Como todos sabemos, desde hace décadas el capitalismo estadounidense está en crisis. En lo que no todos estamos de acuerdo es en la valoración del grado de su profundidad y alcance.
Ello se explica en gran parte debido a que la economía de EEUU ha podido superar con éxito la mayoría de sus dificultades más significativas (1928/29; 1968; 1992), excepto la más reciente de ellas, la del 2007/8, producto de lo cual se tienen ahora estos inesperados “coletazos” (el triunfo electoral de Trump y el retorno de la retórica ultra-derechista, racialmente supremacista y xenófoba).
Y, precisamente, el hecho mismo de que Estados Unidos no haya terminado de resolver totalmente la crisis del 2007/8 (pese a un relativo mejoramiento de su actual desempeño macroeconómico y cierto descenso del desempleo), sumado a los recientes y telúricos acontecimientos en su vida política nacional (por citar tan solo dos aspectos notorios), nos inclina a pensar que el largo ciclo de adversidades económicas de esta potencia mundial está lejos de terminar.
Y atado a lo anterior, diremos también que el conocimiento científico, al igual que la economía, también tienen sus ciclos. Lo expreso debido a que los más recientes y telúricos acontecimientos económicos y políticos en Estados Unidos y otras regiones del capitalismo avanzado, nos compelen a echar mano del instrumental de análisis e interpretación social más confiable por su rigurosidad.
En concreto, me refiero al instrumental teórico de la economía del marxismo clásico y neo-clásico, cuyas principales categorías analíticas cayeron en desuso a partir del auge de la oleada neoliberal a fines de los años ochenta e inicios de los noventa, oleada que en gran parte intentaba vendernos la ilusión de un capitalismo triunfante y para siempre sin sobresaltos. A mi juicio, ese instrumental hay que re-utilizarlo.
Arsenal teórico de economistas e historiadores relevantes: algunas de sus categorías analíticas centrales:
Aparte de su enfoque ultra-conocido (y el más odiado y vilipendiado de todos), de “lucha de clases”, Karl Marx desarrolló la categoría analítica de “crisis general del capitalismo”, en particular, mediante el análisis global (y en algunos aspectos, bastante detallado), de las agudas contradicciones de sus principales dinámicas y esferas funcionales.
Al parecer, a pesar de la orgía neoliberal y su retórica ampulosa del supuesto fin de la historia y del fin de los conflictos de clase, dogmas amplia e impunemente propalados en aulas universitarias y medios de comunicación en las últimas décadas, ambas categorías tienen sin duda alguna plena vigencia.
Por un lado, las crisis de carácter general del capitalismo, tanto estadounidense como mundial, no han cesado ni en intensidad, profundidad ni en extensión. En esencia, tal y como Marx las categorizó, siguen siendo crisis en gran medida producto de la concurrencia simultánea de dos fenómenos propios del capitalismo: sobreproducción y sub-consumo (espoleados hoy en día, por una enorme e imparable oleada de tecnificación y financiarización de los procesos y circuitos económicos).
Por otra parte, el concepto de “lucha de clases”, también del mismo autor, no ha perdido vigencia. Basta con consultar recientes artículos de Joseph Stiglitz (Premio Nobel de Economía), los análisis de Jefrey Sachs (asesor especial de la ONU), y las agudas interpretaciones de Chomsky (el más prestigiado intelectual norteamericano que no necesita presentación), para darnos cuenta de ello.
Tanto ellos como otros analistas económicos de relevancia, como Wallerstein y Piketty (1) entre otros, al analizar las principales causas de los problemas económicos de la sociedad norteamericana, coinciden en señalar la incuestionable existencia de una minúscula élite (el 0.1 % de la población total en EEUU), que acapara la mayor parte de la riqueza económica y financiera del país, en contraste con amplios sectores en creciente empobrecimiento y pauperización (2).
¿No es acaso el triunfo electoral de Donald Trump un reflejo de esa profunda fractura de clases sociales?
Schumpeter, por su parte, a quien no puede considerársele como economista marxista, sino más bien adscrito a corrientes propias del llamado “liberalismo clásico”, le debemos muy probablemente los estudios más serios y profundos sobre el carácter cíclico de las crisis en las economías capitalistas avanzadas (3).
