En medio de este desconcierto, la humanidad azorada no sabe a dónde dirigirse, ni a quiénes acudir con su tímida esperanza, y hoy la desorientan todavía más las fórmulas que ofrecen quienes se proponen “corregir” al capital humanizándolo, aleccionándolo, o solo reparando algún defecto que por haber alterado su capacidad de operación ha hecho del capitalismo un sistema “distorsionado y contrahecho” (Stiglitz, p. 2020). Los males que produce el capital quedan de este modo reducidos a fallas de funcionamiento, a simples inconvenientes técnicos o a problemas de diseño y administración. El capitalismo se concibe entonces como un mecanismo que exige una pronta y rápida restauración, y cuya marcha es posible enderezar para alcanzar, esta vez sí, las promesas que hasta ahora han quedado sin cumplir.
Las críticas que surgen actualmente alrededor del capital dirigen la atención a la injusta condición social y al deterioro natural que predomina hoy en el mundo con una mirada de censura moralista. Se preguntan de qué modo es aún posible formar para estos tiempos de desigualdad, pobreza, miseria y exclusión, a individuos más humanos que respeten a los otros, individuos con capacidad sensible susceptibles de experimentar emociones positivas como la empatía, la solidaridad, el altruismo y la compasión. El diagnóstico a la terrible condición socioambiental les sugiere la receta: no más justicia, derecho o equidad, sino menos egoísmo, más empatía, más moralidad. Invitan a ser más solidarios y practicar el resto de virtudes de asistencia y caridad. “La equidad (objetivamente considerada) no es en modo alguno una razón para apelar solo al deber ético de otros (a su benevolencia, a su bondad), sino que el que exige algo sobre esta base se apoya en su derecho” (Kant, 2005).
Desde una consideración jurídica, las personas son libres de actuar o no actuar atendiendo a exigencias de moralidad, es decir, son libres de ser morales o no serlo, ya que al cumplimiento de la ley moral no puede ser coaccionado, pues no tiene móvil distinto que la ley moral misma. De ahí que sea absurdo hablar de “legalidad moral”, esto es, de una conducta legal o ilegal frente un mandato moral. Sin embargo, la persona no moral que se atiene al derecho y obedece a una ley justa solo por el miedo al castigo, sin ninguna convicción interna, está muy por encima del hombre injusto que niega el derecho y la ley, pero que con convicción interna y buena voluntad adopta frente a los demás una actitud moral compasiva o solidaria.
Que un tipo de sociedad no cese de apelar a juicios de moralidad y continuamente aconseje conductas de virtud para mitigar las consecuencias que un modelo económico produce en la vida humana y natural, revela que tales consecuencias son consideradas como simples efectos negativos de un sistema defectuoso que registra fallas de funcionamiento que bien pueden enmendarse descargando sobre el individuo el deber moral de reparar lo que el capitalismo mismo no puede dejar de producir. “La filantropía y el respeto al derecho son, ambos, deberes; pero la filantropía es un deber condicionado, mientras que el respeto al derecho es un deber imperativo e incondicionado, que quien quiera entregarse al dulce sentimiento filantrópico (süßen Gefühl des Wohltuns) ha de tener la total seguridad de no haberlo transgredido (Kant, 2005).
En la sección tercera de la Metafísica de las Costumbres sobre el Derecho Público, escribe Kant que la “idea racional de una comunidad pacífica universal, aunque todavía no amistosa, formada por todos los pueblos de la tierra que pueden establecer relaciones efectivas entre sí, no es algo filantrópico (ético), sino un principio jurídico” (Kant, 2005). Así pues, la comunidad pacífica universal es un principio jurídico no basado en sentimientos de amistad, caridad, compasión. En su crítica a los empresarios antioqueños cuyo capitalismo virtuoso “ha generado en la región empleo y contribuido a mejorar la calidad de vida y la seguridad”, el profesor Francisco Cortés escribe:
La filantropía moderna es otro eufemismo que sirve para justificar lo poco que han hecho los capitalistas antioqueños y colombianos en términos de justicia social. Filantropía es caridad, no justicia social. En Colombia, según el Dane, hay más de siete millones de personas que solamente pueden comer una vez al día. ¡Un escándalo!” (El colombiano)”.
La concepción clásica de obrero presuponía la figura del trabajador desprovisto de medios productivos que le impedían a su vez procurarse medios de existencia. “El trabajo solo puede aparecer como trabajo asalariado cuando sus propias condiciones objetivas se le enfrentan” (Marx, p. 2007). De modo que la privación de medios objetivos obligaba al trabajador a entregar su capacidad subjetiva de trabajo a cambio de un salario. Pero en la concepción neoliberal, el individuo “es visto esencialmente como propietario de su propia persona o de sus capacidades sin que deba nada a la sociedad por ellas” (Macpherson, 2005). Y dado que la propiedad ha devenido “fruto del esfuerzo individual”, la miseria general, que ya nadie puede ignorar, es atribuida directa y descaradamente a la carencia de virtudes de quienes la padecen. La pobreza es vista como un vicio de gente incompetente y un estado de vagos perezosos por cuya indolencia se acrecienta la masa de fracasados que no tiene ningún mérito por no saber sacar provecho de las ventajas del mercado. Ante este mundo de miserables el capitalismo enternecido se muestra solidario y compasivo. “El sentimiento que con más dificultad soporta el hombre es la compasión, sobre todo cuando la merece […] La compasión mata, debilita aún más nuestra debilidad”, escribe Balzac en Piel de zapa. Y es que la compasión no redime al miserable ni lo libera de su triste condición, dado que el deber de asistencia “(ricos hospitales, fundaciones, conventos) que aseguraría la subsistencia de los necesitados sin la mediación del trabajo […] estaría contra el principio de la sociedad civil y del sentimiento de independencia y honor de sus individuos” (Hegel, 2012). El derecho debe ser la regla, el deber de asistencia, la ocasión. Pero en una sociedad cuya riqueza se acrecienta a condición de empobrecer el mundo, la compasión se predica como regla y el derecho se convierte en excepción.
Ante al déficit en el goce de derechos sociales y económicos, y la restricción cada vez mayor de libertades básicas, no hay compasión que alcance a reparar la gravedad de un mal que recae sobre tantos. Los deberes de asistencia de un “capitalismo solidario” no eliminan los factores económicos globales que producen desigualdad excesiva y pobreza extrema, antes bien, los presuponen. Un “capitalismo sostenible”, por lo demás, no resuelve ni mitiga los problemas ambientales de contaminación y explotación desmedida de recursos naturales. La conciencia ecológica que promueve el capital está orientada menos a modificar sus fines productivos que a regular los patrones de consumo en el contexto de “nueva economía verde”. Esta conciencia ecológica capitalista introduce en el individuo un sentimiento de malestar y de incomodidad consigo mismo que trata de reparar apelando a una conducta ética basada en el “consumo responsable”: fruta orgánica, materiales biodegradables, automóviles híbridos y eléctricos que, por su parte, han aumentado la demanda de litio para la producción de baterías y ha abierto la puerta a un nuevo problema de contaminación ambiental.
El capital no cesa de incurrir en una serie de contradicciones inherentes, y sus portavoces nos quieren convencer de que los males del capitalismo se solucionan con un tipo de moralidad económica cuyos presupuestos son el “capital consciente” y la “tecnología amigable”.
David Rico
Foto tomada de: Alejandra de Argos
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