos para “su causa” pero aplazaron y negaron la libertad de los esclavos, y aún hoy, desconocen los derechos de la mayoría de la población. Lo relata muy bien Gabriel García Márquez en su libro “El general en su laberinto” cuando recordaba cómo Bolívar le ordenaba a sus generales: “Pongan al frente a indios y negros, que así vamos resolviendo ese problema”.
Fernando Dorado
Foto tomada de: France 24
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