Ha transcurrido medio siglo desde el famoso informe de los “Límites del crecimiento” del Club de Roma, y en términos reales, a pesar de la magnitud de la información producida, y de ingentes esfuerzos por formar conciencia para proteger el medio ambiente y revisar el tipo de crecimiento que sería razonablemente aceptable, las batallas se están perdiendo porque el mundo no quiere entender que es necesaria otra sociedad, otra economía, otra ciencia, otra cultura, otra política, que no sea la del crecimiento infinito en un planeta finito en recursos.
La naturaleza muere, pero aún resiste
Si fuera por los resultados de las investigaciones científicas serías, no las compradas para mostrar un planeta feliz, la humanidad estaría en las calles para cambiar el desorden generado por el daño ambiental ocasionado.
Los avances en materia tecnológica y productiva, solo sirve para desacelerar la tasa de residuos tóxicos que van a la atmósfera a dañar el medio ambiente, pero no a reducir el calentamiento global y las causas que lo generan porque detrás del cambio tecnológico y productivo no hay un cambio político y cultural para un cambio del modelo económico del consumo material ilimitado. Entonces, la humanidad se encamina a perder las batallas finales, porque cree que ha ganado las batallas previas contra los “pesimistas y exagerados”, pues todavía no se han visto catástrofes de colosales dimensiones. Con eso juega el neoliberalismo económico y político mundial.
Las imágenes apocalípticas que predecían hasta hace poco los “pesimistas y exagerados”, no van a ocurrir como se la imaginaron, y aún nadie sabe como ocurrirán porque el calentamiento es evidente, aunque gradual, sin claridad de que tan gradual será, a que velocidad y en que tiempo. En unas regiones se manifiesta de una manera, en otras de otra. Por ejemplo, debajo del polo norte no hay un fuego que lo esté derritiendo a gran velocidad. Entonces, lentamente se descongela y no habrá ciudades que desaparezcan arrasadas por gigantescas olas producidas por océanos cuyo nivel de agua subiría muchos metros entrando a las plataformas continentales decenas o centenares de kilómetros.
Los nevados y otras fuentes de agua dulce se están agotando, pero aun alcanza, de esta manera la sociedad todavía no toma conciencia de un lento pero sostenido deterioro. En Colombia el 50% de los nevados que había hace 60 años, ya no existen. La deforestación avanza y la Amazonia y las selvas del Pacífico retroceden.
La naturaleza se agota poco a poco, mientras la población mundial crece más y más. Sin embargo, como organismo vivo se adapta a vivir en difíciles condiciones hasta el día cuando los ecosistemas no aguanten más y todo acabe.
Los abanderados del desarrollo sostenible, los progresistas, los verdes, los del decrecimiento o los del crecimiento cero, hasta ahora han sido “derrotados” por los “optimistas y tecnófobos” defensores del crecimiento a ultranza, y por los miles de millones de habitantes sumergidos en el credo del consumismo ilimitado.
Se debe situar el debate en la construcción científica y política de modelos para un mundo sostenible puesto que la amenaza ambiental no es escuchada con atención y preocupación suficiente por quienes ostentan el poder del mundo. Las COP así lo evidencian.
De la sociedad de bienes materiales a la sociedad de los bienes inteligentes
A una sociedad sin ideas nos han conducido los valores del consumismo ilimitado como un fin de la sociedad, lo cual es la subvaloración de su condición humana y de su inteligencia. Detrás de esto, los medios y las empresas de publicidad, los diseñadores e innovadores que mejoran la forma de los productos y sus empaques, los ingenieros y diseñadores que crean productos desechables no esenciales, los CEO que conciben nuevas estrategias para atraer masas de consumidores, economistas que modelan el crecimiento destructivo, y tecnócratas fungiendo como reguladores del mercado del consumo ilimitado y destructivo de los recursos naturales, son los “genios” de la sociedad del crecimiento estúpido. Y por supuesto, colegios y universidades “formando deformados funcionales” a la fe del consumismo y al credo del crecimiento sin límites.
Hasta hace 40 años el mundo no era así, y en las próximas décadas tampoco tiene porque ser como es hoy.
En Bogotá acompañé a una amiga a un centro comercial y entramos a un almacén de objetos decorativos, juguetería, lencería, electrodomésticos, y muchos más. La mayoría made in China, la mayoría inútiles, feos y desechables, pero es lo que el mundo le pide a los chinos que produzca para sostener el crecimiento que “salve” el comercio y la economía mundial.
Incluso, políticos, organismos internacionales y economistas de todos los lados del globo, han regañado a China por no adoptar X o Y medida para sostener un crecimiento anual de su economía a tasas del 9 o 10% anual, bajo el estúpido argumento de que la economía necesita que los chinos compren y produzcan para salvar el “mundo feliz” del crecimiento del hiperconsumo de objetos innecesarios.
Hoy más que nunca el mundo requiere de una destrucción creativa sostenible, que acabe con tanto producto innecesario y contaminante, para que surja una ola de innovaciones sostenibles necesarias. Es la economía de la innovación que podría salvar el planeta.
