En la actualidad la concentración de gases de efecto invernadero en la atmósfera alcanza unas 445 partes por millón (ppm). Cada año se añaden otras 2.5 partes por millón. Si no se logran las metas de reducciones de emisiones a finales del siglo XXI se habrán añadido unas 300 ppm y habremos alcanzado el nivel de 750 ppm hacia finales del siglo.
Ese nivel de acumulación de gases de efecto invernadero nos arroja un resultado alarmante. Los modelos sobre cambio climático más rigurosos nos dicen que ese nivel de acumulación de gases de efecto invernadero (GEI) nos da una probabilidad de 50 por ciento de que la temperatura promedio aumente unos cinco grados centígrados con respecto de la que prevalecía a mediados del siglo XIX. La última vez que el planeta fue escenario de temperaturas tan elevadas fue hace cerca de 30 millones de años.
Desde que terminó la pequeña edad de hielo, hace unos 12 mil años, el clima se ha mantenido relativamente estable. Eso permitió la consolidación de la agricultura y el advenimiento de lo que hoy llamamos civilización
. Hoy esa pequeña banda en la que la temperatura se mantiene benigna se encuentra amenazada.
Hoy los científicos advierten que nos estamos dirigiendo hacia un cambio de temperatura de tres grados centígrados. Y eso depende de si se logran las metas de reducciones de los principales países contaminantes. Con ese cambio climático nuestro planeta será muy diferente al que conocemos hoy. Desertificación, sequías, incendios forestales, eventos meteorológicos más violentos y más frecuentes, así como migraciones masivas serán algunos de los efectos de ese cambio.
Pero lo más grave es que ese cambio es capaz de detonar otros procesos de generación de más gases de efecto invernadero. Una parte importante de la superficie terrestre cercana al Ártico se compone de permafrost. Esa tierra congelada acumula enormes reservas de carbono orgánico y al descongelarse podría liberar millones de toneladas métricas de metano y bióxido de carbono. Este efecto de retroalimentación positiva conduciría a un incremento incontrolable en la acumulación de gases invernadero. Teniendo su propia dinámica, ya no dependería de nuestras acciones.
La conferencia de Naciones Unidas en Nueva York esta semana tiene por objeto concientizar a la humanidad entera sobre el peligro que corre. No estamos frente a una serie de catástrofes hipotéticas. Aquí y ahora la humanidad corre el riesgo de su propia extinción. Y tampoco se trata de un evento catastrófico en un futuro lejano que afectaría a generaciones que todavía no nacen. Hoy podemos intercambiar miradas con la generación que será afectada directamente por el cambio climático. Las niñas y niños que están hoy en la escuela primaria los que van a sufrir los efectos de estos procesos. Ese es uno de los mensajes más poderosos de la intervención de Greta Thunberg y su generación en la sede de Naciones Unidas.
Tiene razón en estar enojados esos jóvenes que vivirán los efectos del cambio climático. Los acuerdos internacionales para reducir las emisiones de gases invernadero son a todas luces insuficientes para limitar el cambio climático a niveles que no sean peligrosos. Aun si se cumplieran las promesas de reducciones de GEI en el marco del Acuerdo de París el cambio climático alcanzará entre 3 y 4.5 grados centígrados para finales del siglo. Ese aumento de temperatura es una amenaza real sobre la humanidad.
Hoy las emisiones de GEI no están reduciéndose. Después de unos tres años de estabilizarse, las emisiones han vuelto a aumentar. Los países con más emisiones son China, Estados Unidos, India, Rusia, Japón y Alemania. El nuestro ocupa el duodécimo lugar en el plano de emisiones de GEI. Lo que haga México en este terreno no solamente será una contribución importante a escala mundial, también tiene que ver con el bienestar y la seguridad de nuestra población, pues más de la mitad de los municipios de nuestro país se encuentran marcados por una severa vulnerabilidad frente al cambio climático (datos de Semarnat).
Frente a este escenario, la política energética de México debe hacer a un lado la nostalgia por el mundo de los combustibles fósiles y dar prioridad a la transición energética hacia las energías renovables. Por ejemplo, otorgar la máxima prioridad a la difusión masiva de páneles solares y calentadores solares no es un lujo, es una necesidad urgente. El precio de los páneles solares se ha reducido de manera extraordinaria en los 15 años recientes y con esquemas de financiamiento adecuados estas tecnologías podrían difundirse de manera acelerada.
México no puede continuar la lógica actual de producción de recursos petrolíferos bajo la premisa de usarlos como palanca del desarrollo
y al mismo tiempo cumplir sus compromisos de reducción de emisiones. Por ello una estrategia de transición energética debería ser una de las máximas prioridades del gobierno en México. Después de todo, los que más van a sufrir el impacto del cambio climático son los pobres.
Alejandro Nadal
Fuente: https://www.jornada.com.mx/2019/09/25/opinion/025a1eco
Deja un comentario