Un camino bastante difícil tocó recorrer para convertir en realidad la Caravana. Ante los altos riesgos para quienes se montaran en ella, pero también para las comunidades a visitar, la misión exigía de la presencia estatal, gubernamental y de la seguridad de la fuerza pública. Muchas reuniones, llamados y exigencias a entes oficiales para acompañar físicamente y generar protección, se hicieron. En general las respuestas fueron gaseosas. El argumento del Covid-19 y falta de personal, fueron pretextos para no acompañarla. De manera virtual y pendientes desde la distancia y el teletrabajo estuvieron la Procuraduría, la Defensoría del Pueblo y prácticamente la gobernación del Cauca, que a última hora, envió a una funcionaria, pero por fuera de la Caravana. A diferencia, la fuerza pública asumió el reto de generar algo de seguridad, sin mucho convencimiento, pero lo hizo. Estuvo presente, respetando la autonomía de la Caravana, en el área urbana del municipio de Argelia y del corregimiento El Plateado, objetivo más complejo de la misión. La Policía también acompañó parte del recorrido inicial de la Caravana.
Por su parte, la comunidad internacional también pretextó el Covid-19, incapacidad de personal y falta de seguridad, paradoja que siempre argumentamos, pues si se solicita su compañía, es justamente por falta de seguridad, de lo contrario no serían necesaria. Finalmente la Misión de Verificación del Acuerdo de Paz de Naciones Unidas se sumó, lo cual fue muy importante, y por supuesto, los voluntarios de organizaciones de sociedad civil internacionales que siempre apoyan estas gestas humanitarias.
Y así, entre aplazamientos, llamados y concertaciones, el día 29 de octubre fueron llegando las diferentes delegaciones de pueblos negros, indígenas y campesinos, sindicatos, estudiantes, organizaciones de DDHH y militancias varias, con sus vistosas banderas, sus carpas para varios días, sus chivas engalanadas de colores y cornetas siempre anunciando nuevos tiempos, pero sobre todo, cargadas de alegría, entusiasmo y la firme decisión de romper los miedos que paralizan el alma y abrazar a los pobladores que claman por el cese de la violencia y la tranquilidad de sus campos. Una velatón en Popayán para iniciar el recorrido, conjuraba las amenazas, intimidaciones y todo tipo de advertencias hechas por los grupos ilegales, para impedir la llegada de la Caravana a territorios controlados por ellos, especialmente El Plateado.
Al despuntar el viernes 30 de octubre, bajo el frío cómplice del cielo payanés que anunciaba sol en lugar de lluvias, las delegaciones de manera ordenada y con tamboras muy sonoras, alimentos comunitarios y bebidas sanadoras frente al Covid-19, fueron cargando las chivas que les llevarían a lo largo de 184 kilómetros hasta el área urbana del municipio de Argelia. Recorrido para hacer en cinco horas, pero en 11 chivas y otros cuantos vehículos cargados de esperanza, se llevaron más de diez. Cerca de 400 personas, inicialmente hicieron el recorrido – con sus 200 curvas entre Balboa y Argelia- convencidas de romper el cerco de miedo y terror construido alrededor de la imposibilidad de llegar a esas hermosas tierras, incluida la fuerza pública que no podía garantizar seguridad en un territorio tan peligroso. Sin embargo, la firmeza de los líderes convocantes, les exigieron cumplir con su deber constitucional de proteger a la sociedad, aún en las situaciones más adversas y de paso, poner a prueba si de verdad controlan todos los rincones del territorio nacional. Justamente muchas de las denuncias recibidas por las comunidades, es la connivencia de los agentes del Estado con grupos armados ilegales, especialmente con la disidencia de las ex FARC, Carlos Patiño, dedicada al negocio del narcotráfico y quien tiene una dura confrontación por el control territorial y de las rutas con la guerrilla del ELN apostada en el Cañón de Micay.
Ya entrada la noche del día 30, la Caravana Humanitaria “Un canto por la vida, la paz y el buen vivir de los habitantes de estos territorios” llegó al casco urbano de Argelia, recibida con una cabalgata, pitos de motos, banderas y globos blancos, y el alborozo propio de una población anhelante de paz, que apuesta por ella y por ella votó en el 2016. Recordar que fue allí donde el frente 60 de las FARC “Jaime Pardo” se desmovilizó y sus excombatientes partieron para un ETCR en medio de los sollozos y los aplausos de la comunidad. Pero es también allí donde la paz no ha podido cristalizar porque ni el gobierno nacional ni el Estado colombiano llegaron para garantizar la vida de sus habitantes, llenar con inversión social los territorios dejados por las FARC, cumplir lo pactado en La Habana y evitar la expansión y crecimientos de grupos disidentes y combatir el narcotráfico.
De acuerdo a las cifras dadas por el alcalde municipal de Argelia, Jhonnatan Patiño, en lo corrido del año, al menos 52 personas han sido asesinadas y unas 30 en el vecino municipio El Tambo, pero reconoce, puede haber un subregistro. Esto también es confirmado por líderes regionales, quienes argumentan que son muchas más las personas víctimas de homicidios en el Cañón de Micay, pues diariamente aparecen jóvenes entre los 14 y 30 años muertos en las zonas rurales, desechados por los grupos criminales que luego de ser reclutarlos para trabajar en el negocio del narcotráfico por un salario mensual de un millón de pesos, también son utilizarlos para “sicariar” en las noches, para luego terminar igualmente eliminados físicamente. Dolorosa realidad para una juventud a la que el Estado le grita que no “nacieron pa’semilla”. Ese Estado ajeno e invisible en el territorio, a pesar de nutrirse de sus rentas ilícitas. Ese Estado que no tuvo la voluntad de visitar a las comunidades, al menos en el marco de la Caravana, bajo el argumento de la pandemia, más seguramente por no tener respuestas ante los requerimientos de sus gentes o por miedo a los grupos armados o simplemente por considerar a estas poblaciones lejanas y narcotraficantes, como aluden frecuentemente altos funcionarios del gobierno y por tanto, no merecedoras de atención estatal.
