Así, el mercado de los agroinsumos, con paquetes tecnológicos que incentivan la productividad y condicionan a los productores, se constituye en una oportunidad de negocio sin igual. De hecho, cuando este mercado era liderado en el país por empresas nacionales, incluyendo a Monómeros (la cual fue vendida a Venezuela en su totalidad en el Gobierno de Uribe), hoy está en manos de empresas transnacionales, cerca del 95% de los agroinsumos que se consumen en el país son de origen importado.
Se consumen en el país dos millones de toneladas de estos productos, se trata de un mercado de USD 1.300 millones y se espera que llegue a representar unos USD 1850 millones de dólares en 2027. Yara empresa noruega se consolida como el principal agente en el mercado que provee unas 750.000 toneladas año. También tienen relevancia Nitrofer (https://cambiocolombia.com/opinion/puntos-de-vista/la-historia-que-calla-ivan-duque), beneficiaria de las políticas del Gobierno Duque en contra de Monómeros, que ha perdido participación para ser hoy la cuarta empresa del país en el sector con un aporte del 15% aproximadamente, después de la guatemalteca Precisagro.
Estas disputas por el mercado, unidas a los impactos de la guerra Rusia-Ucrania, países de los que se importa el 42% de las materias primas o de los propios insumos, han hecho que los precios de los agroinsumos se hayan elevado de manera significativa, pasando de un índice de 100 en febrero de 2020 a 224 en junio de 2022, llegando a 148.4 en diciembre de 2023. Es decir, una alta volatilidad que, aunque haya bajado de manera considerable, hoy representa un incremento significativo (48.4%) respecto a cuatro años atrás; 15.1 puntos porcentuales por encima de la inflación promedio en ese mismo período. Por categorías, partiendo de un índice de 100 cuatro años atrás, los fertilizantes cerraron el año 2023 en 165.7. Los plaguicidas en 137.5. Los herbicidas en 151.5 y los molusquicidas en 194.8
Las consecuencias de esto no son sencillas, se trata de que estas anomalías del mercado conducen a que los productores deban trasladar los mayores costos a los consumidores. Como esto no siempre es posible, pueden ocurrir dos cosas, primero, la caída en la rentabilidad al optar los productores por asumir parte o la totalidad de los sobrecostos, o segundo, disminuir las proporciones de agroinsumos. Las dos alternativas son nefastas, son el camino a la quiebra.
El presidente Petro entendió esta situación y promovió no solo un acercamiento a Monómeros, sino analizar la recuperación de la liquidada Ferticol, filial de Ecopetrol que fue luego entregada al departamento de Santander, quien la marchitó. Con el restablecimiento de las relaciones con Venezuela, puso sobre la mesa la posibilidad de volver a participar en Monómeros a través de la compra parcial al Gobierno venezolano. Ahí va el cuento.
De esta manera, el país sigue siendo dependiente de los agroinsumos de otras economías. Es decir, compra energía, expresada en agroinsumos, para producir alimentos (energía para la tierra, para humanos y animales). Es energía exosomática para producir internamente, a expensas de la volatilidad de los precios internacionales o de las decisiones de geopolítica que asuman otros gobiernos. Es el peor de los mundos para el sector agropecuario, en particular para los productores campesinos.
Ante estos complejos escenarios, ante esta crisis que se prolonga aún a pesar de la disminución de precios en el último año; las oportunidades se deben de buscar en la propia tierra, en los desarrollo tecnológicos y en el saber campesino, en últimas es a través de los Bioinsumos y, en general, desde la agroecología donde se tendrán que encontrar no solo las maneras de optimizar los consumos energéticos, y por ende sus altos gastos en dólares, sino el buscar mayores productividades a partir de modelos de producción alternativos que recuperen las condiciones naturales de la producción agropecuaria.
Todo esto requiere unas transiciones bastante largas. Los usos orgánicos de la tierra son mínimos en el mundo, se calculan en el 1.5% de las tierras agrícolas, en cultivos de diferentes escalas. Los modos de producción vigentes prevalecen el uso de químicos y de energías fósiles, y se han encargado de plantar sobre la agroecología una narrativa de marginalidad, altos costos y nula competitividad, todas ellas fácilmente demostrables como falsas. Se requerirá de investigación, de participaciones de diferentes actores del sector para aunar esfuerzos, saberes, tecnologías y lograr modelos posibles y viables acordes con cada territorio.
El esfuerzo debe ser un proyecto colectivo, misiones a lo Mazzucato, requiere de saberes ancestrales, campesinos, nanotecnología y microbiología, un conocimiento profundo en ciencias de la tierra, en agricultura regenerativa, entre otras. Las universidades y centros de investigación, así como las unidades de innovación de las empresas, deberán poner toda su capacidad en forjar desde nuevos currículos hasta investigaciones de alto impacto. Se deberá aprender de las experiencias internacionales, tanto exitosas, como China, Estados Unidos, Alemania y en la región Brasil, o fracasadas como la de Sri Lanka, quienes creyeron que el asunto se podía hacer por decreto.
En Colombia se han dado también avances importantes tanto en temas de agroecología como en bioinsumos, 9 patentes entre adjudicadas y en proceso; en diciembre pasado el Ministerio de agricultura expidió la primera licencia de comercialización a un biofertilizante con hoja de coca, y ya hay en marcha diferentes proyectos con alianzas público, privadas y de la cooperación internacional. Son muestras de avances en la materia, aun el camino es largo, pero hay que andarlo, sin esto las demás transiciones, la misión de alimentación e incluso la reforma agraria, se verán limitadas o conducidas al fracaso.
Jaime Alberto Rendón Acevedo, Director CEIR, Centro de Estudios e Investigaciones Rurales
Foto tomada de: El Heraldo
Maribel says
Que buen e ilustrativo artículo porque poco sabemos de ese tema tan importante y fundamental para nuestra supervivencia!!