A pesar de su moderación y conservadurismo frente a los economistas marxistas, Schumpeter exploró a fondo (en una dirección similar a la de Kondratieff), en la categoría de “crisis general”, teorizando con el apoyo de las matemáticas y las estadísticas, acerca del carácter cíclico de tales crisis, y no dudó en advertir (por sobre todo en sus últimos escritos), que la supervivencia misma del capitalismo como sistema, dependerá de su capacidad para solucionar sus contradicciones principales, a saber, su tendencia a la acumulación de riqueza y el carácter concentrador –en pocas manos- de ella.
Aplicado a los estudios históricos, Fernand Braudel acuñó el concepto de “Longue dureé” (“larga duración”), para analizar el desarrollo de las distintas civilizaciones, y según mi modesto criterio, su importancia teórica y práctica radica en que dicho concepto nos permite estudiar la crisis general del capitalismo norteamericano y mundial, en un marco referencial y analítico más amplio, que sería, “la crisis de la civilización occidental”. Ello nos ayuda a ver el “bosque” sin perdernos entre los “árboles” de la cotidianidad local y regional.
En este mismo orden de ideas, de la misma manera como “empalman” las categorías conceptuales de “crisis general” de Marx, con el de “crisis cíclicas” de Schumpeter, de igual manera se logra lo mismo con el concepto de “longue durée” (“la larga duración”) de Braudel y el de “franja transicional” de Wallerstein.
Para este último autor, a grosso modo, una “franja transicional” constituye un lapso histórico bien diferenciado, cuyo inicio o final marca la pauta para el comienzo de una nueva fase histórica, principalmente en la vida económica y política de una sociedad.
Wallerstein no lo dice de manera directa en ninguna de sus obras, pero es evidente que nos sugiere la visión de un sistema capitalista sumergido en una “franja” de ese tipo. Esto, en términos históricos significaría, según mi entender, que al menos el capitalismo norteamericano se encuentra en una fase decisiva para su sobrevivencia.
Aunque, como decía Hobsbawm, nadie sabe a ciencia cierta qué es –y cómo es- lo que viene después (4).
Sergio Barrios Escalante: Científico social e investigador independiente. Editor de la Revista RafTulum y activista por los derechos de la niñez y la adolescencia en el Proyecto ADINA. https://revistatulum.wordpress.com/
Notas empleadas:
Autor del conocido estudio: “El capital en el siglo XXI”.
De Stiglitz leemos por ejemplo; “Durante las tres últimas décadas, las reglas del sistema económico de Estados Unidos han sido escritas de manera que están solo al servicio de unos pocos que se encuentran en la parte superior, perjudicando a la economía en su conjunto, y especialmente al 80 por ciento en la parte inferior” (“¿Qué necesita la economía estadounidense que Trump haga?: Joseph Stiglitz, El Periódico, Guatemala, 20/11/2016, pp.14-15).
Schumpeter, quien en su libro “Capitalismo, Socialismo y Democracia”, se preguntaba si el capitalismo sobrevivirá, distinguía al menos 3 grandes ciclos en la evolución económica del capitalismo (desde los inicios de la “Revolución industrial” -1787- hasta los inicios del “Gran Krash” en 1929); “Business Cycles”, A Theoretical, Historical and Statistical Analysis of the Capital Process”, Joseph Schumpeter; McGraw-Hill Co., New York, 1939.
“Sabemos que, más allá de la opaca nube de nuestra ignorancia y de la incertidumbre de los resultados, las fuerzas históricas que han configurado el siglo (XX) siguen actuando. Vivimos en un mundo cautivo, desarraigado y transformado por el colosal proceso económico y técnico-científico del desarrollo del capitalismo que ha dominado los dos o tres siglos precedentes. Sabemos, o cuando menos resulta razonable suponer, que este proceso no se prolongará ad infinitum. El futuro no solo no puede ser una prolongación del pasado, sino que hay síntomas internos y externos de que hemos alcanzado un punto de crisis histórica” (“Historia del Siglo XX”; Eric Hobsbawm; Crítica, Barcelona, 1995).
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