Un nuevo tipo de sociedad se debe crear para que sea posible crear una nueva economía fruto de un esfuerzo de pensamiento interdisciplinario y multidimensional. John Stuart Mill, hace más de dos siglos, hablaba de los riesgos de una economía sostenida en el crecimiento a todo precio.
Es hora de pensar en las generaciones del futuro, en dejar una idea de sociedad distinta, más inteligente, más fundamental, más creativa, más equilibrada, más equitativa, espiritualmente más profunda (no más religiosa), que le dé un mejor uso a la ciencia y una nueva orientación a la educación, al emprendimiento, y al desarrollo tecnológico y productivo, para converger en un proyecto global de defensa del medio ambiente para una nueva civilización distinta a la del capitalismo neoliberal aniquilador.
Una sociedad sin especuladores, depredadores y corruptos, sin objetos inútiles que le quitan segundo a segundo un vaso de agua a la tierra y a la vida. El sentido de la equidad, del bienestar y de la felicidad, es decir de los valores económicos, sociales y culturales, no se puede medir por el acceso a bienes de consumo, la mayoría innecesarios. La sociedad de hace 40 años, era otra. La de ahora, es tremendamente diferente, y en mucho, definitivamente no es la mejor. Si el mundo asume la crisis, la transición y la actual incertidumbre bajo nuevas categorías, se podría salvar la tierra y a las generaciones que la habitarán.
Alemania es tal vez la potencia con más conciencia del problema ambiental que vivimos y de los riesgos de seguir por dónde vamos. Su sistema de producción no es igual al modelo de producción de objetos inútiles y ya desechables antes de comprarlos. Los modelos de crecimiento de Estados Unidos, el cual ha seguido el mundo, y el de China, una variación del modelo de norteamericano, no son los modelos para un planeta y una sociedad en riesgo general.
La sociedad mundial debe moverse para que las artes, el conocimiento, la investigación y las potencialidades de los maravillosos avances de la ciencia y de la tecnología, sirvan para mucho más que la sociedad de consumo y del crecimiento que ahora tenemos. La inteligencia y la imaginación nunca han tenido tantas oportunidades como ahora para pensar, crear y vivir en un mundo diferente. El problema está en la economía, en las demás ciencias sociales, en el urbanismo y en la política, que no saben qué hacer con la educación, con la ciencia, la tecnología y la innovación, pero también con la libertad, la democracia, las regiones y las ciudades, y la política para una revisión de las ideologías.
Colombia, una esquina de las Américas, es el típico modelo de crecimiento que no debe ser. Dependiente absoluto de poderes hegemónicos, da la tecnología de otros, del extractivismo global por el cual miles han muerto en su interminable guerra interna, de una dirigencia compulsiva por capturar tierras y robarle al Estado. Sus partidos políticos son engendros ideológicos propios de cualquier sociedad fallida, su sistema productivo no es innovador, la ciencia que se hace es escasa, y la educación es mala por eso en las pruebas Pisa es el último en la OCDE.
Los medios de comunicación ¿compromiso con quién?
Los medios no son neutrales al debate. Todo lo contrario, son corresponsables de la inercia que dificulta pensar los cambios. En Colombia, el largo conflicto, la ilegalidad, la corrupción, la delincuencia común, y el discurso de la derecha domina las noticias de los grandes medios, y relega u omite otros hechos más amables, inteligentes, inspiradores y esperanzadores.
En Colombia los grandes medios no tienen espacios para los desarrollos de la inteligencia y de la imaginación, solo espacios para la mentira, la manipulación, la violencia y defender la corrupción o el genocidio.
El futuro
Se necesita un discurso dirigido a construir un nuevo paradigma de sociedad, en la cual políticos, empresarios, investigadores, pensadores, medios y voces independientes, artistas y otros actores sociales, con conciencia de la necesidad de revisar el paradigma del “crecimiento insostenible”, se unan a pensar una alternativa para la humanidad.
El nuevo desarrollo debe decir qué tipo de bienes son necesarios y cuáles no se pueden volver a producir, que nuevas actividades y productos compatibles con una idea de un nuevo bienestar con unos valores humanos esenciales superiores al crecimiento del PIB y al consumismo sin límites, que PARE la destrucción del medio ambiente.
Se deberá iniciar una senda que reequilibre la naturaleza y elimine asimetrías extremas de múltiple espectro que han desequilibrado el medio ambiente, dividido el mundo entre países avanzados y países atrasados, unos con instituciones inclusivas (aunque son los países más desarrollados los que más inciden en la destrucción ambiental) y otros con instituciones extractivas (las naciones que por su menor nivel de desarrollo menos inciden en el calentamiento global), lo cual es una contradicción en las ideas del crecimiento dominante.
Una revolución mundial por un nuevo acuerdo global derivaría en decisiones y en sistemas complejos inéditos para nuevos modelos de sociedades locales, nacionales y globales.
P.D.: Este texto lo escribí hace 10 años motivado en la invitación de la Deutsche Welle a participar en su Forum Mundial de 2013 en la ciudad de Bonn
Jaime Acosta Puertas
Foto tomada de: Amnistía Internacional España
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