Carlos Max, conocido como economista e historiador, se presenta como filósofo y humanista en su obra “Manuscritos Económicos y Filosóficos” (1844), y en “La Ideología Alemana” (1845-1846), que escribió con su amigo Friedrich Engels; y en las cuales sienta las bases del materialismo histórico y el materialismo dialéctico; pero que para este caso nos interesa destacar el haber trabajado el tema de la enajenación y alienación del individuo por parte de las ideas dominantes y la cultura dominante de la sociedad de su tiempo; acuñando la categoría de ideología para hablar del encubrimiento de la realidad a partir de un pensamiento que obstaculiza ver el fondo de la explotación capitalista.
Posteriormente en su obra cumbre “El Capital” (1867), en un capítulo muy bello y trascendental para la crítica social y no solamente para la crítica económica, acuña la categoría de “fetichismo de la mercancía”; en la cual, en términos sencillos, está el origen del rito en torno a las mercancías y el consumismo. Allí devela, además de los mecanismos económicos de la producción, los mecanismos ideológicos, que hacen que de ahí en adelante la sociedad gire en torno a esa construcción material tan necesaria pero tan peligrosa para el modus vivendi de la humanidad. O sea, cuando ya hace el tránsito de lo necesario a lo superfluo y al centro de la explotación, junto con la plusvalía.
Posteriormente las obras “El Malestar en la Cultura” (1930), “Sicología de las Masas” (1921) y “Análisis del Yo” (1921) del fundador dl psicoanálisis Sigmund Freud, lo consagrarían como uno de los “ maestros de la sospecha”, junto a Federico Nietzsche, maestro del nihilismo y del ateísmo, y Carlos Marx; precisamente, porque esta tríada de pensadores profundos, sospechó desde el individuo, la sociedad, la economía y la historia, que algo andaba mal, que algo olía a podrido y a mentira en medio de tanta belleza del progreso y el desarrollo de su tiempo.
Freud analizaba allí la contradicción entre la cultura y las pulsiones, expuso su indagación y elucidación del sentimiento de culpa, mostró el precio del progreso cultural, desarrolló el famoso sentimiento de culpa y sentenció, que cuanto mas se desarrolla la cultura más crece el malestar.
Un siglo después, ya ante el fenómeno no del capitalismo simple, sino de la globalización de los mercados, la obra “El Malestar en la Globalización” (2013), parodiando un tanto el título de Freud, el economista Joseph Stiglitz Premio Nobel de Economía, describió y analizó el impacto desastroso de la globalización en los países más pobres y señaló que los gobiernos pueden y deben adoptar políticas que orienten el crecimiento de los países de modo más equitativo.
De otra parte, ya en el terreno filosófico, en la obra “La Condición postmoderna” o el “Informe Sobre el Saber” (1979), de Jean Francois Lyotard se analizan las principales características de la sociedad postmoderna, con el llamado acabose de los grandes relatos; es decir, el fenecimiento de las principales explicaciones e ideales del Siglo de las Luces hasta acá.
Ultimamente ha estado de moda el filósofo surcoreano alemán, autor de pequeños textos, que más bien son ensayos que propiamente tratados de filosofía, de los cuales quiero destacar “La Sociedad del Cansancio” (2010), donde Byung-Chul Han analiza como el exceso de positividad está conduciendo a una sociedad del cansancio, y donde los individuos ya no son exactamente sujetos de obediencia, sino sujetos de rendimiento. Emprendedores de sí mismo, como lo señala y lo quiere la ideología neoliberal, para darle la aparente responsabilidad suprema del individuo en las selvas del poder y del mercado.
Desde otro ángulo, en “La Sociedad del Espectáculo” (1967), el pensador situacionista Guy Debord, señala como en la sociedad industrial moderna, con el triunfo del capitalismo y la derrota de la clase obrera, la alienación como ilusión de la mentita convertida en verdad, ha copado la vida social. Todo lo espontáneo, auténtico y genuino ha sido sustituido por lo artificial y lo falso
“La Civilización del Espectáculo” (2012) de Mario Vargas Llosa, escrita después de la concesión del Premio Nobel de Literatura, que junto con su ensayo “La orgía perpetua: Madame Bovary” (1975) y “Gabriel García Márquez: Historia de un Deicidio” (1968), son los textos que más me gustan de él, por encima de sus famosas novelas; entre otros temas rastrea la evolución de la categoría de cultura, desde Eliot hasta Steiner y tiene un capítulo muy interesante titulado “La desaparición del erotismo”, que me atrevo a comparar con la obra de Han, “La agonía de Eros” (2012) y que emparento con el texto del sociólogo y filósofo Baum “Amor Líquido: Acerca de la fragilidad de los vínculos humanos” (2003), las relaciones a distancia, el uso de las redes sociales, las relaciones desechables, las relaciones virtuales y de bolsillo, como las características de esta época, incluso en plena cuarentena y en pandemia, para aplicarlo a la actualidad.