El sábado muy temprano, a pesar de la lluvia mañanera que amenazaba con impedir la jornada artística y cultural de solidaridad, en la plaza central, se realizaron actividades varias y bajo un sol abrazador, las danzas, los cantos, las tamboras palenqueras, las quenas indígenas, los saludos y pronunciamientos varios, finalmente llegaron a los argelianos. Recordando al líder Carlos Navia, asesinado días antes de la Caravana, tal vez como intimidación para la su no realización, la invitación unánime fue a no perder la esperanza, a persistir y a no rendirse, evocando el poema de Mario Benedetti. El Consejo Regional Indígena por su parte, instó a los grupos armados a hacer un alto en el camino y parar la masacre contra su pueblo hermano. Otras voces le siguieron. Los talleres artísticos con la niñez y juventud local acompañaron la tarde, mientras parte de la delegación visitaba a las comunidades más rurales, donde sus habitantes insistieron en su desconfianza en la fuerza pública por su connivencia con grupos ilegales y el encubrimiento del negocio del narcotráfico. Entre tanto, más delegaciones se sumaron a la Caravana, haciéndola llegar a 600 personas, todas dispuestas a romper el cerco físico y mítico creado alrededor de la imposibilidad de llegar al corregimiento El Plateado.
Al amanecer del domingo 1 de noviembre, día de Todos los Santos – para los católicos- la Caravana estaba lista para continuar el recorrido por el Cañón de Micay– y como una paradoja, previo al día de los Muertos- visitar esos campos sembrados de coca, pero también de cientos de colombianos que siguen perdiendo la vida en medio de la trampa mortal del narcotráfico, el conflicto armado y el abandono deliberado del Estado. Una fila enorme de chivas coloridas, arengando sus cornetas, con sus gentes entusiastas y al compás de sonoras tamboras y música colombiana, transitó por varias horas – lo que en realidad se hace en dos- por una cantidad de poblados grandes y pequeños, apostados a la vera del camino, en medio de inmensos plantíos verdes de kuka –en vocablo quechua- y cantidades de “concinas” o ranchos donde procesan la hoja para convertirla en pasta o base de coca.
No dejó de sorprender a los visitantes, la cantidad de carros de alta gama dinamizando la vida comunitaria, el número extraordinario de estaciones de gasolina, al menos 11 en tan corto recorrido de zona netamente rural y apartada, el movimiento febril de insumos que van y vienen, y sobre todo, la pasividad de las Fuerzas Militares que protegen la zona. Bajo esa realidad, la Caravana finalmente llegó al Plateado, destino final.
A diferencia de la calidez, expectativa y blanco abrumador de banderas en casas y comercios encontradas en el Sinaí, el Mango y Puerto Rico, los rostros de El Plateado, ese inmenso corregimiento, de al menos 7 mil habitantes, eran neutros, fijos, sin una mueca o gesto alguno que denotara emoción o tristeza. No era para menos, tres días antes de la llegada de la Caravana, la disidencia “Carlos Patiño” asesinó en plena luz del día y delante de la población, al boticario del pueblo, Pompilio Naváez, hombre dedicado al cuidado de sus vecinos, además de extremadamente indefenso, pues era ciego. No suficiente con este doloroso crimen, el grupo armado advirtió a la Junta de Acción Comunal del corregimiento que quien recibiera o saludara la Caravana sería persona muerta.
Con esa información previa e inclusive, con advertencias a través de escoltas de la UNP presentes en la Caravana, que no podían llegar carros blindados ni hombres armados en ellas, cerca de mil personas – otras muchas se sumaron en el camino- negras, indígenas, campesinas y mestizas de tierras propias y lejanas, se tomaron culturalmente el poblado. El ambiente era pesado, denso, mezclado con el calor propio de pisos bajos, cercanos al mar pacífico y el olor característico de tierras cocaleras. Ojos de todos lados observaban a la distancia, seguramente con esperanza y alegría, pero sin poder hablar y tal vez era la mayoría; mientras otros lo harían con molestia y odio, ante la desafiante osadía de la Caravana Humanitaria, convocada por organizaciones sociales y de Derechos Humanos, que sobrepusieron el valor de la solidaridad, la hermandad y la rebeldía por la vida, para romper el cerco de miedo y terror infundido para evitar su llegada al poblado. La breve jornada, fue exitosa, colorida, festiva y bullosa. Sólo, inesperadamente, en pleno discurso de instalación del alcalde municipal, la energía se fue. Coincidencia o no, quienes cortaron el servicio eléctrico para impedir el acto cultural, no imaginaron que el pueblo negro y andino llevaba incorporado en sus cuerpos y voces, batería natural y entonces, al son de tamboras, danzas negras y melodiosas quenas, la población de El Plateado recibió el inmenso abrazo, como un bálsamo venido de otras latitudes, de quienes decimos que nada de lo humano nos puede ser ajeno.
Diana Sánchez, Directora de la Asociación MINGA, Vocera de la plataforma COEUROPA
Foto tomada de: Colombia Informa
Deja un comentario