Otro de los elementos tratados por el autor de “El Elogio de la Madrasta” y “Los cuadernos de Don Rigoberto”, que me fascinan por encima de “La Guerra del Fin del Mundo” y “Conversación en la Catedral”, es el tema de la existencia actual de más información, menos conocimiento, como muestras de la decadencia y del espectáculo contemporáneos.
Las categorías de “sociedad líquida” y “modernidad líquida” ha sido acuñadas por Zygmun Bauman, principalmente en sus obras “Reflexiones Sobre un Mundo Líquido” (2014), “La Cultura en el Mundo de la Modernidad Líquida” (2000) y “Vida de Consumo” (2007); donde además trata del fenómeno del consumismo, de la creación de nuevas necesidades, de lo insoportablemente fugaz (recuérdese “La Insoportable Levedad del Ser” de Milán Kundera). Rastrea las peregrinaciones del concepto de cultura como Mario Vargas Llosa. Su análisis lo extiende hasta la política, la democracia, los consumidores, el marketing, las divisiones sociales, la estratificación, la producción y el uso del conocimiento. Llega hasta el origen del resentimiento, el disenso, la resistencia, el reciclaje de los individuos y sus relaciones, hasta el mismo amor, como ya lo apuntamos arriba.
Por último, en “La Sociedad del Miedo” (2014), Heinz Bude, trata temas como la incertidumbre, el miedo a los populismos, como el capitalismo experimenta una coyuntura crítica, el recelo ciudadano ante todos los liderazgos, el extrañamiento social y la desesperación.
Todo este recorrido para llegar a una simple conclusión: verdaderamente en este momento estamos en la sociedad del miedo. Y para describirla sintéticamente, permítanme la tautología o la simple repetición de la categoría miedo, en los siguientes términos: Ya no le tenemos miedo al Diablo, a los malos espíritus, a los fantasmas, a las brujas y a los duendes; pues la historia, las religiones, la cultura y las ideologías han venido transformándose en el tiempo. Ahora tenemos:
Miedo a la guerra comercial, fría y posiblemente bélica entre China, Rusia, Corea del Norte, Irán y los Estados Unidos de América y sus aliados. Miedo a lo que Busch denominó “El Eje del Mal”; miedo al “paso del azufre” denominado en forma caricaturesca por Chávez. Figuras humanas norteamericanas compungidas y medrosas, al conmemorar el ataque a las torres gemelas y el 11 de septiembre hace justamente 20 años.
Miedo a los leprosos, a los tuberculosos, a los seropositivos de VIH, a los enfermos de epatitis B. y por supuesto a la COVID-19, a la cuarentena y a la pandemia. Miedo al beso, al abrazo, al saludo de mano, a las reuniones sociales y familiares.
Miedo a los guerrilleros, a lo paramilitares, a los grupos armados organizados, a los residuales de las guerrillas, los narcotraficantes, los corruptos, los militares, la policía, al Estado, vándalos, estudiantes, protestantes, la Primera Línea, la Inseguridad urbana capitalina y rural, los desplazados indígenas y campesinos, los Inmigrantes de 19 nacionalidades en Necoclí, los exguerrilleros o reinsertados.
Miedo a los negros, a la población LGTBI, a los consumidores de drogas, a los recicladores, a los habitantes de calle, a los mal llamados desechables, a los indigentes, a los locos.
Miedo a los venezolanos, a los talibanes, a los afganos, a los castrochavistas, a los petristas de extrema izquierda, a los uribistas de extrema derecha, y como si fuera poco, miedo a los líderes sociales y ambientales.
Francisco A. Cifuentes S.
Foto tomada de: El Español
Néstor says
Pachito, se nota a las claras que las categorías para entender la sociedad contemporánea, según su persperspectiva, no salen de Europa o EE.UU, trampa epistemológica bastante difundida y muy en la línea de lo “políticamente correcto”. Grave asunto que reduce la mirada a una parte del mundo desconociendo al 80% del mismo, ¿colonialismo cultural ? Queda por fuera Oriente, África y América Latina. ¿Incultos, incapaces? Repasemos autores provenientes de esta parte del mundo: Edward Said (orientalismo); Bhabba Homi; Chakrabarty Dipesh, Anibal Quijano (colonialidad del poder), etc, etc. ¿ Por qué desconocerlos? ¿No hacen parte de la sociedad contemporánea?. o, ¿la sociedad contemporánea solo se puede leer con categorías eurocéntricas?